El desenlace inmediato del “lawfare” en Bolivia quizás sea la huella más evidente de la actual correlación de fuerzas en Latinoamérica, y simultáneamente es la señal difusa de una coyuntura política signada por el barranco de las políticas económicas ortodoxas, la emergencia del neoliberalismo militarizado, y un proceso de ascenso y recuperación de las fuerzas democráticas y revolucionarias. En Bolivia después del golpe de Estado neofascista adviene el escenario pautado por un proceso electoral.
En el marco de la estrategia de una revolución democrática y pacífica y el aislamiento de las fuerzas armadas como de los aparatos policiales y de seguridad, de ningún modo puede sorprender que Evo Morales asumiese una política que elude la opción de la guerra civil, y así evitar que en esas circunstancias se incendiara la pradera y Bolivia ardiera.
En el análisis del golpe de Estado, no se puede desaparecer el hecho de que la boliviana es una revolución pacífica y desarmada, ciertamente con victorias políticas, económicas y sociales incuestionables, esa condición decide la salida de descartar un conflicto bélico y emplaza en una posición crítica a Evo Morales, al MAS y sobre todo al poder de organización y de movilización del pueblo boliviano: sobre todo está en cuestión el liderazgo del partido de Evo y él de la Central Obrera Boliviana, cuyo Secretario General (Juan Carlos Huarachi), en medio del golpe de Estado, se “adelanto” a pedir la renuncia de Evo.
La pregunta tiene un aire de familia ¿Se pudo haber hecho más?
Por su parte, las fuerzas del golpe militar carecieron del empuje para definir el quiebre del movimiento político de Evo Morales y determinar una significativa victoria política. Y tampoco, hasta ahora, han optado por la salida de las dictaduras militares clásicas de América Latina, y de la misma Bolivia. Estamos ante un golpe de Estado que en cierto sentido es trunco. Los costos políticos, para el imperio y las fuerzas oligárquicas, de legitimar un gobierno producto directo de una intervención militar-policial (cuyo alcance inmediato es la violencia étnica y represión policial desatada contra el pueblo boliviano y un abominable saldo de decenas de muertos y miles de detenidos) implican el impasse de una disyuntiva: la intensificación del terror e implantar un estado de excepción por la calle del medio o mediante unas elecciones dotar de amparo “democrático” al golpe de Estado.
Tal apreciación, no implica descartar que el imperio decida llevarse en los cachos, en el curso del proceso electoral, la cobertura “democrática” en Bolivia del neoliberalismo militarizado; y en ese caso, la Casa Blanca y el Departamento de Estado deben asumir las consecuencias de “calentar la región” y hacerse cargo de la alternativa armada planteada por Daniel Ortega.
Dado, el plomo en el ala que resulta del golpe de Estado, las fuerzas no neoliberales de Bolivia están urgidas de reposicionarse y de introducir rigurosas redefiniciones en sus estrategias. Es obvio que la autocrítica es necesaria, y debiese además ser obvio que la crítica requiere del “más absoluto compromiso con el proceso de cambio que transformó Bolivia durante 13 años”. Entonces,
- La crítica no se limita a puntualizar los errores, al estilo de compendios sobre los equívocos de Evo Morales presentados a pocas horas del golpe. Y no se trata de guardar silencio, de ignorar las contradicciones activas en los gobiernos y movimientos no neoliberales latinoamericanos. No es suficiente con el reconocimiento de que estamos ante un golpe de Estado neofascista, racista y en nombre de la biblia, para luego abundar en una enumeración, que se supone exhaustiva, de los errores y fracasos de Evo.
- Todos los gobiernos progresistas y/o revolucionarios son el resultado de un combate continental popular anti neoliberal con capacidad y potencialidad desigual. Estamos topados con movimientos anti neoliberales de poderío (político y teórico) desigual: las direcciones políticas son el resultado de esa circunstancia, y expresan desarrollos diferentes de las luchas de clases. En ese preciso sentido, no es cierto que “todo lo que se pone en práctica en una revolución antes de tener el poder va dirigido a preparar ese momento y hacerlo de manera que obtengamos una victoria de la que no puedan reponerse jamás los burgueses e imperialistas.” Y si la clave interpretativa es el desigual y complejo desempeño de la lucha de clases, es de suyo que carece de suficiencia explicativa la tesis de que la serie de golpes de estado es el resultado de “algo que salió o se hizo mal”.
- El golpe de Estado en Bolivia es el alcance de la presente correlación de fuerzas en Latinoamérica y particularmente de Bolivia. En ese brete, es demasiado evidente que los gobiernos populares y democráticos del continente, a excepción de Venezuela y Nicaragua (y de Cuba, claro está), carecen del poderío suficiente, para confrontar la estrategia imperial del lawfare.
- La crítica, en la presente correlación de fuerzas, a nivel de Latinoamérica y de Bolivia, debiese orientarse a interpretar y rearmar la unidad (contradictoria) de la diversidad del poderío de los gobiernos no neoliberales y del movimiento popular latinoamericano. Es crucial y perentorio consolidar un frente continental anti neoliberal, para fracturar la correlación de fuerzas que dinamiza la viabilidad del neoliberalismo militarizado y la supervivencia hegemonía de EEUU en la región.
- La crítica, en términos estratégicos, no se puede desplazar el hecho real de que determinadas correlaciones de fuerzas imposibilitan el logro inmediato y a mediano de determinados objetivos. Enfatizamos que, el proceso de implantación del régimen del neoliberalismo militarizado es el alcance inmediato de la capacidad actual de las fuerzas en conflictos.
- En la lógica del horizontal temporal siempre es verdad que las revoluciones se autocritican a sí mismas: abonemos ese dispositivo crítico del poder constituyente, presentando las mejores estrategias para revertir la presente correlación de fuerzas y consolidar el barranco del neoliberalismo.
- Y es inobjetable, que para el chavismo es menester articular nuestras mejores estrategias en correspondencia con diferentes plazos temporales, la unidad de las fuerzas neoliberales y el tránsito socialista.
Luce que en los límites enunciados un desafío crucial consiste en agotar la capacidad de legitimación y de reacción del liberalismo político, de los regímenes demócratas burgueses y del neoliberalismo militarizado. La creciente erosión de la ortodoxia económica y del monetarismo y el declive del imperialismo yanky no implican necesariamente, como todas y todos bien sabemos, la quiebra simultánea de la hegemonía oligárquica-imperial, a la vieja usanza de las ideas de las clases dominantes.
La alternativa democrática y revolucionaria al liberalismo como un todo exige de estructurar barreras y muros de contención para imposibilitar que acontezca “un largo termidor”; y requiere, en todos los casos, no desentenderse que las elites económicas y políticas y el imperio pueden jugarse el “topo a todo” o “incendiar la pradera”.
En términos geopolíticos, los golpes de Estado contra seis presidentes, el lawfare contra Cristina Kirchner, Lula y Dilma Rousseff y la aceleración del bloqueo-cerco imperial contra Venezuela, Cuba y Nicaragua, son hechos claves que resultan de la estrategia para activar el “reposicionamiento estadounidense en el ajedrez geopolítico global de una manera cada vez más agresiva y unilateral”- Los golpes de Estado y los avances en las fracturas del orden constitucional (que las figuras políticas de los “presidentes” encargados e interinos traducen cabalmente) significan que las fuerzas armadas y policiales son un actor y pieza clave de la estrategia imperial, que el derrocamiento de Evo Morales, el soporte decisivo del aparato militar-policial a los gobiernos de Colombia, Ecuador, Honduras y Chile, y el chantaje de la intervención militar del imperio en Venezuela evidencian de sobre manera. De este modo, la “gobernabilidad” privilegiada por el imperio no incluye “la institucionalidad militar excluida del juego político”: sino formas de tutelaje militar extremadamente visibles.
La geopolítica avanzada por los círculos del poder de EEUU perfila el encuadre de Latinoamérica en “la estrategia norteamericana de contención de los adversarios euroasiáticos y ante las agitaciones populares al deterioro de los niveles de vida”. Es ese lugar, donde puede apreciarse la radical importancia del triunfo político de Cristina Kirchner, y de las presidencias de López Obrador y Alberto Fernández.
Calibrar el golpe de estado en Bolivia y después las elecciones, por último requiere de hacerse cargo de que el “excepcionalismo estadounidense ha terminado”, de visualizar la contraportada del neoliberalismo militarizado en la imagen de la efectiva crisis del capital a escala mundial y en el contexto del tránsito geopolítico hacia un sistema de relaciones interestatales sin centro hegemónico. Si es verdad, que lo más seguro sea que “el capitalismo no se irá amablemente”: no es menos cierto que debemos esforzarnos por continuar avanzado, sin voluntarismo ni desesperos de última hora, en la construcción de las fuerzas que determinen la derrota del capital en vez del retroceso histórico que seguramente resultará de un salto en el vacío.