Trump echa mano de la línea discursiva que mejor conoce, la lógica guerrerista. “Estamos en guerra”, “hay un enemigo invisible”, “si esto nos cuesta 200 mil muertos será razonable” y así otras expresiones que igualan y relacionan el crecimiento exponencial del COVID-19 con el desarrollo de un conflicto bélico. Es el discurso de los –que se creen- dueños del mundo. Ahí tenéis a Piñera cuando al principio de las protestas en Chile dijo en un audio, que escuchó medio mundo: “Estamos en guerra”. Ahí tenéis a Bolsonaro que dice que si una puñalada no lo pudo matar, menos lo podrá hacer este virus. Bukele en El Salvador habla con dios y Duque acata la receta que viene sazonada desde el Pentagono.
Desde ese relato de guerra lo demás viene por añadidura. Trump, y su equipo de guerra, perdón de gobierno, un día le pone palos a la rueda de China, otro día es Irán, después se lanza contra la OMS y le niega aportes y ayudas, otro día muestra las garras a Cuba, agrede con medidas coercitivas y unilaterales a Venezuela y dice que México no se salvará del muro. Todo sirve para desviar la atención de la noticia que dice que Estados Unidos se convirtió en el epicentro de la pandemia y cada día mueren centenares de personas, sin atención médica. De esa manera puede seguir con los planes que siguen tratando de apoderarse de los recursos de otros países, como ocurre con Venezuela; siguen sus políticas supremacistas e injerencistas.
“Pero no van muy lejos los que huyen”, se dice en buen maracucho. Hollywood había imaginado que Nuevas York sería atacada por alienígenas, extraterrestres y monstruos; en una lucha entre buenos y malos. Pero no imaginó que un día Nueva York iba a mostrar esas imágenes de ciudad desértica, casi abandonada, atemorizada, con un alcalde que pide auxilio y clama por ayuda. Nadie pensó que las personas saldrían a resguardarse en sus casas por temor, tratando de ponerse a salvo de un virus maligno pero también de un sistema de vida, capitalista salvaje con todas las letras, que no apoya con salud, medicina y vida. O que mercantiliza todo lo que toca.
El presente está ahí, no en la tele, ni en Internet. Nos toca la puerta y nos amenaza. Llegó por sorpresa y quebró el sentido común, ese que nos dice que mañana es domingo y “el cuerpo lo sabe”.
Mira vos. ¿Cómo entender lo que ocurre?, ¿cuál es el marco explicativo de lo que sucede? ¿En Nueva York la gente se muere a la puerta de los hospitales, sin atención médica?. ¿Eso es así? ¿Dónde queda el “American dream”? ¿En Chile, no y qué era…?
II
Trump primero amenazó y después suspendió el aporte de fondos de Estados Unidos a la Organización Mundial de la Salud, un organismo de Naciones Unidas, que parece haber despertado de su letargo y en medio de esta pandemia, que atiza el fuego de la crisis, aparece, propone, recomienda y ayuda.
Cualquier falacia sirve a los propósitos de Trump. Le está cobrando a la OMS su advertencia de que en Estados Unidos no existen políticas públicas para defender a la ciudadanía de emergencias, como la del COVID-19.
Hace dos años y medio, Trump ordenó que Estados Unidos saliera de otra organización de la ONU, la Unesco, alegando una supuesta discriminación en contra propia y de Israel. Ese comportamiento es una marca registrada. Estados Unidos quiere acólitos, del tipo Almagro y su OEA, y no organizaciones con criterios independientes.
Estados Unidos ya estuvo fuera de la Unesco, entre 1984 y 2003. Se reincorporó 19 años después. Se retiraron como una reacción a lo expuesto en aquel Informe McBride, generado por una comisión que criticó el papel de las grandes corporaciones mediaticas, propuso un nuevo “orden mundial de la comunicación y la información”, abogó por dar mayor acceso y participación en los procesos de comunicación, y una comunicación que se use como una fuerza educativa y socializadora, para atacar la desigualdad y los “vestigios de la dominación”. Así dice el informe de 1980 encabezado por el irlandés Sam McBride, editado por el Fondo de Cultura Económica.
Hay quienes sostienen que Estados Unidos está perdiendo poder hegemónico, pero cómo se resiste. Todavía impone sus medidas unilaterales. Lo que ocurre con Cuba es patético. Solo Estados Unidos, Israel e Islas Marshall votan por el bloqueo, todos los demás en contra pero… no pasa nada. En los hechos, Estados Unidos reduce la ONU a ser una ONG, que dice y opina. Nada más. Después de la II Guerra Mundial la ONU emergió como una instancia de encuentro y diálogo, pero ya eso pasó. Ahora las decisiones se toman en el llamado G7, la reunión de la oligarquía mundial, que manda y programa en cada una de sus reuniones programas de “ajuste estructural” a los países que llaman el “tercer mundo”.
III
Cambia lo que llamamos la realidad y cambia la vida. Lo que tenía sentido ya no lo tiene. Ahora el tema, de vida o muerte, es el coronavirus, no el fútbol, ni las grandes ligas, ni la cita que teníamos en la agenda. “Hay una catástrofe de sentido. El presente nos tomó por sorpresa y genera sinsentidos. Ya nada es como era”, dice el profesor colombiano Omar Rincón.
Ahora comprobamos que no son más importantes los futbolistas que los médicos y el personal de salud. Ya se hizo evidente que eso que se llama la crisis recorre a América Latina y que si aquí hay problemas allá también los hay… y peores.
Para las ciencias sociales, la comunicación y el periodismo algo cambia, para no decir todo. Lo que ocurre es una oportunidad, el público quiere saber qué está pasando, por qué y cómo salimos de esta. Es peligroso pero al mismo tiempo es una oportunidad y eso es lo que importa, para que el periodismo se re-conecte con lo verdaderamente vital; para que otros valores aparezcan.
La noticia, la información, el dato sobre lo que pasa con el virus atrae más que la suerte de un campeonato de fútbol. Los gobiernos lo saben, la OMS lo sabe, y cada día entregan informaciones en conferencias periodísticas.
Hace falta un periodismo con criterios, con-texto y pre-texto. En esta hora crítica sale a relucir el viejo anhelo del periodismo interpretativo, que supere al periodismo que se queda en el dato, en la sorpresa del dato, en la certeza del dato.
Es grande la exigencia. A la manera de Nahuel Sosa, profesor de la Universidad de Buenos Aires, UBA, puede sintetizarse el reto: “El pensamiento crítico tiene una oportunidad única para construir una narrativa de progreso que no dialogue sólo con quienes ya están convencidos, sino que vuelva a enamorar al conjunto de la sociedad. Tiene la posibilidad de reformular temas como las políticas de cuidado, la economía popular, la cuestión ambiental, el rol de las fuerzas de seguridad, el retorno a un Estado social y sensible, el buen vivir y el orden, de manera que sean prioritarios en la agenda pública”.