"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

Venezuela: guerra híbrida en tiempos de coronavirus

En medio de la mayor crisis sanitaria, social y económica mundial de las últimas décadas, que está pegando con fuerza a la principal potencia del mundo, el presidente de Estados Unidos de América (EE. UU.), Donald Trump, aprovechó una rueda de prensa dedicada al coronavirus para anunciar una operación antinarcóticos en el Caribe. Bajo el argumento de «no permitir que los cárteles de la droga exploten la pandemia para amenazar la vida de los estadounidenses»[1], Trump lanzó una amenaza al actual Gobierno de Venezuela, al que algunos sectores en EE. UU. llevan años asociando con el narcotráfico.

El anunció sorprendió, no porque sea novedad asistir a comunicados y amenazas por parte del Gobierno estadounidense hacia el proceso bolivariano, sino porque se produce en un momento en que las cifras de contagiados y muertos por el COVID-19 se multiplican exponencialmente en EE. UU. De este modo, Trump corre una cortina de humo en medio de una hecatombe anunciada, desviando la atención, nuevamente, hacia un enemigo externo para tapar las propias limitaciones de un sistema que es cada día más cuestionado por sus propios ciudadanos. Cabe recordar que EE. UU es una sociedad en la que el peso político y económico del complejo militar industrial condiciona la política exterior, gracias a la presencia en las diversas instituciones del Estado y el Gobierno, de representantes vinculados con esa industria, sean civiles o militares en activo o retirados. Por tanto, la guerra es el motor que aceita la maquinaria económica y política de EE. UU y no sería descabellado que pudiera volver a utilizarse, como en otros momentos históricos, como salida a la crisis.

Que EE. UU. se encuentre en un año electoral tampoco es un detalle desdeñable para entender las declaraciones de Trump, como tampoco lo es que los estadounidenses demócratas, sobre todo los ‘milenials’, tengan en la actualidad una visión más positiva del socialismo que del capitalismo[2]. El hasta hace poco precandidato demócrata, Bernie Sanders, hablaba abiertamente de socialismo y llevaba años defendiendo la necesidad de ampliar el seguro de sanidad gubernamental a todos los estadounidenses (Medicare for all). En este contexto en que se está viendo de manera descarnada el lucro con el que funciona la sanidad en ese país y la exclusión que arroja a millones de estadounidenses a una muerte segura, sobre todo afroamericanos, su mensaje era un peligro para el establishment económico y político. Por eso, la clase dominante estadounidense, de la que Donald Trump es parte, aunque se presentara como un outsider para ganar las elecciones, necesita desviar la atención de los problemas internos y seguir con su estrategia de azuzar al enemigo bolivariano, y hasta comunista, como en los mejores tiempos de la Guerra Fría.

Pero hay otras claves de la relación bilateral entre EE. UU. y Venezuela que no deberían dejarse al margen del análisis para explicar esta reacción, como por ejemplo la intención de EE. UU. de evitar el debate sobre el levantamiento de las sanciones y el bloqueo financiero que lleva imponiendo desde hace años al Estado venezolano. Asumir este tema, negado sistemáticamente por los adversarios del proceso bolivariano, nos lleva a adentrarnos en la guerra híbrida que se encuentra de fondo en la estrategia aplicada a Venezuela para el cambio de régimen. Un ejercicio imprescindible para entender, en todas sus dimensiones, cómo el imperialismo del siglo XXI sigue operando para conseguir unos propósitos políticos que, pese al paso de los años, no han cambiado: el control geoestratégico, geoeconómico y geopolítico de todo el planeta, pero, de manera significativa, de aquellas zonas que son concebidas como la reserva estratégica del todavía hegemón mundial.

Guerra híbrida: la guerra del siglo XXI

Aunque es un término que está todavía sujeto a debate teórico entre los analistas militares[3], el término guerra híbrida se ha puesto de moda en los últimos años, al traspasar su origen militar y encontrarse cada vez más en el vocabulario de think tanks, analistas, académicos, periodistas o políticos. Se trata de una tipología de conflicto que se caracteriza por la combinación de acciones regulares e irregulares, por parte de Fuerzas Armadas tradicionales que pueden operar junto a actores delegados diversos (contratistas privados, terroristas o crimen organizado), con el objetivo de proyectar la propia «influencia en el mundo físico, psicológico, perceptivo o virtual» cuya finalidad última es desmoralizar y desestabilizar a un enemigo[4].

La guerra híbrida no deja de ser una guerra política, tal y como la teorizó George F. Kennan, uno de los estrategas de la política exterior estadounidense, durante los años de Guerra Fría: «La guerra política es el empleo de todos los medios al mando de una nación, salvo la guerra, para lograr sus objetivos nacionales». Por «salvo la guerra» Kennan se refería a una guerra convencional abierta, pero no cerraba la puerta a otras acciones bélicas. De hecho, la guerra política se fundamenta en operaciones en las que hay tanto acciones visibles que pasan por el establecimiento de alianzas políticas, medidas económicas y propaganda “blanca”, en palabras de Kennan, como en acciones encubiertas tipo guerra psicológica y el «fomento a la resistencia clandestina en Estados hostiles»[5]. Una definición que reconoce abiertamente la política de cambio de régimen que ha guiado la política exterior estadounidense al menos desde finales del siglo XIX y que enlaza con la interpretación de la guerra híbrida para el cambio de régimen que utilizan autores como el ruso Andrew Korybko[6].

De hecho, desde la doctrina militar rusa se ha teorizado la concepción de la guerra híbrida como una estrategia para la desestabilización política por medios indirectos como las revoluciones de colores o la guerra no convencional. Lo anterior implica el uso, por parte de actores estatales y también no estatales, de una serie de acciones, militares o no militares, de carácter político, mediático, cibernético, diplomático, cultural, económico, humanitario, etc., de la mano, en ocasiones, de actores interpuestos como ONG, sociedad civil y opositores políticos, entre otros[7].

Se trata de ataques indirectos para la desestabilización política cuyo fin último es derrocar a los gobiernos enemigos de EE. UU., usando métodos de guerra psicológica o de IV Generación, que justifiquen ante la opinión pública internacional la remoción de determinados gobiernos. Se crea a través de medios convencionales o no convencionales, ejecutados por operadores militares, paramilitares o civiles, un caos que pone al Estado objetivo a la defensiva[8]. Para completar, se hace necesaria una campaña de manipulación, previa o en paralelo, en la que la prensa tiene un papel destacado, reforzada hoy con la activación de las redes sociales como campo de batalla[9], a la que hay que sumar a determinados portavoces políticos, intelectuales, académicos y, por supuesto, la aparición de una «comunidad internacional» que establece un cerco diplomático que facilita la acción final, que puede ser en forma de supuesta intervención humanitaria, como se dio en el caso de Libia.

El despliegue de una guerra híbrida, como aproximación indirecta, es mucho más efectivo, desde una perspectiva militar, que acudir a acciones directas que conllevan mayor impacto político y desprestigio social, sobre todo después de la última invasión estadounidense a territorio iraquí. La guerra híbrida dificulta la atribución de responsabilidades[10] al ejecutarse por elementos delegados, o de manera difusa, permitiendo al imperialismo seguir operando mientras logra, hasta cierto punto, ocultar su autoría.

Venezuela, laboratorio de guerra híbrida

Venezuela lleva años siendo laboratorio de todas las estrategias posibles para el cambio de régimen diseñadas desde EE. UU. La Revolución Bolivariana puede ser considerada una vanguardia no solo en términos políticos sino también militares, por su capacidad para detectar, combatir y repeler, hasta el momento de manera exitosa, todas las tácticas de guerra híbrida aplicadas en su territorio y hacia su territorio. Desde el golpe de Estado contra Hugo Chávez en abril de 2002, el posterior paro petrolero que duró meses y golpeó fuertemente la economía, las guarimbas de 2004, su repetición en 2017, las protestas estudiantiles por el falso cierre del canal RCTV en 2007 o los intentos de instalar en el imaginario colectivo un supuesto Gobierno paralelo con la autoproclamación de Juan Guaidó en enero de 2019, Venezuela lleva confrontando desde hace dos décadas múltiples operaciones de desestabilización y golpismo para abortar la experiencia bolivariana. Ninguna de ellas ha tenido éxito, pese a ir acompañadas del respaldo de grandes campañas mediáticas a escala global dirigidas al desprestigio y distorsión de la realidad venezolana.

La guerra híbrida contra Venezuela es una guerra de amplio espectro desplegada de manera simultánea en distintas áreas internas, proyectándose también al exterior para impactar en la opinión pública mundial, a la que se manda un mensaje de manera indirecta: «esto es lo que sucede cuando los pueblos eligen mal». Abarca desde lo económico, pasando por el sabotaje interno y externo de servicios e infraestructuras por elementos presentes en el Estado venezolano aliados en ocasiones con actores externos, la guerra psicológica sustentada en la manipulación mediática y en redes sociales, el uso de criminalidad común o paramilitarismo para el asesinato selectivo de líderes sociales, o la acción coordinada de determinados países, liderados por EE. UU., para provocar el aislamiento político y cerco diplomático. Para este último fin EE. UU. utiliza tanto la presión bilateral a los países o instituciones que tienen relaciones con Venezuela como los organismos multilaterales, destacándose la Organización de Estados Americanos (OEA), o el Grupo de Lima, creado ex profeso para el derrocamiento del Gobierno de Nicolás Maduro. Los ejemplos, en cada uno de los rubros, ameritarían párrafos y párrafos que harían este artículo interminable y quizás insoportable. Pero seguramente no tan insoportable como los ataques que viene resistiendo el pueblo venezolano de manera heroica desde hace ya demasiado tiempo.

La importancia geopolítica y geoeconómica de Venezuela

Además de ser el país con las principales reservas probadas de petróleo del mundo, según datos de la OPEP, hecho que por sí mismo permite entender la importancia del control de este material en el marco de un capitalismo que todavía depende de la energía fósil, Venezuela es un territorio rico en minerales como el oro, los diamantes, el coltán o las tierras raras, donde se encuentran elementos indispensables para la industria militar y el desarrollo aeronáutico[11]. La disputa de EE. UU. por el control de los recursos y mercados de América Latina y el Caribe (ALC), con otros retadores hegemónicos, como China y la Federación de Rusia, es parte del telón de fondo que explica la profundidad de un conflicto que trasciende lo meramente bilateral (Venezuela-EE. UU.) y se enmarca en una pugna geopolítica global en la que se dirime, también, la transición geopolítica en curso.

Aunque los analistas eurocentrados nunca podrán reconocerlo, la República Bolivariana de Venezuela se convirtió bajo la presidencia de Hugo Chávez en una potencia regional que lideró un bloque contrahegemónico de poder, siguiendo el término acuñado por Robert W. Cox, que coadyuvó a la construcción de una geopolítica latinoamericano-caribeña, alternativa a la geopolítica estadounidense[12]. El lanzamiento de diversas iniciativas de integración y/o concertación política como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) contó con el respaldo activo de Venezuela, cuando no con el diseño del propio presidente Chávez. Tales iniciativas lograron concitar consensos regionales entre gobiernos de ideología dispar pero que compartían la defensa de la soberanía nacional. Una correlación de fuerzas que fue revertida con la alternancia gubernamental que se produjo por los golpes de Estado, de viejo y nuevo tipo (parlamentarios o judiciales) y por las derrotas electorales de los gobiernos progresistas, afectando la arquitectura de estas instituciones multilaterales, la geopolítica contrahegemónica y el liderazgo regional venezolano.

En clave interna, Venezuela se convirtió en un ejemplo para los pueblos por sus políticas sociales de ampliación democrática, de derechos sociales y laborales, su combate a la pobreza o su reducción de la desigualdad. En sociedades tan polarizadas como las latinoamericanas, el Gobierno venezolano logró reducir la brecha de ingresos entre el 20% más rico y el 20% más pobre en 5,7 veces entre los años 1998 y 2012[13]. La pobreza disminuyó un 56% entre 1999 y 2015, y la economía creció un 43%[14]. Toda una serie de indicadores positivos en prácticamente todos los rubros económicos que tuvieron que ser boicoteados, para acabar con el «mal ejemplo», aplicando una guerra económica que destroza tanto los indicadores macroeconómicos de Venezuela como el poder adquisitivo de su población. Inició bajo la presidencia de Hugo Chávez pero ha arreciado en la de Nicolás Maduro. Primero, fue la desaparición selectiva de productos de primera necesidad, el acaparamiento y la especulación. Después, una hiperinflación inducida y la distorsión del tipo de cambio de la moneda venezolana. Y, por último, las sanciones económicas y bloqueo financiero contra el Estado venezolano, además del robo de sus activos internacionales por parte del Gobierno de EE. UU. y ciertos bancos cómplices. Una manera de desatar el caos y hacer la vida cotidiana imposible en aras de provocar la implosión de la Revolución desgastando su base social chavista.

Viejas recetas para nuevos e inciertos tiempos

La aplicación de esta desestabilización económica, que es la parte más visible de la guerra híbrida, junto a la vertiente mediática, recuerda lo que padeció el gobierno de la Unidad Popular chilena previo al golpe de Estado de Pinochet y sus aliados estadounidenses en 1973. Pero también a las estrategias que se utilizaron contra la Nicaragua sandinista o las operaciones de guerra psicológica durante la lucha contrainsurgente en El Salvador o Guatemala en los ochenta.

En los últimos días, EE. UU. ha recurrido a otras viejas recetas como acusar de narcotráfico a sus enemigos políticos (¿recordamos las acusaciones contra Manuel Antonio Noriega que llevaron a la invasión de Panamá en 1989?) para tratar de justificar éticamente actuaciones que, desde una perspectiva de defensa del Derecho Internacional, serían injustificables. La novedad es que lo hace en un contexto en que el mundo está trastocado por el impacto del coronavirus y las perspectivas nada halagüeñas sobre el futuro del capitalismo que avizoran con preocupación incluso algunos de los principales defensores del sistema. Este es un escenario nuevo en el que EE. UU. se enfrenta a una incertidumbre mucho mayor que en otros momentos históricos, y con la sombra de una potencia, China, que está actuando desde una posición de dominio que le otorga el haber sido el primer Estado que declara haber neutralizado la pandemia.

Hay muchas lecciones que se pueden extraer de los ataques que está padeciendo la Revolución Bolivariana desde su nacimiento. Pero si hay algo que es importante no olvidar es que, se llamen de una manera u otra, las políticas bélicas cuyo objetivo es aniquilar las experiencias alternativas en ALC o en el mundo, son una constante en el accionar de EE. UU. como superpotencia mundial. En la guerra híbrida aplicada a Venezuela, las operaciones de información, de la mano de operaciones psicológicas que conllevan engaño, manipulación de la información y distorsión de la realidad en las redes sociales, juegan un papel fundamental. La mente y los corazones son el campo de batalla a conquistar, para lograr convencer a los pueblos del mundo de lo pérfido y desastroso del proceso bolivariano, de lo cruel o criminal de su dirigencia y lo inexistente del pueblo chavista. En última instancia, el propósito es negarle al chavismo su carácter transformador para minar su potencial y autoestima a lo interno; y, en lo externo, evitar el establecimiento de lazos de empatía entre pueblos que comparten intereses de clase frente a la oligarquía internacional de este capitalismo global. Por eso es fundamental, como con el coronavirus, romper la cadena de transmisión y que cerremos la puerta a la intoxicación mediática y política de quienes usan la palabra Venezuela para demonizar cualquier iniciativa que vaya en la lógica de mejorar las condiciones de vida de los españoles y españolas. Esta puede ser nuestra pequeña y humilde contribución para ayudar a la Revolución Bolivariana a combatir la guerra híbrida que padece.

 

Notas

[1] White House. (1 de abril de 2020). Remarks by President Trump, Vice President Pence, and Members of the Coronavirus Task Force in Press Briefing. Recuperado de: https://www.whitehouse.gov/briefings-statements/remarks-president-trump-vice-president-pence-members-coronavirus-task-force-press-briefing-16/

[2] Castleton, Edward. (2019). El socialismo en Estados Unidos: ¿por qué justo ahora? Le Monde Diplomatique, año XXIII, nº 284, junio.

[3] A modo de ejemplo, Baqués Quesada, Josep. (2015): “Las guerras híbridas: un balance provisional” en Documento de Trabajo 01/2015, Madrid: Instituto Español de Estudios Estratégicos, Ministerio de Defensa.

[4] Colom Piella, Guillem. (2019): “La amenaza híbrida: mitos, leyendas y realidades” en Documento Opinión 24/2019, Madrid: Instituto Español de Estudios Estratégicos, Ministerio de Defensa, p. 3.

[5] Kennan, George F. (1948). Organizing Political Warfare, memorándum citado en Congressional Research Service (2019): Strategic Competition and Foreign Policy: What is “Political Warfare”?, In Focus, 8 marzo.

[6] Korybko, Andrew. (2019). Guerras híbridas. Revoluciones de colores y guerra no convencional. El enfoque adaptativo indirecto para el cambio de régimen. Buenos Aires: Batalla de Ideas.

[7] Colom Piella, Guillem, op. cit., p. 4.

[8] Korybko, Andrew, op. cit., p. 61.

[9] Al respecto véase Quintana, Yolanda. (2016). Ciberguerra. Madrid: Los Libros de la Catarata.

[10] Colom Piella, Guillem, op. cit., p. 10.

[11] Véase la entrevista con el Comandante Estratégico Operacional de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), Almirante en Jefe Remigio Ceballos: https://www.youtube.com/watch?v=8M7jMdr-hjg

[12] Para un estudio en profundidad puede consultarse Tirado Sánchez, Aránzazu (2016). La política exterior de Venezuela bajo la Presidencia de Hugo Chávez: principios, intereses e impacto en el sistema internacional de post-Guerra Fría. Barcelona: Universitat Autònoma de Barcelona. Disponible en: https://ddd.uab.cat/record/166066

[13] Salas, Luis. (2019): Chávez, el prejuicio populista y la democratización del consumo en Venezuela: 2003-2012 en Venezuela: ¿democracia o dictadura? Claves para entender la crisis. Chile: La Estaca, p. 108.

[14] Curcio Curcio, Pasqualina. (18 de septiembre de 2019). El modelo socialista ‘fracasado’. Red Angostura. Recuperado de: 28 abril, 2020 https://redangostura.org.ve/?p=2493

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Un comentario

  1. EXCELENTE todos los artículos. Nos auguro éxito en promover la sanación de consciencias que es lo que en definitiva nos alienta. Amor y gratitud a todos los que hacen posible esto por ahora tan lúdico. Cada día somos más lo que inclinaremos el mundo al revés hacia la izquierda. El RESULTADO será invariablemente la humana humanidad. Nos asiste la providencia indudablemente.

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