"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

La fiebre contra Colón a la que Venezuela se adelantó 16 años

 

Estas últimas semanas en América del Norte y Europa comenzó una fiebre por derribar estatuas. Se trata de otra de las escenas recurrentes a propósito de la ola mundial de protestas contra el racismo y la brutalidad policial: desconocer antiguos referentes de la memoria colectiva y, antes bien, someterlos al juicio popular, así sea a través de los monumentos que les representan y que buscan imponer un discurso histórico. Las acciones, que autoridades y medios de comunicación llaman “vandalismo”, se han ensañado contra personajes de prontuario esclavista, así como con aquellos que encarnan el saqueo y la expoliación del territorio americano (entre otros), comenzando, desde luego, por Cristóbal Colón. A Venezuela esta historia llegó hace 16 años.

“Obra de escultura labrada a imitación del natural que representa a una persona para ponderar y engrandecer sus acciones”. Así define la Real Academia Española en una de sus acepciones a la palabra “estatua”. Las estatuas se pueden analizar desde distintos puntos de vista: el artístico, el patrimonial, el urbanístico o el histórico. Simbólicamente buscan perpetuar gestas en la memoria común, a veces de forma consensuada y otras, la mayoría, como una imposición desde el poder. Los conquistadores son expertos en erigirlas, pero especialmente en tumbarlas. También las revoluciones.

Analizando las estatuas de una ciudad, su ubicación en lugares particulares, cuántas son de hombres y cuántas de mujeres, cuántas son de ricos y cuántas son de pobres, y cuántas son héroes y cuántas son de mártires, se puede hacer un mapeo de las aspiraciones de una sociedad, o al menos de lo que han querido hacer con ella a partir de la reconstrucción estratégica de su pasado. Y cuando esa sociedad, por sus propias manos, se da a la tarea de revisitar esos relatos y romper esos ídolos, es porque sin duda se encamina a escribir una nueva historia, ponderando y engrandeciendo a sus personajes desde otra perspectiva.

Mostrando el rumbo

De hablar sobre tumbar estatuas desde una posición anticolonialista, Caracas puede de nuevo dar ejemplo. Fue el 12 de octubre de 2004 con la esfinge de Cristóbal Colón del otrora Paseo Colón, a pocos metros de Plaza Venezuela.

La estatua de Colón en Plaza Venezuela fue derribada por movimientos populares.

Dos años antes, en 2002, el Ejecutivo Nacional había oficializado el cambio de nombre de la efeméride que recuerda la llegada del genovés al “nuevo mundo”. De celebrar “Día del Descubrimiento de América”, en el país comenzamos a conmemorar el “Día de la Resistencia Indígena”, y a causa de la relectura de lo que pasó a partir de 1492 se dejó de proclamar que había ocurrido el “encuentro de dos mundos”, sino a denunciar que había comenzando el saqueo y el genocidio contra un pueblo.

Con esa indignación acumulada, movimientos populares agrupados bajo el apelativo de “Tribunal Popular de la Pachamama” convocaron a propósito de la fecha a un “juicio popular al genocida” Cristóbal Colón al pie de su monumento, instalado en el corazón de la capital venezolana desde 1934 (originalmente la escultura se había colocado en 1904 en la Plaza Macuto, ubicada entre las esquinas de López y de Romualda).

El completo escultórico, de título Colón en el Golfo Triste, era de la autoría del artista venezolano Rafael de la Cova con la asistencia de su colega Eloy Palacios –quien años después, irónicamente, erigió el monumento a La India en El Paraíso, en homenaje a los pueblos originarios-. El homenaje al Almirante fue mandando a hacer por la presidencia de la República en 1893 con motivo del cuatricentenario del tercer viaje de la expedición a América, el 1º de agosto de 1498, cuando tocó tierra venezolana. En él se veía a Colón de pie, señalando hacia adelante, que para los efectos de Caracas era hacia el este, recreando el momento en que avistó tierra.

La convocatoria al acto de repudio decía “Trae tu arrechera de 500 años”. Sin sorpresas, Colón fue declarado culpable. Se le defenestró de su pedestal, ubicado a diez metros del suelo. Con la caída la escultura de bronce se partió en dos, y ya en el piso fue pintada de rojo y arrastrada hasta el Teatro Teresa Carreño, donde fue colgada a modo de ahorcamiento. Dentro del teatro el presidente Hugo Chávez encabezaba un acto público. Aunque no hizo referencia al suceso en ese momento, sus acciones posteriores legitimaron la acción popular.

«Cristóbal Colón fue el jefe de una invasión que produjo, no una matanza, sino un genocidio. Noventa millones de aborígenes vivían en esta tierra, 200 años después quedaban tres millones. ¿Qué fue eso? Un genocidio (…) Estaba ahí, señalando el rumbo. ¿Cómo nos va a señalar el rumbo Cristóbal Colón? Ahí hay que poner un indio», dijo Chávez en 2009 cuando anunció que sería retirada la última estatua de Colón que quedaba en Caracas ubicada en otro espacio de gran simbolismo: el entonces Parque El Calvario, hoy Ezequiel Zamora.

Esta vez, el monumento no fue enjuiciado públicamente, aunque su desinstalación formó parte de la misma sentencia colectiva. En su lugar, esta fue sustituido por la de Ezequiel Zamora, estratega de la Guerra Federal y líder campesino.

Y el pedestal donde se encontraba Colón en el paseo que llevaba su nombre, finalmente en 2016, luego de más de una década de permanecer vacío como recordatorio de las acciones de 2004, fue sustituida por un monumento a los caciques Guaicaipuro, Tiuna y Urimare quienes ahora encabezan el Paseo de la Resistencia Indígena.

Otras experiencias en América Latina hablan de los sentimientos contra Cristóbal Colón, que enfrentan ideologías. En Buenos Aires la mandataria Cristina Fernández retiró en 2013 una estatua consagrada al navegante ubicada detrás de la casa presidencial, y la sustituyó por una de la bolivariana Juana Azurduy. Al llegar Mauricio Macri al poder restituyó la de Colón y llevó la de la heroína a las inmediaciones del Centro Cultural Néstor Kirchner. En Chile, por su parte, en el marco de las protestas populares de 2019, la estatua de Colón en Arica fue destruida. En La Paz un monumento al “descubridor” fue atacado en 2018 y posteriormente restaurado. En México se impulsa una iniciativa para retirar su esfinge del céntrico Paseo Reforma, así como la del conquistador Hernán Cortez, pero aún no hay un veredicto.

Dejavú

Las imágenes de lo que pasó el 12 de octubre de 2004 parecen un dejavú comparadas con las que están siendo registradas en muchas ciudades de Norteamérica y algunas de Europa.

En Estados Unidos se han derribado tres estatuas de Colón. Una en Minessota fue tirada al piso, otra en Richmond fue derribada y lanzada a un río, y en Boston el genovés fue decapitado. En Miami otra escultura en homenaje al mismo personaje fue pintada de rojo, suerte que también sufrió la de Juan Ponce de León “descubridor” de Florida. Además de Colón, en EEUU también han sido atacadas las esculturas de reconocidos esclavistas.

Hay un antecedente en 2018 cuando en la ciudad de Los Ángeles, por iniciativa de su alcalde, se removió una escultura que representaba a Colón, como un acto reivindicativo a los pueblos nativos americanos.

En Europa, por su parte, al calor del Black Lives Matter, una estatua del traficante de esclavos Edward Colston fue derribada, arrastrada y lanzada a un río en Bristol, Inglaterra, y en Bélgica ocurrió lo propio con la esfinge del rey Leopoldo II en la ciudad de Amberes. Al monarca decimonónico se le recuerda por sus desmanes en el Congo. En Londres, hasta la estatua del casi sagrado Winston Churchill fue grafiteada acusándolo de racista y por someter al pueblo de lndia, a quienes llamaba “salvajes”.

La ola de ídolos rotos que recorre el “primer mundo” es un síntoma de contingencia y un testimonio de que escribir la historia, incluso con estatuas, es un ejercicio cíclico y permanente. Faltará saber si el fervor iconoclasta que las tumbó también tendrá la potencia para “ponderar y engrandecer” nuevos referentes.

 

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