La categoría de maestro, ese respetable título, lujo medieval del honorable, lo empieza a asumir en Rubio, donde se gradúa de normalista, siendo además, delegado estudiantil a los 15 años. A los 16 empieza su contacto «allí donde están las masas» como alfabetizador, situación que le permite ese contacto campesino, reviviendo su origen humilde. Esa máxima freudina de acercarse con la palabra y el conocimiento del «yo soy tan inferior a usted, tan superior a usted y tan igual a usted» que le permitía aprender y ser comprendido, le fue afirmando su conciencia y su sensibilidad ante la injusticia social, que era mucho más en esos tiempos.
Hombre del semi-desierto larense, nace entre quebradas, yabos y cardones de su amada Eloisa, en su casa de paja y techo de tamo. Tempranamente, porque había que vivir rápido y además, dejar retoños, se casa con Delsy Gómez en la iglesia de San Juan, en Barquisimeto.
Militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, en el 62 levanta las perspectivas de la guerra de guerrilla, popular y prolongada. Y para 1964, al subir a las montañas Víctor Soto Rojas, pasa a ser parte del Buró Universitario de la J-MIR. Entre el 65-68, como delegado estudiantil en la UCV participa junto al Rector Jesús María Bianco contra los allanamientos a la universidad y por el derecho al estudio, buscando terminar con los famosos filtros excluyentes de la época. Para ese tiempo también interviene en las elecciones de la FCU, donde por primera vez en la historia se unen los marxistas y la Izquierda Cristiana.
En el arado de su internacionalismo proletario viaja a Prada, Argentina, Colombia, Uruguay, Brasil, Nicaragua, se entrevista con Pascal Allende del MIR de Chile, con el Frente Polisario de África, los guanches de Canarias, con Antonio Cubillo, en Argelia, contribuyendo además, con hechos prácticos con las luchas de Palestina y Vietnam. Así tejía el maestro la perspectiva continental y la mundialización solidaria.
Para 1966 empiezan a replegarse las direcciones tradicionales de la lucha armada, en esa Urgencia para acomodarse, como tildó Fidel al UPA, aparato electoral del PCV, que buscaba pacificar los bríos guerreros del momento, bajo situaciones inaceptables para la dirección del MIR que todavía continuaba en esa perseverancia. Contra lo que se calificó una «Paz vergonzante», Jorge fue el portavoz ante autoridades eclesiásticas, académicas y medios de comunicación, de una serie de puntos para pensar en la pacificación. Entre los planteamientos de honor estaban la rehabilitación de los partidos MIR y PCV, la libertad de miles de presos políticos, la restitución de los militares a sus funciones, pues Leoni les había dado carta blanca para asesinatos y desapariciones. Eliminar los campos de concentración existentes a lo largo del territorio. No más bombardeos a las zonas campesinas. Expulsar la Misión Militar gringa de nuestro país. Esto, además de medidas económicas populares y la salvaguarda de nuestros recursos naturales, diezmados por la saña expoliadora del imperialismo norteamericano. Como se ve, eran apenas medidas que buscaban afirmar nuestra soberanía e independencia frente al hegemón dominante.
Entre los años 69-70 empieza un cuestionamiento del MIR, no sólo por su intención de repliegue sino por un amplio debate que tenía que ver con los caminos, instrumentos, formas y caracterizaciones de la revolución venezolana. Ya para 1970, como producto de la división del MIR, surge la Organización de Revolucionarios, OR, con una visión de guerra suburbana en amplio territorio bolivariano, combinación de las formas de lucha y organización de acuerdo a los niveles de conciencia, además de los primeros pininos, producidos por Jorge Rodríguez, de lo que sería el Partido del Proletariado, definiendo, bajo el método dialectico, las contradicciones secundarias y principales del momento, incluyendo la particularidad de la contradicción principal que la definió como la teoría, para que pudiera existir un verdadero movimiento revolucionario.
En la cárcel de Sabaneta, delatado por Leovigildo Briceño, guerrillero, ex presidente de centros de la ULA, y pasado al enemigo en 24 horas, no sucumbe en la prisión. Enseña a leer a los campesinos, presos por darle una arepa a algún cimarrón en su tierra generosa, organiza círculos de estudios entre los presos. Intenta fallidamente fugarse luego de un atentado que le hicieron en la propia cárcel. El maestro, forjador natural subversivo, ya antes había sido amenazado por el Gan de la muerte que dirigía Carlos Núñez Tenorio, sapo torturador, posteriormente ajusticiado por el movimiento revolucionario. Sin inmutarse dirige la huelga de hambre de presos políticos, convirtiéndose en un gran gestor por los derechos humanos.
Ya en la Liga Socialista, organización que funda, empieza organizar los distintos niveles de conciencia, embriones de lo que aspiraba fuera un humilde aporte para el Partido del Proletariado. Empezando con los estudiantes, organiza el Movimiento Estudiantil de Unidad con el pueblo (MEUP) siguen otros como el Frente Obrero, las Ligas campesinas, los Comités por los Derechos Humanos, los Comités de barrios y de amas de casa, y las luchas contra los desalojos, la Liga de mujeres, los niños pioneros por el socialismo. Esta gran gama de organizaciones se nutría además, con la experiencia de teatros de barrios que se da en algunas regiones con otras organizaciones, donde la valoración de lo cultural era la ignición para formas superiores de lucha, como las milicias de autodefensa en nuestros barrios.
Fue en el Congreso Cultural de Cabimas donde se dieron cita las diferentes organizaciones revolucionarias, junto a los intelectuales de la época, donde se producen reflexiones que daban un salto cualitativo que posteriormente fue consolidándose, en el transcurrir de esto que han dado a llamar «proceso». El afiche de ese Congreso de Cabimas, no podía ser más elocuente para ilustrar nuestro encapsulamiento como movimiento revolucionario. Decía: «Dos patriotas son ya un núcleo revolucionario.» Los más cabezas calientes que insistían en el foquismo afirmaban convencidos: «Si no hay condiciones objetivas, ni subjetivas, las fabricamos.» En ese congreso, de gran producción teórica, se produjo buena parte de la Teoría de la dependencia, que después fue de obligatorio estudio en las universidades. También circuló, se dice redactado por Jorge, con el seudónimo de Guillermo González Mena, dos documentos sobre el Partido del proletariado, que nos dio discurso y lo cargábamos, casi deshecho por el sudor de nalgas y el tanto caminar, con botas de seguridad de nos daban los obreros, que al romperse aguantaban un poco más sus huecos, con las laticas superiores que les sacábamos a las sardinas. Eran tiempos de mucho caminar, bajo la perspectiva, casi inalcanzable, del Hombre nuevo del Ché, y que aquí se llamó «el profesional de la revolución». Los «tiempo completo» que abandonaban estudios y familia para consustanciarse, en el «ser y sentir como son las masas», eran guiados por ese discurso convencedor de heroísmos y desprendimientos que nos predicaba Jorge, como lo mentaba mi suegro campesino.
Así era este inagotable camarada, un espíritu que hervía en cuerpo frágil, con una fogosidad vehemente e impetuosa. Podía estar representando a la Comisión Política del MIR, reunido con la Comandancia del Frente Guerrillero «Antonio José de Sucre», como en la Marcha Nacional Antiimperialista la cual recorrió toda la geografía nacional y cerró con una multitudinaria concentración en Cabimas. O escabullírsele al enemigo y aparecer en otra región de extremo a extremo (porque somos extremistas), perifoneando, declarando en la prensa, en la radio, pregonando al socialismo, que hoy tantos callan, deslindándose del reformismo y la reacción que aúpa el mercado como salida aliada a «burguesías progresistas», caracterizando contradicciones de las burguesías internas y externas, endógenas y del campo de la geopolítica imperialista, con el convencimiento y la justeza de que si esto no se hacía, poco se avanzaría. Un Rodríguez, siempre empecinado en organizar a los trabajadores, definiendo áreas prioritarias, reforzadas con los mejores cuadros de indudable ideología y trayectoria.
Y es que este haz de huesos era capaz de estar en asambleas de barrios, en una universidad o un liceo organizando, denunciando la falsa nacionalización y las empresas mixtas, levantado la mística de los cansados, despertando los bríos de los frustrados, que no veían las perspectivas de largo aliento en esta prolongada guerra necesaria, afirmando a Bolívar y la esencial continentalidad de nuestras luchas, como las que también enamoraba Chávez, Comandante eterno, quien demostraba a otros pueblos lo que se podían hacer con un presupuesto soberano, «regalando» hospitales, casas, comprando empresas colocándolas con administración obrera en otros países latinoamericanos, bajo el efecto demostración de lo que pudieran hacer las naciones con sólo ser soberanas.
Jorge era un muerde y huye, un árbol humilde, rama «legal» que incendiaba praderas, de una tranquilidad con apuro. En su prisa sabía detenerse a preguntar por la salud y la familia de cada militante, recordando sus nombres y situaciones pendientes y a resolver. Antes que el político, cartesiano, pragmático y maquiavélico, era el ser humano que atendía el mínimo detalle del militante con la afectividad que este amerita. Ese que daba calor y aliento, el que organizaba y se esfumaba como el viento, a seguirle latiendo en la cueva al enemigo de clase.
Ya el Maestro Jorge Rodríguez se les hacía incontrolable. La táctica de la CIA siempre ha sido liquidar los peligros potenciales. Y así lo hizo con su frágil humanidad. Me lo imagino ahorita, si hubiera llegado a ser Ministro de Comunas. No existiera esta conduerma que todo lo alarga, que de Comuna O Nada pasa a De Comuna, nada. Es necesario ese torbellino suyo que todo lo engarzaba, que diferenciaba lo principal de lo segundario. Era el cuadro. Ese macizo de los cuatro grandes alfareros que nos dio la historia contemporánea: Fabricio, Argimiro, Jorge y Chávez, las cuatro patas necesarias para el salto, si no los hubieran malogrados.
*Para las nuevas generaciones habría que sintetizar las cualidades revolucionarias de Jorge Rodríguez: Recia energía. Firmeza en la tortura. Organizador que dominaba variados temas. Puntualidad. Humildad como valor. Maestro y alumno que aprendía con las masas. Mística revolucionaria que lo diferenciaba del operario tecnócrata. Ética proletaria. Crítico y autocrítico para superar errores. Estudioso y gestor de la autonomía de las organizaciones de masas. Tutor y acompañante de un poder y un partido que sale de las masas, desde abajo y a la izquierda. Optimista y orador nato, con la picardía, el humor y el sarcasmo que endulzaba con un refrán preciso sobre el asunto y el grito que lanzaba con otros:
¡Perseveraremos, no nos derrotarán, triunfaremos!