La «fenomenal recuperación keynesiana»1/ de Estados Unidos es impresionante. De hecho, hay tres planes de Biden, que representan una suma total de 6 billones de dólares, es decir, más de una cuarta parte del PIB actual. Pero dicho así puede resultar engañoso; por ello debemos examinarla con más precisión. El primer polan (American Rescue Plan) es un plan de emergencia, es decir, una respuesta inmediata a la crisis pandémica. Asciende a 1,9 billones de dólares y ya se está aplicando. Su medida más significativa es la distribución de cheques de 1.400 dólares, una especie de dinero helicóptero. Cierto, es una gran cantidad; mucho más que los planes similares en Europa.
Además de la magnitud de la crisis, lo que explica este plan masivo son dos factores. En primer lugar, está el recuerdo de la crisis anterior. Como explica Chuck Schumer, líder de la mayoría demócrata en el Senado: «En 2009 y 2010, intentamos trabajar con los republicanos, el programa final se quedó corto y la recesión duró cinco años: la gente se amargó y perdimos las elecciones”2/. En segundo lugar, Donald Trump, con sus recortes de impuestos, ya puso en cuestión el dogma presupuestario, y ahora el plan de apoyo hace exactamente lo contrario de la política de Trump. En efecto, el gasto está claramente dirigido a los menos afortunados. El dinero distribuido en forma de vales, prestaciones de desempleo y subsidios familiares debería aumentar los ingresos del 60 % de los estadounidenses menos ricos en un 11 % de media, y en un 33 % para el 20 % más pobre3/. Obviamente, el objetivo es recuperar una parte del electorado de Trump.
La cuestión es si este giro se prolongará. La respuesta es aparentemente positiva, ya que Biden, en su primer discurso ante el Congreso, presentó dos ambiciosos planes a medio plazo4/. En primer lugar, está el «Plan de Empleo Americano», centrado en las infraestructuras y dotado de 2,3 billones de dólares. También está el Plan Familia Americano, que pretende mejorar la suerte de los más desfavorecidos, sobre todo en el ámbito de la educación, por un importe total de 1,9 billones de dólares. Un examen más detallado de estos planes5/ permite comprender su lógica, aunque, como veremos, están lejos de ser inamovibles.
Plan de Empleo Americano
El Plan de Empleo6/ pretende, sobre todo, restaurar las infraestructuras: carreteras, puentes, transporte público, agua y electricidad; también incluye un componente social con más de 300.000 millones destinados a viviendas asequibles y a escuelas públicas. El objetivo implícito es restablecer o consolidar la supremacía tecnológica de Estados Unidos (especialmente frente a China) mediante el apoyo a la industria y la investigación nacional. Esto queda muy claro en el discurso de Biden: se trata de crear «millones de buenos empleos», «reconstruir las infraestructuras de nuestro país», pero también «permitir que Estados Unidos sea más competitivo que China (out-compete)»7/. Está claro que el nombre del plan (Jobs plan) es un poco equívoco: no contiene casi ninguna medida destinada a crear directamente puestos de trabajo en una lógica de empleador estatal de última instancia, como propone la izquierda del Partido Demócrata. Por tanto, la creación de empleo prevista será sólo el subproducto de la reactivación de la actividad económica.
Un New Deal verde y barato
Sin ser central, la lucha contra el calentamiento global está presente. Se da prioridad a los vehículos eléctricos (174.000 millones), pero sólo se dedican 46.000 millones a las energías limpias: esto está muy lejos del Green New Deal apoyado por el ala izquierda del Partido Demócrata. Muchos críticos denuncian el plan de Biden como «lamentablemente inadecuado» para la lucha contra el cambio climático. El gasto en cambio climático es notoriamente inferior a los 10 billones de dólares en proyectos del Green New Deal. Para Brett Hartl, del Centro para la Diversidad Biológica, el plan de infraestructuras favorece a la industria y «desaprovecha una de nuestras últimas oportunidades de hacer frente a la emergencia climática… En lugar de un enfoque similar al del Plan Marshall para la transición a las energías renovables, se limita a conceder subvenciones efectivas para la captura de carbono, y no adopta ninguna medida significativa para eliminar los combustibles fósiles»8/. «No es ni mucho menos suficiente», dice Alexandria Ocasio-Cortez9/, que señala que el plan de infraestructuras de 2,3 billones de dólares se repartirá en casi diez años.
Plan de Familia americano
El segundo plan, dirigido a las familias, es en cierto modo el sustituto de un Estado social poco desarrollado en Estados Unidos. De los 1,9 billones, 800.000 millones corresponden a recortes fiscales o a la distribución de vales para los hogares con bajos ingresos o en dificultades. Se destinan 500.000 millones de euros a la educación en forma de becas y financiación escolar. Pero, de nuevo, el gasto se reparte en 10 años, de 2022 a 2031, como muestra el siguiente gráfico de Oxford Economics.
Este plan se basa en las medidas de emergencia adoptadas durante la pandemia. Se trata de una puesta al día en materia de protección social desde un punto de partida «desesperadamente bajo para los estándares de la OCDE», como señala Susan Watkins: «en proporción al PIB, el gasto social en Francia e Italia es aproximadamente un 50% más alto que en Estados Unidos. El gasto público en las familias americanas es apenas una cuarta parte de los niveles de Alemania, Francia y el Reino Unido»10/.
Pero no apunta a un verdadero Estado social: «en lugar de ampliar Medicare o implementar una opción de seguro de salud pública, se entregarán decenas de miles de millones de dólares a las compañías de seguros de salud, reforzando un sistema de atención médica con fines de lucro que sigue causando tanto dolor y sufrimiento»11/.
El clamor de los ricos
Estos tres planes se encuentran inmediatamente con una triple oposición: por supuesto, los republicanos (especialmente en el Senado, donde la mayoría demócrata se mantiene gracias al voto de calidad de la vicepresidenta Kamala Harris); los economistas ortodoxos; y los multimillonarios. En resumen, los planes de Biden serían como tirar el dinero por el desagüe, llevarían directamente a la inflación y se financiarían en parte con subidas de impuestos, tanto a los más ricos como a los beneficios empresariales.
Los senadores republicanos están librando una guerra de trincheras con múltiples giros descrita en detalle por Romaric Godin12/. Pero no son los únicos: los demócratas del ala derecha del partido intentan suavizar lo que consideran un giro demasiado radical y buscan acuerdos con los republicanos en el Senado. En cuanto a la clase dirigente (la que financió en parte la campaña de Biden), ve con muy malos ojos su política fiscal. Han olvidado las tranquilizadoras palabras de Biden a sus donantes durante su campaña: «No queremos demonizar a los que han ganado dinero (…) Nadie va a ver cambiar su nivel de vida. Nada cambiaría fundamentalmente”13/.
El programa inicial de Biden se dirigía claramente al 1,5% más rico de la población con ingresos superiores a 400.000 dólares, cuyos ingresos se reducirían en un 17,7% según un estudio de la Universidad de Pensilvania14/. Casi el 80% de los ingresos fiscales adicionales procederían del 1% más rico. Siendo el proyecto reducir las enormes desigualdades frente al impuesto, el plan Biden preveía también 80 mil millones para reforzar la administración fiscal (IRS, Internal Revenue Service)15/. La Agencia Tributaria se ha visto progresivamente privada de medios para actuar contra la evasión fiscal. Según un informe oficial16/, la agencia había perdido el 20% de su presupuesto y personal. Las inspecciones fiscales han disminuido un 46% en el caso de los particulares y un 37% en el de las empresas.
El resultado es una pérdida considerable de recursos: según Gabriel Zucman y sus coautores17/, la infradeclaración del 1% más rico supera el 20% de sus ingresos. Otro estudio18/ estimó la pérdida de recursos debida a la evasión fiscal en 630.000 millones de dólares, es decir, el 15% del total. Si no se modifica la legislación, la pérdida sería de 7,5 billones de dólares entre 2020 y 2029. Uno de los autores de este estudio no es otro que Lawrence Summers, ex presidente del Consejo Económico Nacional de Obama. Aunque critica el tamaño del paquete de estímulo, al menos respalda esta parte del plan de Biden, que según él podría aportar un billón de dólares más en impuestos durante los próximos 10 años.
Es cierto que el tipo del impuesto sobre la renta iba a pasar del 21% al 28%, pero seguiría estando por debajo del 35% vigente antes de Trump. Aun así, eso fue suficiente para financiar más de la mitad del plan (1.400.000 millones de dólares de los 2.300.000 millones). Biden también tenía previsto aumentar el tipo impositivo mínimo de las multinacionales del 10,5% al 21%, lo que habría permitido recaudar 800.000 millones de dólares19/.
Veremos que estas medidas ya han sido puestas en duda. Pero su alcance era en cualquier caso bastante limitado, lo que implícitmente permite ilustrar el alcance de las desigualdades fiscales. Esto es lo que muestra el New York Times20/, que utilizó los datos de Gabriel Zucman para evaluar lo que sucedería si se aplicaran las medidas fiscales de Biden. El resultado es que el tipo impositivo general para los más ricos apenas volvería al nivel de los años 90 y se mantendría muy por debajo de los años anteriores a Reagan (véase el gráfico siguiente). Esto no impide que varios representantes empresariales denuncien esta reforma como «escandalosa», «arcaica» o «injusta». Pero al hacerlo, «no hacen más que expresar su gusto por los tipos impositivos bajos», concluye el artículo del New York Times.
El retroceso del salario mínimo
Biden se había comprometido a aumentar el salario mínimo federal de 7,25 dólares la hora a 15 dólares, pero ya se ha echado atrás en esa medida que, en el mejor de los casos, se ha retrasado hasta 2025. Sin embargo, elevar el salario mínimo a 15 dólares beneficiaría a un tercio de los trabajadores, ya que esa es la proporción de los que reciben salarios inferiores a ese umbral: 48 millones de los 144 millones de empleados. Estos trabajadores coinciden en gran medida con la categoría de los llamados trabajadores esenciales, para los que dos investigadores han propuesto una tipología21/. Constatan que de estos 144 millones de empleos, 90 millones pertenecen a sectores definidos como esenciales, y que de ellos, 50 millones pueden calificarse de trabajadores de primera línea. Otro estudio complementario22/ establece que casi la mitad de ellos están empleados en sectores donde el salario medio es inferior a 15 dólares por hora. Los autores concluyen que «merecen llegar a los 15 dólares», pero tendrán que esperar a días mejores.
El espectro de la inflación
Los ortodoxos plantean la amenaza de la inflación. Utilizan un fenómeno coyuntural, a saber, la subida de ciertos precios (materias primas, bienes intermedios, gastos de envío, etc.), que refleja sobre todo la escasez transitoria asociada a una recuperación desordenada. Joseph Stiglitz lo deja muy claro: «La actual presión inflacionista es en gran medida el resultado de los cuellos de botella de la oferta a corto plazo, que son inevitables cuando se reinicia una economía temporalmente paralizada. No hay escasez en la capacidad mundial para la fabricación de automóviles o semiconductores; sólo que cuando todos los coches nuevos utilizan semiconductores, y la demanda de automóviles se hunde en la incertidumbre (como ocurrió durante la pandemia), entonces la producción de semiconductores se ve necesariamente limitada»23/. De hecho, se observa que «las empresas están utilizando la escasez de suministros como excusa para subir los precios y probar los mercados, con el fin de compensar las pérdidas de 2020 y la caída de los precios durante la pandemia”24/.
Salarios y beneficios
En cualquier caso, la ofensiva es más amplia. Cuando los economistas ortodoxos anuncian que Biden, al hacer que la economía se recaliente, desencadenará un proceso inflacionario duradero, hay que traducir su argumento como sigue: es la inflación salarial la que representa el verdadero peligro.
De momento, el tema sólo se aborda de pasada, con el clásico argumento de que los subsidios al desempleo animarían a quienes los reciben a no volver al mercado laboral. Que en este clima de incertidumbre algunos desempleados opten por esperar y ver es, después de todo, posible. Pero hay que contextualizar las clásicas quejas de los empresarios que tienen problemas para contratar. El Washington Post ha encontrado una forma inteligente de sortear la escasez de trabajadores: subir los salarios a 15 dólares por hora o más25/. Varios empresarios que se enfrentaban a una crisis de contratación probaron este experimento natural (como dicen los economistas) y, milagrosamente, los solicitantes llegaron a raudales. Gina Schaefer, que dirige una red de ferreterías, se indigna: «Nadie dice que la economía se vaya a hundir cuando los abogados ganan 300.000 dólares. Sólo se oye hablar de los bajos salarios. Y creo que desde una perspectiva social, es realmente insultante».
Si se profundiza un poco más, se puede ver que la pandemia ha tenido el efecto paradójico de cambiar el equilibrio de poder entre el capital y el trabajo. Así, el New York Times puede anunciar que «los trabajadores están ganando terreno a los empresarios ante nuestros ojos»26/. Se basa en datos de encuestas que tratan de medir el salario mínimo que exigen los trabajadores para aceptar un empleo. El siguiente gráfico27/ muestra la evolución de lo que los economistas llaman salario de reserva. Se puede observar que, tras una pequeña caída en marzo de 2020, la curva tiende al alza. Para los trabajadores sin título universitario, el aumento es del 19% entre noviembre de 2019 y marzo de 2021. Otra encuesta28/ también muestra que los empleadores tienen dificultades para retener a sus empleados: este es el caso en abril de 2021 para el 49% de las empresas que emplean principalmente a trabajadores de cuello blanco y azul, en comparación con el 30% antes de la pandemia.
Por supuesto, puede tratarse de desajustes transitorios que desaparecerán cuando la economía vuelva a la normalidad. Pero desde el punto de vista de los capitalistas, la medida de la normalidad es la rentabilidad de su capital. Y las cosas no pintan bien. Si observamos la evolución de la participación de los beneficios en el valor añadido (véase el gráfico siguiente), vemos que se había recuperado bastante bien después de la crisis abierta en 2008, y luego se estabilizó. Pero a partir de 2014, el descenso es notable, hasta el desplome en 2020. Los rescates y los despidos en seco provocaron el zigzag del último período. Pero está claro que cualquier revalorización de los salarios, empezando por el salario mínimo, pondría en peligro el desarrollo de la rentabilidad de las empresas.
¿Keynesianismo imperialista?
La reactivación de la actividad en Estados Unidos beneficiará al resto del mundo al abrir oportunidades. Pero al mismo tiempo, el crecimiento de las importaciones ampliará el déficit comercial de Estados Unidos. Este ya ha aumentado, como ilustra el gráfico siguiente: en el primer trimestre de 2021, la cuenta corriente registró un déficit de 844.000 millones de dólares (3,8% del PIB), mientras que la media de la década anterior a la pandemia era de unos 400.000 millones (2,2% del PIB).
Se trata de una característica típica de la economía estadounidense: el déficit comercial estructural. Este déficit se financia con la entrada de capital del resto del mundo, principalmente de la zona euro y de los países emergentes a excepción de China. Por tanto, Patrick Artus tiene razón al hablar de una «estrategia egoísta»29/ y al señalar una cuestión raramente planteada. Su esquema es el siguiente: «apoyo anticíclico y estructural a la economía estadounidense financiado por entradas de capital facilitadas por la (modesta) subida de los tipos de interés a largo plazo». Por lo tanto, es el ahorro del resto del mundo el que financiará el apoyo al crecimiento estadounidense. Y el proceso ya ha comenzado, como ilustra el gráfico siguiente, que muestra que las compras de acciones han aumentado, hasta el 4% del PIB. La advertencia de Artus es clara: «por lo tanto, es importante entender que la recuperación, a corto y largo plazo, del crecimiento de Estados Unidos se produce a expensas del crecimiento del resto del mundo”.
Se podría hablar, como hace Ashley Smith, de un «keynesianismo imperialista»30/, que incluye otro aspecto: el de las cadenas de valor mundiales. La pandemia ha puesto de manifiesto la dependencia de Estados Unidos de las fuentes de suministro externas, poniendo en peligro su seguridad definida en el sentido más amplio. El Gobierno encargó un informe sobre esta cuestión que acaba de hacerse público. Su título es en sí mismo una agenda de trabajo: «crear cadenas de suministro resistentes, revitalizar la fabricación estadounidense y fomentar un crecimiento de base amplia»31/.
Basta con mirar la hoja de ruta32/ de este informe para ver que el principal objetivo es China, que «a través de intervenciones fuera del mercado dirigidas por el Estado [y por tanto ilegítimas] ha captado grandes segmentos de las cadenas de valor de varios minerales y materiales críticos necesarios para la seguridad nacional y económica». El objetivo es, por tanto, reducir esta dependencia, por ejemplo, invirtiendo en la extracción y el procesamiento de tierras raras «fuera de China». O bien: «Estados Unidos debe trabajar con sus aliados y socios para diversificar las cadenas de suministro, alejándolas de las naciones hostiles (adversarias) y de las fuentes con normas medioambientales y laborales inaceptables». En definitiva, se trata de desarrollar o reforzar los vínculos con socios aceptables, como Corea y Japón.
El informe también propone la formación de un grupo de trabajo para «identificar sitios donde se puedan producir y procesar minerales críticos en Estados Unidos» pero, por supuesto, «con los más altos estándares ambientales, laborales y de sostenibilidad». Se colaborará con las «naciones tribales» y se consultará a las «comunidades afectadas», pero estas cláusulas tranquilizadoras no impiden estremecerse ante la perspectiva de futuros desastres ecológicos y sociales.
Espejismo y milagro
Sin duda, el examen de la lógica de los planes de Biden que acabamos de hacer es útil, pero el ejercicio es, también, engañoso. Jack Rasmus tiene razón al señalar que el dinero anunciado «no tendrá efecto en la economía hasta 2022 o más tarde, si es que lo tiene». Estas reservas en torno al plan se ven plenamente confirmadas por la reciente propuesta de Biden a los republicanos33/. Abandonaría los planes de elevar el tipo del impuesto de sociedades al 28% y, en su lugar, fijaría un tipo impositivo mínimo del 15% para garantizar que todas las empresas paguen impuestos. Es la misma tasa del 15% que Biden planteó en la cumbre del G7, una coincidencia que no ha sido suficientemente destacada. A cambio, los republicanos tendrían que aceptar destinar al menos un billón de dólares a nuevos gastos en infraestructuras, o quizás 1,7 billones, cuando, recordemos, el Plan de Empleo era de 2,3 billones.
Así que David Sirota y sus coautores tenían razón al burlarse de los ricos, que pueden estar dispuestos a aceptar dinero para los pobres, siempre que «no paguen más impuestos, no tengan que pagar salarios más justos a sus trabajadores y no se vean obligados a pagar más por las entregas en DoorDash» (una plataforma).
Así pues, la brecha entre los anuncios bomba de Biden y su aplicación ya ha empezado a ampliarse. Ahoara bie, probablemente sea demasiado pronto para concluir que todo es pura palabrería. Se ha producido una bifurcación ideológica cuya huella en el contexto social y político no se borrará de la noche a la mañana.
De este rápido examen, quizá debamos quedarnos con la idea de que el proyecto de Biden es sobre todo reafirmar la supremacía de Estados Unidos frente a China. Esto significa rearmar la industria nacional y reforzar el control sobre los proveedores, todo ello financiado por el privilegio exorbitante del dólar. Lo que equivale a que la misma política no es posible para una Unión Europea profundamente dividida. Por cierto, esto afecta a un punto ciego de la famosa teoría monetaria moderna que promulga que no hay límite para el déficit ya que basta con emitir dinero. Salvo que, también hace falta, al parecer, atraer capitales.
Por el momento, «nada ha cambiado fundamentalmente en la dinámica de poder entre trabajadores y empresarios», como señalan David Sirota y sus coautores. Desde este punto de vista, el criterio es, sin duda, el destino del Plan Familia, que podría modificar la distribución de la renta y establecer un equilibrio de poder diferente. En cualquier caso, la aplicación efectiva de la política anunciada por Biden requerirá un enfrentamiento con las clases dominantes, y es dudoso que pueda o quiera imponer compromisos que les resulten demasiado desfavorables. Pero también ha despertado aspiraciones que pueden ser más duraderas que sus promesas.
16/06/2021
http://alencontre.org/ameriques/americnord/usa/etats-unis-biden-miracle-ou-mirage.html
Traducción: viento sur
Notas
1/ Olivier Passet, «La relance keynésienne phénoménale des Etats-Unis», Xerfi, 8/02/2021.
2/ Citado por Jeff Stein, «Biden’s $1.9 trillion relief plan reflects seismic shifts in U.S. politics», The Washington Post, 7/03/2021.
3/ Steve Wamhoff, «Estimates of Cash Payment and Tax Credit Provisions in American Rescue Plan», Institute on Taxation and Economic Policy, 7/03/2021s.
4/ Joe Biden, «First Address to Congress», CNN, 28/04/2021. Véase también, «Biden’s big 3: What the president said about his American Rescue, Jobs and Families Plans», Spectrum News, 28/04/2021 .
5/ Véase: «Biden’s $4 Trillion Economic Plan», The New York Times, 25/05/2021.
6/ Casa Blanca, «The American Jobs Plan», hoja informativa, 31/03/2021.
7/ Joe Biden, «First Address to Congress», citado anteriormente.
8/ Citado en Jake Johnson, «Critics Warn Biden Infrastructure Plan ‘Falls Woefully Short’ on Climate Crisis», Common dreams, 31/03/2021.
9/ Kenny Stancil, «Ocasio-Cortez Says Biden Infrastructure Plan ‘Needs To Be Way Bigger'», Common dreams, 31/03/2021.
10/ Susan Watkins, «Paradigm shifts. Programas de recuperación de Estados Unidos y la UE», New Left Review nº 128, marzo-abril de 2021.
11/ David Sirota, Julia Rock y Andrew Pérez, «The American Rescue Plan’s Money Cannon Is Great, But Not Enough», dailyposter, 11/03/2021wq.
12/ Romaric Godin, «Que reste-t-il des ambitions économiques de Joe Biden?” Mediapart, 5/06/2021.
13/ Jennifer Epstein, «Biden dice a los donantes de la élite que no quiere ‘demonizar’ a los ricos», Bloomberg, 19/06/2019s.
14/ Modelo presupuestario de Penn Wharton, «Análisis de la plataforma de Biden», 28/10/2020.
15/ «Biden Seeks $80 Billion to Beef Up I.R.S. Audits of High-Earners», The New York Times, 27/04/2021.
16/ Oficina Presupuestaria del Congreso, «Trends in the Internal Revenue Service’s Funding and Enforcement», julio de 2020.
17/ John Guyton, Patrick Langetieg, Daniel Reck, Max Risch, Gabriel Zucman, «Tax evasion at the top of the income distribution: theory and evidence», NBER, marzo de 2021.
18/ Natasha Sarin y Lawrence H. Summers, «Shrinking the Tax Gap: Approaches and Revenue Potential», taxnotes, 18/11/2019.
19/ «Biden’s American Jobs Plan offers lots of fuel for growth», Oxford Economics, 8/06/2021.
20/ David Leonhardt, «Biden’s Modest Tax Plan», The New York Times, 4/05/2021.
21/ Adie Tomer, Joseph W. Kane, «To protect frontline workers during and after COVID-19, we must define who they are», Brookings, 10/06/2020.
22/ Molly Kinder y Laura Stateler, » Essential workers comprise about half of all workers in low-paid occupations. They deserve a $15 minimum wage», Brookings, 5/02/2021.
23/ Joseph E. Stiglitz, «The false trail of inflation», Project Syndicate, 7/06/2021.
24/ Jack Rasmus, «Inflation Myths & the US Economic Rebound 2021», 12/05/2021.
25/ «These businesses found a way around the worker shortage», Washington Post, 10/06/2021.
26/ Neil Irwin, «Workers Are Gaining Leverage Over Employers Right Before Our Eyes», The New York Times, 5/06/2021.
27/ En miles de dólares al año. Fuente: Banco de la Reserva Federal de Nueva York, Centro de Datos Microeconómicos.
28/ The Conference Board, «The Reimagined Workplace a Year Later», mayo de 2021.
29/ Patrick Artus, «A Completely Selfish U.S. Strategy», 26/05/2021.
30/ Ashley Smith, «Imperialist Keynesianism», Tempest, 18/05/2021.
31/ Casa Blanca, «Building Resilient Supply Chains, Revitalizing American Manufacturing, and Fostering Broad-Based Growth», junio de 2021.
32/ Casa Blanca, «Biden-Harris Administration Announces Supply Chain Disruptions Task Force to Address ShortTerm Supply Chain Discontinuities», 8/06/2021.
33/ Jarrett Renshaw, David Shepardson, » Biden proposes 15% corporate minimum tax to win Republican backing of infrastructure plan» Reuters, 4/06/2021.