Estados Unidos ostenta la dudosa distinción de ser el principal traficante de armas del mundo. Ha dominado historicamente el comercio mundial, y en ninguna parte ese dominio ha sido y es más completo que en el Oriente Medio devastado por guerras sin fin. Allí, lo crean o no, Estados Unidos controla casi la mitad del mercado de las armas. Desde el Yemen hasta Libia y Egipto, las ventas de nuestro país y sus aliados desempeñan un papel muy importante en la continuidad de algunos de los conflictos más devastadores del mundo. Pero a Donald Trump, incluso antes de que la covid-19 le tumbara y le enviara al Centro Médico Walter Reed, no podría haberle importado menos porque piensa que ese tráfico de herramientas de muerte y destrucción coadyuva a sus perspectivas políticas.
Consideren, por ejemplo, la reciente «normalización» de relaciones entre los Emiratos Árabes Unidos (EAU) e Israel que ha ayudado a negociar y que ha preparado el escenario para otro incremento de las exportaciones de armas estadounidenses. Si escuchamos a Trump y sus partidarios, se merece un Premio Nobel de la Paz por tal acuerdo, denominado «los Acuerdos de Abraham». De hecho, al promoverlo, estaba ansioso por tildarse a sí mismo como «Donald Trump, el pacificador» antes de las elecciones de noviembre. Esto, créanme, era absurdo a simple vista. Hasta que la pandemia arrasó con todo en la Casa Blanca, solo fue un día más en el mundo Trump y otro ejemplo de la inclinación del presidente a explotar la política exterior y militar en su propio beneficio político interno.
Si el narcisista-en-jefe hubiera sido honesto, para cambiar, habría llamado a esos Acuerdos de Abraham los «Acuerdos de la venta de armas». Los EAU fueron inducidos, en parte, a participar con la esperanza de recibir como recompensa el avión de combate F-35 de Lockheed Martin y drones armados avanzados. Por otro lado, después de algunas quejas, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, decidió superar a los EAU para conseguir un nuevo paquete de armas por valor de 8.000 millones de dólares de la administración Trump, incluido un escuadrón adicional de F-35 de Lockheed Martin (además de los que ya estaban pedidos), una flota de helicópteros de ataque Boeing y mucho más. Si ese acuerdo se aprobara, implicaría sin duda un gran aumento en el más que amplio compromiso de ayuda militar a Israel por parte de EE. UU., programado ya para que alcance un total de 38.000 millones de dólares a lo largo de la próxima década.
Trabajos, trabajos, trabajos
No era esta la primera vez que el presidente Trump intentaba capitalizar las ventas de armas a Oriente Medio para consolidar su posición política en casa y su postura como el negociador por excelencia de este país. Esos gestos comenzaron en mayo de 2017, durante su primer viaje oficial al extranjero, que tuvo a Arabia Saudí como destino. Los saudíes lo recibieron entonces con fanfarrias que inflaron su ego al colocar pancartas con su rostro a lo largo de las carreteras que conducen a su capital, Riad; al proyectar una imagen gigante de ese mismo rostro en el hotel donde se hospedaba; y al ofrecerle una medalla en una ceremonia surrealista celebrada en uno de los muchos palacios del reino. Por su parte, Trump llegó cargado de armas en forma de un supuesto paquete de armamento por valor de 110.000 millones de dólares. No importa que el tamaño del acuerdo fuera enormemente exagerado. Al presidente le permitió jactarse de que ese acuerdo de ventas a los saudíes iba a significar «trabajos, trabajos, trabajos» en EE.UU. Que tuviera que colaborar con uno de los regímenes más represivos del mundo para ofrecer esos trabajos en casa, ¿a quién le importaba? Ni a él ni ciertamente a su yerno Jared Kushner, que iba a desarrollar una relación especial con el cruel príncipe heredero saudí al trono, Mohammed bin Salman.
Trump redobló su argumento sobre tales perspectivas de empleo en una reunión celebrada con bin Salman en marzo de 2018 en la Casa Blanca. El presidente llegó armado con un elemento de apoyo para las cámaras: un mapa de EE.UU. que mostraba los estados que (juró) más iban a beneficiarse de la venta de armas a los saudíes, incluidos -no les va a sorprender saberlo- los estados decisivos para las elecciones: Pensilvania, Ohio y Wisconsin.
Tampoco les sorprenderá que las proclamas laborales de Trump sobre las ventas de armas saudíes sean casi totalmente fraudulentas. En un arrebato de fantasía, ha insistido incluso en que está creando hasta medio millón de puestos de trabajo vinculados con las exportaciones de armas para ese régimen represivo. El número real es menos de una décima parte de esa cantidad, y mucho menos de una décima parte del 1% del empleo en Estados Unidos. Pero, ¿por qué dejar que los hechos se interpongan en el camino de una buena historia?
Dominio armamentístico de EE.UU.
Donald Trump está lejos de ser el primer presidente en vender decenas de miles de millones de dólares en armas a Oriente Medio. La administración Obama, por ejemplo, batió el récord de 115.000 millones de dólares en ofertas de armas a Arabia Saudí durante sus ocho años en el cargo, incluidos aviones y helicópteros de combate, vehículos blindados, navíos militares, sistemas de defensa antimisiles, bombas, armas y municiones.
Esas ventas solidificaron la posición de Washington como principal proveedor de armas de Arabia Saudí. Dos tercios de su fuerza aérea se compone de aviones Boeing F-15, la gran mayoría de sus tanques son General Dynamics M-1 y una gran parte de sus misiles tierra-aire provienen de Raytheon y Lockheed Martin. Y fíjense, esas armas no están simplemente guardadas en almacenes o exhibidas en desfiles militares. Han sido las principales asesinas de la brutal intervención saudí en el Yemen que ha provocado la peor catástrofe humanitaria del mundo.
Un nuevo informe del Programa de Armas y Seguridad del Center of International Policy (del cual soy coautor) subraya el carácter asombroso con el que Estados Unidos domina el mercado de armas de Oriente Medio. Según la información de la base de datos sobre las transferencias de armas recopilada por el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo, en el período de 2015 a 2019, Estados Unidos contabilizó el 48% de las principales entregas de armas a Oriente Medio y África del Norte o MENA (siglas en inglés por las que a veces se designa a esa región). Esas cifras hacen morder el polvo a los principales proveedores que van a continuación. Representan casi tres veces las armas que Rusia suministró a MENA, cinco veces lo que contribuyó Francia, diez veces lo que exportó el Reino Unido y dieciséis veces la aportación de China.
En otras palabras, nos hemos topado con el principal proliferador de armas en Oriente Medio y África del Norte y resulta que somos nosotros. La influencia de las armas estadounidenses en esta región asolada por los conflictos se ilustra aún más con un hecho sorprendente: Washington es el principal proveedor de 13 de los 19 países que hay allí, incluidos Marruecos (91% de sus importaciones de armas), Israel (78%), Arabia Saudí (74%), Jordania (73%), Líbano (73%), Kuwait (70%), Emiratos Árabes Unidos (68%) y Qatar (50%). Si la administración Trump sigue adelante con su controvertido plan de vender F-35 y aviones no tripulados armados a los EAU y a los intermediarios relacionados con el acuerdo de armas por 8.000 millones de dólares con Israel, su participación en las importaciones de armas a esos dos países será aún mayor en los próximos años.
Consecuencias devastadoras
Ninguno de los actores clave en las guerras más devastadoras del momento en Oriente Medio produce su propio armamento, lo que significa que las importaciones a Estados Unidos y otros proveedores son el verdadero combustible que sustenta esos conflictos. Los defensores de las transferencias de armas a la región MENA las describen a menudo como una fuerza para la «estabilidad», una forma de cimentar alianzas, contrarrestar a Irán o, más en general, una herramienta para crear un equilibrio de poder que hace menos probable la implicación armada. En la serie de graves conflictos que ahogan la región, eso no es más que una fantasía conveniente para los proveedores de armas (y el gobierno de EE. UU.), ya que el flujo de armamento cada vez más avanzado solo ha servido para exacerbar dichos conflictos, agravar los abusos contra los derechos humanos y causar innumerables civiles muertos y heridos, al tiempo que han provocado una destrucción generalizada. Y tengan en cuenta que si bien no es el único responsable, Washington es el principal culpable cuando se trata del armamento que está alimentando varias de las guerras más violentas de la zona.
En Yemen, la intervención liderada por Arabia Saudí y los EAU iniciada en marzo de 2015 ha provocado la muerte de miles de civiles en ataques aéreos, ha puesto a millones de seres en riesgo de hambruna y ha ayudado a crear condiciones desesperadas para el peor brote de cólera que se recuerde. Esa guerra ha costado ya más de 100.000 vidas y han sido EE.UU. y el Reino Unido los principales proveedores de los aviones de combate, bombas, helicópteros de ataque, misiles y vehículos blindados allí utilizados, transferencias de armas valoradas en decenas de miles de millones de dólares.
Desde que esa guerra se inició ha habido un fuerte aumento en las entregas totales de armas a Arabia Saudí. De forma bastante ostensible, el total de armas enviadas al Reino se duplicó con creces entre el período 2010-2014 y en los años 2015 a 2019. Juntos, EE.UU. (74%) y el Reino Unido (13%) representaron el 87% de todas las entregas de armas a Arabia Saudí durante ese período de cinco años.
En Egipto, los aviones y helicópteros de combate y los tanques suministrados por Estados Unidos se han utilizado en lo que supuestamente es una operación antiterrorista en el desierto del norte del Sinaí, aunque, en realidad, se ha convertido sencillamente en una guerra dirigida en gran parte contra la población civil de la región. Entre 2015 y 2019 las ofertas de armas de Washington a Egipto totalizaron 2.300 millones de dólares, con miles de millones más en acuerdos pergeñados anteriormente pero entregados en esos años. Y, en mayo de 2020, la Agencia de Cooperación para la Seguridad de la Defensa del Pentágono anunció que estaba ofreciendo un paquete de helicópteros de ataque Apache a Egipto por valor de hasta 2.300 millones de dólares.
Según una investigación realizada por Human Rights Watch, en la región del Sinaí se ha arrestado a miles de personas durante los últimos seis años, han desaparecido por cientos y decenas de miles han sido desalojadas por la fuerza de sus hogares. Armado hasta los dientes, el ejército egipcio también ha llevado a cabo «detenciones arbitrarias sistemáticas y generalizadas -incluidos niños-, desapariciones forzadas, torturas, ejecuciones extrajudiciales, castigos colectivos y desalojos forzosos». También hay pruebas que sugieren que las fuerzas egipcias han estado implicadas en ilegales ataques aéreos y terrestres que han causado la muerte de un número considerable de civiles.
En diversos conflictos -que constituyen ejemplos de cómo esas transferencias de armas pueden tener impactos dramáticos e imprevistos-, las armas estadounidenses han terminado en manos de ambos bandos. Cuando las tropas turcas invadieron el noreste de Siria en octubre de 2019, por ejemplo, se enfrentaron a milicias sirias lideradas por los kurdos que habían recibido una parte de los 2.500 millones de dólares en armas y entrenamiento que EE.UU. había proporcionado a las fuerzas de oposición sirias durante los cinco años anteriores. Mientras tanto, todo el inventario turco de aviones de combate consiste en F-16 suministrados por EE.UU., y más de la mitad de sus vehículos blindados son de origen estadounidense.
En Iraq, cuando las fuerzas del Estado Islámico, o Dáesh, arrasaron en 2014 una parte significativa de ese país desde el norte, capturaron armas ligeras y vehículos blindados estadounidenses por valor de miles de millones de dólares de las fuerzas de seguridad iraquíes que EE.UU. había armado y entrenado. De manera similar, en años más recientes, las armas estadounidenses han pasado del ejército iraquí a las milicias respaldadas por Irán que operan junto a ellos en la lucha contra el Dáesh.
Mientras tanto, en el Yemen, aunque Estados Unidos ha armado directamente a la coalición Arabia Saudí/EAU, su armamento, de hecho, terminó siendo utilizado por todas las partes en el conflicto, incluidos sus oponentes hutíes, milicias extremistas y grupos vinculados a Al-Qaida en la Península Arábiga. Esta difusión de igualdad de oportunidades del armamento estadounidense se ha producido gracias a la transferencia de las armas suministradas por EE.UU. y por fuerzas de los EAU que han trabajado con una serie de grupos en la parte sur del país.
¿Quién se beneficia?
Solo cuatro empresas -Raytheon, Lockheed Martin, Boeing y General Dynamics- participaron en la abrumadora mayoría de los acuerdos de armas de Estados Unidos con Arabia Saudí entre 2009 y 2019. De hecho, al menos una o más de esas empresas desempeñaron papeles clave en 27 ofertas por valor de más de 125.000 millones de dólares (de un total de 51 ofertas por valor de 138.000 millones de dólares). En otras palabras, en términos financieros, al menos uno de esos cuatro principales fabricantes de armas ha estado involucrado en más del 90% de las armas estadounidenses ofrecidas a Arabia Saudí.
En su brutal campaña de bombardeos sobre el Yemen, los saudíes han asesinado a miles de civiles con el armamento suministrado por EE.UU. En los años transcurridos desde que el reino lanzó su guerra, los ataques aéreos indiscriminados de la coalición liderada por Arabia Saudí han machacado mercados, hospitales, vecindarios civiles, centros de tratamiento de agua e incluso un autobús escolar lleno de niños. En todas esas masacres se han utilizado repetidamente bombas de fabricación estadounidense, entre ellas un ataque a una boda donde 21 personas, entre ellos varios niños, murieron a causa de una bomba guiada GBU-12 Paveway II fabricada por Raytheon.
Una bomba de una tonelada de General Dynamics, con un sistema de guía Boeing JDAM, fue la utilizada en un ataque perpetrado en marzo de 2016 sobre un mercado que mató a 97 civiles, incluidos 25 niños. En un ataque de agosto de 2018 contra un autobús escolar que mató a 51 personas, incluidos 40 niños, se utilizó una bomba guiada por láser Lockheed Martin. Un informe de septiembre de 2018 del grupo yemení Mwatana for Human Rights identificó 19 ataques aéreos contra civiles en los que definitivamente se utilizaron armas suministradas por Estados Unidos, señalando que la destrucción del autobús «no fue un incidente aislado, sino el último de una serie de horribles ataques de la coalición [liderada por Arabia Saudí] con armas estadounidenses».
Cabe señalar que las ventas de este tipo de armamento no se han llevado a cabo sin que mediaran determinadas resistencias. En 2019 ambas cámaras del Congreso rechazaron una venta de bombas a Arabia Saudí debido a su agresión al Yemen, pero sus esfuerzos se vieron frustrados por el veto presidencial. En algunos casos, como corresponde al modus operandi de la administración Trump, esas ventas han involucrado cuestionables maniobras políticas. Tomemos, por ejemplo, una declaración de «emergencia» de mayo de 2019, que se utilizó para impulsar un acuerdo de 8.100 millones con los saudíes, los EAU y Jordania sobre bombas guiadas de precisión y otros equipos que pasaron totalmente de los procedimientos normales de supervisión del Congreso.
A instancias del Congreso, la Oficina del Inspector General del Departamento de Estado abrió una investigación sobre las circunstancias que rodearon esa declaración, en parte porque había sido promovida por un excabildero de Raytheon que trabajaba en la Oficina de la Asesoría Legal del Estado. Sin embargo, el inspector general a cargo de la investigación, Stephen Linick, fue pronto despedido por el secretario de Estado Mike Pompeo por temor a que su investigación descubriera las irregularidades de la administración y, después de su partida, los hallazgos finales resultaron ser en gran medida -¡oh, sorpresa!- una operación de blanqueo que exoneraba a la administración. Aún así, el informe señaló que la administración Trump había sido absolutamente negligente a la hora de evitar daños a los civiles por el armamento estadounidense suministrado a los saudíes.
Incluso algunos funcionarios de la administración Trump han presentado reparos a los acuerdos saudíes. El New York Times ha informado de que varios miembros del personal del Departamento de Estado estaban preocupados por si algún día pudieran ser considerados responsables de ayudar e incitar crímenes de guerra en el Yemen.
¿Seguirá siendo Estados Unidos el mayor traficante de armas del mundo?
Si Donald Trump resulta reelegido, no esperen que las ventas de armas estadounidenses a Oriente Medio, o sus efectos asesinos, disminuyan pronto. En honor a la verdad, Joe Biden se ha comprometido si es elegido presidente a poner fin a la venta de armas y al apoyo de EE.UU. a la guerra saudí en el Yemen. Sin embargo, para la región en su conjunto, no se sorprendan si, incluso con una presidencia de Biden, ese armamento continúa fluyendo y los grandes traficantes de armas de este país siguen despachándolas, como de costumbre, en detrimento de los pueblos de Oriente Medio. A menos que seas Raytheon o Lockheed Martin, la venta de armas es un sector en el que nadie debería querer que Estados Unidos fuera «grandioso».
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández