"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

Democracia fallida: elecciones imposibles de ganar y de perder

  1. Los atajos antidemocráticos

El propio asunto no es la derrota electoral de Trump, sino la conflictividad y la pobreza creciente en la sociedad estadounidense, dado el rumbo marcado por unas elecciones imposibles de ganar y de perder y los impactos de políticas neoliberales que después de todo unifican el partido republicano y el demócrata.

No es verdad que Trump sea la causa de la polarización, en dos mitades, de los Estados Unidos, la división que realmente cuenta es la del 10% de los ricos y el 90% de los pobres que ha sido instituida por halcones neoliberales.

Y en ese brete, las secuelas del modo Trump no son resolubles por el presidente demócrata que es un halcón.

Con la derrota electoral de Trump no se baja el telón porque el mal viene de lejos. Que el presidente ya no sea una figura absolutamente obscena que demostró como baten el poder los amos del imperio, es otra cosa.

Durante un tiempo determinado quizás la presidencia de los Estados Unidos no esté a cargo de un patán supremacista convicto y confeso y la violencia del poder de la Casa Blanca ya no se exhiba tan impúdicamente al punto de competir con la Hilary Clinton de la risita genocida y con el Biden vicepresidente que apoyó sin tapujos a Inglaterra contra Argentina y es responsable directo de la Orden Ejecutiva contra Venezuela.

Es un fake news eso de que Trump destrozó la majestad de la Casa Blanca.

La disyuntiva nunca fue si Biden ganaba y Trump perdía o al revés, sino que las elecciones de noviembre del 2020 están enmarcadas por una nación carcomida por una democracia fallida, por esa mega grieta que dinamiza la crisis del imperio como potencia hegemónica.

  1. Las secuelas del trumpismo

Se decide el desenlace real de la histeria fascista al modo de Trump, particularmente en Estados Unidos, en Latinoamérica y Venezuela. Y el asunto que debe observarse es que Trump expresa una tendencia global de movimientos populistas de derecha extrema y de corte fascista (desde la derecha cobarde española y venezolana, los gobiernos neofascistas de Europa Oriental, hasta los autonomistas que desconocen el triunfo del MAS en Bolivia, el destemplado Bolsonaro y los matarifes Uribe-Duque) que no puede ser desestimada

El proyecto de los Estados Unidos Primero al modo de Trump, enfocado en posicionar un supremacismo global absolutamente fuera de lugar, un clima de altas dosis de racismo y el negacionismo del cambio climático y del COVID, tiene el efecto de polarizar la sociedad estadounidense al extremo de dividirla en votos legales e ilegales. Después de todo Trump expresa, el agotamiento del modelo socialdemócrata. Exactamente de la democracia liberal y la alternativa de ese desastre no es competencia del liberalismo, en cualquiera de sus modalidades.

Lo verdaderamente sorprendente y preocupante es el avance electoral de Trumpadas: más de 5 millones de votos que en las elecciones de 2016. Si el modo Trump obtiene tal avance después de haber ganado con una votación global inferior a la de Hilary Clinton (46% contra 54%) es porque algo anda muy mal.

Los análisis de los resultados electorales revelan que Trump “arrasó entre la población latina y afro estadounidense” y obtiene una alta votación “ganaron mucho terreno en comparación con 2016 en aquellos territorios de mayoría latina, urbana, universitaria y negra”. Esto es, el trumpismo reduce el campo político de los demócratas capturando su base electoral tradicional.

En ese brete, el terreno conquistado por Trump es comprensible por la deriva antidemocrática de una doctrina y del sistema político estadounidense que se lleve en los cachos al Partido Demócrata: Bill Clinton y Obama instituyeron como pieza central de los demócratas un proyecto absolutamente neoliberal y corporatocrático regulado por las finanzas mundiales. La moraleja es que tal como puntualiza David Brooks:

Progresivamente las fronteras ideológicas entre los partidos republicanos y demócratas se han desvanecido, y el sesgo es que “el Partido Demócrata se parece demasiado y hasta puede ser peor que su rival”. De esta manera, él que a hierro mata, a hierro muere.

  1. ¿Dos proyectos capitalistas?

En términos geoestratégicos el problema de Biden es el mismo de Trump: la caducidad de la hegemonía del imperialismo y cómo hacerse cargo de la crisis del capitalismo.

Efectivamente, las diferencias de estilos entre el trumpismo y el establishment global (concentrado en el Foro Económico Mundial) expresa un hecho real: cómo hacerse cargo de la larga onda de recesión económica y qué hacer con la declinación imparable del imperio.

La política de los Estados Unidos Primero avanzada por Trump para recuperar la hegemonía del imperio era y es inviable. No obstante, se posiciona consistentemente en la sociedad estadounidense porque el proyecto de la elite mundial está topado con un atolladero y su indicador más evidente es la imposibilidad de instituir una gobernanza a una escala mundo que erradique la soberanía de las naciones, las políticas antineoliberales y las alternativas anticapitalistas. .

Entonces, sin Trump de por medio, adviene el segundo round: el Foro Económico Mundial está citado para enero del 2021 y tendremos que hacernos cargo del desafío que supone este nuevo ataque de la elite global.

  1. Biden: Latinoamérica y Venezuela.

Obama-Biden y Trump-Pence comparten un historial de atajos conspirativos y antidemocráticos que consolidan la huella del conflicto que viene desde el proyecto de la América Meridional de Simón Bolívar.

De lo que no se podrá desentender el modo Biden es del contratiempo real y efectivo que resulta de un bloque de fuerzas, de orden y escala diversa que imposibilita al imperio accionar a sus anchas: la efectividad de un tránsito geopolítico hacia un orden mundial sin centro hegemónico y el consistente combate de los pueblos contra el trabajo precarizado, la negación del cambio climático, la desigualdad social, el capitalismo patriarcal y el odio a la democracia, vienen cavando sin tregua los cimientos políticos-ideológicos de la hegemonía del capital.

De eso se trata: una fuerza popular y gobiernos antineoliberales que incluye el bloque histórico de Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Cuba, van volteando la correlación de fuerzas que hizo posible el cartel de Lima y la OEA de Almagro-Trump.

En sentido estricto, el asunto no es un momento político ni una coyuntura política significativa. Asistimos al tiempo de pueblos que labran concienzudamente el territorio impostergable de los bienes comunes y de la asociación de productores directos y emancipados.

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