El ataque multifactorial de la élite corporativa que controla a Estados Unidos ha conmovido a la sociedad venezolana, sobre todo en el modo de hacer política. Se puede decir que las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre se vislumbran como un punto de inflexión o quiebre en sus diversos planos.
La soberanía del país se ha visto amenazada sobre todo porque los ataques al desempeño y despliegue del Estado han trastocado las fibras sociales, culturales y económicas del país y cambiado nuestra visión de lo cotidiano y hasta del horizonte. Esto ha redefinido las prioridades nacionales al punto en que el avance estratégico ha sido producto del estilo zamorano de comandar en Santa Inés: contención y acumulación de fuerzas para una contraofensiva posterior.
El escenario ha sido muy dinámico (a veces caótico), pero la serenidad política ha sido el arma más eficiente del chavismo, aunque ello no implique garantía de éxito en cada batalla. Es en la paciencia de la población ante la agresión y provocación continua que se ha manifestado el aprendizaje colectivo ante un enemigo que está plenamente identificado.
Pueblo y gobierno han calculado cada paso y cada decisión aun con el desgaste propio de los momentos críticos, el espectro de reacciones frente a la guerra híbrida nos han hecho descubrir de qué estamos hechos, mientras aletea el fantasma de la indiferencia ante el debate político y el bienestar colectivo permanecen múltiples formas de participación social.
Entre inercias, atrincheramientos y lógicas de preservación de espacios de poder vamos derivando a una «nueva normalidad» que siempre estuvo en el horizonte pero que no tardaba en llegar entre boicots, campañas de terror y especulación: la del país bloqueado.
Contra la unidad (o equilibrio dinámico), el desgaste…
Si algo es blanco de ataque sistemático por parte del enemigo histórico es eso que hemos dado en llamar la unidad del chavismo, más que unidad se trata de un equilibrio dinámico que anula fuerzas contrapuestas y mantiene al cuerpo colectivo conectado a una manera de asumir el reto bolivariano de la independencia.
No se trata de un ente congelado y empaquetado que no metaboliza ni procesa alimento alguno, no es un zombie que no se nutre de lo provechoso ni excreta lo que le intoxica. Se trata de la principal línea de flotación que representa el factor de estabilidad en las estructuras que fortalecen la noción de país: Participación social, presencia territorial, Fuerza Armada, partidos políticos, principales empresas del Estado y actividades vinculadas.
Cada vez que se pretende desarticular al chavismo, que es tanto gobierno como poder popular, se ataca sin misericordia por estos flancos, algunas veces apelando al «así funciona el sistema». Si no se entiende que detrás de muchas «fallas de gestión» no hay solo improvisación o mediocridad de parte de algunos funcionarios, sino planes bien urdidos de infiltración, entonces el análisis es hueco.
En dichos planes el arma fundamental para la destrucción del Estado-Nación es la compra directa o delegada de uno o varios funcionarios que se niegan a responder al momento histórico como seres históricos.
Es parte del ataque enemigo, no es mala suerte o incapacidad para designar actores en determinados escenarios. Una estrategia combinada de cooptación, soborno e infiltración ha tenido como objetivo la desconfiguración de estas instancias estratégicas que definen el curso de la República, y que, en momentos de alta tensión, han movido el volante de cada conflicto a favor de los intereses nacionales.
Se suman a este intento de implosión el estado de acoso permanente, la aplicación de tácticas de enjambre que sintetizan operaciones comunicacionales, simbólicas, narrativas y de violencia armada profesional. Además vemos cómo se han normalizado conductas que priorizan la actuación rápida, el discurso intuitivo, la repetición de procedimientos narrativos y políticos que también acusan su desgaste específico.
Hacer lo mismo o decir lo mismo en medio de situaciones inéditas viraliza el cansancio. Tómese en cuenta que el saldo diario de una guerra es el desgaste, sobre todo en las formas y en los marcos de interpretación.
Oxigenación para un reacomodo de fuerzas y roles
Para desescalar la guerra y desactivar la viralización del conflicto, el chavismo se ha visto obligado a trabajar en función de la coyuntura apagando fuegos, pero a veces sin éxito para disipar el humo. Ha logrado mantener la estabilidad político-institucional y frenar la intervención en sus manifestaciones más peligrosas mediante una sólida disciplina tanto en las fuerzas de seguridad como en las bases.
La atención y el esfuerzo en esa tarea ha impedido enfocar otros frentes también estratégicos como la reconstrucción permanente del discurso, la distribución de roles políticos de alto nivel y la consolidación de cambios necesarios y urgentes en la estructura del Estado para que termine de morir lo que tiene que morir y nazca lo que tiene que nacer.
Lo que sí parece urgente es la tarea de cerrar el ciclo político iniciado con la primera presidencia de Nicolás Maduro, esto permitiría alcanzar un cuadro de «oxigenación» prolongada que permita reformatear el discurso tras una lectura diáfana de los tiempos, involucrar nuevos actores de base a la tarea histórica de gobernar obedeciendo, fortalecer los mecanismos de la democracia participativa y reordenar una economía caotizada y desarticulada por años de bloqueo y «sanciones».
De la configuración pensada y evaluada de este clima de diálogo y debate depende la renovación de los cuadros de Estado y gobierno, la revitalización de los partidos y movimientos sociales como herramientas para la transformación social y política, la construcción de canales eficientes de construcción programática con las bases del chavismo y el reforzamiento del esquema de la democracia participativa y protagónica.
Esas tareas han perdido protagonismo en los últimos años a causa de los pulsos, mareas y embates impuestos por la guerra híbrida estadounidense. Todo lo antes mencionado forma parte de los objetivos estratégicos de la nueva Asamblea Nacional.
De cara al nuevo ciclo político
Las elecciones parlamentarias inaugurarán un nuevo ciclo político de oxigenación que debe ser aprovechado por el chavismo para atender tareas pendientes como revertir la indolencia y burocratización del Estado venezolano, en sintonía con lo expresado en distintas oportunidades por el presidente Nicolás Maduro.
Una nueva Asamblea Nacional abre un camino para reforzar la democracia participativa y protagónica, estableciendo renovados canales de interacción y construcción programática con las bases del proceso a través de los diputados electos. Sería un espacio de construcción política y de apertura a las nuevas demandas y necesidades políticas planteadas por el pueblo que procesaría los reclamos y angustias de manera eficiente.
Recuperar el necesario foro de debate político implica, de facto, una renovación de figuras y cuadros políticos, proceso que debe estar acompañado por una renovación discursiva que sintonice la retórica política con prácticas más eficientes y democráticas de conducción de los espacios de poder desde el hacer y el conocer.
En vez de una militancia refugiada en gremios y agendas pequeñas o particulares lo más útil es enfocar energías en la construcción de una nueva normatividad que articule el trabajo como valor a la producción de conocimiento y la mayor soberanía tecnológica posible, en articulación con las alianzas geopolíticas que procuran la multipolaridad.
La construcción de una nueva cultura parlamentaria desde los distintos afluentes de la política chavista pasa por priorizar nuevos enfoques de participación directa del pueblo en las decisiones estratégicas conducentes a leyes y proyectos legislativos. Diseñar un país tomando en cuenta sus heridas al mismo tiempo que sus oportunidades y aprendizajes es una tarea digna, no un muro de lamentos, sobran ejemplos en las expresiones múltiples y diversas de poder popular.
Elegir la dignidad en lugar de la guerra
Se hace necesaria la reflexión-acción respecto a la cultura rentista, esta dejó expuestas las fragilidades de un país en continua amenaza por parte de la élite corporativa del norte global, sus vicios ayudan a que algunas de las consecuencias del asedio sean tortuosas, mucho más con la colaboración que ha prestado buena parte de nuestra burguesía sin patria.
Para ello es necesario el dibujo conversaíto de una «nueva normalidad» en confrontación con un enemigo grande y despiadado, en dicho ejercicio debe prevalecer la dignidad más que la victimización. Elegir la sumisión sería también elegir la guerra, a cada país de la región que ha elegido autoridades sumisas le ha tocado sacarlos por el voto o la presión popular cuando decretan medidas económicas genocidas.
Cuando se dice «nueva normalidad» se habla de una realidad que pone en juego cada paso que ha avanzado la Revolución Bolivariana. Además de cobrar la afrenta a quienes han pedido a sus amos que nos pongan de rodillas, es vital pensar el socialismo desde la óptica venezolana actual, la producción con menos petrodólares, la economía sin explotación, procurar la salud más que el medicamento…
Urgen nuevas lógicas de producción sin saqueo del cuerpo ni la naturaleza, emprendimientos sin depredación voraz del salario, producir alimentos que nutran y no solo sean forraje para sobrevivir y que nuestra cultura minera abra paso a la del cuidado.
Es fundamental que, en el dibujo de ese nuevo aliento, la guerra impuesta por los dueños del mundo deje de ser una excusa para convertirse en el criterio de alerta ante las decisiones grandes y pequeñas, que desde un semáforo hasta una sala de cuidados intensivos sean pensados dentro de una realidad en la que el bloqueo establece límites, pero también oportunidades creativas.
Así llegará el día en que todos hablaremos de cómo sorteamos la guerra y no de cómo nos jodió la vida.