Cuba, tierra de altísimos valores, de sangre noble, no por casta, sino por humanismo, de sincero desprendimiento y orgullo del que sabe a patriotismo y desecha vanidades.
Qué inmensa es la alegría de saberte viva y de respirar contigo el oxígeno que traen la libertad y la soberanía. Henchida palpita el alma, porque, abrazados en tu seno, hemos enfrentado las más duras tempestades, y nada, ni nadie, nos ha podido apagar el sol.
Patria, está tan arraigada en nuestra piel la convicción de protegerte, de mantener en pie contigo nuestra honra y dignidad, que seguimos siendo enigma para quienes nos detractan. No dudo que se rasquen sus pútridas cabezas preguntándose cuál es la fuente inagotable de energía que mueve a este, tu pueblo, que les impide quebrantarnos la voluntad.
No ha sido fácil. Nadie tendría la ingenuidad de hacer parecer sencillo el reto enorme de permanecer erguidos. Sin embargo, tenemos el mérito de haber apartado la derrota y disipado los pésimos augurios del enfermizo perseguidor que nos dio la geografía por vecino, por si fuera poco, plantamos cara con nuestros recursos humanos, materiales y morales, a un virus que prometió robarle al mundo la sonrisa.
Hicimos todo eso, por nosotros, por los nuestros, pero lo hicimos también por la humanidad, porque esta Revolución, con todos y para el bien de todos, incluye en dicho principio a esos pobres de la tierra con los que sin temor alguno echamos nuestra suerte.
Este pueblo sabe de sacrificios y por eso no les teme. El duro bregar del día a día nos ha dotado de la capacidad y de la experiencia para pensar con cuidado cada sueño en bien de la nación, para enriquecerlo con la inteligencia colectiva, y para convertir corazón y brazos en las más poderosas herramientas para hacerlo realidad.
El 2020 mostró el más oscuro de los rostros. Pandémicos horrores, economías deprimidas y, cuando parecía que nada peor podía suceder, se sumaron las más cruentas arremetidas enemigas, dispuestas a escribir en ese calendario la fecha de caducidad del socialismo cubano, pero la estrategia maestra que aprendimos de Fidel: la unidad, es lapidaria para sus empeños.
Literalmente nos reinventamos y, de justa manera, seguimos avanzando en cada frente, sin descanso, sin renuncia, sin enfermarnos del pesimismo que precede a la rendición.
Aunque a quienes no nos conozcan pueda parecerles extraño, no renunciamos a la alegría, a la creatividad, a decirnos y a escucharnos, porque así somos, e imprimirle esas peculiaridades a lo que hacemos, también nos ayuda a que cada obra sea en todo aspecto superior.
Nosotros, por propia voluntad, no por imposición, elegimos los momentos de aligerar la marcha, porque las prisas son sinónimo de errores, pero detenernos no es la opción de los que comprendemos que hacen falta pequeños motores para echar a andar las más grandes maquinarias.
La paciencia, la elección del justo momento, son virtudes de un revolucionario, pero jamás las hemos confundido con el inmovilismo y la conformidad, porque una obra como esta se alimenta con el tesón del hacer sistemático, de reconocer dónde está lo perfectible y hacerlo mejor.
Con tales argumentos, con la prueba tangible de que nos hayan tirado a matar y estemos vivos, de que nuestra estrategia económica inicie ahora un salto sin precedentes en su historia, basta para que se expanda alrededor del mundo la seguridad de que no hay, ni habrá jamás, estrategia imperialista capaz de doblarnos la rodilla.
Esta Revolución, orgullosamente sexagenaria, está hecha con amor y de él se nutre, con la misma entrega que después ha revertido para el bien de sus hijos, con la savia de una herencia independentista que se multiplica con el paso de los años y rejuvenece, porque nuestro concepto de continuidad la hace renacer en cada nueva generación.
Presidente Díaz-Canel, le asiste a usted toda la razón, «es el destino de este pueblo crecerse con los desafíos, está en los genes de los cubanos». Esta sangre caliente que nos corre por las venas nos impide renunciar al protagonismo de nuestro propio destino.
Despedimos 12 meses a los que el término «complejos» les queda chico. Pero ha sido tanto lo aprendido, y tanta la reafirmación de la fuerza que nos asiste cuando avanzamos en una misma dirección, con metas claras, que solo los desagradecidos y moralmente ambivalentes alimentan dudas de la certeza de nuestros pasos.
Bienvenido entonces 2021, porque nos sobran la esperanza, la voluntad y, sobre todo, las ganas de recibir un nuevo año, en el cual cada amanecer, por duro y retador que sea, de manera irreversible nos pertenecerá.