Durante la campaña electoral de 2020, el equipo de Biden no insistió demasiado en la forma en que conduciría la política exterior de los Estados Unidos. Pero ahora que la administración Biden está en el poder, es importante evaluar cuál será su política para fortalecer el imperio estadounidense.Esto es esencial por varias razones. En primer lugar, a pesar de la llegada inesperada de Biden al poder con mayoría demócrata en el Congreso (Senado y Cámara de Representantes), esa mayoría es muy exigua; algo que limitará los márgenes de lo que la administración Biden puede lograr en materia de legislación orientada a la política interna. Por el contrario, la libertad de acción del poder ejecutivo está mucho menos limitada -y es más probable que consiga lo que quiere- en el ámbito de las relaciones exteriores. En segundo lugar, Joe Biden -que fue en dos ocasiones presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado y reconocido (aunque en forma errónea) por la élite de la política exterior como un «experto»- buscará dejar su impronta en la política estadounidense. Tercero, los socialistas debemos prepararnos, tenemos que saber qué proyecta hacer Biden para saber a qué tendremos que enfrentarnos durante su mandato.
El balance de Biden no es muy prometedor. Ha sido una de las figuras clave, en la última generación a nivel de la construcción del orden neoliberal, tanto a nivel nacional como internacional. En el Congreso, fue un firme defensor y facilitador de la intervención de los Estados Unidos en los Balcanes en la década de 1990, la invasión de Afganistán en 2001, la invasión de Irak en 2003 y la división de Irak en tres estados etnorreligiosos separados. Desde hace mucho tiempo, es partidario del Estado de Israel, en general sin crítica alguna. Como vicepresidente de Barack Obama, apoyó el aumento de la presencia militar en Afganistán, un golpe de Estado en Honduras [en 2009] y la intervención en Siria y Libia.
En otras palabras, el balance belicista de Biden -a menudo cubierto por una retórica «multilateral» o «internacionalista liberal»- es más o menos el mismo que el de un demócrata de la corriente principal de las últimas décadas. Para entender lo que eso puede significar en una administración Biden, podemos empezar con la revista Foreign Affairs, en la que casi todos los principales candidatos presidenciales se dirigen a la élite imperial para exponer su visión en cada año electoral. Las plumas que presentaron a Biden fueron claras y pusieron énfasis en «Por qué América debe ser nuevamente líder». Salvar la política exterior de los Estados Unidos después de Trump» (marzo/abril de 2020).
En ese artículo Biden promete: «Tomaré medidas inmediatas para renovar la democracia y las alianzas americanas, proteger nuestro futuro económico y asegurar que los Estados Unidos sean nuevamente líderes mundiales».
Su primera idea consiste en «renovar la democracia estadounidense», con el fin de restaurar «la fuerza de nuestro ejemplo» (llamado generalmente “soft power», «poder blando» estadounidense) en el mundo. En ese marco, promete una serie de reformas contra la corrupción, el blanqueo de dinero a nivel mundial y los ataques de Trump a las normas democráticas. Se compromete a organizar una cumbre de la democracia para contrarrestar la tendencia al «autoritarismo» de los gobiernos a escala mundial.
Luego, propone una «política exterior para la clase media», en la que algunos de sus programas internos, como un salario mínimo de 15 dólares por hora o una inversión multimillonaria en infraestructuras, son presentados como cuestiones de «seguridad nacional». También en este tema, hace hincapié en el «comercio justo» y, en particular, en una guerra comercial más focalizada contra China. Llama a una alianza comercial mundial (que él llama un «frente único») contra China.
Ambas etapas lo llevan a la tercera y más importante parte de su programa, que se titula «Volver a ocupar el primer lugar». Se trata del objetivo de «liderazgo» estadounidense para evitar que otras potencias le arrebaten a los Estados Unidos la dominación mundial o que el orden mundial se convierta en un «caos». Para ocupar esa posición, Estados Unidos «terminará para siempre las guerras» (como las de Afganistán), pero seguirá realizando intervenciones militares con fuerzas especiales y drones, explica Joe Biden. El país volverá a adherir a tratados como el Acuerdo de París sobre el clima y a organizaciones internacionales como la Organización Mundial de la Salud, de las que Trump había retirado a los Estados Unidos [dos decretos presidenciales del 20 de enero lo confirman], seguirá aportando un «apoyo indefectible» a Israel y renovará el compromiso de EE.UU. con la OTAN.
Por otra parte, en una reorientación de la retórica liberal con fines geopolíticos, Biden critica la inversión extranjera de China en infraestructuras, es decir, el «Belt and Road Initiative» («Cinturón y Carretera» o nueva ruta de la seda), calificándola de «destructora del clima». Si bien es cierto que esta inversión de un billón de dólares en cemento y acero va contra el medio ambiente, Biden y la clase dirigente de los EE.UU. están mucho más preocupados por la posibilidad de que «Cinturón y Carretera» sustituya a los EE.UU. como fuente de «ayuda extranjera» que por la degradación del clima.
Como quiera que sea, el intento de Biden de revivir la política del «pivote asiático» [“Pivot” to Asia] de su antiguo jefe Obama, que consiste en rodear a China, transluce claramente en sus promesas de reforzar las relaciones con las subpotencias asiáticas como Japón, Australia e India, y de reactivar el acuerdo de Viena sobre el programa nuclear de Irán [JCPoA], que Trump se encargó de demoler.
Un gabinete de expertos
En resumen, se trata más bien de una hoja de ruta para restablecer el statu quo de Obama Biden, anterior a Trump, un giro en el ámbito de la política exterior que un sociólogo de la Universidad de Berkeley, Dylan Riley, llama «neoliberalismo multicultural». El resultado es el nombramiento de un grupo homogéneo de asesores y administradores en relaciones exteriores, la mayoría de los cuales trabajan desde hace tiempo en las oficinas de política exterior del Partido demócrata. Muchos de ellos eran exponentes de alto rango en la administración Obama y asesores de alto nivel durante la fallida campaña presidencial de Hillary Clinton en 2016. Ahora vuelven a ser promovidos bajo la dirección de Biden.
Son, en su mayoría, poco destacados y como la mayoría de los miembros del gabinete de Biden, presentados ante los liberales por su diversidad racial, étnica y de género, con la finalidad de camuflar el eje central de su política, que es la de que «el barco no zozobre». Como secretario del Departamento de Seguridad Nacional, Biden convocó a Alejandro Mayorkas, un inmigrante cubano-americano y abogado de empresas que contribuyó a implementar el programa de acción diferida para la acogida de niños (DACA, por su sigla en inglés) en 2012 bajo la administración de Obama.[1] Para el Ministerio de Defensa, Biden nombró a Lloyd Austin, un ex general afroamericano que deberá contar con una dispensa especial del Congreso para ocupar un puesto civil inmediatamente después de haberse retirado del ejército. Para representar a Estados Unidos en las Naciones Unidas, Biden eligió a Linda Thomas-Greenfield, una afroamericana [una diplomática que se desempeñó como secretaria adjunta de los Asuntos Africanos de 2013 a 2017].
Muchos de ellos, en particular el Secretario de Estado designado Antony Blinken [que ya fuera secretario de Estado adjunto de 2015 a 2017], apoyan la «intervención humanitaria», el uso de la fuerza militar para derrocar a los gobiernos que los Estados Unidos designan como violadores de los derechos humanos -un castigo nunca contemplado contra los aliados de los Estados Unidos como, por ejemplo, Arabia Saudita o Israel. Avril Haines, su representante en el puesto de directora de Inteligencia nacional, defiende oficialmente a los agentes de la CIA contra las acusaciones de torturas a sospechosos durante la represión posterior al 11 de septiembre. Haines, ex propietaria de una librería independiente muy a la moda en Baltimore, se encargó de elaborar la justificación legal de los asesinatos con drones cometidos por la administración Obama [en 2013, Barack Obama la nombró subdirectora de la Agencia Central de Inteligencia: la CIA, entre 2015 y 2017, fue asesora adjunta de seguridad nacional; Avril Haines apoyó el nombramiento por parte de Trump de Gina Haspel, la que se negó a condenar el uso de la tortura, la existencia de prisiones secretas, además de su actividad relacionada con las operaciones clandestinas de la CIA].
Estos son sólo algunos ejemplos de un equipo Biden que puede ser diverso [hombres, mujeres, afroamericanos, etc.] pero que, políticamente, se inscribe en la corriente dominante. Todos ellos son iniciados que forman parte del establishment de Washington desde hace décadas. Es probable que los senadores republicanos logren bloquear a alguno de ellos durante las audiencias de confirmación, pero la mayoría podrá ocupar tranquilamente los puestos para los que fueron designados.
Los liberales pueden adjudicarse el mérito de haber convencido a Joe Biden de que no nombrara a Michèle Angélique Flournoy como jefa del Departamento de Defensa, debido a la estafa que ésta perpetró con una empresa de lobbying de «puertas giratorias» [revolvingdoor], WestExec, en la que varios funcionarios de Obama utilizaron sus puestos al servicio de fabricantes de armamentos [como Avril Haines]. Pero aunque Flournoy haya sido dejada de lado, muchos de sus asociados y otros de la misma estirpe podrán encontrar su lugar en la administración Biden. Como lo señaló John Feffer, del Instituto de Estudios Políticos en Foreign Policy in Focus el 2 de diciembre de 2020:
«Esta no es la versión de Trump de una vieja red de amigos, que se caracterizaba por la corrupción, el amiguismo y el nepotismo. Biden prefiere volver al juego más familiar del tráfico de influencias, que es técnicamente legal pero moralmente sospechoso. WestExec forma parte, definitivamente, de ese mundo. Entonces, ¿qué esperaban ustedes?, ¿que Biden nombrara a personas que han pasado los últimos cuatro años como voluntarios de Hábitat para la Humanidad [una ONG que se dedica al problema de la vivienda] en lugar de aprovechar sus relaciones con la élite? Washington no funciona así».
Biden y la realidad del mundo
Las primeras semanas de la administración Biden van a estar dedicadas a las batallas de investidura [audiencias del Senado] y a las decisiones sobre el medio ambiente: Biden volverá al Acuerdo de París sobre el clima y a la OMS, lo que significa un cambio con respecto de la retórica de Trump hacia los principales aliados de los Estados Unidos. Incluso, es probable que exprese su apoyo a la cooperación internacional para hacer frente a la pandemia de Covid-19. Pero, como siempre, lo que haga será más importante que lo que diga o la manera en que lo diga. Por ejemplo, la primera promesa concreta que hace en el artículo publicado en Foreign Affairs es «revertir inmediatamente» la política de separación familiar de la administración Trump en la frontera estadounidense. Pero los anuncios hechos durante la «transición Biden» parecen indicar que esta acción podría ser postergada por varios meses. Si alguien espera que la administración Biden adopte medidas audaces y poco convencionales a favor de los asalariados, tendrá que esperar mucho tiempo.
La pregunta es qué esperar de la propia «visión» de Biden. Y sobre esto, podemos decir que tiene tanto que ver con la realidad como con su creencia de que los republicanos entrarán en razones y lo van a ayudar a gobernar según las normas bipartidistas.
En primer lugar, la suposición de que el mundo está simplemente esperando que los Estados Unidos asuman nuevamente el liderazgo es un ejemplo del típico orgullo estadounidense, que no encaja con el mundo actual. Está claro que los desastres de las guerras de Afganistán e Irak no son una prueba de la clarividencia del liderazgo estadounidense. Esos ejemplos de «liderazgo estadounidense» han matado a cientos de miles de personas, han dejado a su paso Estados en declive y una crisis mundial de refugiados, y han contribuido también al ascenso del Estado Islámico (ISIS) en el Oriente Medio. Así que no es difícil imaginar que muchos países digan «no gracias» a las garantías de Biden de que los Estados Unidos «están de vuelta» y «dispuesto al liderazgo».
En segundo lugar, la «visión» de Biden malinterpreta la distribución del poder mundial hoy en día. El «momento unipolar» que permitió que los Estados Unidos se convirtieran en la potencia indiscutible del mundo tras el fin de la Guerra Fría con la URSS duró sólo unos veinte años. Desde entonces, los desastres en el Medio Oriente, la Gran Recesión de 2008-09, el ascenso de China hasta convertirse en la segunda economía más grande del mundo, y ahora el catastrófico fracaso de los Estados Unidos ante la pandemia de Covid-19 han hecho arcaica (por no decir risible) la caracterización de los Estados Unidos por la ex Secretaria de Estado Madeleine Albright [enero de 1997-enero de 2001 bajo Bill Clinton] como el «país indispensable» del mundo. Como declaró recientemente Olivier Zajec en Le Monde Diplomatique (edición en inglés, diciembre de 2020): «China es ahora lo suficientemente fuerte como para ofrecer a sus socios -que deseen «subirse al tren expreso del desarrollo [de China]», en palabras de Xi Jinping, tan calurosamente aplaudido en el Foro económico mundial de Davos en 2017- un marco alternativo de socialización geopolítica y geoeconómica al propuesto por los Estados Unidos».
Cuatro años de Trump llevaron a los aliados de EE.UU. a buscar sus propios acuerdos con China, Rusia y otras potencias porque no confían en los EE.UU. No es seguro que se echen atrás completamente ahora porque Joe Biden está en la Casa Blanca. «Esa pretendida excepcionalidad de cara al exterior no logra comprender la creciente brecha entre el papel que los Estados Unidos reclaman para sí mismos y el alcance real de su poder», escribe Olivier Zajec. «Ya casi nadie los escucha.»
Por último, la capacidad para lograr todo esto depende de un nivel de consenso interno que no existe. Las consecuencias del asalto de la extrema derecha al Capitolio el 6 de enero lo confirman. Se plantea también la cuestión de la descomposición de la sociedad estadounidense -expuesta a la pandemia- que hace inviable cualquier proyecto importante, ya sea en el extranjero o a nivel nacional. La élite de los EE.UU., alineada en torno a Biden, parece querer borrar esos problemas. Pero éstos provienen en última instancia del realineamiento del poder económico y político mundial que ha remodelado las relaciones entre las principales potencias capitalistas.
Biden, Trump y el futuro
Joe Biden pretende marcar un fuerte contraste con Trump, pero sus políticas exteriores comparten hipótesis similares, en particular la de que China será el principal competidor de los Estados Unidos en el futuro, tanto en el plano económico como en el militar. Trump trató de presionar a China con sus estúpidas políticas arancelarias, esas mismas que Biden dijo que mantendría. Biden vuelve a presentar la posición agresiva de Trump contra China con una retórica sobre el multilateralismo (por ejemplo, el «frente único» con la UE) y la política industrial («Build Back Better»). Como cada presidente de EE.UU. que se compromete a darle al ejército «todo el apoyo que necesite», Biden ya insinuó que estaría dispuesto a aumentar el presupuesto del Pentágono con respecto a los ya obscenos niveles de Trump.
Desde el punto de vista del «soft power» estadounidense, ¿cuál es la diferencia entre el «America First» de Trump y el «América debe liderar el mundo» de Biden? ¿Entre «Make America great again» y «América está de vuelta»?
Trump entendió que la preocupación de la élite neoliberal no es el nivel de vida de la gente común ni abstracciones tales como el «libre comercio» o la «gobernanza mundial». Las políticas de los trumpistas empeoraron la situación de los trabajadores, pero identificaron un problema que la élite neoliberal ignoró durante demasiado tiempo.
Si tenemos en cuenta que muchos miembros de la administración Biden son halcones liberales que tratan de hacer retroceder a China y Rusia, es posible que la administración Biden llegue a dar un paso en falso que desemboque en una guerra. Además, como ya lo indicó el periodista anticapitalista uruguayo Raúl Zibechi [Véase https://correspondenciadeprensa.com/?p=16167], la administración Biden podría mostrarse también más dispuesta que Trump a impulsar «revoluciones de color» para asegurarse la existencia de gobiernos pro-estadounidenses en América Latina.
La posición de Biden ante los aliados de Estados Unidos va a ser seguramente menos antagónica. Y la administración hablará probablemente con más franqueza sobre temas mundiales como la pandemia y el cambio climático. Pero cabe preguntarse si esta administración será capaz de hacer cambios sustanciales en esas áreas, incluso si sus enfoques neoliberales funcionaran. Las políticas que requieren un apoyo masivo del Congreso pueden no llevar a ninguna parte. A Joe Biden le resultará difícil restablecer el acuerdo nuclear con Irán, sobre todo porque Israel y Arabia Saudita, los principales aliados de Estados Unidos en la región, van a sabotear cualquier esfuerzo. Del mismo modo, dada la forma en que los demócratas perdieron las elecciones en el sur de Florida [donde viven casi 1,5 millones de exiliados cubanos] en noviembre, Biden buscará evitar probablemente cualquier acercamiento con Cuba.
El caótico fin de reino de Trump no modifica el hecho de que muchas de las fuentes de «inestabilidad» mundial bajo el mandato de Trump seguirán presentes durante la administración Biden. La pandemia seguirá causando estragos en todo el mundo. La crisis mundial de refugiados no se detendrá. Y aunque la economía mundial se recupere, como parece ser el caso, no volverá a los niveles que alcanzó en 2019 o 2020 antes de que la pandemia golpeara con toda su fuerza. Con todos esos problemas y conflictos internacionales potenciales, los «internacionalistas» liberales de la administración Biden pueden caer en la tentación de intervenir de una manera como no lo habría hecho la administración Trump.
Las tareas de los antiimperialistas no cambian con el cambio de administración. Reconocemos que la administración Biden presenta una forma diferente de dirigir el imperio norteamericano con respecto a la de Trump. Pero difiere más en el estilo que en el fondo. Seguiremos apoyando a los que luchan contra las políticas imperiales de EE.UU., desde Palestina hasta América Central, y seguiremos resistiendo contra cualquier intento de provocar una «guerra fría» contra China, en particular en el seno del movimiento de los trabajadores.
Nota:
[1] Los inmigrantes menores de edad que entraron ilegalmente en el territorio antes de cumplir los 16 años y que tenían menos de 31 años el 15 de junio de 2012 benefician de una moratoria de dos años antes de la deportación y tienen derecho a un permiso de trabajo. Deben haber residido en los Estados Unidos desde 2007, según la decisión de 2012.(Redacción A l´encontre)