Los regímenes neoliberales de Chile y Colombia sufren sendas derrotas electorales: el pinochetismo es severamente sancionado en la elección por la Asamblea Constituyente con el ascenso de los ‘independentistas’ y los izquierdistas, mientras que el uribismo es obligado a desechar en el Congreso la privatización del sistema de salud.
La relevancia de la elección en Chile los pasados 15 y 16 de mayo por una Asamblea Constituyente radica en redactar una nueva Constitución, ahora con una fuerte impronta de «justicia social», que sustituye la promulgada —que no votada— en 1980 por la dictadura del general Augusto Pinochet Ugarte con el golpe de Estado el 11 de septiembre de 1973 —¡al ‘deep state’ de EEUU le encanta la fecha fatídica del 11 de septiembre!— que derrocó al presidente legalmente electo Salvador Allende.
Ni el regreso a la pseudodemocracia en Chile en 1990 17 años después del golpe de Estado pudo —pese a sus maquilladas reformas en medio del contexto neoliberal— responder a los anhelos de la mayoría de la sociedad chilena que ostenta uno de los peores índices Gini —que mide la disparidad entre pudientes y desposeídos— del mundo.
Tuvieron que pasar 41 años de ‘pinochetismo’ neoliberal para que una nueva generación, con un promedio de edad de 36,5 años cambiase la tiranía de su golpista Constitución globalista. Su mayoría hoy son ‘centennials’ y ‘millennials’: el 20% tiene hasta 14 años; el 14%, entre 15 y 24 años y, el 42,5%, entre 25 y 54 años.
El golpe militar de Pinochet, con bendición de Kissinger y la CIA, sirvió de laboratorio de experimentación al monetarismo de Milton Friedman, con sus Chicago Boys, y a la imposición del neoliberalismo avalado por el decálogo del Consenso de Washington para la propagación de su propaganda negra en Latinoamérica. A grado tal que la revista neoliberal Letras Libre —que jefatura el muy controvertido Enrique Krauze Kleinbort y que es propiedad de la cadena Televisa en México— haya expuesto en su indeleble portada de hace 14 años que Chile era el «modelo a seguir» para Latinoamérica y el mundo.
Cabe señalar que Enrique Krauze Kleinbort ha sido expuesto como miembro del grupo estadounidense Committee on the Present Danger, también de la siniestra Comisión Trilateral y como uno de los propagandistas más notorios en Latinoamérica del megaespeculador George Soros y su pernicioso globalismo financierista. A propósito, Krauze Kleinbort fue desnudado por su flagrante corrupción por el presidente nacionalista mexicano López Obrador.
El resultado en Chile constituye un verdadero terremoto ideológico y político en la Asamblea Constituyente de 155 miembros, donde los partidos tradicionales fueron drásticamente vapuleados cuando los candidatos independientes obtuvieron 48 escaños frente a 37 del Gobierno pinochetista neoliberal de Sebastián Piñera.
Existe el temor de una dispersión de los votos independentistas. Un dato que no puede ser soslayado es el récord del abstencionismo cuando solamente participó 43% del padrón electoral.
Como si lo anterior fuera poco, en las simultáneas elecciones municipales y provinciales se dio el campanazo de que el Partido Comunista, liquidado por el pinochetismo, haya descolgado la alcaldía de Santiago de Chile.
No se puede soslayar que los resultados electorales en Chile habían sido anunciados por las revueltas de hace 2 años, en similitud a la revuelta millennial en prácticamente toda Latinoamérica.
Si no se dispersan los votos de los independentistas y de la izquierda tradicional, la derrota del pinochetismo neoliberal de Sebastián Piñera rebasa lo imaginable al no poder contar con la tercera parte de los asambleístas que le hubieran otorgado una capacidad de bloqueo minoritario.
El aplastado Sebastián Piñera declaró que «los ciudadanos enviaron una clara y fuerte señal al Gobierno y a todas las formaciones políticas tradicionales». «No estamos sintonizando con las demandas de la ciudadanía y estamos siendo interpelados por nuevos liderazgos», reconoció.
Sea lo que fuere, quedó sepultado en Chile el neoliberalismo pinochetista, camino que será más difícil de recorrer en Colombia con su neoliberalismo uribista debido al singular posicionamiento militar de EEUU con sus nueve bases y cuasibases en el único país bioceánico de Sudamérica.
En Colombia, el presidente nominal Iván Duque, un vulgar títere de Álvaro Uribe Vélez, sufrió una severa derrota en el Congreso cuando su proyecto de reforma del sistema de salud fue rechazado por la revuelta de los millennials con las voces de los sindicatos condensados en el Paro Nacional 19M de fondo.
El proyecto fue rotundamente desechado en las respectivas Comisiones de Salud del Congreso. La proyectada privatización neoliberal de la salud fue edulcorada con palabras estéticas que no engañaron a los votantes en el Congreso y mucho menos a los sindicatos que fustigaron su obscena mercantilización en detrimento de los empleados y en beneficio de las vilipendiadas Entidades Promotoras de Salud (EPS) que iban a ser consideradas «aseguradoras de salud» que tenían como objetivo la facilitación del ingreso de las depredadoras trasnacionales privatizadoras.
El neoliberalismo uribista sale muy debilitado ahora con su derrota salubre, después del retiro obligado de su esquizofrénica elevación de impuestos en medio de la pandemia.
Colombia, no muy distante de la demografía chilena, es un país centennial y millennial, con un promedio de edad de 31,2 años: el 23,27% tiene hasta 14 años; el 16,38%, entre 15 y 24 años; y el 42,04%, entre 25 y 54.
El colapso del neoliberalismo pinochetista en Chile es más simbólico que estratégico cuando se compara con su simbiótico narconeoliberalismo uribista de Colombia, hoy tambaleante, que es mucho más estratégico para EEUU porque constituye su ‘soft belly’ —bajo vientre— en ‘el gran mar Caribe’.
Más allá de las coincidencias geoeconómicas de sus insípidos modelos neoliberales, desde el punto de vista geopolítico, Chile cometió el grave error, a ojos de EEUU, de haberse asociado con China, a quien le procura el cobre —su principal exportación— y a quien está o estaba a punto de librar su litio. Motivo por el cual Washington, en la etapa de Trump, propinó su golpe de Estado en Bolivia.
Sin duda, los 6.435 km de costa de Chile, la más extensa zona costera del Pacifico de toda Sudamérica —no se diga su conectividad catastral con la Antártica— son sumamente relevantes. Pero EEUU ha apostado sus cartas geoestratégicas en el país bioceánico de Colombia, donde ha colocado sus nueve bases y cuasibases militares, fundamentales para la seguridad militar de Washington.
La bioceanidad de Colombia es clave. Su costa en el mar Caribe es de 1.760 km, mientras que en el oceáno Pacifico Norte es de 1.448 km.
Quizá debido a la presencia militar de EEUU y a su singular relevancia geoestratégica bioceánica en Sudamérica, Colombia ha superado a Chile en el ‘ranking’ militar global y ocupa el primer lugar de Latinoamérica entre el sitial 14 y 24, dependiendo de quien realice la medición interesada.
Colombia es ya la segunda entidad más poblada de Sudamérica, detrás de Brasil y antes de Argentina: ¡2,7 veces más poblado que Chile! También ostenta un PIB (323.251 millones de dólares) superior a Chile (283.000 millones), y gasta en el ámbito militar un 3,3% de su PIB, frente al 1,8% de Chile.
Mientras Colombia se hipermilitariza por voluntad de EEUU, Chile es obligada a desmilitarizarse por exigencia de su sociedad civil.
En Chile ya cayó el neoliberalismo pinochetista; en Colombia, el neoliberalismo uribista todavía tiene mucho poder gracias al irrestricto apoyo militar de EEUU.
¿Tendrá repercusiones electorales en las próximas elecciones de Perú la revuelta ciudadana de Chile, que comparte 168 km de frontera con el país inca?