Conocí a Jorge Rodríguez, siendo yo un adolescente, seguramente fue en mi casa, la cual frecuentaba por su afinidad política con mi hermano Orlando; con quien formaba parte de los dirigentes fundadores de la Liga Socialista, donde compartían labores junto a Carmelo Laborit, Oscar Bataglinni y Norelkis Meza, en la organización semi legal, y otros, como David Nieves, integrante del brazo clandestino de la organización. Pero esos fueron sólo saludos. Realmente conocí a Jorge Rodríguez una noche de llovizna y casi niebla, en la cual me llegué al ya inexistente Teatro Caracas, del cual sólo queda el nombre en la esquina. Me acercaba movido por la curiosidad de todo lo que en los últimos meses, había leído ávidamente sobre lo que era ser revolucionario, lo que era ser marxista. La experiencia parecía hecha con un guión de película. En las esquinas alrededor del Teatro, jóvenes animados de un inexplicable espíritu, de un no sé qué, desafiando hasta a la muerte, voceaban la venta de “Basirruque”, digo hasta a la muerte porque en esos días no era extraño pagar con la vida la militancia revolucionaria, o por lo menos arriesgaban su libertad, en abierto desafío a las fuerzas represivas, DISIP o DIM, y ya yo estaba consciente de ello.
Ya dentro del Teatro, por el paso de más de 35 años, no recuerdo o estoy seguro de quién hablaba, sólo recuerdo a Jorge, aquella delgada figura que me saludaba en mi casa. Al verlo hablar noté muchísimo más ese espíritu que había notado en los militantes de los alrededores. Tampoco recuerdo los detalles de su intervención; pero si recuerdo que, si algo faltaba para convencerme, Jorge me persuadió esa noche, en la cual decidí dedicar el resto de mi vida a la Revolución.
Muchas son las experiencia que tuve junto a él, y siempre, recuerdo que como aquel primer día, su discurso era como un fuego donde encendíamos nuestra antorcha. Eso que antes sólo era “algo inexplicable”, un “no sé qué”, en nuestra organización aprendí que era lo que distingue a todo verdadero revolucionario, “la disposición a morir por el ideal de un mundo mejor para los niños y ancianos, para todos los desamparados y desposeídos”, y que en él era fuego, luz y guía. También, recuerdo una vez que debía ir con Carmelo Laborit a un acto de la Liga en Palo Negro o Turmero, quizás era en el 75, o inicio del 76, y recuerdo que apenas llegar al pueblo notamos los vehículos de la inteligencia militar (DIM) y de la DISIP. Fue algo medio jocoso, dentro de la tensión existente, pues era como jugar a las escondidas, asomaba la trompa del carro lentamente en cada esquina para ver si veía algún carro de la represión, y a lo mejor ellos iban haciendo lo mismo, viendo a ver a quién podían detener para que practicaran sus torturadores. Bueno, la tarima había sido desmantelada por los cuerpos represivos, y al acto “suspendido”, ¿suspendido?, que va, aunque no existían los celulares, nos comunicamos a través de algunos camaradas que encontrábamos por las calles, y otros vehículos que identificábamos como de los nuestros, nos replegamos a un núcleo de la Universidad de Carabobo, como que era, y allí se hizo un acto memorable, con un discurso de Jorge que reencendió nuestros corazones, retempló nuestras conciencias y compromiso.
El día que secuestraron a Jorge para asesinarlo, andaba sin carro, andaba sin su Ford Falcón, por lo cual yo debía darle la cola, pero al salir de nuestra casa nacional en Catia, había otro vehículo que iba por su zona de la ciudad y me dijo que se iba en el otro vehículo para no desviarme. Fue la última vez que lo vi, al rato lo secuestraron. Para no hacer largo tantos recuerdos, está el de la vez cuando por su intervención, contra cualquier perjuicio por mi disipada adolescencia, nuestra Dirección Nacional me designó como apoyo de otro buen maestro de revolucionarios; como lo fue Jorge; Carmelo Laborit, nuestro presidente de organización, también fallecido, cuyos ejemplos -estudio de la teoría y análisis de la realidad, combatividad, compromiso a muerte con el pueblo, audacia, irreverencia y experiencia-, también contribuyeron a la formación de la generación de los 70s. ¡Hombres como ellos, son los ejemplos con que se forman los verdaderos revolucionarios!.
“Honor a todos los que como Jorge, abonaron con su sangre el camino que hoy comienza a reverdecer de nuevo.