«Estás invitado a una serie de sesiones de ‘Social Dreaming’ en línea que se llevarán a cabo en Zoom de 12 a 13.15 (GMT / BST) todos los jueves del 18 de marzo al 24 de junio de 2021, incluida una revisión posterior a la matriz».
«Los participantes comparten sus sueños de la noche a la mañana y se asocian libremente a los sueños ofrecidos en la matriz para encontrar vínculos, hacer conexiones y revelar un nuevo significado y comprensión del contexto social y del entorno sociopolítico actual, en particular, la pandemia del COVID-19, un año después».
Hace un par de meses una amiga investigadora, muy consciente de cómo funcionan los mecanismos de control-poder sobre el mundo, me había hablado de las últimas novedades y rarezas investigativas en las que andaba inmerso el famoso Instituto Tavistock para las relaciones humanas. «Tienes que ver esto», me advirtió. Sin embargo, no me inmiscuí de inmediato. Lo dejé reposar hasta que el cielo empezó a caerse.
La visita del director de la CIA a Colombia puso en marcha una serie de acontecimientos que, junto a la costosa y bien planificada operación mediática contra Cuba, desataron una serie de mensajes en redes sociales que me hicieron volver a Tavistock.
«Tuve un sueño, y ese sueño ayer 11 de julio de 2021 se comenzó a hacer realidad. Soñé con una Cuba libre de dictadura, libre de represión, libre de expresarse y con condiciones. Juntos podemos hermanos, luchemos por nuestro sueño de ver a Cuba libre #SOSCuba #CubaLibre».
El mensaje del bot disparó algo en mi mente. La eterna pregunta sobre cómo funcionan esos mecanismos que permiten a millones de seres humanos dejar pasar inadvertidas las grandes desigualdades e injusticias sociales. No se trata de cinismo o ingenuidad, se trata de un gran sueño colectivo al que hemos sido conducidos.
Un mecanismo artificial donde confluyen ciencia y tecnología para poner sobre los hechos del mundo un filtro, un código que introduce (input) realidad y produce emociones y acciones (outputs) a imagen y semejanza de quienes tienen el poder suficiente para tejer la maraña de mensajes, contenidos e ideas que transitan por la inmensa vastedad de las redes sociales digitales y que llegan a nuestras mentes a través de los dispositivos de consumo cuya interfaz reconocible es una pantalla.
El estado de semiconsciencia colectiva
En Tavistock tienen últimamente una preocupación. Saber qué clase de sueños compartidos se han generado dentro del contexto de la pandemia. Tal y como lo explica Mannie Sher, uno de sus consultores e investigadores principales:
«El propósito de los sueños sociales es explorar las capas más profundas de significado de los fenómenos sociales y culturales a través del medio de los sueños y las asociaciones con los sueños. El sueño social es un método de investigación para identificar el conocimiento social y cultural mediante la aplicación de un análisis científico de los sueños», argumenta.
Los eventos que impactan en la población son un contexto ideal para tal propósito. Desde el 11 de septiembre, pasando por los incidentes de protesta social ocurrido en Tel Aviv en 2011 y el movimiento Occupy London, hasta llegar a la coyuntura impuesta por el coronavirus, el Instituto Tavistock se prepara para abordar el subconsciente masivo (o en la jerga científica, monitorear los grupos de control y experimentales) para hacerse con una imagen clara de cómo se está construyendo el sentido colectivo de estos tiempos.
No es una tarea de menor importancia. Tavistock provee estudios e investigaciones que son usadas por una cantidad importante de empresas y think tanks en el mundo. Clientes cuyos análisis deciden políticas armamentísticas y/o financieras. En resumen, sirven para rediseñar o ajustar los engranajes del planeta.
En este punto, es válido preguntarse dónde calza este proyecto de matriz de sueños sociales y los acontecimientos que estallan por la región. Pues bien, he aquí la hipótesis de trabajo.
La pandemia del COVID-19 y las medidas de restricción a la movilidad humana convirtieron al mundo en un gran escenario. Sentados en sus sofás, millones de seres humanos vieron de pronto que el acceso a la realidad era conducido por las plataformas tecnológicas de difusión de contenidos audiovisuales que proveían mucho más que mero entretenimiento.
No es un hecho inédito. Ya Melinda Davies hace algún tiempo advertía que la especie humana afrontaba un «éxodo masivo del universo físico», y que la realidad comenzaba a volverse absolutamente mental.
La exposición a la pantalla estaba brindando a los humanos ya no un universo alternativo, sino el universo mismo. El asunto, como lo propone Davies, es que «los valores, las imágenes, los procesos y las pautas de la pantalla primaria conforman hasta lo que sucede fuera de ella. La pantalla primaria es la nueva vida real, el macromarco en el que moramos».
Vaya casualidad que a menos de un mes de iniciarse las protestas en Cuba, Netflix nos brinda un bautismo de fuego con la serie Cómo se convirtieron en tiranos, con una selección de tiranías recortadas directamente de la mesa de dibujo de la OTAN. Sueles ver a Sadam Hussein, Stalin, los Kim y Muamar Gaddafi. Por supuesto, aún no aparece nada en su parrilla de programación sobre Pinochet, Stroessner o Franco. ¿Quizá para la segunda temporada?
En un mundo donde tal y como lo demuestra Manuel Castells, los intereses financieros, políticos y militares terminan confluyendo en los mismos nodos de control, que gerencian qué vemos, cómo lo vemos y en qué momento lo hacemos, el aumento de la exposición a las pantallas y los contenidos que impulsan los algoritmos de las empresas tecnológicas y de producción audiovisual, han lanzado al planeta entero hacia un estado de semi consciencia colectiva, que produce los mismos efectos que otrora ocasionaba el cine o la televisión.
Christian Metz, el crítico y estudioso de cine francés, explicaba que el efecto que causaba la experiencia fílmica se asemejaba a una «alucinación». El cine implicaba de algún modo la reducción de las «defensas del yo».
«Para que esto ocurra se necesita, una ‘instancia vidente’ (que constituye la película misma como discurso, como instancia que expone la historia y que la hace ver). Además, el estado de submotricidad se refiere al estado de pasividad de los espectadores que lo absorben todo a través de los ojos, nada por el cuerpo», detallaba Metz.
Cuando atestiguamos, ya no de parte de la telaraña de bots, sino a través de seres humanos de carne y hueso, que la balanza de indignación solo se mueve dentro de los marcos impuestos por las imágenes, ideas, conceptos que les dictan los algoritmos de las plataformas de streaming y aplicaciones digitales, reconocemos que estamos absolutamente rebasados por una guerra imaginacional francamente asimétrica. No es que omitan adrede los desmanes que ocurren contra los palestinos o contra la primera línea de ciudadanos colombianos, o contra los centenares de seres humanos a quienes los carabineros chilenos sumieron en la oscuridad. Es que simplemente no pueden verlos.
Así como lo explica el antropólogo Marc Augé, la batalla clave de nuestros días es por la «abstracción de la mirada», diríamos de forma más directa que es por el secuestro de nuestra atención.
Mirada que es en sí misma la única que nos pertenece y donde entra en juego eso que somos. No se trata del secuestro de nuestros ojos 10 horas al día a través de una pantalla. Se trata de la monopolización de nuestros referentes, símbolos, expectativas, recuerdos y utopías.
Para todos aquellos que pudieron apreciar la película Inception, cuya trama gira en torno a la posibilidad de instalar una idea en el subconsciente, es mucho más sencillo conectar los procesos y actores que están sirviendo para mover y mantener los engranajes de control social.
«El proceso de inicio funciona, se nos dice, al colocar la forma más simple de una idea profundamente en el subconsciente de un personaje mientras está soñando, a través de una serie de sugerencias que efectivamente llevan al personaje a darse a sí mismo la idea (en palabras del maestro falsificador de Tom Hardy, Eames). Y el subconsciente, se nos dice, está motivado por la emoción, no por la razón, y que una emoción positiva triunfa sobre una negativa. El nivel más profundo del subconsciente está representado por una caja fuerte o una bóveda, dentro de la cual la mente guarda sus pensamientos y/o recuerdos más privados».
¿Y cuál es en resumidas cuentas la idea que intentan sembrarnos? Es simple. La de que cualquier proyecto político y social distinto al orden hegemónico es un fracaso e inviable. Un eterno retorno al fin de la historia, maquillado por pretenciosos algoritmos e interfaces gráficas.
No se trata de defender solo intereses económicos, no se trata solo de las farmacéuticas, o de los bancos y su avanzada contra las criptomonedas, se trata de mantener intocables las columnas ideológicas y espirituales que sostienen el orden mismo.
La vacuna Sputnik V, y mucho más la Abdala, hicieron saltar las alarmas de la matrix. El sistema se aterra con las capsulas rojas.
No puede haber contraejemplos exitosos y mucho menos si logran salvarle la vida a millones de seres humanos. Es por ello que cada experiencia alternativa es boicoteada con sanciones, golpes de Estado, bloqueos, sedición interna, asesinato de liderazgos emergentes. Si los que tejen los hilos del poder global permiten que al sistema se inserten mensajes que contradigan con hechos su narrativa simbólica, existe el peligro de que colapse. Despertar colectivo, lo llaman.