Estados Unidos no puede ignorar las consecuencias de la Guerra Fría. Y es que la Guerra Fría moldeó nuestra cultura política, nuestras instituciones políticas y nuestras prioridades nacionales. La Segunda Guerra Mundial terminó hace 75 años, pero todavía gastamos más que el conjunto de la comunidad mundial en defensa, controlamos una infraestructura militar en el extranjero con más de 700 bases e instalaciones y gastamos decenas de miles de millones de dólares al año en fuerzas y armas nucleares. A eso le debemos añadir el absurdo Comando Espacial de los Estados Unidos. La Guerra Fría dividió a Europa, incluyó al Tercer Mundo (nuestro patio trasero), inspiró una insensata carrera armamentística y creó tensiones geopolíticas crónicas. Como resultado de ello, Estados Unidos se convirtió en un Estado de seguridad nacional que se basa en el poder militar y en el uso de la fuerza, pese a que sus fronteras geográficas son las más seguras de todas las grandes potencias.
Los recientes acontecimientos en Haití, que terminaron con el asesinato del presidente Jovenel Moïse, permiten recordar nuevamente que nuestra política de guerra fría consiste en apoyar a dirigentes autoritarios en todas partes del mundo con el objetivo de promover los intereses estadounidenses. Pese a las advertencias sobre un régimen cada vez más autocrático, Joe Biden siguió apoyando a Moïse. A lo largo de la Guerra Fría, los presidentes estadounidenses destacaron la importancia del gobierno democrático y de un “internacionalismo basado en normas”, luego violadas en la práctica. [Joe Biden no suprimió en absoluto las 242 órdenes ejecutivas de Trump que endurecieron el embargo y el bloqueo a Cuba, el que golpea antes que nada a la mayoría de la población, no a la «jerarquía» en el poder. Red. A l’encontre].
Ningún presidente estadounidense ha intentado abordar la situación de nuestra seguridad nacional, si bien es cierto que el desempeño de algunos presidentes fue mejor que el de otros. Los presidentes Eisenhower y Carter no registraron grandes bajas en el campo de batalla durante sus mandatos. Los presidentes Kennedy, Nixon y Reagan se enfrentaron al Pentágono en sus intentos de control de armamentos y de desarme. Pero, desde Eisenhower ningún presidente entendió el funcionamiento del complejo militar-industrial. Varios se dejaron intimidar por los militares (Clinton y Obama) y otros estuvieron demasiado dispuestos a ceder ante ellos (Bush padre y Bush hijo). Joe Biden tiene la ventaja de haber vivido la militarización de nuestra política de seguridad nacional durante medio siglo. Incluso advirtió a Barack Obama que no se dejara “capturar” por los militares, lo que provocó la indignación del Secretario de Defensa Robert Gates [2006-2011 bajo George W. Bush y Barack Obama] quien, como buena parte de los secretarios, fue “capturado” por los jefes del estado mayor.
Pero cuando ya han transcurrido seis meses de su presidencia, Joe Biden no ha planteado soluciones colectivas y universales en materia de política exterior. En cambio, utiliza los tópicos de la Guerra Fría, especialmente en lo que respecta a Rusia y China. Los desafíos de Biden, lanzados tanto a Rusia como a China, son contraproducentes dada la estrecha relación chino-rusa forjada por Xi Jinping y Vladimir Putin y que pone fin a un período de sesenta años de discontinuidad, un período que incluyó enfrentamientos por la ayuda a Vietnam del Norte, guerras fronterizas, divergencias sobre la ayuda militar y rivalidades geopolíticas.
La incursión diplomática de Biden en Europa en el mes junio y la reunión cumbre con la alemana Angela Merkel, que tuvo lugar en julio, pusieron nuevamente de manifiesto la “vieja mentalidad” que domina la política y la diplomacia de Estados Unidos incluso después del derrumbe de la Unión Soviética en 1991, el que había abierto la posibilidad de una “nueva mentalidad”. La orientación europea de Biden gira en torno a la reactivación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) e incluye la ampliación de su alcance para hacer frente al desafío que representa China.
El equipo de seguridad nacional de Biden está convencido de que Estados Unidos puede aislar y frenar a China. Por primera vez, un documento de la OTAN incluye a China en la lista de amenazas a la seguridad de la Alianza, lo que probablemente provoque muchos dolores de cabeza en Pekín. Los principales Estados europeos lo firmaron a regañadientes; prefieren no formar parte de los conflictos chino-estadounidenses, agravados por la administración Trump. Por su parte, el presidente ruso Putin puede estar satisfecho con la postura firme de la OTAN contra China, la que fue formulada en parte para compensar la falta de una postura firme contra Rusia. La defensa por parte de Alemania del gasoducto Nord Stream 2 [al que Biden se había opuesto al principio] y el interés franco-alemán en la coordinación de políticas con Rusia muestran la falta de éxito duradero de la diplomacia de Biden en Europa.
La canciller alemana, Angela Merkel, se refirió de forma clara y sucinta a los enfoques de Estados Unidos y de la Unión Europea sobre los problemas de Rusia y Ucrania: “Nuestras evaluaciones son diferentes”. Merkel no formuló una respuesta concreta respecto al interés de Joe Biden por hacer frente a la China. Francia e Italia parecen alinearse con Alemania en estas cuestiones bilaterales clave. Del mismo modo, muchas naciones asiáticas no quieren elegir entre Estados Unidos por razones de seguridad y China por razones relativas a su prosperidad.
En lugar de revertir las políticas de disociación de la administración Trump con respecto a la China, Biden nombró un equipo de seguridad nacional decidido a contrarrestar y contener a la China de forma más agresiva en Asia Oriental. El Secretario de Estado, Antony Blinken y el Asesor de Seguridad Nacional Jake Sullivan, son partidarios de la línea dura frente a China. El subdirector de Sullivan es Kurt Campbell, quien elaboró la política de “pivote” sobre China hace una década. El principal asesor de Campbell en el Consejo de Seguridad Nacional es Rush Doshi, el que publicó recientemente The Long Game: China’s Grand Strategy to Displace American Order (Oxford University Press, 8 de julio de 2021). Sullivan nombró a otro partidario de la línea dura, Ely Ratner, como asesor especial del Secretario de Defensa Lloyd Austin. Estos nombramientos sugieren una visión colectiva sistemática sobre China, nuestro mayor desafío diplomático, que se basa en el principio de la Guerra Fría de negociar desde una posición de fuerza.
Entretanto, la comunidad militar-industrial del Congreso de Estados Unidos aprovecha las rivalidades sino-estadounidenses en el Mar de China Meridional y las tensiones entre Estados Unidos y Rusia por Ucrania para hacer campaña a favor de un mayor gasto militar. La propaganda se centra especialmente en el tema de China como gran amenaza, y parece incapaz de entender las posibles consecuencias de la política estadounidense con respecto a ese país.
Paralelamente, existe un consenso bipartidista en el Congreso según el cual China constituye la principal amenaza para Estados Unidos. La ley estadounidense sobre la innovación y la competencia (U.S. Innovation and Competition Act) obtuvo el apoyo de la mayoría de los dos partidos, los que subrayaron la importancia de desafiar a la China en materia de inteligencia artificial y sistemas de computación cuántica. Las acusaciones, a menudo hiperbólicas, contra la China por parte del Congreso y de los principales medios de comunicación han dado lugar a una «retórica xenófoba» 1 según los principales miembros del Asian Pacific American Caucus [CAPAC].
Para la administración Biden, el desarrollo de armamentos avanzados va a lograr que China se muestre más agresiva hacia Taiwán y en la zona del Mar de China Meridional. Las acciones de Estados Unidos en el Mar de la China Meridional giran en torno a medidas similares a las de la Guerra Fría, incluso con el despliegue de portaaviones para las operaciones llamadas de libertad de navegación. Las iniciativas estadounidenses respecto a Ucrania tienen como objetivo establecer una «relación estratégica» con Kiev y hacerle frente a la influencia rusa en el Mar Negro.
El gobierno de Biden busca presentar a Rusia y China como amenazas existenciales para la democracia occidental. Muchos expertos y medios de comunicación dominantes presentan a Irán y a Corea del Norte de la misma manera. Estos países representan un problema para la diplomacia estadounidense, pero los problemas existenciales para Estados Unidos son un mundo en el que hay demasiadas potencias nucleares, una pandemia, una crisis climática y la ciberseguridad. Estos problemas requieren un enfoque colectivo y cooperativo, y Estados Unidos es el país que está mejor situado para abrir el camino hacia la participación de Rusia y China en estos asuntos. Lamentablemente, Joe Biden y su equipo de seguridad nacional no parecen dispuestos a hacerlo, ni quieren hacerlo. (Artículo publicado en Counterpunch, 21-7-2021)
* Melvin A. Goodman es investigador en el Center for International Policy y profesor de política estatal en la Universidad Johns Hopkins. Fue reconocido analista de la CIA. Goodman es autor de numerosos libros. El más reciente: American Carnage: The Wars of Donald Trump (Nova Science Pub, 2019).
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