Por Jean Paul Sartre
Entrevista al filósofo y Premio Nobel de Literatura, Jean Paul Sartre, realizada por Daniel Cohn y publicada publicada en Le Nouvel Observateur, el 20 de mayo 1968
El problema es siempre el mismo: reformas o revolución. Como usted dijo, todo lo que ustedes hacen por la violencia es recuperado por los reformistas de una manera positiva. La universidad, gracias a la lucha de ustedes, será reformada, pero lo será dentro del cuadro de la sociedad burguesa.
–Evidentemente, pero creo que es la única manera de ir adelante. Tomemos el ejemplo de los exámenes. Estos se realizarán, sin duda. Pero seguramente no se desarrollarán como antes. Se encontrará una fórmula nueva, y si se efectúan una sola vez de manera inhabitual, un proceso de reforma se abrirá que será irreversible. No sé hasta donde llegará, sé que se hará lentamente, pero es la única estrategia posible. Para mí, no se trata de hacer metafísica y analizar cómo se hará «la revolución». Creo que vamos más bien hacia un cambio incesante de la sociedad provocado, en cada etapa, por acciones revolucionarias. Hoy, en el mejor de los casos, puede esperarse la caída del gobierno. Pero no hay que soñar con hacer saltar en pedazos la sociedad burguesa. Esto no quiere decir que no hay nada que hacer: al contrario, es preciso luchar paso a paso partiendo de una impugnación global.
(…) Es necesario abandonar la teoría de «la vanguardia dirigente» para adoptar otra –mucho más simple, mucho más honesta–, la de la minoría activa que desempeña el papel de fermento permanente e impulsa la acción sin pretender dirigir. De hecho, aunque nadie quiera admitirlo, el partido bolchevique no «dirigió» la revolución rusa. Fue llevado por las masas. Pudo elaborar la teoría por el camino, impulsar por aquí y por allá, pero no desencadenó él solo un movimiento que fue en gran medida espontáneo. En algunas situaciones objetivas –si las luchas de una minoría activa ayudan–, la espontaneidad vuelve a encontrar su puesto en el movimiento social. Ella es la que permite el empuje hacia adelante y no las órdenes de un grupo dirigente.
–Lo que muchos no comprenden es que ustedes no intentan elaborar un programa, dar al propio movimiento una estructura. Les reprochan que buscan «romper todo» sin saber –en todo caso sin decir–, lo que ustedes quieren colocar en lugar de lo que demuelen.
–¡Evidentemente! Todos se tranquilizarían, Pompidou el primero, si fundáramos un partido anunciando: «Todos éstos están ahora con nosotros. He ahí nuestros objetivos y he aquí cómo confiamos en alcanzarlos…». Se sabría con quién hay que vérselas y se encontraría la forma de enfrentarlo. No se estaría ante la «anarquía», el «desorden», la «efervescencia incontrolable».
La fuerza de nuestro movimiento radica justamente en que se apoya sobre una espontaneidad «incontrolable», que da el impulso sin buscar canalizarlo, y utiliza en su provecho la acción que ha desatado. Hoy, para nosotros, hay evidentemente dos soluciones. La primera consiste en reunir cinco personas con buena formación política y pedirles que redacten un programa, formulen reivindicaciones inmediatas, que parezcan sólidas apariencias y decir: «He aquí la posición del movimiento estudiantil, hagan lo que ustedes quieran». Es la solución mala. La segunda consiste en tratar de hacer comprender la situación no a la totalidad de los estudiantes, ni aún a la totalidad de los manifestantes, sino a un número elevado de ellos. Para eso hay que evitar la creación inmediata de una organización, definir un programa, que serían inevitablemente paralizantes. La única ventaja del movimiento es justamente este desorden que permite a las personas hablar libremente, y que puede desembocar en cierta forma de auto-organización.
Al liberarse de repente en París la facultad de hablar, era necesario primero que la gente se expresara. Dicen cosas confusas, vagas, a menudo sin interés porque han sido dichas cien veces, pero después de haber dicho todo eso están en condiciones de plantearse la pregunta: «Y entonces ¿qué?». Esto es lo importante, que el mayor número posible de estudiantes se pregunte: «Y entonces ¿qué?». Solamente luego se podrá hablar de programa y de estructuración. Plantearnos desde hoy la pregunta: «¿qué hará usted con los exámenes?», es querer ahogar el pez, sabotear el movimiento, interrumpir la dinámica. Los exámenes se realizarán y nosotros haremos propuestas, pero que se nos conceda un poco de tiempo. Primero hace falta hablar, reflexionar, buscar fórmulas nuevas. Las encontrarémos, pero no hoy.
–Habrá vacaciones, se producirá un enlentecimiento, sin duda una retracción. El gobierno lo aprovechará para hacer reformas. Ustedes tendrán pues una universidad transformada, pero los cambios pueden muy bien ser sólo superficiales, no cambiar nada el fondo del sistema. Reivindicaciones que el poder podría satisfacer sin cuestionar al régimen. ¿Cree usted que puedan obtenerse «reformas» que introduzcan elementos revolucionarios en la universidad burguesa, que por ejemplo, hagan que la enseñanza dada en la universidad se halle en contradicción con la función principal de la universidad en el régimen actual: la de formar cuadros bien integrados en el sistema?
–La posibilidad de lograr que la enseñanza brindada en la universidad se transforme en una «contraenseñanza», que no fabrique más cuadros bien integrados sino revolucionarios, es una esperanza que me parece un poco idealista. La enseñanza burguesa, aun reformada, fabricará cuadros burgueses. Las gentes caerán en el engranaje del sistema. En el mejor de los casos serán miembros de una izquierda «bien pensante», seguirán siendo, objetivamente, los engranajes que aseguran el funcionamiento de la sociedad.
Nuestro objetivo es lograr una «enseñanza paralela», técnica e ideológica. Se trata de que nosotros mismos removamos la universidad sobre bases totalmente nuevas, aunque no dure más que unas semanas. Lo importante no es elaborar una reforma de la sociedad capitalista, sino hacer una experiencia de ruptura completa con esta sociedad, una experiencia temporaria, pero que deje entrever una posibilidad. Se percibe algo, fugitivamente, y se desvanece, pero es suficiente para probar que ese «algo» puede existir. Momentos de ruptura en la cohesión del sistema y que se les puede aprovechar para abrir brechas.
–Ello supone la existencia permanente de un movimiento «anti-institucional» que impida a las fuerzas estudiantiles estructurarse.
-La defensa de los intereses de los estudiantes es, por otra parte, muy problemática. ¿Cuales son sus «intereses»? No constituyen una clase. Los trabajadores, los campesinos, forman una clase social y tienen intereses objetivos. Sus reivindicaciones son claras y se dirigen al patrón, a los representantes de la burguesía. Pero ¿los estudiantes? ¿Quiénes son sus «opresores» sino el sistema entero?