Ante el exitoso proceso electoral que culminó con el rotundo triunfo chavista en las megaelecciones del pasado 21 de noviembre, los enemigos de la Revolución Bolivariana, con el gobierno de los Estados Unidos (EE.UU.) a la cabeza, vuelven a desempolvar sus manidas acusaciones adecuadas a sus intereses imperiales, con las cuales han tratado de justificar sus reiteradas y crueles agresiones contra el pueblo venezolano. No hay nada nuevo. Tales acusaciones las hemos escuchado hasta el cansancio en los medios corporativos al servicio del capital; insisten, machaconamente, en que en Venezuela hay una dictadura porque no existe separación de poderes, sí, toda una leyenda negra creada artificiosamente con mucho medio y redes sociales, con la que pintan un “rrééégimen” de un “maluco dictador Maduro» que controla todos los poderes.
A ver, jurunguemos (solo un poquito porque el hedor es insoportable) la quietud idílica del légamo de los autocalificados países «democráticos»; contravengamos a Erasmo de Rotterdam, en su Elogio de la locura, que recomendaba no remover el légamo de la jerarquía de la iglesia.
Para nadie es un secreto que la separación de poderes en los países capitalistas del llamado mundo libre nunca ha existido. Todas sus poderes –o instituciones- están sometidos al poder corporativo de los grandes monopolios, fundamentalmente del capital financiero internacional, quién en el última instancia es quien decide, y no el voto, el cual ha quedado reducido a una mera formalidad que los amos del capital solo aceptan cuando les sirve para legitimar su tiranía, o sea, la tiranía que impera o intenta someter a todo el planeta; es por eso que no les gusta la democracia venezolana donde el voto sí decide. Con el purismo que exhiben, convirtiendo a Montesquieu en funcional a sus intereses, pretenden darle lecciones al mundo haciendo uso descarado de la más más cínica de las hipocresías.
Un ejemplo claro de tal hipocresía son los mismos EE.UU., donde los fiscales y los magistrados de la justicia son nominados (nombrados de hecho, hablemos claro) por los presidentes. Nos meten la coba de que son confirmados por el Senado, cuando todo el mundo sabe que el Presidente de los EE.UU. tiene el control partidista de ese Senado. En consecuencia, y con estas premisas en la mano, podemos formular la siguiente pregunta sencilla, que, por supuesto, tiene respuesta obvia: ¿en verdad, quién decide el nombramiento de quienes ocuparán en esos cargos? de bola que el Presidente de los EE.UU., que también ha sido impuesto por los mismos poderes fácticos de la oligarquía mundial, mediante los consabidos lobbies previos y luego con voto mediatizado, voto que no es más que un producto del uso abusivo de esos poderes, particularmente el de la industria cultural, el cual se ha convertido en el buque insignia de la dominación imperialista.