"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

La geopolítica global y el «gran reinicio»

Para evitar confusiones, y como definiciones de geopolítica existen casi tantas como autores que se refieran a ella, bueno resulta comenzar por la que consideramos válida porque incluye, además de los mecanismos que se utilizan para incidir sobre el «orden» global establecido y la estrategia orientada a tal fin, el propio «orden», sea el existente o el que se pretende alcanzar. En el mismo sentido y para evitar confusiones, resulta útil aclarar que se parte para el análisis de la premonición marxista de que un modo de producción no es sustituido por otro hasta que este no haya agotado todas sus posibilidades y también de que el intento de manipulación mediática implícito en la declaración de la necesidad del «gran reinicio» está incluido y forma parte de la estrategia, ahora a lo lampedusa, haciendo parecer que todo cambia para que nada cambie.

Resulta imprescindible precisar, para continuar, que al referirnos al «orden» global existente, o más precisamente, al «orden» global todavía predominante, lo hacemos obviamente refiriéndonos al capitalismo, y más precisamente al capitalismo decadente y que por ello mismo, según el Foro Económico Mundial (Foro de Davos) y la revista The Economist, necesita de un «gran reinicio», y a su también decadente paradigma, EE. UU., que su presidente hoy intenta reconstruir.

No parece necesario, aquí y ahora, detallar cuánto significó el capitalismo para el desarrollo de la humanidad. Al menos una parte de los que habitamos hoy el planeta, en particular aquella que vive en el reducido mundo burgués –ni qué decir del 1 % de ese mundo– y la clase media que lo acompaña, alcanza hoy niveles de vida ni siquiera soñados 100 o 150 años atrás, o incluso a finales del pasado siglo, hace solo más de 20 años; tampoco hace falta referirse a cómo ese mismo capitalismo –cuya existencia solo es posible revolucionando constantemente los  medios de producción y expoliando los recursos del planeta que habitamos– ha puesto al mundo al borde de la catástrofe por el calentamiento global y el cambio climático.

Sin embargo, parece oportuno analizar si el sistema agotó sus posibilidades de funcionar y desarrollarse (y cuánto ello se ajusta al anuncio de Marx), incluso si fuera capaz de mantenerse en los estrechos e inhumanos marcos depredadores del egoísmo liberal burgués a que se nos invita por la élite del poder mundial.

Se trata de que el mundo que hoy vivimos y se pretende resetear, es un mundo en el cual, desde el inicio de la pandemia y según datos del FMI, la deuda pública global sobrepasa el producto bruto mundial y la deuda pública y privada del sector no financiero lo triplica; es un planeta en el que el número de pobres se ha incrementado en más de cien millones y en el que han muerto más de ocho millones, mientras que la riqueza de las farmacéuticas que producen vacunas se ha incrementado en más de 350 000 millones de dólares y en el que la riqueza acumulada de las primeras 11 (considerando los precios de sus acciones en bolsa) representa cerca del 16 % del producto bruto mundial y se desempeña en las esferas de los servicios y medios interactivos, la tecnología de hard y software, el comercio minorista en internet, solo una en semiconductores y también una en petróleo.

Es el mismo mundo en el que se pretende firmar (y seguramente se firmará) un acuerdo que garantice que de estallar una guerra convencional esta no derive en guerra nuclear, aunque todos sabemos que EE. UU. se ha encargado de situar los posibles escenarios del inicio de una nueva guerra lejos de su territorio, lo que les resultaría incluso conveniente de considerarse solo sus estrechos intereses geopolíticos incluyen la reducción de las potencialidades (todas) de los participantes directos en los campos de batalla y crearía destrozos que ellos podrían ayudar a reconstruir, claro, como después de la Segunda Guerra Mundial.

Luego del reseteo (reinicio) el mundo que nos espera, o mejor, el que espera el megacapitalismo, pudiera resumirse a partir de lo publicado en The Economist: El trabajo a distancia se mantendrá, en viviendas más tecnológicas y con las condiciones requeridas; la cantidad y la calidad del trabajo serán medidas por plataformas tecnológicas que lo evaluarán según los resultados; habrá una drástica reducción del empleo, pues la Inteligencia Artificial (IA) reemplazará el trabajo vivo cada vez más aceleradamente, sustituyendo primero las labores más sencillas, comenzando por la producción de bienes y servicios y el comercio minorista y luego las más complejas, incluida la educación, que se modificará, y la atención médica, que también lo hará y cada vez más aceleradamente, aumentarán el ocio, la recreación, la alimentación sana…

Pero por más que se busque nada puede leerse sobre cómo se pretende, con el  «gran reseteo», resolver lo relacionado con la pobreza y el desempleo, incluido el que resulte de la aplicación masiva y acelerada de la Inteligencia Artificial, ni siquiera lo relacionado con la urgencia de resolver los problemas del calentamiento global y el cambio climático luego del fracaso de la Cop26 con sus promesas huecas, tan huecas como las del New Green Deal usamericano o el Pacto Verde europeo, y ni qué hablar sobre la regresión social, la derechización del pensamiento y el cuestionamiento a la democracia, lo que por supuesto incluye a la liberal burguesa, rasgos con cada vez mayor prevalencia en las sociedades del denominado occidente, en particular EE. UU.

Y aunque occidente y el mundo posreseteo pretendan pasarlo por alto, en tanto que el «gran reinicio» se concibe como más capitalismo en el que seguirán imponiéndose y cada vez más las megaempresas, los megabancos y el individualismo exacerbado, nadie puede hoy obviar que el consumo en EE. UU., en gran medida, depende no de lo que produce, sino de lo que produce el socialismo en China, y que la energía que consume Europa no solo depende de la que produce, sino también de la que importa no de occidente, sino de Rusia, y que la interrupción de tales suministros no solo llevaría a su encarecimiento, al desmantelamiento de las actividades productivas y a la liquidación masiva de puestos de trabajo, sino que todo ello agudizaría la crisis y la competencia intercapitalista que profundizaría aún más la ya crisis crónica y acercaría la posibilidad de guerras a las que inevitablemente conduce la competencia propia del capitalismo, pero que ya la humanidad y el mundo en que vive no se pueden permitir.

 

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