El rol bifacético del crédito
La primera idea que destacamos es el rol bifacético que Marx asigna al sistema crediticio: por un lado, favorece el desarrollo de las fuerzas productivas, por el otro impulsa a la sobreproducción y la especulación, y por lo tanto, es un factor de crisis. En relación al primer aspecto, señala que el crédito contribuye a la formación de una tasa media de ganancia; reduce los costos de circulación – entre otras razones porque aumenta la velocidad del dinero y permite economizarlo -; acelera la circulación de las mercancías; y moviliza capitales dinerarios ociosos – por ejemplo, fondos de amortización de empresas – para ser invertidos productivamente (véase pp. 561-2, t. 3, El Capital, edición Siglo XXI). También impulsa la formación de sociedades por acciones que a dan lugar a una “descomunal expansión de la escala de la producción y empresas que resultarían imposibles para capitales individuales” (p. 562; ibid.). Más adelante señala que el crédito “acelera el desarrollo material de las fuerzas productivas y el establecimiento del mercado mundial” (pp. 568-9; ibid.).
Pero por otra parte, el sistema crediticio “aparece como palanca principal de la sobreproducción y de la sobrespeculación en el comercio”. Ello ocurre porque con él se lleva al límite extremo el proceso de reproducción, y porque una parte sustancial del capital es empleado por no propietarios del mismo, que se embarcan en peligrosas maniobras especulativas (véase p. 568; ibid.). Por eso el crédito acelera y potencia las crisis. De ahí que Marx destaque “las características bifacéticas inmanentes al sistema crediticio”, ser fuerza impulsora de la producción capitalista pero también conformar un sistema “de juego y fraude” (véase p. 569). Este doble rol del crédito también es señalado en el capítulo 36. Explica que, al poner a disposición de los capitalistas industriales y comerciales “todo el capital disponible y aún en potencial de la sociedad”, la banca y el crédito “se convierten… en el medio más poderoso para impulsar la producción capitalista más allá de sus propios límites, y en uno de los vehículos más eficaces de las crisis y de las estafas” (p. 782). Por eso también, en el capítulo 12 del tomo 2 de El Capital, se refiere al crédito hipotecario, que hace que el empresario ya no trabaje para un cliente. Ahora construye varias viviendas, ya que “al igual que todos los otros industriales, está obligado a tener mercancías terminadas en el mercado” (p. 284, t. 2). Así, apalancado en el crédito, puede edificar 100 o 200 casas, “una empresa que supera en veinte y hasta cincuenta veces su propio patrimonio” (ibid.). Si se produce una crisis que paraliza el pago de las cuotas, fracasa toda la empresa, las casas quedan sin terminar hasta que lleguen tiempos mejores, o se las pone en subasta y se las vende a mitad de precio (véase ibid.).
El doble carácter del crédito está supuesto también en las crisis por sobreproducción y sobreacumulación. Esto es, el crédito contribuye a la expansión de la acumulación y de la producción capitalista, las cuales desembocan en las crisis y la depresiones. Por eso también, la explicación de las crisis de Marx contempla la interacción entre factores reales y financieros. No pueden explicarse haciendo abstracción de las cuestiones financieras (y monetarias); aunque la esfera financiera, por sí misma, tampoco explica las crisis (como parecen sugerir los poskeynesianos).
Dos tipos de crédito
Marx distingue dos tipos de créditos, el comercial y el crédito bancario, que es “esencialmente diferente” del primero. El crédito comercial es el que “se conceden mutuamente los capitalistas ocupados en la reproducción” (p. 616-7, t. 3, El Capital). En el siglo XIX estaba representado por la letra de cambio. Básicamente, se trata de una promesa de pago; su emisor instruye a otra persona, el deudor, a pagar al vencimiento y en el lugar establecido la suma de dinero. Al firmar la letra el deudor asume entonces ese compromiso.
Las letras de cambio circulaban entre los capitalistas como medios de pago, por endoso de uno al otro, sin intervención del descuento. Por ejemplo el hilandero compró algodón con una letra; el fabricante de tela compró al hilandero hilado con otra letra; el comerciante compró tela con otra letra. De esta manera el algodón recorre las diferentes fases del proceso de producción, y el crédito media el traspaso del producto de unas manos a otras. Por supuesto, la posibilidad de saldar estas promesas de pago depende del reflujo del capital, esto es, de que ocurra la venta final (M’ – D’ en el circuito del capital) final. El desarrollo del proceso de reproducción, anota Marx, amplía el crédito y a su vez el crédito contribuye a la expansión de las operaciones industriales y comerciales (p. 619, ibid.). Mientras el proceso de reproducción se mantiene fluido, o sea, se asegura el reflujo, “este crédito persiste y se expande, y su expansión se basa en la expansión del propio proceso de reproducción” (p. 621, ibid.).
El segundo tipo de crédito que examina Marx es el crédito dinerario “propiamente dicho”. Se trata de los anticipos de dinero que efectúan los bancos y prestamistas a los capitalistas industriales y comerciantes. La principal forma de adelantar dinero, en tiempos de Marx, era a través del descuento de letras de cambio. En este caso, a diferencia del anterior, se pone en movimiento capital ocioso. Por ejemplo, fondos líquidos, provenientes de los cargos por amortización que acumulan empresas en los bancos; o que invierten en el mercado monetario. También puede tratarse de ahorros líquidos de los sectores acomodados. Los bancos entonces centralizan estas sumas y las prestan a interés a capitalistas.
Cuando se trata del crédito comercial, son los anticipos de dinero que efectúan los banqueros y prestamistas vía descuento de las letras de cambio. Cuando el banco emisor descuenta una letra de cambio de un comerciante, le paga al tenedor de la letra, o a su banco, el valor nominal de la letra menos una tasa de interés. De manera que pone en circulación billetes de banco por el valor descontado. Cuando vence la letra, el banco recibe de vuelta el dinero. De esta manera el monto de billetes en circulación responde al crecimiento o disminución de los negocios. El descuento de letras en el siglo XIX era la principal fuente de creación de billetes de banco, de dinero fiduciario, en Gran Bretaña y en los países capitalistas.
Impulso a la sobreproducción
El crédito no solo permite ampliar los mercados, y la producción, sino también impulsa a la sobreproducción. Por ejemplo, en tanto se sigan descontando letras, “la apariencia de un negocio de gran solidez y de reflujos ágiles aún puede subsistir tranquilamente luego de que, en los hechos, los reflujos hace mucho que ya solo se efectúan a expensas de prestamistas de dinero engañados, en parte, y en parte de productores igualmente estafados” (p. 623-4).
O sea, durante todo un período puede haber continuado la producción, en tanto las ventas se están atascando, y los mercados exhiben crecientes signos de saturación. En estas circunstancias el crédito empuja a la sobreproducción. Con frecuencia, incluso cuando se está entrando en la etapa final del auge, el crédito todavía crece, sosteniendo la producción. Pero por eso mismo se multiplican las promesas de pago, al tiempo que se generan las condiciones que llevan a la crisis y la depresión.
Finalmente, estalla la crisis, de manera que hay mercancías sin vender y fuerzas productivas paralizadas. Escribe Marx: “En cuanto se produce una paralización a causa de demoras en los reflujos, mercados saturados, baja de precios, hay un excedente de capital industrial, pero en una forma en la cual no puede llevar a cabo su función. Hay una masa de capital mercantil, pero es invendible. Hay una masa de capital fijo, pero desocupado en gran parte por estar paralizada la producción” (p. 621). En la primera fase de la crisis el crédito todavía crece: pero cada vez más se lo solicita para cumplir compromisos, y la tasa de interés también aumenta. Luego, la necesidad de cumplir los compromisos de pago desata las ventas forzadas, que profundizan la caída de precios y el default de deudas. Por último, el crédito se contrae; hay capital desocupado; disminuyen la demanda de crédito comercial y las exigencias de pago al contado.
Pero además, con el crédito se generan oportunidades para las estafas y los fraudes. Por ejemplo, en el siglo XIX era frecuente emitir letras que no tenían detrás operaciones reales, esto es, transacciones de mercancías, con el objetivo de obtener dinero para embarcarse en todo tipo de aventuras. Por caso, para especular en la bolsa de valores en períodos de fiebre inversora, como ocurrió en la década de 1840 con las acciones ferroviarias.
Destacamos entonces el doble carácter del sistema crediticio en el capitalismo. Por un lado, “acelera el desarrollo material de las fuerzas productivas y el establecimiento del mercado mundial”. En este respecto, es un error, cometido con frecuencia por autores de izquierda, identificar la expansión del crédito y las deudas (la otra cara de las acreencias) con una suerte de crisis crónica, o estancamiento del capitalismo.
Por otra parte, el crédito “aparece como palanca principal de la sobreproducción y de la súper-especulación en el comercio” (también podemos decir, en la industria, en la producción agrícola, etcétera) y acelera los estallidos violentos de las contradicciones del capitalismo, las crisis (p. 569, t. 3). Hoy deberíamos agregar las posibilidades de creación endógena de dinero bancario – el banco otorga un crédito al capitalista productivo, por ejemplo, permitiéndole girar sobre una cuenta en descubierto – que es utilizado como capital para producir valor y plusvalor. Es el “dinero circuito”, estudiado, entre otros, por poskeynesianos y regulacionistas.
El carácter pro-cíclico del interés y del crédito
En El Capital Marx señala que, dada la tasa media de ganancia (determinada por la relación plusvalía/capital invertido), la tasa de ganancia empresarial (o sea, la que corresponde al empresario deducido el interés, además de impuestos y renta de la tierra), “no está determinada por el salario, sino por el tipo de interés. Es alta o baja en forma inversamente proporcional a esta” (p. 485, t. 3). De allí la relevancia del movimiento pro-cíclico del interés. Un aspecto que trata en el capítulo 22 del tomo 3 de El Capital.
Después de reseñar las fases del ciclo – “estado de reposo, creciente animación, prosperidad, sobreproducción, crisis catastrófica, estancamiento, estado de reposo” – dice que en los períodos de prosperidad el nivel del interés es mayormente bajo (véase p. 460). Más aún, durante la recuperación hay abundante oferta de dinero, la demanda de créditos es baja y el interés es bajo. La ganancia empresaria es elevada. El bajo interés y las expectativas de mejora de los negocios impulsan la valorización de activos financieros. El alza de la bolsa de valores anticipa el movimiento ascendente de la economía y contribuye a mejorar el clima de negocios.
Luego, a medida que avanza la recuperación, la suba accionaria facilita nuevas emisiones por parte de las empresas, que les permiten ampliar la capacidad productiva. También aumenta la emisión de bonos empresarios. Y por otra parte, la centralización de masas de dinero por los bancos también facilita la inversión. El dinero refluye fácilmente (téngase presente el ciclo del capital, D – M – …. P…. M’ – D’) y por lo tanto la tasa de interés, si bien más elevada que al inicio de la recuperación, se mantiene contenida. De manera que en la economía “real” se impulsa la inversión y producción, en especial de las ramas dinámicas que lideran la expansión. A su vez, la abundancia de crédito impulsa el apalancamiento; este lleva más arriba los precios de los activos financieros; lo que a su vez induce a más apalancamiento. Surgen entonces manifestaciones de sobrevaluación de los activos (por ejemplo, precios bursátiles con poca o ninguna fundamentación en las ganancias reales), lo que da alas a especulación, y también puede seguir impulsando la acumulación de las empresas, bajo el látigo de la competencia.
Por esta vía, llega un momento en que aparecen la sobreproducción y sobreacumulación. En muchos puntos aumentan los inventarios. Aparecen presiones bajistas de precios, y se debilitan las ganancias. Debido a que el dinero ya no refluye fácilmente, la tasa de interés aumenta; en especial, la que pagan las empresas con peores calificaciones crediticias. La crisis se hace abierta y la tasa de interés alcanza su máximo. Ahora las empresas no toman crédito para ampliar la producción, sino para sostener el capital circulante (o capital de trabajo, como se conoce comúnmente). La caída de la rentabilidad y el aumento de la tasa de interés deprimen el precio de las acciones y otros activos, empeorando el clima de negocios. Los capitalistas que han tomado préstamos contra garantías constituidas por activos financieros son llamados a reponer los márgenes. Si no pueden hacerlo, ven liquidadas sus posiciones, dando lugar a más caídas de los precios.
La suba del interés representa entonces una punción sobre la ganancia empresaria, precisamente en el momento en que esta se debilita. Incluso el interés anula la ganancia empresaria, o lleva el balance al rojo. El clima de negocios se hace abiertamente sombrío, y existe una acentuada búsqueda de liquidez, ya que hay que tomar prestado para pagar cueste lo que cueste (véase p. 461, ibid.). Por eso Marx señala que cuando estalla la crisis ocurre una “transmutación repentina del sistema crediticio en sistema dinerario” (p. 169, t. 1, El Capital). Durante la crisis no valen las promesas de pago, sino el dinero “contante y sonante” para saldar deudas. “Hacía apenas un instante que el burgués, ebrio de prosperidad, había proclamado con sabihonda jactancia que el dinero era una ilusión huera. Solo la mercancía es dinero. ¡Solo el dinero es mercancía!, es el clamor que ahora resuena en el mercado mundial. Como el ciervo brama por agua clara, el alma del burgués brama por dinero, la única riqueza. En la crisis, la antítesis entre la mercancía y su figura del valor, o sea, el dinero, se exacerba convirtiéndose en contradicción absoluta” (p. 169). La hambruna de dinero, precisa Marx, se mantiene, ya sea que se deba pagar con oro o con billetes de banco.
En la etapa siguiente, cuando se llega a la depresión, la tasa de interés vuelve a bajar. Es que la demanda de crédito se debilita al extremo: “… cuando el espíritu de empresa se halla paralizado, impera un bajo nivel del tipo de interés, que en este caso no indica otra cosa que el aumento del capital prestable, precisamente por contracción y paralización del capital industrial” (p. 624). Por eso, cuando comienza la recuperación, las empresas que han sobrevivido al diluvio pueden utilizar los fondos líquidos que han acumulado durante la caída. Y se reinicia la acumulación, que desembocará en nuevas crisis y depresiones.
La tasa de interés no determina el ciclo
En el enfoque de Marx el crédito no es el factor determinante del ciclo. El ciclo capitalista se realiza, en principio, sustentado en fondos de la empresa. El directorio, o la junta de accionistas, deciden qué porción de la ganancia se reparte como dividendos – que pueden conformar el rédito destinado al consumo de los capitalistas – y qué parte se invierte. En esta decisión son claves las ganancias acumuladas, la rentabilidad esperada de la futura inversión, la situación del mercado y las posiciones de la competencia. La tasa de interés juega un rol, pero secundario con respecto a estas variables.
En este respecto, la teoría de Marx se diferencia de la teoría neoclásica tradicional, y de la escuela austriaca. Es que en el modelo IS-LM (pilar de la macro de la síntesis keynesiana-neoclásica) la caída de la tasa de interés conecta mecánicamente con el aumento de la inversión. El fundamento último es que, de acuerdo a la función de producción usual, a medida que la producción se hace más intensiva en capital, disminuye la tasa de interés. En cuanto a la teoría austriaca, sostiene que a medida que baja la tasa de interés los métodos de producción son más indirectos, esto es, son más intensivos en capital (véase aquí para una crítica de la teoría del capital de Böhm Bawerk). La teoría del ciclo de Hayek se apoya enteramente en ese supuesto.
En Marx, en cambio, la tasa de interés no juega, ni de lejos, un rol tan determinante. Las ganancias que constituyen fondos propios de las empresas tienen un primerísimo rol en la decisión de invertir y/o endeudarse. Por esta razón, también es un error describir el ciclo capitalista como dependiendo enteramente de la creación endógena de dinero bancario, como parecen sugerir los modelos poskeynesianos y los teóricos del dinero ciclo. Para dar un ejemplo actual, el llamado global saving glut (exceso mundial de ahorro) se caracterizó por la existencia de enormes excedentes líquidos en manos de las empresas, fondos que no iban a la inversión, a pesar de que la tasa de interés en las última década, o década y media, estuvo en niveles muy bajos. La inversión permaneció débil, a pesar de la caída de la tasa de interés. Otro ejemplo fue lo ocurrido en la década de 1970: la tasa de interés real (o sea, descontada la inflación) fue muy baja (a veces negativa), y sin embargo, en la mayoría de los países de la OCDE la inversión permaneció débil.
En definitiva, el crédito potencia los movimientos cíclicos –sea al aumento o a la caída- de la acumulación, pero no los determina. La acumulación de capital es la que rige el movimiento cíclico del interés, y no al revés. Condiciones favorables para la generación de plusvalía y su realización dan lugar a una tasa de interés baja; cuando esas condiciones empeoran, sube la tasa de interés. Esa suba, a su vez, incide en la acumulación y realización de los valores. Por eso, el crédito potencia, o acelera, la tendencia a la sobreproducción, y sobreacumulación, pero no la determina.
El sistema de crédito como propagador de la crisis
Destacamos por último el rol del crédito, en la teoría de Marx, de propagador de la crisis: “En un sistema de producción en el cual toda la conexión del sistema de reproducción se basa en el crédito, si el crédito cesa súbitamente y solo vale ya el pago en efectivo, debe producirse una crisis, una violenta corrida en procura de medios de pago. Por ello, a primera vista toda la crisis solo se presenta como una crisis de crédito y de dinero. Y de hecho solo se trata de la convertibilidad de las letras en dinero. Pero estas letras representan, en su mayor parte, compras y ventas reales, cuya amplitud, que supera en mucho las necesidades sociales, concluye por constituir el fundamento de toda la crisis” (p. 630, t. 3; énfasis agregado).
En definitiva, la teoría de la acumulación y crisis de Marx debe comprenderse en la interacción entre los fenómenos “reales” vinculados a la acumulación – por caso, tendencia a la sobreproducción, al aumento de la composición de capital, etcétera – y lo financiero. Siendo la primera la explicación más fundamental, es imposible entender las dinámicas concretas de acumulación y crisis haciendo abstracción de esta instancia financiera, inherente al modo de producción capitalista.