"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

Por qué la OTAN crece sin fin

La caída del muro de Berlín en 1989-90 y de los regímenes autoritarios del este de Europa fue “un momento con muchas posibles líneas de tiempo, diferentes opciones para determinar el futuro” sostiene Mary E. Sarotte, la historiadora y autora de Not one inch (Yale, 2021), que documenta la caída de la Unión Soviética y la ampliación de la OTAN en la década de los noventa.

Pero ese momento fecundo fue desaprovechado, con resultados trágicos para la paz y la libertad. Esto no era inevitable. En aquella época, “la gente en el poder dio unas vueltas al trinquete para cerrar las puertas al cambio”, dijo Sarotte en una entrevista parcialmente publicada la semana pasada en La Vanguardia. “Utilizo la metáfora de trinquete porque una vez que se da el giro no hay vuelta atrás”, añadió en comentarios aún inéditos.

Las puertas al cambio empezaron a cerrarse ya a finales de 1990, y el portazo definitivo se dio en los años siguientes. Las sucesivas administraciones de Bush padre y Clinton, en lugar de buscar una fórmula para establecer una paz duradera con Rusia, optaron por incentivar la ampliación de la OTAN para consolidar su victoria en la Guerra Fría. Desde 1990, catorce países se han incorporado a la OTAN, entre ellos Polonia, Hungría, Checoslovaquia y los Estados bálticos. Pronto se incorporarán Finlandia y Suecia.

Sarotte no se opone a la ampliación de la OTAN de por sí, pero lamenta que se hiciera sin tomar medidas para que Rusia no se sintiera amenazada

Sarotte –catedrática de la conservadora Universidad Johns Hopkins y alejada de una tradición intelectual de la izquierda– no se opone a la ampliación de la OTAN de por sí. Pero lamenta que se hiciera sin tomar las necesarias medidas para que Rusia no se sintiera amenazada y humillada. “El deshielo tras la Guerra Fría fue un momento precioso pero fue desaprovechado”, dijo en la entrevista.

La primera vuelta del trinquete lo dio el presidente estadounidense George H.W. Bush.

En 1990, varios políticos europeos quisieron aprovechar la caída del muro de Berlín y el desmoronamiento de la Unión Soviética para desmantelar tanto la OTAN como el Pacto de Varsovia. Así se daría vida a una nueva Europa independiente de EE.UU. Hans Martin Genscher, responsable de asuntos exteriores del gobierno de Helmut Kohl en Alemania, por ejemplo, defendía la creación de un pacto de defensa paneuropea que habría incluido a Rusia, pero no a EE.UU.

Por su parte, Vaclav Havel, el líder de la lucha por la democracia en Checoslovaquia y futuro presidente de la República Checa, propuso el desmantelamiento de las dos alianzas militares que consideraba anacrónicas en el nuevo mundo postsoviético. Pero “este escenario no era posible bajo la administración de George H.W. Bush (…) Para Bush, la OTAN no solo tenía que mantenerse, sino que también se tenía que mantener su capacidad para ser ampliada”, dijo Sarotte en la entrevista. “EE.UU. había ganado la Guerra Fría, de modo que Bush se preguntaba: ¿Por qué vamos a hacer concesiones?”

James Baker, el secretario de Estado de Bush, se acercó a la posición de Genscher durante unas semanas de 1990. De ahí la famosa oferta planteada en una reunión con Mijail Gorbachov, en febrero de 1990, de no ampliar la OTAN “ni una sola pulgada” –el título del libro de Sarotte– a cambio de lograr el apoyo de Gorbachov a la reunificación alemana.

Pero, tal y como Sarotte explica en la entrevista en La Vanguardia, fue una oferta improvisada por el impulsivo secretario de Estado sin contar con el apoyo del presidente. Bush forzó a Baker a cambiar de idea. La OTAN permanecería y se ampliaría. En realidad, “no es de extrañar que se mantuviera la OTAN”, dice Sarotte. “Cuando tienes una institución tan grande como la OTAN, siempre es difícil desmantelarla”.

Bush anunció a bombo y platillo un “nuevo orden mundial” tras la caída de la URSS. Pero, en realidad, –sostiene Sarotte– la decisión de ampliar la OTAN se tomó precisamente para garantizar la permanencia del viejo orden mundial. El del dominio estadounidense. “Es extraño que Bush lo llamase el nuevo orden mundial. Porque no lo era”. EE.UU. había dominado en los años de la Guerra Fría, y dominaría aún más en la nueva era sin la URSS, pero con la ayuda de la OTAN. “La OTAN había ganado la Guerra Fría. EE.UU. era la potencia dominante en la OTAN, así que el orden mundial existente era estupendo para EE.UU.” dijo Sarotte.

Bush padre fue animado en su afán de ampliación de la OTAN por el joven Dick Cheney, artífice de las guerras en Afganistán (bajo la bandera de la OTAN) e Irak una década después

Cabe recordar que Bush padre fue animado en su afán de ampliación de la OTAN por el joven Dick Cheney, artífice de las guerras en Afganistán (bajo la bandera de la OTAN) e Irak, una década después durante la administración de George Bush hijo.

De ahí la ingenuidad de libertarios antisoviéticos como Havel, que creían que la caída de la URSS haría innecesaria la OTAN. “Havel, y otros, gente que había luchado contra la represión de la URSS, querían crear una Europa sin armas, sin la OTAN, y sin el Pacto de Varsovia . Esto sí habría sido un nuevo orden mundial”, dice Sarotte. “Bush tenía que parar todo eso”. Pronto Havel se apuntaría a la causa al convertirse en uno de los defensores más ideologizados de la OTAN y la hegemonía de Washington.

Tal y como se explica en el libro de Sarotte, una prodigiosa obra de documentación con 1.800 pies de página referentes a cientos de fuentes de información desclasificada, todos los líderes en Moscú se sintieron engañados tras las primeras ofertas de no ampliar la alianza atlantista. Primero Gorbachov, luego Yeltsin, y finalmente Putin. La ampliación de la OTAN generó una preocupación –real o imaginada, da lo mismo– en Rusia por su propia seguridad interna dada la proximidad de la alianza militar occidental a sus fronteras. Esto ha desatado una dinámica peligrosa muy evidente en estos momentos. La OTAN insiste en que su ampliación y el aumento de su presencia militar es una respuesta preventiva a la militarización rusa. Y Rusia responde de igual forma.

La segunda vuelta del trinquete que cerraba definitivamente la posibilidad de un futuro mejor la dio Bill Clinton. “Cuando llega Clinton a la presidencia en 1992, el debate no era si la OTAN sería expandida. Esto ya era un hecho consumado. La cuestión era cómo”.

Clinton, al principio, apoyaba un proceso gradual para que Rusia no tuviera que sufrir una humillación. “Se optó por no darle a Rusia una bofetada a la cara. Se buscaba un término medio, y esto era la Asociación para la Paz (Partnership for Peace) en la que se plantearon opciones para ingresar en la OTAN sin el artículo 5 (que garantiza las intervenciones de los demás miembros de la alianza en caso de agresión contra uno de ellos). Esto, sobre todo para países geográficamente próximos a Rusia, parecía una provocación en Moscú, y los diseñadores de la Asociación para la Paz como William Perry, el secretario de Defensa de Clinton, hicieron caso a esos temores. “Se optó por una fórmula al estilo de Noruega que, al ser un país fronterizo, quiso reducir la impresión de agresividad al rechazar bases estadounidenses y armas nucleares”.

Clinton entendía en ese momento la importancia de buscar una fórmula de ampliación de la OTAN aceptable para Rusia. Pero en 1994, bajo presiones de los neoconservadores republicanos de Newt Gingrich en el Congreso, el presidente demócrata cambió de postura, un ejemplo típico de la política clintoniana de triangulación ya visible de nuevo en la administración Biden. “Clinton, en un momento clave, cambió de opinión y dibujó una plan para la ampliación ya con el artículo 5, un proceso sin fin con la puerta siempre abierta”. Perry dimitió en protesta contra la nueva política de Clinton que –según entendía el secretario de Defensa– forzaría a Rusia a defender su seguridad interna.

Se quiera o no, todo esto es la raíz de la actual guerra en Ucrania y el grave peligro de escalada militar, incluso nuclear. Putin es el responsable de la agresión contra Ucrania. Pero el trasfondo es la insistencia de Bush, Clinton y todos los presidentes de EE.UU. de consolidar el poder de la superpotencia mediante una alianza diseñada desde el inicio –aunque esa no sea la perspectiva de Sarotte– para camuflar sus propias agresiones.

Y al mantener y expandir la OTAN, lejos de proteger el derecho de autodeterminación de las naciones que se desprendían de la órbita soviética, se imposibilitó el pleno ejercicio de su soberanía. Con la OTAN en plena expansión en las fronteras rusas, la preocupación en Moscú por su seguridad garantizaría reacciones violentas contra los nuevos –y viejos– nacionalismos.

 

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