"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

Buenos Aires 1939, Ajedrez y Nazismo

Por José Luis Lanao

El ajedrez, un buen punto de partida para hablar de casi cualquier cosa

“El ajedrez es tan rico que una sola vida no es suficiente para disfrutarlo entero”, dejó escrito el maestro y periodista neerlandés Hans Ree. No solo se refería a que el número de partidas distintas posibles es un uno seguido de 123 ceros (el de átomos en el universo tiene 43 ceros menos), sino también a que el ajedrez puede ser un buen punto de partida para hablar de casi cualquier cosa. Sus tentadoras conexiones con la inteligencia artificial, pedagogía, neurología, psicología, psiquiatría, matemáticas, deporte, política internacional, literatura, convenció a Ree que “quienes pueden imaginar cualquier cosa, pueden crear lo imposible”.

En septiembre de 1939 se disputaba en Buenos Aires la VIII Olimpiada de Ajedrez Internacional. Soplaban vientos de guerra en Europa. Austria y Checoslovaquia habían dejado de existir como naciones independientes, anexionadas por la Alemania nazi. Los checoslovacos pudieron competir como equipo separado, pero bajo el nombre de «Protectorado de Bohemia-Moravia». La delegación inglesa integrada por el coronel Hugh O’Donel Alexander, (campeón británico en ese momento y eminente matemático) Stuart Milner-Barry y Harry Golombek, abandonó precipitadamente el torneo sin dar muchas explicaciones.

El primer ministro, Winston Churchill, ordenó que se trasladaran de urgencia a Benchley Park (80 km al norte de Londres) para dedicarse, con otros cerebros privilegiados, en una misión de extrema importancia: el descifrado del código Enigma. Se integraron de inmediato en el ultrasecreto grupo liderado por Alan Turing que terminó por descifrar el famoso código del ejército nazi, lo que probablemente acortó varios años la II Guerra Mundial. El razonamiento de Turing (matemático, criptógrafo, biólogo, filósofo, y uno de los padres de la ciencia de la computación y precursor de la informática moderna) era que la enorme complejidad del ajedrez -hay más partidas distintas posibles que átomos en el universo conocido- permitiría acceder al descifrado del encriptado.

La operación fue un rotundo éxito y la convivencia de Turing con los grandes maestros de ajedrez influyó para que en 1948 se crease el primer programa informático de ajedrez “Turochamp”, y se eligiera el ajedrez como campo de experimentación de la inteligencia artificial. Alan Turing murió envenenado a los 42 años, y probablemente, se suicidara por los terribles efectos secundarios de la castración química que eligió para librarse de la cárcel cuando se descubrió que era homosexual.

Medio siglo después, su obcecado empecinamiento por asociar el ajedrez con la tecnología, le daría la razón. En 1997, “Deep Blue” (IBM) conseguía derrotar al ruso Gari Kasparov. Gracias a esa investigación, IBM logró avances muy importantes en ámbitos conectados con el cálculo molecular: fabricación de medicamentos complejos, planificación agrícola, pronóstico meteorológico o cálculo financiero. En 2021, la empresa Deep Mind (Google) logró el mayor avance en la historia de la biología -descifrar el comportamiento de las proteínas- gracias a lo aprendido con el ajedrez y el go (un complicado juego en su táctica, aunque menos en la estrategia) a través de sus revolucionarios programas “AlfhaZero” y “AlphaGo”. Una de las razones más influyentes para que el ajedrez haya inspirado a tantos intelectuales es su poderosa conexión con la psicología y la psiquiatría. Esa tentación irrefrenable de pintar a los ajedrecistas como alienados ambulantes recorriendo los tormentosos límites entre la genialidad y la locura.

Stefan Zweig escribió antes de suicidarse: “Cada vez que me encuentro me siento más solo”. Fue el 22 de febrero de 1942. Su obra maestra, “Novela de ajedrez”, se publicada en Buenos Aires unos meses después. El relato es una descarnada critica contra el nazismo y los métodos de la Gestapo. Su protagonista, el Dr B, torturado y aislado, sobrevive a la locura gracias a un manual de ajedrez encontrado de forma casual. Zwieg y Turing se aferraron al ajedrez para contarlo. Un ejemplo más que la muerte definitiva solo acontece con el olvido.

FUENTE PÁGINA 12

16 de febrero de 2023

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