"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

La Venezuela de Génova 13

Otra sesión de control al Gobierno donde la derecha nombra Venezuela. Semana tras semana no fallan. Ya no sorprende a nadie. Desde hace años se ha convertido en la provincia 51 de España. No es nada nuevo si señalo que sabemos más sobre si Maduro se ha puesto una camiseta del Barça que de las políticas sanitarias del Gobierno de Portugal, nuestro país vecino. Los medios hace ya tiempo que establecieron sus prioridades por motivos políticos y/o económicos. En la vida parlamentaria española Venezuela se utiliza como insulto; como arma arrojadiza. La oposición se empeña en señalar que el Gobierno de coalición quiere convertirnos en la nueva Venezuela. Parece difícil que eso suceda. En cambio, lo que sí ha pasado es que la oposición española ha adaptado las estrategias de la venezolana. Finalmente, han sido ellos los que han sucumbido a asemejar sus políticas a las que hace la derecha del país latinoamericano. Analicemos.

Poner en duda la legitimidad del Gobierno

Aunque la derecha española no llega tan lejos como la venezolana y considera las elecciones limpias, desde el primer momento se han encargado de generar dudas sobre si el Gobierno de coalición es legítimo. Primero utilizaron el argumento de que Pedro Sánchez llegó a presidente a través de una moción de censura, como si esta herramienta no fuera válida y constitucional. También han utilizado desde entonces el término “Gobierno Frankenstein”, aludiendo a la necesidad de apoyarse en otros partidos para sacar adelante la legislatura. Algo que también es totalmente válido e, incluso, en muchos términos, es positivo para un Congreso que ha vivido muchos años preso del bipartidismo.

También sus acuerdos con ERC o EH-Bildu han levantado ampollas en la derecha, cuando son partidos totalmente legales y que han obtenido sus escaños a través de los votos. Este cúmulo de hechos, sumados a las relaciones pasadas de parte de Unidas Podemos a Venezuela y algunas decisiones políticas, ha hecho que, desde el PP, VOX y, en menor medida, Ciudadanos, se hable de Gobierno ilegítimo. Aunque sea falso y lo sepan, ya han conseguido generar dudas y que parte de la población lo entienda así. Otra vez el maldito relato.

Lawfare

Ante la imposibilidad de ganar en las urnas y ante los miedos de las consecuencias de promover una intervención armada, la derecha venezolana decidió hace tiempo intentar tumbar el gobierno por una guerra no convencional: el golpismo judicial o lawfare. La estrategia más sonada fue la de Juan Guaidó autoproclamándose presidente y buscando el respaldo de la comunidad internacional. Pese a contar con el apoyo del presidente de EE UU y de numerosos países europeos, no se consiguió el objetivo de agotar al Gobierno venezolano mediante esta vía. No ha sido la única. Las acusaciones de narcoterrorismo o de lavado de dinero, entre otras, hacia el presidente Nicolás Maduro por parte del Gobierno estadounidense, son otras de las artimañas judiciales que buscan conseguir el poder en Venezuela sin pasar por las urnas.

En el Estado español la derecha también ha decidido utilizar esta táctica para desestabilizar al ejecutivo. Sabiendo que tienen una minoría parlamentaria, sólo les queda la opción de judicializar cada decisión que no les interese. Saben que no tienen el poder político, pero sí siguen teniendo gran influencia en el poder judicial y comprenden que muchas de las leyes que lleven hasta los tribunales serán tumbadas. Al menos conseguirán que sean cuestionadas, pero saben que tienen mucho que ganar en ese terreno. Conocen de primera mano que la separación de poderes no existe y los jueces, muchas veces, se extralimitan de sus funciones para influir en determinados conflictos políticos. Dado que las urnas no les dieron los votos para llegar al poder, intentarán boicotear toda decisión del Gobierno en busca de su inestabilidad e intentarán limitar su toma de decisiones.

Guerra mediática

En este apartado se da un hecho curioso. La derecha, tanto venezolana como española, denuncia la falta de libertad de expresión en numerosos medios. Son famosas las fotografías de los opositores a Maduro acusando de vivir en un Estado dictatorial rodeados de micrófonos de distintas televisiones y radios. Es una especie de paradoja de Schrödinger donde no se tiene libertad de expresión y sales en todos los medios a la vez. No pasa nada, la derecha nunca ha tenido problemas en lidiar con numerosas contradicciones.

Pese a lo que se dice, la oposición venezolana goza del apoyo de la mayoría de los medios de comunicación venezolanos. De hecho, el fallido Golpe de Estado en 2002 contra el Gobierno de Hugo Chávez no podría entenderse sin el apoyo y la participación de parte de los medios privados. Tras ese intento frustrado, se dieron cuenta de que no hacía falta una intervención militar, sino que mediante lo llamado “golpe blando” se puede derrocar un poder legítimo. Es más lento, pero se puede. Y saben que, si se consigue, los mandatarios recordarán qué prensa estuvo de su lado.

En España sucede lo mismo. La mayor parte de medios están a favor de las políticas de derecha. El ascenso de VOX no podría entenderse sin el papel de los medios y su blanqueamiento. Además, están sirviendo de voceros para las otras estrategias (gobierno ilegítimo y lawfare) que la derecha lleva a cabo. De las cuatro cabeceras principales de diarios a nivel nacional, tres respaldan la estrategia del PP y sus aliados. Día tras día sus portadas son ataques al Gobierno por una cosa u otra. Además, el otro diario importante de tirada nacional (El País) tampoco está cómodo con que Unidas Podemos esté en el Gobierno y también ayuda a cuestionar mediáticamente algunas decisiones gubernamentales.

Es más, programas de magacín como Espejo Público o de supuesto entretenimiento como El Hormiguero se han puesto al servicio de esta guerra mediática contra el Gobierno y sus socios. Entre sus otras secciones donde tratan otros temas variados, con entrevistas a personajes de actualidad o cotilleos, introducen el argumentario de la derecha consiguiendo, de este modo, intervenir en el ideario colectivo de un modo más sutil. Según el PP y sus aliados vivimos, prácticamente, en una dictadura. Extraño totalitarismo en el que día tras día vociferan mentiras y calumnias en todos los canales y radios posible.

La presión en las calles

Otra de las estrategias calcadas por ambas derechas es la de manifestarse sin motivo alguno, salvo el de recuperar el poder. Ni siquiera en medio de una pandemia han decidido hacer marchas para exigir más rastreadores o pedir mejoras en la sanidad. Su único motivo es que le devuelvan lo que sienten como suyo. Disfrazan esas peticiones en nombre de la libertad a veces, otras en amparo de la Constitución y el jefe del Estado y, mayoritariamente, en defensa del país. Significantes vacíos para justificar su protesta callejera que carece de argumentos sólidos.

En las calles de Caracas o las de Madrid convocan a cientos de personas con el único fin de que no gobiernen los otros. Para ornamentar su marcha callejera suelen recurrir a vídeos de personales de la farándula más casposa y de estómagos agradecidos. Finalmente, toda la caverna mediática les da un empujón en sus crónicas donde hablan de éxito rotundo. Son capaces, incluso, de escribir la crónica antes de la manifestación.

Pero tanto el Venezuela Aïd Live como la manifestación en Colón, ambas convocatorias vendidas como marchas históricas de las derechas de ambos países, fueron realmente un fracaso. Con todo a su favor, con autobuses para llevar asistentes, con grandes figuras mediáticas detrás… con todo, la afluencia no fue masiva. No es real que exista un pueblo echado a las calles pidiendo un cambio de Gobierno. Pero sí es verdad que se busca vender esa imagen. Muchas veces se consigue.

Internacionalismo neoliberal

Son más las estrategias que comparten. Como es lógico, la guerra económica es la que más practican. Cuando más se empobrezca el país mientras gobierna la izquierda, mejor para ellos. Para esa tarea tienen a los empresarios y a la patronal de su lado. Además, desde siempre nos han vendido que la derecha gestiona mejor. De tanto repetirlo, muchas personas se lo han tragado y en momentos de crisis los votan buscando que los salven.

También en la pandemia han demostrado su discurso camaleónico. O cómo tener más cara que principios, vaya. Culpan al Gobierno de ocultar las cifras reales de muertos a la vez que piden más libertades (otra vez) para salvar la economía. Tampoco son enemigos de los magufos. Les sirven mientras les ayuden a deslegitimar y poner en duda las acciones sanitarias. No es la primera vez que hacen política con las víctimas. No tienen escrúpulos para ello, y una pandemia, sumada a una crisis económica, saben que es terreno fértil para volver a gobernar. Lo único que juega en su contra es el tiempo. Si llega la recuperación antes de lo previsto, lo tendrán difícil. Necesitan al gobierno fuera ahora, que el ambiente está crispado y la situación es límite.

Así que cuando os digan que vamos camino de ser Venezuela podéis responder que ya lo somos, al menos en términos de tener una oposición salvaje, golpista y reaccionaria. No hay diferencia entre Guaidó y Pablo Casado. En sus cabezas se ven presidentes. Cada vez cuentan con menos apoyos, cada vez son menos creíbles, pero piensan que el poder les pertenece y que, tarde o temprano, lo recuperarán. Cueste lo que cueste. Nunca se ha hablado sobre ello, pero sí parece haber un Internacionalismo Neoliberal. Una cooperación entre las derechas del mundo para compartir estrategias de desestabilización en pos de recuperar el poder. Ellos sí tienen claro que de la unión nace la fuerza. Ya verán cómo se reparten el pastel, pero tienen claro que lo quieren y que las diferencias ya se lavarán en casa.

¡Golpista del mundo, uníos!

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