"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

45 años después del crimen de Barbados: ¿cómo lo recuerda Cuba?

Por Danay Galletti Hernández

En la mañana del 6 de octubre de 1976, los estudiantes de la Escuela Superior de Perfeccionamiento Atlético, en el actual Club Habana del municipio capitalino de Playa, conocieron por la emisora Radio Reloj la noticia de la explosión en pleno vuelo de la aeronave CU-455 de Cubana de Aviación con una ruta desde la isla de Barbados hacia Jamaica.

Tiempo después supieron que no hubo sobrevivientes y que, entre los pasajeros, estaban los 24 integrantes de la delegación de esgrima, victoriosos en el IV Campeonato Centroamericano y del Caribe de ese deporte, celebrado en Venezuela, según recordó a Sputnik Emma Bárbara Alfonso Trujillo, por aquel entonces miembro del equipo de voleibol juvenil.

«La última vez que vi a Virgen Felizola, Inés Luaces, Milagros Peláez y Nancy Uranga, con varias semanas de embarazo, fue la mañana antes de su viaje mientras iban a desayunar. Estábamos en una práctica de boleo con el entrenador Celestino Suárez y ellas nos preguntaron cuándo marcharíamos a nuestra competencia en Canadá», evocó.

Con Felizola mantenía un vínculo cercano pues ambas cursaban la docencia en la misma aula y dormían en casas continuas. Pese a su corta edad —tenía 17 años al morir— la floretista acumulaba experiencias en torneos realizados en países del bloque soviético como Rumanía, Polonia y Checoslovaquia.

«Desde aquella fecha mantengo un luto que me durará toda la vida, pues siendo yo única hija ella era como mi hermana. Si tenía algún problema siempre acudía en mi ayuda. Recuerdo que cuando se divorciaron mis padres me aconsejó mucho. Le comenté que me iba de la escuela para acompañar a mamá en la casa. Ella desaprobó esa decisión», confirmó Alfonso.

¿Qué pasó en 1976?

Beatriz Abreu cursaba el onceavo grado en el preuniversitario Pablo de la Torriente Brau en Playa, La Habana, cuando el 15 de octubre de 1976 acudió al acto de despedida de duelo de los conocidos tiempo después como Mártires de Barbados, en la Plaza de la Revolución y con la presencia de Fidel Castro.

«Llegamos a la escuela y organizaron nuestra salida para la Plaza. Estábamos tan cerca de la tribuna que pudimos ver a los familiares conmovidos, si bien en el sitio había miles de personas. Es imposible hoy precisar la cifra. El silencio solo era interrumpido por los sollozos y las palabras de Fidel», argumentó.

Ese día el dirigente cubano pronunció un discurso emblemático en el contexto socio-político del país desde aquel entonces: «Han ascendido para siempre al hermoso Olimpo de los mártires de la patria. Millones de cubanos lloramos hoy junto a los seres queridos de las víctimas del abominable crimen de Barbados y cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla».

En el verano de ese año aumentaron los ataques terroristas, aupados por la Agencia Central de Inteligencia de EEUU (CIA), a representaciones diplomáticas de la isla en el mundo, aviones y embarcaciones que, a juicio de los historiadores, constituyeron la venganza contra la mayor de las Antillas por su participación en la derrota contra el apartheid sudafricano en Angola.

Las primeras investigaciones tras la voladura del avión civil cubano con 73 personas a bordo —57 cubanos, 11 guyaneses y cinco coreanos— resultaron en el arresto de los ciudadanos venezolanos Freddy Lugo y Hernán Ricardo, autores materiales encargados de colocar las cargas explosivas durante un viaje anterior de la nave.

Años después, un documento desclasificado por la CIA de junio de 1976 revelaría cómo el terrorista cubano Orlando Bosch ideaba colocar una bomba en un vuelo de la aerolínea Cubana de Aviación, en la ruta Panamá-La Habana, con fechas para las acciones. En aquel entonces el Departamento de Estado, el FBI, la Fuerza Aérea, entre otros, recibieron copias del texto.

Luego del atentado, la Policía venezolana detuvo a Bosch y al exagente de inteligencia estadounidense de origen cubano Luis Posada Carriles y allanó la oficina de Investigaciones Comerciales propiedad de Carriles, donde aparecieron pruebas y equipos vinculados al conocido como Crimen de Barbados.

El largo proceso judicial contra ellos en la nación sudamericana experimentó irregularidades y presiones del Gobierno de Estados Unidos y la propia CIA. En 1982 Posada Carriles huyó de una cárcel venezolana hacia El Salvador, país desde el cual intervino en la ejecución de asesinatos a revolucionarios y el tráfico de drogas.

Posada Carriles murió el 23 de mayo de 2018. Permaneció en prisión durante un breve espacio de tiempo en el año 2000 en Panamá después de un intento de magnicidio contra Castro durante una visita al país centroamericano.

Bosch fue declarado inocente y hasta su muerte en 2011 residió en la ciudad de Miami, EEUU. Años más tarde, cuando le preguntaron por las víctimas civiles del sabotaje al avión, afirmó que todos eran miembros del Gobierno comunista cubano y merecían morir, incluidos los deportistas a los cuales calificó como «unas negritas».

¿Cómo era Virgen Felizola?

Integrante del equipo de florete femenino, Felizola nació en 1959 y, a juicio de los expertos, era una de las deportistas con grandes perspectivas de integrar la selección nacional de su disciplina en las próximas Olimpiadas de 1980 en Moscú, certamen al cual tuvieron acceso las mujeres esgrimistas más de 30 años después de la constitución de los juegos en 1896.

«Era tímida, inteligente, responsable y estudiosa. El uniforme estaba siempre limpio y el cabello bien peinado. Las derrotas la ayudaban a seguir adelante y me decía que si Fidel [Castro] no hubiese bajado de la Sierra Maestra, ella, oriental, negra y pobre, quizá no habría podido estudiar», aseveró la actual profesora de la Escuela Latinoamericana de Medicina.

Admiradora del médico argentino-cubano Ernesto Che Guevara de la Serna, la joven Felizola entrenaba en un imponente edificio de Prado 207, hoy sede de la Escuela Nacional de Ballet, próximo a otros emblemáticos sitios de la urbe como el Capitolio y los Hoteles Inglaterra y Telégrafo.

«Cuando no acudían a ese espacio, compartíamos la calle Quinta Avenida, alrededor de las seis o siete de la mañana, para preparaciones de rutinas previas a las competencias. Seguían una dinámica fuerte como miembros del equipo nacional, salvo los miércoles, día de recreación, que acudíamos todos al mar o a los alrededores de la piscina», refirió.

Algunas veces la madre de Emma acompañaba a Virgen a las reuniones de padres pues el único familiar que ella tenía en La Habana era una hermana bailarina. El día de su muerte no hubo clases, rememoró Alfonso, la preocupación y la alarma sobrecogieron el lugar y luego, con la llegada de los restos, los jóvenes intervinieron en la guardia de honor.

«Antes de irse me regaló el libro A fin de cuentas, del escritor soviético Boris Polevói. En ese testimonio, el corresponsal cuenta las atrocidades de los fascistas durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Cuando estuve en una base de entrenamiento en Alemania, en julio de 1977, aproveché la ocasión para visitar el crematorio de Núremberg», expresó la deportista.

Emma y el tabloncillo

Los triunfos de Cuba en juegos panamericanos, centroamericanos, mundiales juveniles, universitarios y torneos de la Amistad, celebrados en las décadas de 1970 y 80 dependieron, en gran medida, del desempeño de un grupo de jovencitas del equipo femenino de voleibol, del cual Emma Alfonso formó parte.

«Del rigor, precisión y exigencia en los entrenamientos dependía la victoria. Practicábamos ocho horas al día. En la mañana el trabajo se centraba en la parte física: levantamiento de pesas y pistas. El horario de la tarde se dedicaba a la técnica y táctica: combinaciones con las pasadoras, remates y saques a zonas dirigidas», puntualizó Alfonso.

El Campeonato Mundial femenino de 1978, celebrado en Moscú, fue el primer gran triunfo del combinado criollo. Emma sufrió una lesión por la que perdió eficiencia y le impidió alcanzar el rendimiento necesario para ese tipo de eventos. En su lugar fue Josefina Capote. «Me sentí triste, pero confiaba en mis compañeras. Ellas traerían la presea dorada».

Compartió aula y entrenamiento con las primeras Morenas del Caribe —como se conoce al equipo nacional de voleibol femenino—, entre ellas, Mercedes Mamita Pérez, Nelly Barnet, Imilsis Téllez, Erenia Díaz y Mercedes Pomares. Las lesiones en los tobillos, el hombro y la cervical impidieron que Emma continuara; también las nuevas atletas presentaban talla y características superiores a las suyas.

«Cuando entré a la selección, Mamita me cuidó como a una hija. Era yo la más pequeña, con 15 años, por eso en las competencias todas las muchachas me ayudaban a vestirme y maquillarme de acuerdo con mi edad. Era una jugadora muy completa y formaba junto a Nelly Barnet y Mercedes Pomares el llamado trío del terror», señaló.

 

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