Esta contribución toma como punto de partida los debates – que pueden ser considerado exóticos o esotéricos entre economistas marxistas, principalmente anglosajones. A continuación, se amplia en tres ámbitos: el regreso de las ideas keynesianas, el debate sobre el desarrollo concreto de la crisis y una incursión en las preocupaciones ecologistas. Para volver en un bucle a la idea de que la lectura marxista hace subir a la superficie cuestiones fundamentales sobre el capitalismo contemporáneo. No hace falta decir que este ensayo de discurso sobre los discursos refleja un punto de vista personal y no trata de considerarlos de acuerdo con su influencia relativa . El objetivo de esta contribución es más bien sugerir una posible explicación para la contradicción que existe entre la aparente gran coherencia de la argumentación keynesiana o regulacionista y su limitada capacidad de pesar en el debate público, para no hablar de las políticas que finalmente se llevan a la práctica.
Ortodoxia marxista
Tomamos como punto de partida la tesis del marxismo más ortodoxo o dogmático sobre la baja tendencial de la tasa de ganancia como el vector principal, si no único, de la crisis. Un pequeño paréntesis en un texto Guglielmo Carchedi (1), uno de los representantes de esta corriente, es significativo : «hay crisis, la tasa de ganancia cae por lo tanto».
Ciertamente, cada recesión provoca una caída de la tasa de ganancia, y no hay controversia sobre este punto, pero la propuesta va más allá: la crisis no puede ser sino la expresión de una tendencia que se manifiesta mucho antes. Esta posición conduce a un doble debate: un debate abstracto – que a menudo se convierte en una glosa de textos de Marx – y un debate más empírico sobre la evolución de la tasa de ganancia. La relación entre los dos se refiere a como medir «correctamente» la tasa de ganancia.
Esta discusión se refiere, en parte, a otro debate sobre la teoría del valor y, en particular, a la cuestión de la transformación de valores en precios de producción. Una corriente llamada «temporalista», animada principalmente por Alan Freeman y Andrew Kliman (2) ha propuesto desde hace ya bastantes años una solución al problema de la «transformación», basada en la idea de que el precio de los outputs no debe considerarse igual al precio de los inputs, como hacen todas las críticas de inspiración «neo-ricardiana» o «sraffiana» de la teoría del valor-trabajo. Pero los defensores de esta tesis llevan su conclusión lógica hasta el final y proponen una medición de la tasa de ganancia que, en la práctica, cae constantemente.
Los economistas marxistas, sin embargo, están divididos sobre el análisis de la dinámica de la fase neoliberal y, por lo tanto, también sobre las causas de la crisis. Para los «ortodoxos», la tendencia a la caída de la tasa de ganancia se manifiesta desde hace mucho tiempo y, habiéndose agotados los medios para contrarrestarlo, estalló la crisis. Pero para los marxistas «pragmáticos», el período anterior a la crisis se caracterizó por el contrario por una tendencia al aumento de la tasa de ganancia en función de diversos factores que podían prolongarse indefinidamente: sobre endeudamiento, disminución de la participación de los salarios, etc.
Convergencia de análisis
Este primer debate se combina con un resurgimiento de los temas keynesianos y aparentes coincidencias de Marx y Keynes. Se desarrolla a lo largo de tres ejes: demanda, finanzas y austeridad.
Demanda y realización. El primer tema es la «realización». Este término, que está tomado de la terminología marxista, hace referencia al debate entre Lenin y Rosa Luxemburgo. Pero también incluye un tema económico concreto, actual y legítimo: si la participación de los salarios disminuyen tendencialmente, ¿quién va a comprar los bienes y servicios producidos por los trabajadores? Es necesario que exista una demanda social correspondiente, y este tema es el que aborda Marx en su estudio de los esquemas de reproducción. Pero es obvio que construye un puente con el principio keynesiano de la demanda efectiva.
Esta pregunta, de nuevo perfectamente legítima, lleva a varios tipos de respuestas. Por parte de los marxistas «ortodoxos», la reacción es de crispación, que se manifiesta de dos formas. Desde el punto de vista teórico, se niega la pertinencia misma de la pregunta, en nombre de las críticas tradicionales a las tesis «sub-consumistas», que también se refieren a los argumentos ya presentes en los debates de la década de 1920. En particular, la inversión podría relevar al consumo, garantizando las salidas necesarias para la reproducción del capital. Como este esquema daría lugar a un deterioro de la rentabilidad, volvemos a tropezar con la caída tendencial de la tasa de ganancias como la principal causa de la crisis. Pero esta tesis supone cuestionar dos tendencias fundamentales del capitalismo neoliberal, a saber: de un lado, la creciente brecha entre beneficios y la acumulación y, por otro, la disminución de la participación de los salarios. Como hace Andrew Kliman, por ejemplo (4).
Pero también asistimos a una convergencia de diversas corrientes heterodoxas en el análisis de la desigualdad como un factor esencial de la no sostenibilidad del capitalismo neoliberal, de que el último libro de Joseph Stiglitz es un buen ejemplo (5). Este reenfoque proporciona un análisis más fundamental, que tiene la ventaja añadida de tender puentes con temas ecológicos, en la medida en que la cuestión de la redistribución gana importancia sobre la del crecimiento .
Finanzas y desequilibrio. El peso de las finanzas en la dinámica del capitalismo contemporáneo ha dado lugar a un nuevo acercamiento entre heterodoxos, en la que el redescubrimiento de las tesis de Hyman Minsky ha jugado un papel clave. No hay necesidad de hacer hincapié en la importancia de este tema que alimenta el discurso sobre la crisis, bien para analizar su génesis o para sugerir maneras de salir de ella mediante la regulación financiera. Pero la convergencia en la condena casi unánime de los excesos de las finanzas, basado en una crítica común de la hipótesis de la eficiencia del mercado, no está exenta de ambigüedades con respecto a la separación entre el capitalismo financiero y el capitalismo «productivo».
La cuestión es saber, de hecho, si se puede separar el trigo de la paja. Para algunos, las finanzas son puramente depredadoras: al llevarse una parte de los beneficios y exigir una hiper-rentabilidad, ralentizan la dinámica de acumulación del capital. Para otros, es funcional para el capitalismo neoliberal en la medida en que es compatible con la globalización del capital y ofrece las salidas necesarias a través de los ingresos que redistribuye.
Austeridad y absurdo. El tercer punto de confluencia de diversas heterodoxias es la crítica de las políticas de austeridad fiscal aplicadas en Europa. El rechazo natural de las políticas que quieren hacer pagar la crisis a aquellos y aquellas que no son responsables de ella es parte de un consenso relativamente extendido. Pero se trata sobre todo de una argumentación de análisis económico que se ha utilizado contra el giro hacia la austeridad fiscal, y que ha sido también capaz de predecir correctamente la recesión que conllevaría. El debate que tiene lugar en el seno de las mismas instituciones internacionales sobre la evaluación de los multiplicadores fiscales ha contribuido poco a poco a la aparición de un consenso muy amplio que va más allá de la simple ortodoxia. Con la excepción de los economistas a sueldo de la Comisión Europea (6) y la OCDE, es difícil encontrar quién defienda explícitamente las virtudes de la austeridad fiscal. Esta situación lleva a que los economistas marxistas o con alguna tendencia marxista aprueben en buena medida el discurso crítico contra las políticas de ajuste fiscal de los keynesianos.
Sin embargo, esta triple convergencia es en buena medida, superficial. En cualquier caso, no da lugar a recomendaciones de política económica tan compartidas como aparentemente lo son los análisis críticos.
Programas divergentes
Nos encontramos así con la crítica de los marxistas más ortodoxos a los proyectos de estímulo keynesianos. La coherencia dogmática descrita anteriormente se transfiere aquí cuestionando las propuestas para impulsar la demanda. Algunos de ellos contraponen al multiplicador keynesiano un «multiplicador marxista» (7), porque la única manera de salir de la crisis es, desde el punto de vista del capitalismo, restaurar la rentabilidad. Lo que podría hacerse mediante una devaluación masiva de capitales, pero sigue siendo insuficiente.
La lógica profunda del sistema es recurrir a la austeridad salarial, en un sentido amplio, cuyo objetivos no es sólo el salario directo, sino también el salario socializado y el derecho laboral. Más adelante veremos por qué no se equivocan en su pronóstico. Pero su deseo de desmarcarse por completo del keynesianismo les lleva a denunciar a sus partidarios, de muchos tipos según ellos, ya que incluyen en sus filas a todos aquellos que abogan por estimular la demanda mediante los salarios o el gasto público. Defender este tipo de políticas de estimulo equivale a sus ojos a querer salvar el sistema, dada la incomprensión fundamental de su funcionamiento real. La única salida progresista es, por lo tanto, la ruptura con el sistema. Lo extraño de esta posición es que implica que la defensa de los salarios y del gasto social sería anti- o, al menos, no marxista.
Pero hay otra tensión que surge con la corriente que podría calificarse por comodidad de ecosocialista. La crítica de la austeridad como un obstáculo para el crecimiento corre el peligro de avalar la idea de que el retorno al crecimiento es una condición para salir de la crisis que permitiría «invertir la curva del desempleo. Todo el debate sobre la definición y el contenido del crecimiento corre el riesgo de desaparecer, y cualquier reflexión sobre la transición ecológica, la disminución de la desigualdad, y el papel de la reducción del tiempo de trabajo como palanca de creación de empleo de pasar a un segundo plano.
Finalmente, un tercer punto oscuro es el referente al tema del presupuesto: ¿hay que pagar la deuda? ¿Cómo financiar el déficit público? Hay una gran variedad de posiciones con respecto a estas dos preguntas. Una de las posiciones radicales aporta una respuesta coherente en torno a este tríptico: anulación de la deuda ilegítima, socialización de la banca y financiación del déficit público fuera de los mercados financieros. Se basa en tres ideas que se relacionan con el análisis de la crisis y su estallido. La primera es que parte de la deuda es ilegítima, ya que no proviene de un gasto excesivo, sino de recortes deliberados de impuestos – en favor de los hogares más acomodados y de las empresas – que no han producido los efectos esperados. Pero la cancelación de una parte importante de esta deuda provocaría una reacción inmediata en el sistema bancario, que tendría que ser socializado para «expurgarlos» y cuadrar las cuentas. Por último, es imposible considerar una política alternativa en un país que debe al mismo tiempo conservar la «confianza» de los mercados financieros, bajo pena de tener que pedir prestado a tasas de interés exorbitantes.
Esta posición es, probablemente, minoritaria entre las heterodoxas, pero tiene el mérito de plantear problemas a los que hay pocas respuestas satisfactorias. La propuesta mínima es decir, un poco como el FMI y en la práctica la Comisión Europea, que sería mejor escalonar el camino de retorno al equilibrio presupuestario. Otras propuestas buscan, de formas diversas, modificar el funcionamiento de las instituciones europeas para avanzar hacia una mutualización de las deudas o anticipar la necesidad de nuevas «reestructuraciones». Pero, más allá de la credibilidad de este tipo de propuestas, subestiman el volumen necesario de anulación de la deuda para despejar el paisaje, así como de la recapitalización de los bancos que tendría que acompañarla.
De vuelta sobre la tasa de ganancia
Las tesis marxistas ortodoxas que he presentado hasta ahora de manera algo crítica, plantean, sin embargo, dos cuestiones importantes. La primera se centra en las razones fundamentales de la divergencia, que actualmente se considera evidente, entre el «Norte» y el «Sur» de la zona euro, o entre el «centro» y la «periferia». En la economía dominante, esta divergencia es consecuencia del crecimiento no controlado de los costes laborales en la periferia, lo que habría dado lugar a un mayor crecimiento de los desequilibrios comerciales. Y lógicamente , la «devaluación interna» se presenta como la principal medida para reducir estos desequilibrios.
Esta interpretación no es correcta, y ha sido rechazada, incluso por la Comisión Europea (8), a pesar de que se olvide rápidamente este hecho. En realidad, el creciente déficit comercial de los países de la periferia antes de la crisis se explica fundamentalmente por el rápido crecimiento de la demanda interna y, por lo tanto, de las importaciones. Y viceversa, la reducción del déficit corresponde esencialmente a los efectos de la recesión sobre las importaciones.
Pero hay un factor de divergencia más estructural y fundamental, que se refiere a la dinámica del beneficio. La tasa de ganancia comenzó a declinar en los países de la periferia casi inmediatamente después de la creación de la zona euro, mientras que, al mismo tiempo, crecía en el centro (con la excepción de Francia, donde se estancó). Este cambio no se debió a un crecimiento excesivo de los salarios, ya que la participación de los salarios se redujo o se mantuvo constante en toda Europa a lo largo de la década anterior a la crisis. Lo que pasó fue una pérdida de la eficiencia del capital: el crecimiento más rápido del capital per cápita solo permitió ganancias mediocres en la productividad del trabajo. Esta es exactamente la configuración marxista «clásica» de una caída de la tasa de ganancia provocada por el aumento de la composición orgánica del capital.
Este hecho arroja luz sobre el aparente absurdo de la austeridad fiscal. Si su objetivo era reducir de forma significativa la carga de la deuda, ha resultado en realidad un fracaso evidente. Pero si su verdadero objetivo era restaurar la rentabilidad, entonces las cosas van en la dirección «correcta»: el aumento del desempleo, la congelación salarial y las «reformas estructurales» son poderosas palancas para la recuperación de los márgenes de beneficio y el «recorte» del estado del bienestar. Incluso se puede constatar que las reducciones en los costes laborales unitarios en los países de la periferia no se utilizaron para restaurar la competitividad de los precios, sino para restaurar los márgenes de beneficio, incluso para la exportación (9).
Fortalezas y debilidades de la heterodoxia
Podría creerse que la economía dominante acusa el contragolpe del fracaso evidente de sus principios fundamentales, y que hemos vuelto a ser «todos keynesianos». Los economistas heterodoxos hubieran podido, con razón, encontrar en las formas mismas que ha adoptado la crisis la confirmación de la validez de su discurso crítico. Si la economía convencional ha tropezado sin duda, pronto encontró un segundo aliento, después de algunos ajustes, y sus versiones más dogmáticas continúan siendo el sustrato teórico de las políticas aplicadas en Europa. Probablemente porque la teoría dominante mantiene una relación específica con la visión del mundo de quienes dominan y es una pieza central para la difusión de la ideología neoliberal y las políticas que aplican.
El eco relativamente débil del discurso heterodoxo también se debe en parte a sus contradicciones internas, cuyos resortes debemos intentar analizar. Aparentemente tiene una fuerte coherencia potencial, dado que sus propuestas están efectivamente relacionadas con su análisis de la crisis. Las principales capítulos de un programa alternativo no pueden sino ser la reestructuración de la deuda, la regulación financiera, la reforma fiscal, la reducción de las desigualdades, la inversión pública para la transición ecológica, la satisfacción de la demanda de servicios sociales, la refundación de la construcción europea en la dirección de la armonización y la mutualización
Sobre cada uno de estos puntos existe un abanico de propuestas más o menos abiertas, desde las más radicales a las más reformistas. Por lo que se refiere a la deuda, van, como ya hemos señalado, desde la anulación pura y simple a diversas formas, más o menos atenuadas, de reestructuración. Cada sub-corriente de la heterodoxia tiene su propia posición sobre cual debería ser la fórmula óptima. Contrariamente a la consigna de que «no hay alternativa, se podría decir que sobran y argumentar que el problema real no es inventar más, sino como sintetizarlas.
Y, sin embargo, a pesar de esta abundancia, el discurso heterodoxo pesa poco en el debate público y mucho menos en las decisiones políticas. Sus partidarios se enfrentan a desilusiones sucesivas porque las medidas regulatorias se aplican en dosis homeopáticas, ya se trate de la separación de las actividades bancarias o de la lucha contra la evasión fiscal y los paraísos fiscales. Todo sucede como si los gobiernos y las instituciones europeas simularan reformas, pero adoptando todas las medidas necesarias para que no tengan el menor efecto real, al tiempo que muestran su voluntad deliberada de volver a la vieja rutina, al business as usual, y aprovechar la crisis para poner en práctica la terapia de shock.
La razón fundamental de este relativo fracaso y la incapacidad de influir en las decisiones políticas puede estar en esta doble propuesta de Patrick Artus anunciada al comienzo de la crisis (pero de la que no hay rastro en sus contribuciones posteriores). Sería necesario, según dijo, que el capitalismo aceptase «un menor rendimiento de las inversiones y un menor retorno sobre el capital» y que el sector financiero renunciase a los «activos artificiales cuyo principal no conduce a la financiación de inversiones utiles» (10). Esto es realmente lo que se necesitaría y estas observaciones son profundamente correctas. Y la mayor debilidad de la heterodoxia «media» es, probablemente, que no comprende que el capitalismo no está dispuesto a «aceptar» un modo de funcionamiento regido por otros criterios. No que se niegue a ello un supuesto estado mayor como podría sugerir el término genérico de «capitalismo». Se trata, y ello es tal vez más importante aún, de los mecanismos básicos de un sistema que poco a poco, gracias a la globalización, se esta librando de cualquier influencia de los aparatos institucionales capaces de organizar y regular su funcionamiento.
Muchas propuestas heterodoxas buscan, conscientemente o no, superar este obstáculo, centrándose en un trabajo de perfeccionamiento de las soluciones técnicas. Innumerables contribuciones, en particular en materia de regulación financiera y bancaria, se elaboran con una impresionante atención al detalle en el desarrollo de nuevos dispositivos. Este trabajo es, por supuesto, fundamental, porque parten de una crítica cuidadosa y académica de los procesos realmente existentes y son todas ellas contribuciones esenciales para comprender el funcionamiento del capitalismo contemporáneo. Sin embargo, están afectadas por un sesgo específico en la medida en que siguen centradas en las finanzas y la banca, como si los heterodoxos intentaran recuperar cierto retraso en la consideración de estos fenómenos. Pero es probable que sea relativamente a costa de sus puntos fuertes, a saber, el análisis del corazón productivo del capitalismo.
Estas tácticas para eludir los problemas se enfrentan a nuevos obstáculos. La priorización de las cuestiones técnicas, en particular, lleva a una inversión entre fines y medios: a base de centrarse en los medios – aunque obviamente sea legítimo pensar en ellos – se termina, sin embargo, por fetichizarlos. El debate sobre una posible salida del euro, que también recorre el campo de la heterodoxia, se caracteriza, pues, por una fijación en el instrumento de la devaluación que, si fuera posible, sería suficiente para liberar las fuerzas vivas de las economías nacionales. El debate técnico tiene prioridad sobre un debate estratégico y político imprescindible y lleva a encrespar y encapsular los debates en los estrechos círculos de los especialistas, dejando el campo libre a las versiones más demagógicas. El discurso heterodoxo se vuelve menos audible y su eco en la sociedad se debilita.
Se trata de nuevo de un reflejo de las grandes dificultades señaladas por las propuestas de Artus, que definen correctamente los desafíos. Tomemos, por ejemplo, las críticas y recomendaciones de los círculos keynesianos o post- keynesianos. La austeridad conduce a la recesión y, en la medida en que Europa está en general condicionada por el crecimiento de los salarios (wage-led), el crecimiento inducido de la demanda propiciaría el crecimiento y el empleo (11). Hay muchos argumentos a favor de esta tesis, y, sin duda, esas críticas son eficaz.
Pero, después de todo, se trata de economía política y la pregunta que surge es por qué las élites europeas aplican una política absolutamente contraria. ¿Están mal informados, son analfabetas» (12), o prisioneros de paradigmas obsoletos? ¿O simplemente están motivadas por un feroz deseo de preservar las ventajas alcanzadas antes de la crisis, y en particular su capacidad para hacerse con una parte creciente de la riqueza producida?
El talón de Aquiles del pensamiento heterodoxo promedio reside en última instancia en la brecha entre la percepción de la gravedad extrema de una crisis sistémica y el deseo de proponer soluciones creíbles y operativas. Es fácil sentir vértigo ante la profundidad del abismo que se abre a los pies de la brecha: las vías de una verdadera salida de la crisis, adecuadas a su gravedad, parecen políticamente fuera de alcance. Es una brecha que se parece a la que existe entre los desafíos climáticos y la pusilanimidad de las políticas aplicadas para enfrentarse a ellos.
Notas:
(1) crises (lower profit rates), Guglielmo Carchedi, Zombie Capitalism and the origin of crises, International Socialism 125, 2010, http://gesd.free.fr/carchedih.pdf
(2) Ver, por ejemplo: Alan Freeman, Guglielmo Carchedi, Marx and Non-Equilibrium Economics, Edward Elgar, 1996, http://goo.gl/YKybj4 ; Alan Freeman, Andrew Kliman, Julian Wells, The New Value Controversy and the Foundations of Economics, Edward Elgar, 2004, http://goo.gl/DYn5n4
(3) Para una critica, ver Michel Husson, « Arithmétique du taux de profit », note hussonet n°66, diciembre 2013, http://hussonet.free.fr/tprofter.pdf
(4) Andrew Kliman, The Failure of Capitalist Production. Underlying Causes of the Great Recession, 2011, http://goo.gl/SJRRhg
(5)Joseph Stiglitz, The Price of Inequality, W. W. Norton & Company, 2012, http://goo.gl/nlrXcG ; traducción al español: El precio de la desigualdad, Taurus, 2012.
(6) Con esta excepción reciente y notable: Jan in t Veld, Fiscal consolidations and spillovers in the Euro area periphery and core, European Commission Economic Papers 506, October 2013, http://goo.gl/fXkeeK.
(7) Guglielmo Carchedi, Michael Roberts, The long roots of the present crisis: Keynesians, Austerians, and Marxs Law, World Review of Political Economy, Vol. 4, No. 1, Spring 2013, http://gesd.free.fr/robcarch13.pdf
(8) Comisión europea, European Competitiveness Report 2010, 28 Octobre 2010, http://gesd.free.fr/ecomp2010.pdf
(9) Odile Chagny, « La nouvelle gouvernance européenne des salaires », Groupe Alpha, noviembre 2013, http://gesd.free.fr/ocblog17.pdf
(10) Patrick Artus, « Et maintenant, que faut-il faire ? », Natixis, Flash n°42, 29 janvier 2008, http://gesd.free.fr/flas8042.pdf ; « Lépargne doit financer la croissance », Natixis, Flash n°87, 29 de febrero de 2008, http://gesd.free.fr/flas8087.pdf
(11) Engelbert Stockhammer, Özlem Onaran, Rethinking wage policy in the face of the Euro crisis. Implications of the wage-led demand regime, International Review of Applied Economics, Volume 26, Issue 2, 2012, http://goo.gl/e8HCGW
(12) illiterate, comme ha dicho un comentarista anónimo citado por The Economist.
Traducción para www.sinpermiso.info: Gustavo Buster