La advertencia de AMLO sobre no asistir personalmente a la Cumbre de las Américas a menos de que participaran todos los países de la región, puso en primer plano la política exterior de Joe Biden hacia América Latina y el Caribe (ALC), hasta el momento bastante desdibujada y con escasa visibilidad. También sacudió a Cancillerías y Gobiernos, en un debate sobre si era conveniente o no asistir a la Cumbre. ¿Qué acción sería la que demostraría a EE. UU. la sucesiva pérdida de hegemonía y la renovada presencia de Gobiernos que reclaman cooperación y unión sin intervención?
La respuesta se generó en el marco de la misma Cumbre. Todo sucedió más o menos como estaba programado por el país anfitrión. Con varios foros de empresarios y grupos de la sociedad civil desarrollándose al mismo tiempo, show, manifestaciones en la calle, las promesas de Biden y algunos discursos clave que marcaron el contrapunto y recordaron la previa a la reunión.
Biden propuso una alianza de prosperidad para las Américas (muy similar a la que hizo en su momento Barack Obama), centrada en el financiamiento desde el BID y del sector privado para promover el desarrollo y la democracia. En efecto, las grandes transnacionales estadounidenses protagonizan esta inversión para el desarrollo. Tal como destacó Kamala Harris, PepsiCo y GAP generarán proyectos por dos mil millones de dólares para mejorar las condiciones de vida, lanzando programas para empoderar particularmente a las mujeres de Centroamérica y así evitar la migración. En este sentido, el Gobierno estadounidense leyó correctamente las demandas de los países de la región, que perciben que en lo inmediato hay que resolver cuestiones económicas.
Del lado de los países invitados, presidentes, cancilleres y comitivas diplomáticas cumplieron con el programa pautado. Sin embargo, hubo al menos tres momentos que dieron gran visibilidad a las grietas y tensiones previas a la Cumbre:
1) El primero, el discurso del canciller mexicano, Marcelo Ebrard. Centrado en una fuerte crítica a la ausencia de otros países de la región, cuestionando duramente el accionar de la OEA y pidiendo la remoción de la Secretaría General; 2) El segundo, fue la intervención del primer ministro de Belice, Juan Antonio Briceño, que definió como “imperdonable que no estén todos los países en la Cumbre”. En ese momento la traducción simultánea al español se cortó y sólo se escuchó en inglés: “es hora de quitar las sanciones a Cuba”, “la ausencia de Venezuela también es imperdonable”; 3) El tercero, fue el discurso de Alberto Fernández, que encabeza la Presidencia Pro Témpore de la CELAC. Comenzó diciendo: “hubiéramos querido otra Cumbre”, no el silencio de los ausentes. Explicó las consecuencias de las relaciones asimétricas entre países centrales y periféricos, destacó el sufrimiento de los pueblos de Cuba y Venezuela por los bloqueos impuestos. Convocó a la reconstrucción del multilateralismo y la integración, cuestionando abiertamente el accionar de la OEA, la necesidad de su reestructuración y de la remoción de la actual dirección. También aclaró que el BID debe volver a ser dirigido por latinoamericanos. Sorprendió con dos propuestas: 1) la de organizar continentalmente la producción de alimentos y 2) la necesidad de la coordinación de la explotación de minerales y energía en esquemas sustentables. Sumándose al llamado a la unidad, invitó a Biden a la próxima Cumbre de la CELAC.
Es cierto. La Cumbre hizo visible la desdibujada política exterior de Biden para la región, que deja espacios para críticas y disputas de liderazgo, como lo demostró el accionar del Gobierno de México, que inteligentemente provocó el debate, movilizó a las Cancillerías y a la opinión pública, pero tuvo también la cautela de estar presente en la Cumbre a través de su canciller. Los acuerdos previos entre el Gobierno de México y el de Argentina sobre la necesidad de reivindicar la unidad y los valores de la CELAC, criticar las ausencias y la política de injerencia de EE. UU. en la región, se hicieron visibles en discursos que resultaron incómodos a los anfitriones, cuestionados de frente en su propia casa. Eso importa, si es que existe una apuesta por la diplomacia y el multilateralismo.
No obstante, la Cumbre mostró también la gran capacidad de EE. UU. para reconectarse con ALC cuando así lo requiere: en menos de un mes, con enviados especiales y llamados telefónicos, revirtieron la postura de buena parte de los Gobiernos que habían asegurado no ir. Es solo una muestra de la hegemonía que EE. UU. sigue teniendo en la región, a través de una arquitectura institucional, diplomática, política y de negocios, que puede por momentos estar (incluso convenientemente) silenciada o invisibilizada, pero que goza de plena salud para activarse en el momento político que sea necesario. Ante esta presencia permanente se requiere también de una presencia permanente de los países de ALC disputando los espacios multilaterales, convocando a su reformulación y revitalización.