¿Has oído hablar sobre el genio político del multimillonario Michael Bloomberg?
¿El mismo Michael Bloomberg que gastó la cantidad récord de 99 dólares por voto para ser elegido alcalde de Nueva York en 2001, otros 112 dólares por voto cuatro años más tarde para ser reelegido y aún más -174 dólares por voto- para ganar unas terceras elecciones a la alcaldía?
¿El mismo Michael Bloomberg que invirtió más de 900 millones de dólares en la competición para la nominación presidencial Demócrata de 2020 y sólo ganó en Samoa Americana?
¿El mismo Michael Bloomberg que se apresuró a ir a Florida con un plan de 100 millones de dólares para conseguir el respaldo del estado para Biden y de nuevo fracasó estrepitosamente?
Si, la brillantez estratégica de Michael Bloomberg, al menos de acuerdo con los apparatchiks del partido Demócrata en Florida. A principios de esta semana, realizaron una conferencia telefónica para proclamar orgullosos que su decepcionante fracaso en el intento de conseguir el apoyo de Florida había sido en realidad una brillante “finta” que, con la ayuda de Bloomberg, había forzado a la campaña de Trump a destinar recursos a Florida –un estado que Trump pensaba ganar plácidamente- en vez de invertir en los estados de la zona norte del medio-oeste, mucho más competidos.
¿Una finta brillante? ¿En serio? ¿Conocía el expresidente Barack Obama el plan de “la finta” cuando acordaron dedicar los preciados últimos días de campaña electoral en Florida? ¿Hacer que Obama, el mejor activo de la campaña de Biden, pasara tanto tiempo en un estado en el que sabían que iban a perder, era parte de la gran estrategia?
Toda esta idea de la “finta” parece poco más que un ejercicio para salvar las apariencias por parte de los agentes del Partido Demócrata que quemaron los millones de dólares de Bloomberg. Todo bastante comprensible, por supuesto. Los expertos políticos dentro del Partido Demócrata, y esa galaxia de encuestadores, consultores y compradores de medios que los rodean, tienen un interés personal en mantener a multimillonarios como Bloomberg bajo un manto de aparente brillantez. Hacen mucho dinero ayudando a los multimillonarios a realizar sus fantasías políticas.
Pero el problema aquí va más allá de una clase política privilegiada que está absorbiendo dólares de multimillonarios y halagando egos de multimillonarios. Estos expertos políticos parecen aceptar la premisa central detrás de las plutocracias en todas partes: que nuestros más ricos tienen algo realmente especial que ofrecer. Los súper ricos, dice esa idea central, deben ser súper inteligentes. ¿De qué otra manera podrían haberse vuelto tan ricos? La brillantez, en efecto, explica la existencia de nuestros multimillonarios y justifica esa existencia.
La incursión de Bloomberg en Florida, de acuerdo con la CNBC, hizo que los líderes del Partido Demócrata en el estado «en privado se convencieran de que iban a derrotar a Trump». ¿Cómo podrían no hacerlo? Tenían a un brillante multimillonario de su lado.
Realmente, los multimillonarios no aportan una brillantez excepcional al proceso político. Traen sus miles de millones. Traen enormes cantidades de dinero en efectivo que pueden distorsionar los resultados de las elecciones y salvaguardar sus fortunas. En ejemplo de ello son los 200 millones de dólares que los gigantes tecnológicos de Estados Unidos gastaron este otoño en una iniciativa electoral para eliminar las protecciones para los trabajadores freelance temporales.
Y, peor aún, estos dólares arrojan una sofocante manta ideológica sobre las campañas que realizan los candidatos del Partido Demócrata. En la contienda presidencial de este otoño, por ejemplo, Joe Biden y Kamala Harris se postulaban formalmente en una plataforma que muchos analistas consideraban «el documento más progresista de un partido nacional importante en la historia de Estados Unidos». Las ideas en esa plataforma, desde un salario mínimo de 15 dólares por hora y poner fin a las exenciones fiscales para las ganancias de capital hasta hacer que las universidades públicas y las universidades sean «gratuitas» para la mayoría de los estudiantes, surgieron de grupos de trabajo conjuntos que reunieron a las alas izquierda y moderada del partido.
Pero las campañas que llevaron a cabo los candidatos demócratas en realidad huyeron de cualquier cosa que pudiera incomodar demasiado a los más cómodos del país, y dejaron que Donald Trump y sus amigos se hicieran pasar por campeones de la gente contra las élites dominantes de Estados Unidos. Trump estuvo inquietantemente cerca de ganar. De hecho, muchos de sus amigos en peligro sí ganaron.
Varios expertos nacionales ahora están atacando a los activistas y agitadores republicanos por apoyar a Donald Trump, después de las elecciones, en cada uno de sus giros narcisistas. Pero los conocedores del Partido Demócrata siguen siendo en gran parte libres de complacer a sus benefactores súper ricos. Eso tiene que cambiar.
“Adoptar una agenda impopular y tímida que afianza aún más a los ricos y bien conectados”, como dice la senadora Elizabeth Warren, “nos llevará a más división, más ira, más desigualdad y un agujero aún mayor del que salir.
“A menos que Biden una a la gente contra los oligarcas que dominan la nación”, añade el analista de The Guardian George Monbiot, “la gente seguirá dividida entre sí”.