I.- La Crisis cíclica en declive terminal.
En medio de una crisis sistémica producto de la descomposición de las estructuras productivas, políticas y sociales de los países occidentales, se revela con nitidez una realidad que los centros de poder occidentales han querido ocultar, incluso pareciera que es una realidad que no quieren aceptar o están impedidos de comprender; su riqueza ya no se basa en la producción de bienes materiales, sino en la creación ficticia de valor a través de burbujas especulativas, en una deuda insostenible y una arquitectura financiera autorreferencial, esto es insuficiente para sostener su modelo de desarrollo, su modo de vivir y su civilización. Las crisis cíclicas de las que se alimenta el mundo occidental, a diferencia de momentos anteriores, no les permiten salir fortalecidos. De cada crisis surgen más débiles, más endeudados, más desindustrializados, con mayor dependencia científico-tecnológica, con mayor dependencia energética, profundamente cuestionados éticamente y con contradicciones internas que generan antagonismos que se muestran cada día más difíciles de manejar.
El sistema económico occidental, que durante décadas dictó las reglas del juego global, se ha convertido en una economía de papel. Su sostenimiento ha sido posible gracias al saqueo permanente del Sur Global y recurriendo a la guerra como forma de reproducción sistémica, sin embargo no existe en este momento ningún elemento que indique que pueden sostenerse según esas lógicas. Los intereses de la burguesía financiera se han puesto por encima de los propios intereses de los países donde se formaron sus bancos, sus seguros, sus casas de bolsa, sus reaseguros. Los banqueros no tienen nacionalidad, y las dinámicas vinculadas al monopolio y al chantaje político, financiero y a la agresión militar resultan muy costosas y no producen ganancias con la misma celeridad que antes. La ganancia es hoy especulación y la deuda que esta genera ya no está en manos “confiables”. Los líderes del mundo occidental se acuestan a dormir y sus sueños son recurrentemente visitados por el “fantasma que recorre Europa” y no es para menos, los acreedores del mundo occidental están afiliados al Partido Comunista de China.
La desindustrialización de Estados Unidos, de Alemania, de Francia, del Reino Unido hace que la lógica monopolista que los hizo potencias sea incapaz de mantenerlos. La inflación y la deuda interna hace insostenible las guerras directas. Trump dice que no quiere guerras, en realidad se le dificulta conseguir fondos para sostenerlas. Macrón, Starmer y Merz quieren acabar con Rusia, pero no tienen fondos financieros para sostener tropas en Ucrania. Mientras se reúnen, juegan a mover tropas en sus computadoras, les piden a sus pueblos renunciar a reivindicaciones conseguidas en luchas que costaron esfuerzo y lucha, piden a sus pueblos que renuncien a las escuelas, a los hospitales. Sus déficit ya se parecen más a problemas de impago de países del tercer mundo.
La solución a la que se ataron el cuello es la el credo neoliberal y ya no les queda como producir valor. Todos se fueron a producir a China. No pueden mantener guerras como antes. Sus tecnologías ya no son de punta, en unos años los chinos abran completado un ciclo tecnológico que les será imposible igualar. Ya el Reino Unido dijo que debe invertir 24.000 millones de libras esterlinas para modernizar su aparto militar, lo cual significa el 2,7 % de su PIB. Para el momento en que ese proceso termine, la ciencia y la tecnología china estará desarrollando armamento inalcanzable tecnológicamente por Estados Unidos y Europa. Y ese proceso lo estará haciendo en colaboración con Rusia, Irán, Pakistán y otros países constitutivos de los nuevos polos de poder.
Mantener el chantaje político por la vía de la acción militar es muy difícil como antes. Tal como lo ha dicho Trump, las medidas coercitivas les cuestan mucho. En realidad ya no tienen dinero para financiar tales acciones. Trump le pidió a Musk que encontrase una fórmula para evitar el gasto “innecesario” de más un billón de dólares en el presupuesto de la nación y este tuvo que retirarse sin ningún tipo de solución, dentro de esa misma lógica, el propio gobierno norteamericano anunció la disolución de la USAID por ser una agencia “criminal”, en realidad tampoco tienen recursos financieros para mantener tan onerosa agencia. Solo en el caso de Venezuela esa agencia invirtió más de 1300 millones de dólares sin lograr sus objetivos. No es que Trump y quienes dirigen a los Estados Unidos hayan hecho un acto de contrición y ahora quieran desarrollar unas relaciones políticas sobre la base de la ética, es simplemente que ya no tienen dinero para mantener el chantaje político por la vía militar. La imposibilidad de derrotar militarmente a Rusia en Ucrania y la extraordinaria respuesta que está dando Irán a la agresión sionista demuestran lo que aquí exponemos. No tienen dinero para mantener la hegemonía occidental, no tienen dinero para mantener guerras contra sus “enemigos” civilizatorios y no tienen tecnología militar que los lleve a la supremacía en el campo de batalla. La tecnología militar de punta tiene “ojos rasgados”.
II.- Las consecuencias de las políticas neoliberales
Desde la desindustrialización de EE.UU., el Reino Unido, Francia y otras potencias europeas en los años 80, el centro de gravedad productivo del mundo comenzó a desplazarse. La lógica neoliberal —que privatizó servicios públicos, destruyó sindicatos, desmanteló el Estado y subordinó la inversión a la ganancia inmediata— no solo devastó al Sur. También devoró las bases materiales del propio Norte.
El declive estructural de Occidente no es una consecuencia accidental del neoliberalismo, sino la expresión lógica y previsible de su doctrina. Cada uno de sus principios centrales: liberalización de los mercados, desregulación financiera, minimización del Estado, apertura comercial indiscriminada, flexibilización laboral y dependencia del capital transnacional— constituyó la demolición sistemática del equilibrio que sostenía el modelo industrial keynesiano de posguerra. Fue el neoliberalismo el que sembró la crisis que hoy consume a sus propios arquitectos.
El resultado fue el desarrollo hasta sus últimas consecuencias de una economía financiera basada en la especulación sin que exista creación de valor. Se transfirió la riqueza del trabajo al capital, se deslocalizaron las industrias hacia Asia, se empobrecieron regiones enteras del mundo occidental. Lo que antes eran ciudades donde se asentaban las principales industrias de occidente, hoy son urbes plagadas de miseria y exclusión. Las grandes masas de trabajadores industriales que antes con su trabajo sostenían las prosperas economías occidentales, hoy son presa fácil del fentanilo. La precarización del trabajo, el estancamiento de los salarios y la pérdida de soberanía económica no son efectos colaterales: son el corazón del modelo.
Occidente no ofrece “ninguna ventaja comparativa” y el capital industrial ha huido, el capital financiero —el gran beneficiario de ese orden— no tendrá ninguna vergüenza en abandonarlo. Sin vínculos éticos, sin lealtad territorial, sin interés nacional, ese capital empieza a migrar hacia los polos emergentes donde sí hay crecimiento material, inversión pública, estabilidad estratégica y retorno real. Lo que Occidente llama “desacoplamiento” o “relocalización”, no es más que el éxodo de un capital que huye de la podredumbre que él mismo generó.
Trump en un acto desesperado por “Hacer Grande a América otra vez” ha iniciado un intento burdo y grotesco para salvar a “América”. Ha intentado chantajear a las compañías norteamericanas y europeas para que salgan de China, su gran enemigo. Ya no es Rusia, eso se lo deja a los fanáticos, a aquellos quienes no pueden concebir el mundo desde otro lugar que no sea la alienación. Ahora no hay tiempo ni dinero para perder en una guerra contra “los otros blancos odiados”. La única y verdadera enemiga es China. China tiene a las empresas norteamericanas produciendo en su territorio y lo peor para los yankis es que las compañías norteamericanas se sienten a gusto ahí. Tienen ventajas comparativas favorables, producen a manos llenas, tienen reglas jurídicas confiables y tienen acceso directo y cercano a la ciencia y la tecnología que dirige los procesos productivos en la actualidad. Tienen Zonas Económicas Especiales creadas para que se produzca en los mejores términos, tienen una estructura comercial en pleno desarrollo y expansión y tienen mucha gente con capacidad de compra en sus mercados.
Por eso Trump impone aranceles y les agrega complicaciones al comercio internacional. Con los aranceles no solo se ratifica el carácter chantajista de la política norteamericana, sino que se descalifican y se cuestionan ante sus aliados y los capitales industriales desde la “ética” que defendían. Ya el “rey” de la libertad, de la desregularización, de la disminución de la competencia del Estado, no quiere tales cosas. El rey esta desnudo. Esta vacío de los valores que difundió, de los valores que impuso con sus doctrinas económicas, con su “ética”, con sus modelos políticos, comunicacionales, culturales y civilizatorios. La Libertad ha muerto. Y como es natural, Estados Unidos no puede aceptar que su tiempo se acabó.
Es la hora en la que la juventud prefiere formarse profesionalmente en China. De la misma manera que una industria, busca establecerse en una zona económica especial de China, de Indonesia, de Vietnam, de Malaysia, de Paquistán, o de Bangladesh.
En agudo contraste, el eje China–Rusia ha articulado una estrategia económica centrada en la soberanía, la producción material y la cooperación multilateral. China no solo se ha convertido en la mayor potencia manufacturera del planeta; también lidera en energías renovables, trenes de alta velocidad, tecnología 5G, supercomputación e inteligencia artificial y muy particularmente tecnología con aplicación militar. Ha erradicado la pobreza extrema para más de 800 millones de personas, construido infraestructuras colosales y promovido el desarrollo mediante la iniciativa de la Franja y la Ruta.
Rusia, por su parte, ha logrado mantener su capacidad industrial, tecnológica y militar pese a décadas de presiones y medidas coercitivas impuestas por Occidente. Ha reforzado su autonomía alimentaria y energética, apostado por alianzas estratégicas con Asia, África y América Latina, ha asumido un papel clave en la configuración de un nuevo orden mundial, desde los BRICS hasta la Organización de Cooperación de Shanghái.
A diferencia del modelo occidental, el eje China–Rusia no usa el chante político, ni financiero ni militar para lograr sus objetivos. Exporta infraestructura, ciencia, tecnología y alternativas reales al hegemonismo. Mientras Occidente intenta sostener su primacía con sanciones, chantajes y desinformación, el eje emergente articula una visión multipolar, basada en la soberanía de los pueblos, el respeto a la diversidad cultural y el derecho al desarrollo con justicia social.
El contraste es evidente. El sistema occidental produce papeles financieros y guerras. El eje China–Rusia produce bienes reales, alianzas horizontales y alternativas concretas. Mientras uno se hunde en su laberinto especulativo, el otro construye un mundo nuevo desde la base material.
No estamos ante una disputa coyuntural. Estamos ante una transición histórica de poder. Y esta vez, la historia no favorece al imperio
Rodulfo H. Pérez Hernández
Embajador de la República Bolivariana de Venezuela ante la UNESCO
Profesor de Ciencias Sociales
Especialista en Historia
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