«La tarea fundamental del educador y la educadora es una tarea liberadora. No estimula la reproducción de los objetivos, aspiraciones y sueños del educador en el educando, en el alumno; por el contrario, fomenta la posibilidad de que los estudiantes se adueñen de su propia historia.» – Paulo Freire
Texto del filósofo y educador brasileño, Paulo Freire, publicado en la obra Mentoring the Mentor (Educar al educador).
El problema del papel del educador en la educación y su correlato —«¿puede alguien ser educador / guía sin ser opresor?»— son fundamentales. En primer lugar, al pensar radicalmente la importancia del docente en la vida de los alumnos y las alumnas, y al pensar sobre todo en lo que representa el docente y no sólo para el entrenamiento técnico y científico de los alumnos y las alumnas, no cabe duda alguna de que el docente debe ser un educador. Pero para ser un educador tendrá que desafiar la libertad creativa de los alumnos y estimular la construcción de la autonomía de ellos. Es necesario que el docente entienda que la auténtica práctica del educador consiste en negarse a asumir el control de la vida, los sueños y las aspiraciones de los educandos puesto que, si lo hiciera, podría fácilmente recaer en un tipo de educación paternalista.
La tarea fundamental del educador y la educadora es una tarea liberadora. No estimula la reproducción de los objetivos, aspiraciones y sueños del educador en el educando, en el alumno; por el contrario, fomenta la posibilidad de que los estudiantes se adueñen de su propia historia. Así entiendo yo la necesidad de los docentes de trascender la tarea meramente instructiva y asumir la postura ética del educador que cree con plena convicción en la autonomía total, la libertad y el desarrollo de los educandos.
El educador democrático debe evitar caer en la trampa liberal de evaluar a sus alumnos con una lente deficitaria que lo lleva a transferirles sus sueños, aspiraciones y conocimientos de manera simple y paternalista en un proceso de autoclonación. El estudiante «clonado» no tiene posibilidades de ser la imagen y semejanza de su educador o educadora.
Otro de los riesgos que corre el educando es que el educador o la educadora intenten transformarlo en un repetidor de su trabajo. Un verdadero educador evitará, a cualquier costo, transformar a sus educandos y educandas en individuos canalizados como objetos que, a su vez, reproducirán la obra, los objetivos y las aspiraciones de la tentativa científica del educador. En otras palabras, la postura ética del educador es no utilizar jamás —cosa que suele hacerse— a los alumnos(as) para maximizar su propia gloria y sus propias aspiraciones. Esta forma de educación no sólo es explotadora; también es fundamentalmente antidemocrática.