Trump se presentó en Miami con su “remake” de Freedom II, y avanzó presuroso que tiene tres enemigos: el socialismo, los militares venezolanos y el presidente Nicolás Maduro. En su versión queda, claro y raspao, el síntoma de un poder topado con su límite cero, el propio lugar de un poder, sin aliento ni retorno, que espueleado por la realidad construida por el pueblo venezolano nos muestra claramente la disonancia cognitiva de los supremacistas.
El guion del Golpe Maestro, por unos minutos, se bajó de las realidades virtuales, del reino de los fake news, con una versión que pretendía fortalecer el chantaje de la intervención militar y del colapso total: que presagiaba la entrada triunfal de una oposición neofascista desterritorializada por el Puente de Angostura y por el Puente La Tiendita. Ya sabemos que tal despropósito y desmesura no aconteció: que no hubo ni habrá el día final de la revolución bolivariana ni el quiebre de la unidad cívico-militar: ahora a Trump y su banda de santandereanos les toca confrontarse con lo REAL, con la correlación de fuerzas REAL. Todo indica que los enemigos de Trump ganamos la batalla de “Los Puentes”: efectivamente la gran ofensiva de amplio espectro, no tuvo el alcance que visualizaba el discurso mayamero del jefe de los señores matanza.
Y resulta obvio que Trump y sus neoconservadores reciclados se entramparon en una política y en un giro discursivo, que luce impropio en estos tiempos de guerras no lineales, de conflictos con objetivos embutidos y de poder difuso:
Sin embargo, ya no se puede apelar a la retórica filosófica de Donald Rumselfd para silenciar las torpezas al Bush; al Rumsfeld asediado por la debacle de la intervención militar en Irak y por las denuncias de las abominables torturas cometidas en Abu Ghraib, que recurre a sus máximas filosóficas de última hora «las cosas que no sabemos que conocemos» y las «Cosas que nosotros no sabemos que nosotros no sabemos». Entonces, Trump debe ser elemental: está obligado a decir, sin tapujos, su asunto de liquidar el socialismo, su opción entre barbarie neofascista o socialismo.
Tampoco puede asumir la sabiduría inconmensurable del Obama que se presupone fundador de una nueva era en las relaciones USA-Latinoamérica: «No me interesa, no importa la historia…yo nací después de las políticas y guerras imperialistas”, y a la vez, desentendido de los siglos del memorial de agravios contra Latinoamérica, queda reducido al expediente republicano-demócrata de las “Órdenes Ejecutivas”; Trump no requiere de tales sutilezas, pone en juego la verdad de su poder: “todas las opciones”, para silenciar y desfigurar a sus enemigos.
Y habría de reconocerse en Trump un odio al estilo de la esfumada Clinton que se permitió declarar, también sin tapujos, sobre los minutos más interesantes y emocionantes de su vida, aquellos instantes cuando presencia, en vivo y en directo, el asesinato de Osama Bin Laden, y soltó “mis más fuertes carcajadas” en el momento exacto que asesinaron a Saddam Hussein y a Gadafi.
Trump asume, que para ser un bárbaro guardián del imperialismo no es necesaria la envestidura de estadista ni el simulacro de serlo, que ya no hacen faltan «big men» en USA. En esas circunstancias, para las fuerzas chavistas, el asunto que realmente cuenta son los efectos de la verdad del poder encarnado en Trump, en los «small men», modelados por la frase de Kissinger «los imperios no están interesados en participar en un sistema internacional, ellos aspiran ser el sistema internacional»; y que los sucedáneos de las oligarquías santandereanas se limitarán al papel de las “Juntas Autónomas” subordinadas a cualquier imperio, porque ahora los cabildos abiertos son del pueblo.
El administrador del empequeñecido por el tránsito geopolítico hacia otra estructura del orden mundial, experimenta como bate el cobre el poder del pueblo venezolano y el gobierno revolucionario del presidente Nicolás Maduro, lo que realmente significa confrontarse con mujeres y hombres dotados del principio de autodeterminación y de soberanía. Cuán arrogante, balurdo y básico sea, ya nada importa, si se trata de que somos libres: la serie de «small men» y santandereanos está imposibilitada de franquear el principio bolivariano de “no es lo mismo querer ser independiente que poder serlo”.
El golpe de Estado del poder dual y definida la prueba de fuego del 23 de febrero, en ese brete, el socialismo del siglo XXI es el test riguroso que pone a prueba el límite cero del imperio. En ese tope, se impone la verdad de Chávez: desde nuestro horizonte político de paz, de democracia y de dialogo, también está en la mesa que no somos una revolución desarmada, ni política, ni militarmente.
Un comentario
Excelente articulo, queda claro que este trump es lo que es un c.d.s.m.