En la navidad de 1972, durante las negociaciones de París para poner fin a la guerra de Vietnam, el gobierno de los Estados Unidos, encabezado por Richard Nixon y su sanguinario Secretario de Estado Henry Kissinger, puso en marcha la Operación Linebacker II. Consistió, básicamente, en una serie de brutales bombardeos masivos, que incluyeron objetivos civiles, para lograr que Vietnam regresara a la mesa de negociación en momentos en los que parecía que las conversaciones terminarían en fracaso. La paz se firmaría en París un mes después, el 27 de enero de 1973.
La reiterada amenaza del uso de la fuerza militar por parte de los Estados Unidos para derrocar al presidente Nicolás Maduro pareciera tener el mismo objetivo: lograr que el gobierno venezolano acepte los términos de una negociación impuesta desde el norte. Por supuesto, si Maduro renuncia y entrega el gobierno sin llegar a la negociación mucho mejor para ellos; pero está más que claro que esto no va a suceder. Aunque se han producido algunos pronunciamientos y deserciones de militares sin mando de tropa (abandonados a su suerte en un refugio de la frontera) y la oposición sigue contando con una base de apoyo social, principalmente entre las «clases medias» de las principales ciudades, lo cierto es que no se ha producido el tan anhelado «quiebre» en la FANB ni ha salido el pueblo a apoyar el proyecto autocrático de la oposición.
EEUU está decidido a apropiarse de las reservas energéticas, minerales y naturales de Venezuela a cualquier costo. [Michael T. Klare advirtió en 2001 que las guerras del futuro serían por el control de los recursos naturales, principalmente petróleo y agua.] Como los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro no serían quienes entregarían el control de estas reservas, EEUU ha procurado por todos los medios inducir un cambio de gobierno que les permita imponer un régimen completamente plegado a sus designios. Hasta ahora no se había involucrado tan directamente. El canciller Arreaza ha dicho que, en esta ocasión, los EEUU se han puesto por delante del golpe. Ante el fracaso de la oposición venezolana de lograr este cambio de gobierno, EEUU ha desplegado una ofensiva en múltiples frentes para tratar de doblegar al gobierno de Maduro, incluyendo la amenaza del uso de su fuerza militar.
Junto con esta amenaza, los distintos gobiernos de los EEUU ha puesto en marcha desde hace ya varios años el desgaste paulatino y constante del pueblo venezolano a través de la guerra económica, el bloqueo financiero, las medidas coercitivas unilaterales y, durante los últimos días, el sabotaje eléctrico. En este esquema, Guaidó no es más que un peón de avanzada que le permite a Trump desplegar la estrategia de agresión, tratando de romper las líneas de defensa internas. Lo evidencia la entrega de CITGO, el intento de favorecer la violación de la soberanía nacional el 23F y sus intenciones de «autorizar» el ingreso de una fuerza militar extranjera.
El uso de la fuerza militar de EEUU no ha hallado respaldo internacional, ni siquiera en el seno del Grupo de Lima y menos aún en el Consejo de Seguridad de la ONU. No pareciera que, en principio, EEUU esté verdaderamente decidido a mandar sus tropas para invadir Venezuela. Está clara la desproporción entre la capacidad militar de EEUU y la de Venezuela, de allí que hasta ahora EEUU haya utilizado su superioridad en este campo como una herramienta para «persuadir» al gobierno venezolano de que abandone el poder. La nota en la libreta de John Bolton, nada casual ni descuidada por cierto, puede entenderse como “entreguen el poder a Guaidó o entraremos con nuestras tropas a derrocar al gobierno”. Es decir, una amenaza.
Pero si EEUU no está decidido a usar su fuerza militar [porque no hay consenso en la región ni en los organismos multilaterales o porque no está dispuesto a enviar sus tropas], entonces, ¿por qué sus voceros principales —incluyendo a Guaidó— siguen manteniendo que «todas las opciones» están sobre la mesa? Porque ante la debilidad orgánica, institucional, social y política de la oposición venezolana necesitan forzar al gobierno de Nicolás Maduro a sentarse en una mesa de negociación en la cual ellos pondrían los términos.
¿Y cuáles podrían ser estos términos? Como primer gran objetivo, que Maduro y el chavismo accedan a abandonar el poder, previas garantías para los principales líderes, y den paso a una «transición». Esto implicaría que el gobierno acceda a «negociar», entre otras cosas, los siguientes aspectos:
1.- La desactivación de la Asamblea Nacional Constituyente: cesarla en sus funciones y dejar sin efecto sus resoluciones, leyes y acuerdos.
2.- Elecciones presidenciales, con observación internacional, fundamentalmente de la OEA y UE. Probablemente la prohibición de que Maduro o Cabello se puedan presentar.
3.- Cambios en el sistema electoral: incluye un «nuevo» CNE [nombramiento de nuevos rectores] y la eliminación del sistema automatizado y auditado de votación [vuelta al voto manual].
4.- Liberación de «presos políticos». El objetivo sería permitir que Leopoldo López sea el candidato de la derecha.
Como contrapartida, los EEUU pudieran ofrecer la realización de elecciones también para la Asamblea Nacional y el levantamiento de las «sanciones». Es importante destacar que si se llegase a una negociación como este, con toda seguridad los EEUU no retirarían las medidas coercitivas contra Venezuela hasta que no se realicen las elecciones y su candidato haya ganado. Antes no lo van a hacer.
Pero esto es sólo un escenario.
El problema con las amenazas es que tienen que ser creíbles para poder tener el efecto que de ellas se espera. De lo contrario no sirven para nada. Se hacen con la intención de no llevarlas a cabo. Incluso si una amenaza se concreta significa que quien la profiere ha perdido toda credibilidad. Y es lo que está sucediendo en este caso. Elliot Abrams ha reconocido que no han logrado que Maduro ceda a la presión. Por supuesto que van a mantener la presión y van a seguir con «todas las opciones» sobre la mesa, incluyendo la amenaza del uso de la fuerza militar.
Comoquiera que se lo mire, para los EEUU será un escenario que lo dejará al desnudo y con las luces encendidas.
Si no recurre a la invasión militar para derrocar a Maduro, como hasta ahora ha amenazado, o para lograr que negocie una transición, como parece ser el objetivo, significará que su influencia en el mundo ha ido decayendo en favor de potencias como China y fundamentalmente Rusia, que jugarían un papel fundamental para evitar que EEUU frene sus aspiraciones en Venezuela.
Si hace uso de su fuerza militar para imponer su cometido, también sale perdiendo. En primer lugar, que invada militarmente a Venezuela no significa que vaya a lograr la victoria, a pesar de la desproporción entre las capacidades militares de ambos países. Por otro lado, una victoria militar no necesariamente implica una victoria política. Allí está Vietnam para recordar que con toda la destrucción que causó, Estados Unidos salió con el rabo entre las piernas. En todo caso, esta opción dejaría en evidencia que ya EEUU no es el hegemón que impone su criterio sólo con anunciarlo, que no todos los países se rinden ante sus órdenes.
Que un país como Venezuela pueda resistir esta amenaza significa que un nuevo orden internacional, un mundo pluripolar, se está abriendo paso.