Ante la crisis climática global, que ya se hace evidente en la fuerza destructiva de los eventos meteorológicos, surge de nuevo la pregunta de cómo enfrentar este fenómeno cuyas causas están asociadas al modelo civilizatorio que se ha extendido desde Estados Unidos y Europa al resto del mundo.
Los gobiernos occidentales, en particular esos que llamamos potencias, están atrapados entre intentar inflar la crisis para que predomine la doctrina del shock o crear una depresión económica en cascada a partir del impago, mayor que cualquier cosa que se recuerde. Ya no es posible seguir pidiendo más moneda nueva prestada para pagar la deuda actual porque una economía real con limitaciones energéticas no puede crecer mucho más, y porque el Norte Global llegó al «pico de deuda».
Tanto las grandes crisis económicas del siglo pasado (años 30 y 70) como las de este (luego de 2005 y la actual) fueron provocadas por la escasez de energía y el aumento del costo de todo lo demás en la economía y su respectivo disparo inflacionario.
Pero hablemos de «cambio climático»
Se ha instrumentado por parte de los medios el uso del llamado «cambio climático» para explicar algunos de los eventos que en realidad se derivan de un sistema en proceso de implosión masiva y multidimensional. Tal es el caso de la guerra provocada en Siria o los llamados «refugiados climáticos» de una nación desvalijada como Somalia.
Cabe destacar que, a principios de la década de 2000, el «estratega» republicano Frank Luntz le bautizó como «cambio» porque se podía crear la impresión de que había algún «debate» sobre este tema, además llenaría de dudas y negaciones las decisiones que debían tomarse. Mientras que «crisis» era peligroso y aterrador, obligaba a preguntar las causas estructurales del problema. Luego de varios años, y del valioso tiempo perdido, no se habla de olas de calor sino de «cúpulas de calor», «megaincendios» o «megainundaciones».
La crisis climática es el resultado directo de que hay demasiado dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera, por lo que la solución consistiría en dejar de emitir más e incluso eliminar parte de él. Esta idea es fundamental en el plan actual del mundo para evitar la catástrofe. Algunos hitos descritos en un documento por un grupo de veteranos científicos del clima:
En junio de 1988, James Hansen, administrador del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la Nasa, dio un testimonio ante el Congreso de los Estados Unidos y presentó de forma forense las pruebas de que el clima de la Tierra se estaba calentando y que los «seres humanos» (nunca las élites) eran la causa principal.
A mediados de los años 90, la mayor parte de la atención se centró en el aumento de la eficiencia energética y el cambio de energía (como el paso del carbón al gas en el Reino Unido) y en el potencial de la energía nuclear para suministrar grandes cantidades de electricidad libre de carbono.
En la primera década del siglo XXI se implementaron los Modelos de Evaluación Integrada que permitían a los modelizadores relacionar la actividad económica con el clima, por ejemplo, explorando cómo los cambios en las inversiones y la tecnología podían provocar cambios en las emisiones de gases de efecto invernadero. Se convirtieron en una guía clave para la política climática pero eliminaron la necesidad de un pensamiento crítico profundo.
Los modelos permitieron postular un futuro con más árboles como sumideros de carbono atmosférico para compensar la quema de carbón, petróleo y gas, por ello se asume que la forestación es clave para captar el CO2 emitido.
La captura y el almacenamiento de carbono (CAC) ofrecían el giro de que, en lugar de utilizar el dióxido de carbono para extraer más petróleo, el gas se dejaría bajo tierra y se eliminaría de la atmósfera. Este prometido avance tecnológico permitiría un carbón respetuoso con el clima y, por tanto, el uso continuado de este combustible fósil.
Cuando la «comunidad internacional del cambio climático» se reunió en Copenhague en 2009, estaba claro que la CAC no iba a ser suficiente porque no había instalaciones en funcionamiento en ninguna central eléctrica de carbón, no había ninguna perspectiva de que la tecnología fuera a tener algún impacto en el aumento de las emisiones por el incremento del uso del carbón en un futuro previsible y, no menos importante, el costo.
Como la comunidad de modelización climática-económica ya podía incluir en sus modelos los sumideros de carbono de origen vegetal y el almacenamiento geológico de carbono (CAC), entonces adoptó cada vez más la «solución» de combinar ambos.
Surgió así la captura y el almacenamiento de carbono en la bioenergía, o BECCS, consistente en quemar biomasa «reemplazable», como madera, cultivos y residuos agrícolas, en lugar de carbón en las centrales eléctricas, y al capturar el dióxido de carbono de la chimenea de la central y almacenarlo bajo tierra, la BECCS podría producir electricidad al mismo tiempo que eliminaba el CO2 de la atmósfera.
La BECCS tendría que eliminar 12 mil millones de toneladas de dióxido de carbono cada año y, a esa escala, requeriría planes de plantaciones a escala industrial dedicadas a la cosecha regular de bioenergía, en lugar del carbono almacenado en los troncos, las raíces y los suelos de los bosques.
Se ha calculado que la BECCS exigiría entre 0,4 y 1,2 mil millones de hectáreas de tierra. Eso supone entre 25% y 80% de toda la tierra actualmente cultivada. Se preguntan los científicos: ¿Cómo se conseguirá eso al mismo tiempo que se alimentan entre 8 mil y 10 mil millones de personas a mediados de siglo o sin destruir la vegetación autóctona y la biodiversidad?
Otra de las ideas más investigadas de geoingeniería es la gestión de la radiación solar: la inyección de millones de toneladas de ácido sulfúrico en la estratósfera que reflejará parte de la energía del Sol lejos de la Tierra. Aunque suene absurda y riesgosa, para esta idea la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos ha recomendado asignar hasta 200 millones de dólares en los próximos cinco años para explorar cómo podría desplegarse y regularse la geoingeniería.
Y así va la «comunidad científica», a medida que desaparece el espejismo de cada solución técnica mágica, aparece otra alternativa igualmente inviable para ocupar su lugar.
¿Renunciar al petróleo? He ahí la cuestión
Siete de cada ocho personas habrán muerto en un año si quitamos los fertilizantes sintéticos, los pesticidas y los herbicidas a base de petróleo y los barcos, aviones, trenes y camiones que transportan los alimentos del campo a la mesa; no pareciera una cifra absurda. Una muestra es la crisis que experimentan algunos países de Europa ante la escasez de gas y el aumento de los precios, que ya son anteriores a la guerra en Ucrania, desde que la fiebre neoliberal europea les llevara a privatizar la energía.
Sin embargo, muchos son los sectores que afirman o se preguntan si se podrán «descarbonizar» los sistemas energéticos que nos permiten desarrollar las actividades diarias, pero también mantener un flujo de capital y renta hacia una minoría rica.
En un litro de petróleo se esconden 30 millones de joules de energía. Esto equivale al trabajo desplegado por una persona durante 83 horas seguidas sin parar o a mover un carro (peso medio entre 700 kilos y 1 tonelada) hasta 20 kilómetros. Si se habla de la gasolina o el diésel (refinados), pueden proporcionar hasta un 30% más de potencia.
A su vez, un tercio de la energía que se consume en todo el mundo proviene del petróleo y ha permitido sostener el andamiaje económico de «libre mercado» por unos 200 años.
El petróleo permite el intercambio de mercancías alrededor del mundo, por lo que la debilidad actual del capitalismo no consta solo de la deuda o la financiarización sino de los límites biofísicos del planeta.
Pero dentro de esos límites está la cantidad de yacimientos de petróleo, cuyas facilidades para extraer son cada vez menores. En 2006 fue alcanzado su punto de máximo extracción, es decir, se llegó al pico del petróleo (peak oil). Esto significa que vamos a disponer cada vez menos del líquido y el capitalismo no va a poder seguir creciendo de forma infinita en un planeta con recursos finitos y cada vez más escasos.
Como es contaminante, tiene efecto invernadero y se está agotando. Desde hace años muchos organismos internacionales proponen el cambio en la manera de producir la energía que mueve la economía mundial.
Pero la realidad, que es más rica que la teoría, dice otra cosa: la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) advierte que, aunque perderá peso progresivamente en la matriz energética mundial, eso no significaría ni mucho menos su muerte o extinción temprana.
Las Perspectivas Mundiales de Petróleo 2021 de la OPEP (World Oil Outlook 2045) son que la demanda de petróleo aumentaría a largo plazo de 82,5 millones de barriles por día (bpd) en 2020 a 99 millones bpd en 2045. Su demanda crecería menos que antes en la segunda parte del período proyectado (2020-2045) y, aunque otras fuentes de energía como las renovables, el gas y la nuclear, crecerían con fuerza, se espera que el petróleo conserve la mayor participación en la matriz energética mundial durante los próximos 25 años.
En 2020, el petróleo representó 30% de las necesidades energéticas globales. Junto con la recuperación de su demanda posterior al coronavirus, se prevé que su cuota de participación alcance 28,1% para 2045.
La razón es que no todos los países son desarrollados aunque nos vendan la promesa de que lo seremos. Se espera que la demanda en los países emergentes, llamados no desarrollados, alcance de 46,3 millones de bpd en 2020 a 70.3 millones de bpd en 2045, con un crecimiento de 1.7% anual en el periodo proyectado. El crecimiento de la demanda de petróleo en estos países se atribuye, principalmente, al aumento de la población y la expansión de las economías en Asia, África y Oriente Medio.
En cambio, en los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), llamados desarrollados, la demanda de petróleo disminuirá a largo plazo pasando de 36,3 millones de bpd en 2020 a 28,7 millones de bpd en 2045, con un crecimiento anual de -0.9%. Esto puede deberse a un mayor desajuste del crecimiento económico debido a cambios estructurales y un impulso político que continúa poniendo mayor énfasis en la eficiencia energética y el despliegue de tecnologías bajas en carbono, dicen los informes. Además, la demanda total de petróleo alcanzará este año un promedio de 100,3 millones bpd y para el año 2023 se espera que la demanda sea en promedio algo mayor, es decir, 103 millones de bpd.
Alemania, desarrollada a partir de energía y materia prima barata como todo el Norte Global, respondió a su crisis energética reactivando el consumo de carbón antes de la destrucción a los gasoductos Nord Stream 1 y 2, mientras que China tiene prevista la construcción de nuevas centrales eléctricas a carbón y la reciente instalación de una plataforma petrolera no tripulada en el mar meridional.
Nadie, ni los científicos ni los políticos, pueden imaginarse que se pueda alcanzar el objetivo de 1.5°C de aumento en la temperatura media mundial y la descarbonización de la economía. Los acuerdos de París (2015) son apenas un recuerdo mientras que los de la cumbre de Glasgow (2021) parecen extinguirse con las sanciones impuestas por Washington y Bruselas al petróleo y gas ruso.
Estados Unidos ha abandonado el Acuerdo de París y la Unión Europea (UE) decidió incluir en la clasificación o taxonomía verde al gas natural (energía fósil) y la energía nuclear. Por su parte, el presidente chino Xi Jinping ya advirtió en enero pasado contra una transición energética que interfiera con la «vida normal» de los chinos.
Despertando de una quimera
El Norte Global se erigió en poder a partir de la energía barata; no será fácil que ningún país detenga lo que considera es su derecho al desarrollo, ni los desarrollados ni los que aspiran a hacerlo. Caerse de la cama del progreso infinito tiene sus conflictos y es lo que, en el fondo, está experimentando el mundo moderno hoy.
Como se embarcó en decirle «cambio» a una crisis, la llamada «comunidad» internacional postergó el tiempo para detener el uso acelerado de los combustibles fósiles repartiendo equitativamente las emisiones futuras.
Los modelos utilizados por la «comunidad» científica (si se permite el abuso de comillas) representan a la sociedad «como una red de compradores y vendedores idealizados y sin emociones», dicho así por el grupo de científicos preocupados. No aparecen en esos modelos, porque no es posible, las complejas realidades sociales y políticas ni la diversidad biocultural de cada nación.
La promesa mesiánica de que los enfoques basados en el mercado siempre funcionarán se ha estrellado con un reacomodo del mundo que está en proceso pero que pareciera ir a más de lo que hay, pero repartido. El mundo científico prefirió elegir que los debates sobre las políticas se limitaran a las más convenientes para los políticos y calló ante la inviabilidad de acuerdos como el de París.
Curioso que un patrón de conocimiento basado en la verdad demostrable siga fantaseando con aumentos de 1,5ºC o con sembrar hasta 1,2 mil millones de hectáreas de árboles maderables, en lugar de permitir que los ecosistemas se recuperen de los impactos humanos y que los bosques vuelvan a crecer.
Hicieron que la especie humana soñara que era «cambio» y no crisis, que cabría todo aquel en modelos muy complicados, que la deuda era dinero. Hoy pareciera que el mundo va a la guerra decepcionado y con una tremenda resaca.