En situaciones políticas de polarización extrema, como la que se vive actualmente en Venezuela, la palabra «diálogo» no suele tener buena prensa. Su sola mención mueve a desconfianza. En medio del fragor de la pugna que supone la polarización, y más aún cuando la violencia se hace presente, los llamados al diálogo, provengan de donde provengan, se toman como muestras de disidencia. Y ya se sabe que «en una fortaleza asediada toda disidencia es traición». Pero el diálogo no es sólo la manera más racional de encarar las diferencias políticas. Es también la vía más rápida para superar la crisis y recomponer la convivencia democrática, con todo lo que ello implica.
El diálogo político es, al mismo tiempo, la alternativa más eficiente, más económica y menos dolorosa.
Es más eficiente porque los eventuales acuerdos que se alcancen en un proceso de diálogo habrán de satisfacer a todas las partes involucradas. No se espera que los procesos de diálogo den como resultado acuerdos que satisfagan al cien por ciento a las partes; se espera que las partes entiendan que un no-acuerdo siempre será menos deseable, menos preferible. Porque no se trata de lo que cada parte pueda obtener para sí, de lo que pueda ganar. Se trata de lo que es mejor para el conjunto de la sociedad. Y lo mejor para Venezuela en este momento es recomponer la convivencia democrática, garantizar la estabilidad política y emprender el camino de la recuperación económica.
El diálogo es la alternativa más económica porque no requiere de grandes inversiones. Sólo hace falta voluntad y un mínimo de confianza. La necesaria para sentarse con el otro. El proceso dirá si esa confianza y esa voluntad crecerán. El diálogo supone, además, que no se hipoteca el país ante intereses extranjeros; por más que estos existan y presionen (en el pasado reciente lo han hecho), ceder ante ellos implica prolongar el enfrentamiento que sólo conduce a mayores niveles de sufrimiento para la población.
Finalmente, no se necesita mayor argumentación para demostrar que el diálogo es la alternativa menos dolorosa. Suficiente dolor hemos vivido durante las guarimbas de los últimos años; suficiente sufrimiento causan las medidas de agresión económica y financiera implementadas por los EEUU. Suficiente hemos tenido con el ataque al sistema eléctrico y, con él, al sistema de distribución de agua potable.
¿Por qué habría de dialogar el gobierno?
El gobierno necesita que lo dejen gobernar. Desde el 2 de febrero de 1999, los gobiernos de Chávez y Maduro han estado bajo asedio constante. Un eventual acuerdo con la derecha no es garantía de que EEUU vaya a cejar en sus esfuerzos por acabar con la República Bolivariana. O que vaya a dejar sin efecto las medidas unilaterales de agresión económica y financiera contra Venezuela. Unos objetivos más realistas serían, tal vez, que la oposición renuncie a toda forma de violencia para hacer política y acepte la supremacía constitucional.
¿Le conviene dialogar a la oposición?
Totalmente. Cada aventura extraconstitucional —golpe de estado, sabotaje petrolero, guarimbas (2007, 2013, 2014, 2017), retiro de elecciones (2005, 2017, 2018), autoproclamación de Guaidó— la ha dejado en una posición de mayor debilidad (orgánica, institucional, política, social) que al momento de iniciarlas. Por el camino fue perdiendo influencia en sectores estratégicos como Pdvsa o la FANB, por no hablar de su nula presencia en la práctica totalidad de las instituciones del Estado venezolano (con excepción de los pocos cargos de elección popular que ha obtenido en las últimas elecciones). Por el contrario, cada vez que se ha decidido por el camino electoral ha logrado recuperar espacio institucional y capital político importante [que luego ha dilapidado con nuevas aventuras golpistas, pero ese ya sería otro tema]. La vía insurreccional, violenta, se ha mostrado infructuosa para la oposición. Si quiere tener una presencia significativa en la política venezolana, el diálogo es la mejor vía para lograrlo. Por la vía de la violencia no podrá derrocar al chavismo. Ni siquiera con el apoyo de la mayor potencia del mundo ha sido capaz de hacerlo. Y no hay indicios de que eso vaya a cambiar en el futuro cercano.
¿Sobre qué y cómo dialogar?
En principio, ningún tema está exento de ser discutido en una eventual mesa de diálogo. Pero si se pudieran agrupar los temas o si hubiese que establecer unas prioridades, nuestra opinión es que habría que centrar los esfuerzos en los que nosotros hemos llamado recomponer la convivencia democrática, garantizar la estabilidad política y emprender el camino de la recuperación económica. Por supuesto, esto pasa por discutir temas concretos como la situación de desacato de la AN, el papel de la ANC o las medidas para mejorar el abastecimiento de medicinas y alimentos, entre muchísimas otras. Lo importante es no poner condiciones de salida, porque ello significa acabar con las posibilidades que ofrece la vía del diálogo desde el mismo inicio.
Justamente por esa razón, nos inclinamos a creer que el Mecanismo de Montevideo es la opción más sensata, con mayores garantías. Mientras la propuesta del Grupo de Contacto de la UE impone de antemano unas elecciones presidenciales (lo que permite adivinar que en el proceso se intentarían imponer prohibiciones de candidaturas a dirigentes como el mismo presidente Maduro o Diosdado Cabello) y otras condiciones que difícilmente aceptará el gobierno (¿cuál sería el incentivo para sentarse a dialogar en ese caso?), el Mecanismo de Montevideo plantea un proceso de cuatro etapas: 1) diálogo inmediato entre las partes; 2) negociación y búsqueda de puntos en común; 3) construcción y suscripción de acuerdos; 4) implementación de los compromisos.
Quizás muchos estén viendo el diálogo como una pérdida de tiempo. Algunos, especialmente en la oposición, incluso ven la salida a la vuelta de la esquina, aunque los hechos desmientan una y otra vez esta ilusión. Desde el gobierno, hasta ahora, no ha quedado otro camino que resistir a todos los embates violentos. Ojalá no se espere hasta el último momento para implementar el diálogo, cuando ambas partes se den cuenta de que ninguna opción se puede imponer sobre la otra, pero las condiciones de los venezolanos se hayan deteriorado tanto que no quede otra solución más que dialogar.
Posponer una salida dialogada significa condenar al pueblo venezolano a seguir sufriendo las consecuencias del deterioro de sus condiciones de vida.