Por El Cayapo
«El esclavo que no es capaz de asumir su revuelta merece su tormento». Ibrahim Traoré, presidente interino de Burkina Faso
«Cada mata que sembramos/ No ha de ser solo comida/ Sino también raíz sencilla/ De la idea en que germinamos/ La idea que habrá de guiarnos/ Sin mezquindad ni arrogancia/ Así el miedo y la ignorancia/ Tendrán que irse a otros rumbos/ Pues no sirven pa un conuco/ Donde el hambre no ajipata». Ignacio Tapia. La Cumaca, julio 2023
En resumen del artículo anterior: los pitiyankis, vendepatria, cipayos, o malandros acomodados, conocidos con el remoquete de la oposición, no tienen planes. Su única opción es el capitalismo en cualquiera de sus presentaciones, por tanto, están al servicio de los planes de los dueños del capitalismo ya explicado por sus propios voceros: derrumbar al gobierno, intervención militar, instaurar una guerra civil, mantener el caos y apropiarse de los recursos en el territorio. Para ello buscarán permanentemente invasiones, guarimbas, saboteos a los servicios, a la economía, «sanciones», bloqueos, presiones políticas y diplomáticas por vía de sus organizaciones internacionales, como el TIAR, los criminales cascos azules de la ONU, la OEA, CPI, Médicos Sin Fronteras, Reporteros Sin Fronteras: agenda altamente conocida.
En la conspiración actual buscan no tener un único candidato sino convencer o lavarse la cara a nivel internacional para que todo el mundo se preste a invadirnos o aceptar que tumben al gobierno por la fuerza y «hasta el final». La verdad verdadera es esa, y esta estrategia durará mucho tiempo. Hasta que logren sus objetivos, mantendrán la ficción de la crisis migratoria, los derechos humanos, la crisis humanitaria, uso de las elecciones, en este caso las primarias, para generar leyenda de la falsa democracia de la dictadura, de la persecución de los candidatos de la oposición, falta de diálogo; todo ello a fin de mantener las condiciones de caos y violencia con que visionan la derrota de Venezuela.
Esto es tan claro que ya se introdujo en el Congreso de Estados Unidos tres proyectos de ley contra Venezuela: la Ley de Prohibición de Operaciones y Arrendamientos con el Régimen Ilegítimo Autoritario de Venezuela, la Ley «AFFECT» de Derechos Humanos en Venezuela y la Ley de la Democracia Venezolana, todas ellas en el marco de la aplicación de «todas las formas de lucha» y «todas las opciones sobre la mesa» para tumbar al gobierno en Venezuela, pero también usarán a todos los medios de propaganda a su alcance, mantendrán activos a la catajarria de palangristas y charlatanes mercenarios de la palabra, para potenciar la novela de que el gobierno debe ser destruido. Continuarán robándose todo lo posible, buscarán no devolver el dinero, el oro y las empresas robadas y presionarán para destruir los esfuerzos económicos y sociales del gobierno.
Señalamos también que los pueblos han demostrado que se puede derrotar militarmente a los imperios y que no es posible ganar la guerra al capitalismo con sus propias armas productivas culturales, porque a largo plazo estos recuperarán el botín, ya que controlan las fuerzas productivas en el planeta y nosotros no somos más que territorios-minas y mineros que ideológicamente percibimos la realidad con los lentes de los intereses de los dueños extranjeros.
Igualmente dijimos que ya el progreso llegó a donde iba, que el capitalismo solo estaba reacomodándose y que no había forma dentro de ese reacomodo que nosotros dejemos de ser país-mina; porque si antes no lo fuimos, hoy mucho menos.
Por razones de poder, los dueños no se pueden dar el lujo de perder un territorio y su control, sobre todo cuando se trata de perder riquezas en gente, recursos y suelos; los dueños controlan todo el planeta y todo su poderío lo pondrán al servicio de sus intenciones, hablamos de instituciones política-diplomáticas internacionales, como de los gobiernos de los países afines a ese concepto de gobernar el planeta. Toda ley, todo medio de desinformación, todo ejército, se pondrá permanentemente al servicio del poder en contra de los sublevados, los bloqueos arreciarán, las «sanciones», las invasiones disimuladas y físicas se mantendrán como los jejenes: siempre estarán molestando hasta el fastidio, hasta el cansancio, hasta que salgamos corriendo.
La pregunta es: ¿Se puede o no vencer a los jejenes del capitalismo? La respuesta es rotundamente sí, siempre y cuando no se combatan con los mismos métodos y armas que acostumbra el capitalismo usar, porque al final el cansancio nos vencería. El jején se vence alejándolo o alejándose de él, pero como los pueblos no tenemos adónde ir sino quedarnos en nuestro propio territorio, nos toca entonces alejarlos.
Alejarlos no significa espantarlos, decirles que se vayan, perseguirlos, ponerles humo, usar repelente, arroparnos de la cabeza a los pies. Eso en política se llama reforma. Pero alejarlos significa crear otro medio ambiente en donde no les sea posible su reproducción: eso encarna la creación de otro modo de producción en donde no sea posible la extracción de plusvalía, que es lo que hace vivo al capitalismo-jején.
Esto nos plantea a la gente que vivimos en este territorio prepararnos para una larga lucha, sobre todo para cambiar la manera de vivir y concebir otra manera de existir. Pensar la posibilidad de trabajar sin dueños comporta superar la fuerza de la costumbre, las tradiciones, el folclorismo, el panfleto, la copia, la imitación, la creencia, la obnubilación por lo extranjero. No trabajar con las mismas máquinas, conceptos y herramientas del capitalismo. Se nos impone como ineludible diseñar otra escuela, otra universidad, centros de estudios, de investigación, laboratorios, y sobre todo se necesita de otro científico, intelectual, artista.
Otra arquitectura, otra manera de visionar, como abandonar el rumbo que se nos ha impuesto. Necesitamos convertirnos en lo que hemos dado en llamar «el intelectual colectivo».
Inventamos o Erramos
Pensar con cerebro colectivo es aplicar los principios de Simón Narciso Rodríguez, que implican entender, internalizar colectivamente, la profunda idea de INVENTAMOS O ERRAMOS que hace 200 años nos heredara como una joya invaluable. Miranda y Bolívar intentaron convertir en realidad sus ideas, pero el mantuanaje ofuscado por el deseo de ser lo extranjero no pudo percibir la magnífica propuesta de sus hijos, y terminaron traicionándolos.
Aunado a esto, la ausencia de pueblo con conocimiento de existencia e interés para sí mismo no permitió su conjugación para que ocurriera la construcción de un continente con independencia y decisión política sobre su futuro, lo que hasta ahora nos ha condenado a seguir siendo las minas que el capitalismo necesita mantener separadas, pero con el disfraz de país.
Desde hace 200 años Bernardo O’Higgins, José San Martín, Simón Bolívar, Francisco de Miranda, pensadores y luchadores de este continente se afiliaron a la revolución burguesa que ocurría en Europa, y se dieron cuenta de que para navegar en las aguas del capitalismo debíamos ser independientes de Europa. Estos descendientes de los administradores de las minas que pertenecían a España desde entonces propusieron la independencia, porque era la primera base a construir para poder ser lo que Simón Rodríguez estaba planteando.
Y para ello la principal tarea era cortar el cordón umbilical que nos atornillaba a Europa y lo hicieron, pero la élite de la época no tenía claro qué era lo que le estaba pasando en ese momento. Lo único que querían estos acomodaticios era seguir contrabandeando con quien les comprara su vaina a un precio mayor, con ingleses, holandeses, alemanes, y así no pagar impuesto a la Corona. Era una caterva de terratenientes esclavistas que aún hoy sigue comportándose como si fueran europeos invasores en estas tierras. Ellos y sus seguidores siguen siendo una tragedia para el continente, al punto de que los ancestros de María Corina intentaron venderle la Guayana a los ingleses.
El objetivo del capitalismo no es resolver problemas sino generar ganancias a una elite que controla al mundo
La independencia que soñaban era que la Corona no les cobrara impuestos, ellos no estaban contra Europa, no veían a Europa como su enemigo, como su invasor, como su esclavista. Amaban y aman la estúpida expresión «la madre patria» que parió a tantos malandros y pervertidos que atentan contra su propia tierra. Ellos se entendían como una extensión cultural europea en estas tierras de mosquitos, indios y negros, aunque todos descendieran de mosquitos, indios y negros. Comprender el comportamiento de estos sátrapas es comprender su psiquis culturalmente europea.
No querían cambiar la manera de vivir y sabotearon permanentemente todo lo que Miranda, Bolívar y los otros luchadores entendieron como la tarea política fundamental a realizar en este continente: la necesidad de unificación para poder enfrentar juntos las apetencias del capitalismo naciente.
Hoy vemos la miseria de las elites políticas que han entregado los recursos de los territorios donde nacieron y por los cuales cobran prebendas al ser colocados en cargos mayores en la ONU, la OEA, el FMI, el BID, el BM, y otras instituciones en donde siguen sirviéndole como los nadie a sus amos. Estos representantes de Estados y gobiernos: el Boric, el Petro, el López Obrador, el Fernández, el Macri, el Lula, el cómo se llame, no importa año o nombre de los personajes quita-y-pon, cualquier nombre de esos políticos juega el papel del mayordomo que negocia en nombre de sus dueños, porque no hablan por un país, un continente o sus pueblos: hablan por los contrabandistas que toda la vida han sido, apegados umbilicalmente a las grandes transnacionales, que desde afuera gobiernan este continente tal y como lo plantea Ibrahim Traoré, presidente interino de Burkina Faso («Tierra de hombres íntegros») en su intervención en la cumbre África-Rusia:
«Nosotros, los jefes de Estados africanos, debemos dejar de comportarnos como títeres que siempre están en peligro siguiendo los hilos de los imperialistas».
Simón Rodríguez dice que tenemos que inventar, pensar, crear, experimentar, construir para hacernos con raíz permanente, constante. En la filosofía de Simón Rodríguez es precisa la frase INVENTAMOS O ERRAMOS. Es extremadamente fiel, absolutamente exacta. No podemos hacer más nada, y de hecho es tan justa que llevamos 200 años equivocándonos porque no hay el atrevimiento, la audacia del invento en los sectores intelectuales, y no que se inventa un carro, una lancha, un camión, una avioneta, un pantalón, una moda, una canción, no, porque eso ya existe. No es un objeto, no es de eso de lo que nos habló. Está implícito, obviamente. Pero nos habló fue de arquitectura en el territorio. Nos habló de inventarla, diseñarla, crearla, experimentarla, construirla.
De imaginar gente con modos, usos y costumbres radicalmente distintas a las actuales. De concebir sistema de salud, arte, diversión, idear -en fin- un modo de producción. Él nos propone ser creativos, ingeniar este continente como concepto, como decisión política, como posibilidad económica, como memoria histórica a la que recurrir permanentemente sin tener de referencia a otros pueblos y sus culturas, para nosotros poder decidir la vida.
Pero no se lo propone a un individuo, a una élite, se lo formula a una especie que habita esta parte del continente. Porque no es posible hacerlo de manera individual, de manera elitista, tiene que haber un convencimiento en las grandes mayorías de que eso se tiene y se debe hacer. Entonces, la tarea de todo pensador, de todo político, de todo intelectual en esta época es tratar de crear ese concepto, de visionar el continente como una posibilidad de habitarlo, pero habitarlo conceptualmente, es decir, de habitarlo con conocimiento de causa, tener el sentido de cómo vivir la vida. Nos habló fue de eso.
En esa sublime frase INVENTAMOS O ERRAMOS está contenido todo, no dejó ni para amarrar un gallo el señor Simón Narciso Rodríguez. Por eso la frase de Bolívar «Todo está por hacerse» y el gran entusiasmo del Comandante Chávez, que se consagro íntegro a convencernos con su ejemplo de que era posible fundar este continente con la guía filosófica rodriguiana. No sigamos usando esa frase viva como el panfleto, el comodín de los burócratas, fundadores de universidades, centros de estudios, escuelas con el nombre de Simón Rodríguez, pero con el pénsum y método esclavista del liberalismo. Son cascarones vacíos de ese contenido y vida plena que propuso el nombrado.
Tener claridad de que el continente no nos pertenece como hasta ahora se nos ha vendido con el capitalismo, sino que pertenecemos al continente, al territorio, por tanto, cambia conceptualmente la visión que tenemos sobre el mismo, porque esto implica que tenemos que protegerlo, cuidarlo. Que no puede ser una escenografía para engañar drogadictos, tiene que ser para soñar la gente del futuro. Porque la existencia no es la del individuo, es la de la especie como forma de vida.
Casi 200 años después, un movimiento político militar, guiado por el Comandante Hugo Chávez, nos estremece a elite y pueblo y nos devuelve a resolver la misma incógnita, el mismo dilema: debemos decidir entre inventar o errar, porque hasta ahora solo hemos errado en nombre de la imitación extranjera. La única manera que este continente puede existir como una entidad para sí, y por supuesto cada uno de los territorios que lo conforman, es inventándose, diseñándose, creándose, pensándose, experimentándose, construyéndose: el no hacerlo nos mantiene como papagayo sin rabo, errando permanentemente.
Estamos precisados como gente en colectivo a diseñar todo lo que hagamos, a no imitar, así tengamos que ensayar muchas veces y empezar de nuevo, no importa. Nadie nos espera afuera para andar apurados. Concebir la crianza de niños, comida, arte, casa, para echar raíces. No puede ser que desperdiciemos los sudores en territorios ajenos para obtener la misma tragedia, un espasmo, un inmediato, un espectáculo anunciado con marquesinas deslumbrantes, pero cuando se apagan las luces somos los escuálidos de siempre, chupados por el capitalismo.
Un destino común que entusiastamente debemos asumir es crear las condiciones que eliminen para siempre el hambre, el miedo y la ignorancia, taras básicas que hacen que esta especie esté permanentemente enferma y drogada, obedeciendo a los designios de las elites que siempre han vivido sustentadas en la guerra, manera absolutamente equivocada de resolver los problemas antes mencionados. Para las élites la guerra es un beneficio perfecto, pero no para la mayoría. Se tiene que superar esa condición y crear otra circunstancia de existencia.
Lamentablemente los intelectuales hoy están muy preocupados por sostener sus platos de comida y que les lean y aplaudan sus miserias poéticas, sus panfletos humanistas. Ellos y sus egos se creen dioses adorables vendiéndose al mejor postor, y por eso les importa un carajo este continente y la gente por soñar.
El conuco no es una fábrica
Ahora bien, empecemos por pensar lo primero. Un país de acuerdo con lo que estamos diciendo no se funda si primero no se invierte en resolver el problema de la comida, y la comida significa calzado, vestido, vivienda, diversión, arte, reproducción de la especie, adquisición, transmisión y producción de conocimiento, en unas condiciones de estabilidad que permitan darle continuidad a la existencia. Y lo primero se resuelve con mucha gente organizada y condiciones creadas para generar este pensamiento, y no importa que sean carpinteros, campesinos, herreros, pescadores, académicos, científicos, barrenderos, hombres, mujeres, niños, ancianos. Se necesita es gente con cerebro y todo el mundo lo tiene, algunos entrenados en imitar y otros de paquetico, porque nunca hemos tenido las condiciones para usarlo.
Necesitamos pensar otro modo de producción para que solucione las necesidades del futuro
No hay nadie que dude en usar el capitalismo para producir esas condiciones, pero la realidad nos dice que no corrige el problema, porque de otra manera ya se hubiera resuelto, pero la fantasía creada de la sobreproducción del capitalismo nos hace creer en esa falsedad ideológica. Lo puramente real es que no es cierto, porque para mantener en abundancia a los dueños y sus ejércitos de todo tipo, supongamos unas mil millones de personas en su totalidad, se requiere de 7 mil millones a los que jamás se les remediará ningún problema como no sea el ya determinado de la muerte, y sin embargo, el capitalismo usa esa muerte para robar a los deudos.
El objetivo del capitalismo no es producir para resolver problemas sino para generar ganancias a una elite que controla al mundo.
Necesitamos pensar otro modo de producción, no para que solvente los problemas creados por el capitalismo, sino para que solucione las necesidades del futuro. Este modo de producción debe estar controlado por la gente, la cual debe tener conocimiento de su existencia y la manera de cómo superar las taras del hambre, el miedo y la ignorancia.
En estos 23 años de proceso hemos probado poner en práctica lo de inventar, que con tanto entusiasmo nos enseñó Chávez con todas sus acciones. Pero descubrimos que no es nada sencillo superar la ignorancia, el miedo y el hambre: siempre nos quieren devolver al pasado, a la costumbre, a la tradición, a lo ya hecho. Lo de «no te pongas a inventar güevonadas» es un freno que hay que descontrolar para poder hacer lo que hay que hacer. Pero, a pesar de todo, hemos aprendido que sí se puede colectivamente intentar lo distinto.
Hemos estudiado la idea del conuco, aunque esta se enfrenta a la academia, al folclor, a la subsistencia, al hambre como asociación, a la denigración ciudadana. La persona más sometida a vergüenza de este país es el conuquero: en todo programa de radio, de televisión, por las redes, en la literatura, al campesino siempre le han denigrado, incluso cuando en la cursilería novelesca se le pretende vender cándido, pero con todo y eso el conuco, a pesar del arrinconamiento a que lo ha llevado el capitalismo, persiste obstinadamente sobre las piedras, en los humedales, en los cerros, en los desfiladeros, en las orillas de las autopistas y carreteras, como diciéndonos «Soy la solución pase lo que pase». Hoy estamos convencidos de que verdaderamente el conuco es la solución más cercana que tenemos para resolver los problemas.
Pero el conuco no podemos verlo como una fábrica que la instalas y ella empieza a producir, no. El conuco es un concepto, otra manera de plantear la vida, donde radicalmente quitamos de un territorio una cosa e instalamos otra, que es la única manera de cómo solucionar sanamente un problema. Hemos de instalar otra arquitectura, otro método de adquirir conocimientos, otro procedimiento de curarnos, otra experiencia de ser el arte, de vivir, de criar, otro perfil radicalmente distinto de estar vivos, y eso requiere de un acuerdo de la gente que inicialmente comience ese proceso. No veamos al conuco con los ojos de la ideología que nos lo vende como producto de la miseria, el rancho de lata y los niños lombricientos: concibámoslo como un método distinto de organizarnos para vivir colectivamente.
Tenemos que inventarlo. Si decimos que eso puede producir 280 millones de toneladas de comida al año, lo único que queda es ¡sí o no!, lo comprobamos o no, una persona no puede cuestionarlo sin argumento alguno. Hay dos maneras de cuestionarlo: en la defensa de los intereses de la agroindustria como método o por prejuicios ideológicos formados en academias o cenáculos de costumbres que piensan, por ignorancia y prejuicios, que todo lo que viene de los pobres es inútil y digno de lástima.
Nosotros tenemos como 60 años aplicando el método de la agroindustria y el resultado ha sido que no se ha resuelto el problema del hambre en este país. Un método donde se dice que en 7 millones de hectáreas se produce 60 millones de toneladas de comida al año, repartida equitativamente entre los 32 millones que somos, nos tocaría aproximadamente dos toneladas. Nosotros lo cuestionamos porque nos deja miseria, enfermedad, arruina la tierra y a la gente, pero además el 80% de la inversión que realiza el gobierno en agroindustria se va al extranjero como ganancia, dejando en el país los resultados ya descritos. Nosotros podemos producir con el método conuco 280 millones en las mismas 7 millones de hectáreas que, repartidas, tocaría ocho toneladas aproximadamente.
Cualquiera se alarma y podría decir que eso no puede ser, pero el punto es que nosotros lo tenemos comprobado. No estamos diciendo que «pudiera ser», eso está comprobado. Incluso en números redondos hacia abajo, en un pequeño espacio de 500 metros cuadrados, donde consistentemente durante nueve años hemos llevado a cabo el experimento, hablamos de 2 mil kilos de comida al año.
Ahora el problema es que estamos visionándolo en términos de números, estadísticas, pero no en términos de vida. El 80% de la inversión en el marco de la agroindustria en Venezuela se va fuera del país. Hay tipos que ganan plusvalía casi que antes de invertir, es decir, que nos venden tractores, venenos, fertilizantes, sistemas de riego, maquinarias, insumos, camiones, prácticamente ganan mucho antes de la inversión, o sea, que el 80% de inversión del gobierno en Venezuela se va como ganancia al exterior.
¿Qué ocurriría con el conuco? Que ese 80% se quedaría aquí, así de simple. Pero, además, se nos queda no como un dinero guardado en un banco, se nos quedaría como vida en las personas, porque para hacer eso necesitamos mínimo que seis personas trabajen por hectárea para obtener un buen nivel de rendimiento. Pero además podemos cambiar los materiales para arquitectura, y radicalmente podemos despoblar todos los barrios y toda esa gente dignificarse inventando entusiastamente un país, reduciéndose la inversión en enfermedad, construcción, infraestructura educativa y de salud, deporte y diversión. La reducción en el gasto de la energía que hoy se malbarata redundaría en vida plena en el entendido de que somos seres energéticos y que mientras más energía gastemos menos vida seremos. Millones de jóvenes entusiastamente le conseguirían sentido a su vida fundándose en este territorio con idea propia, sin la vergüenza de ser unos vulgares imitadores.
Las ventajas de este planteamiento son todas, no hay una que no sea ventaja. Ahora, ¿cuál es la gran muralla a derribar? La enorme fuerza de la costumbre, y esa es una rémora que puede mantener en ruina a este territorio por siglos y siglos, porque desde el obrero hasta el profesional por razones propias de su plato de comida no se querrán desprender de todo lo que existe y le funciona. Su carro, su casa, su celular, todo eso no le viene de un conuco, y todo eso lo va a preguntar, porque con esos conforts no hay manera de tenerlos en un conuco como individualidad.
Es un cambio radical, un paradigma distinto, porque no vamos a comprar la casa, no la vamos a mandar a construir, no la vamos a hacer dentro de la miseria del barrio, no será regalo del gobierno ni de ninguna ONG, no tendremos que hipotecarla, porque en el conuco aprenderemos a construir la casa para vivir y no solamente para guarecerse y protegerse. En el conuco aprenderemos a estudiar desde la realidad y no desde la ideología.
¿Por qué no podemos hablar masivamente de esto? ¿Por qué no experimentarlo? ¿Por qué no invertir en producir este conocimiento si el que conocemos nos condena a la esclavitud perpetua? ¿Qué terror tan grande nos impide vivir plenamente fuera de la esclavitud? ¿Cómo es que en un país de 91 millones de hectáreas en tierra firme, sin contar las otras que en mar nos rescató Chávez, de las cuales 27 millones son actas para la agricultura en óptimas condiciones, no estemos conversando colectivamente cómo vivir cómodamente en ellas y, por el contrario, la mayoría mal vivimos arrumados en 2,5 millones de hectáreas? Estamos convencidos de que la propuesta es un diamante en bruto, que falta mucho por pensar y experimentar.
La mesa para pensar está servida, lo demás es simple desconocimiento o intereses bastardos de elites viejas y nuevas que se niegan a querer este territorio y siguen añorando lo foráneo como única condición de vida