"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

De Ernesto Guevara, al Legendario Guerrillero

Por Luis Alberto Portuondo /Granma

«¡Che era un maestro de la guerra, Che era un artista de la lucha guerrillera!», afirmó Fidel

Transcurría el año 1965 y, con apenas 14 años, Oscar Rodríguez Carballosa estudiaba en La Habana. El oriundo de Chamarreta (San Luis, Santiago de Cuba), aspiraba a ser médico y residía en casa de sus tíos Marcelino y Paquita.

Todo eso era posible porque la Revolución había triunfado, y no cualquier revolución, sino una «de los humildes, con los humildes y para los humildes»; su primo hermano Eliseo Reyes Rodríguez (el Capitán San Luis) estaba orgulloso y a la vez satisfecho «porque yo tenía la oportunidad de superarme como él no pudo; cuando Eliseo  se presentó al Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago de Cuba fue rechazado por no estar recomendado por algún político y sobre él estaba el estigma de ser campesino.

«En 1957, a los 17 años, salió de la casa con el objetivo, no anunciado, de unirse a los rebeldes y aconteció el hecho más trascendental de su vida y que definiría su destino: conoció a Ernesto Guevara de la Serna», rememora el especialista en Medicina interna, con un ejemplar de Pasajes de la Guerra Revolucionaria en sus manos.

Obviamente, Oscar conoció acerca del Che a través del «mejor hombre de la guerrilla boliviana» que, inspirado en la audacia guevariana, asumió el internacionalismo como un medio y fin de su existencia. «Recorrer la América Latina junto a su amigo Alberto Granados, integrarse a la guerra por la definitiva independencia de Cuba y, tras vencer aquí, continuar luchando hasta morir es la más grande muestra de altruismo y de coraje, y eso marcó al Capitán San Luis».

De épicas Batallas

Guevara de la Serna conoció a Fidel en México y se unió a su causa –que era la de Cuba toda-, vino en el Granma y desembarcó, estuvo en Alegría de Pío, «el bautismo de fuego», en el combate de La Plata –la primera victoria- y que calificó como «el único momento de la vida de nuestra tropa donde nosotros hayamos tenido más armas que hombres» y donde se alcanzó «la mayoría de edad».

El novel guerrillero fue ascendido a Comandante y Fidel, para engañar al enemigo sobre el tamaño del Ejército Rebelde, designó a su columna como la número 4. Tenía 75 efectivos distribuidos en tres pelotones, capitaneados por Lalo Sardiñas, Ramiro Valdés y Ciro Redondo.

El Che se encargó del «Pelotón Suicida», compuesto por  combatientes más aguerridos y que ejecutaban las misiones más peligrosas. Por la excesiva temeridad del Che, Fidel decidió confiarle la responsabilidad del grupo con la condición de que no participara en ese tipo de operaciones, concentrándose en las tareas estratégicas, tácticas y organizativas.

En su diario, describió una situación insólita y recurrente: «Cada vez que un miembro del Pelotón Suicida perdía la vida, se designaba a otro para sustituirlo. Y cada vez asistía a escenas en las que jóvenes combatientes lloraban, decepcionados, por el hecho de no haber tenido el honor de integrarse al grupo y mostrar así su valentía».

El Comandante Orestes Guerra González, fallecido en el 2014, comentó a inicios de los 90, que «sin armas, descalzos, casi desnudos, los compañeros que se habían quedado en la columna de Fidel bromeaban con nosotros, nos llamaban “los descamisados del Che” (…) Lo primero que hacemos es una práctica de tiro y solo Ciro Redondo aprueba… El Che, con esa ironía tan suya, nos dijo que éramos una tropa lista para el combate.

«Después del victorioso combate de Bueycito (1ro de agosto de 1957) la Columna 4 vivió momentos muy duros dado el desabastecimiento que sufrían y el constante hostigamiento del ejército batistiano. Pasamos días sin comer y el Che decidió establecer el campamento en El Hombrito. Allí manda a construir una panadería-dulcería, zapatería, armería, un hospitalito, pone un grupo a sembrar viandas».

Eliseo Reyes estaba con el Che en la zona conocido como El Hombrito, la afinidad entre ambos había crecido porque «San Luis» había demostrado que su juventud y estatura pequeña no eran impedimento para luchar por la Cuba soñada.

El  29 de agosto de 1957 un campesino informó sobre la cercanía de fuerzas del Ejército de la tiranía y el Che ordenó que el pelotón de Lalo Sardiñas ocupara el lado este de la posición donde situaron la emboscada, y castigar con su fuego a la columna cuando esta fuera detenida.

Ramiro Valdés debía hacer una «hostilización acústica» por el flanco occidental para sembrar la alarma. El trillo por donde debían subir los guardias bordeaba una loma por el lado donde estaba emboscado Lalo. Ciro Redondo los atacaría en una forma oblicua y el Che daría la orden de fuego con el primer disparo. La mejor escuadra estaba al mando de Raúl Castro Mercader, del pelotón de Ramiro, por lo que fue colocada como fuerza de choque para recoger los frutos de la victoria.

El plan era sencillo –y a la vez ingenioso– como el de los grandes guerrilleros: al llegar a una pequeña curva del camino, donde este hacía un ángulo de casi 90 grados para bordear una piedra, el Che pensaba dejar pasar diez o 12 hombres y disparar sobre el último en cruzar el peñón donde torcía el camino, de manera que quedaran separados del resto; entonces los otros debían ser rápidamente liquidados. La escuadra de Raúl Castro Mercader tomaría las armas de los muertos, y la tropa se retiraría de inmediato, protegida por la escuadra de la retaguardia, que mandaba el teniente Vilo Acuña.

Al fin corrió la voz de que se acercaba el enemigo. Pasó el primero, el segundo y el tercer soldados, pero iban muy separados uno de otro. Cuando el Che contaba el sexto oyó un grito y vio que uno de los soldados levantaba la cabeza, como sorprendido. Abrió fuego, el sexto hombre cayó y el tiroteo se generalizó. En realidad el soldado había dicho: «esto es un jamón», refiriéndose a lo fácil de la subida.

Eran fuerzas de una compañía de unos 120 hombres, al mando del sanguinario comandante Merob Sosa. El soldado herido resultó ser un sanitario, que solo llevaba una pistola calibre 45; los otros cinco habían escapado despeñándose del camino hacia su derecha y huyeron por el cauce de un arroyo.

Los guerrilleros contaban con una ametralladora Maxim, pero esta no funcionó. El Che da orden de retirada a los dos pelotones laterales y luego de su escuadra. Deja la de Vilo para que pasara el pelotón de Lalo. Cuando el jefe de la retaguardia se une a ellos, les comunica la muerte de Hermes Leyva. «El Che se puso en medio del trillo para abrir el fuego con su Browning. Cuando lo hace, ordena avanzar pero los que deben hacerlo, no lo hacen y solo el grupo que estaba junto a él avanza. Hirió a un soldado y Rodolfo –uno de los rebeldes– se apoderó de su arma. Los guerrilleros realizaron una primera retirada para tender una nueva emboscada más adelante, pero los guardias no avanzaron más y abandonaron el campo de batalla. Al ir retirándose, se presenta un pelotón que manda Fidel, al mando de Ignacio Pérez. Se retiran mil metros y establecen una nueva emboscada. Pero el ejército se retira, luego de quemar el cadáver de Hermes Leyva»

Revolución «es audacia»

Al resumir su impronta, el Comandante en Jefe sentenció: «¡Che era un maestro de la guerra, Che era un artista de la lucha guerrillera! Y lo demostró infinidad de veces pero lo demostró sobre todo en dos extraordinarias proezas, como fue una de ellas la invasión al frente de una columna, perseguida esa columna por miles de soldados por territorio absolutamente llano y desconocido, realizando –junto con Camilo– una formidable hazaña militar.

«Era un insuperable soldado; Che era un insuperable jefe; Che era, desde el punto militar, un hombre extraordinariamente capaz, extraordinariamente valeroso, extraordinariamente agresivo. Si como guerrillero tenía un talón de Aquiles, ese talón de Aquiles era su excesiva agresividad, era su absoluto desprecio al peligro.

«Y lo que él hizo (…) ese hecho en sí mismo de enfrentarse solo con un puñado de hombres a todo un ejército oligárquico, instruido por los asesores yankis suministrados por el imperialismo yanki, apoyado por las oligarquías de todos los países vecinos, ese hecho en sí mismo constituye una proeza extraordinaria».

El Jefe de la Revolución no vaciló en afirmar que «si queremos un modelo de hombre, un modelo de hombre que no pertenece a este tiempo, un modelo de hombre que pertenece al futuro, ¡de corazón digo que ese modelo sin una sola mancha en su conducta, sin una sola mancha en su actitud, sin una sola mancha en su actuación, ese modelo es el Che!»

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