"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

Prostitución y Muerte en Boa Vista

Por Juan Medina Figueredo. Valencia, 3 de octubre de 2025

Sexo en Tránsito

En forma muy extendida, repetición de imágenes digitales, muchas, incontables mujeres se tienden en la cama, mostrando senos, piernas y nalgas, con mensajes de tristeza y cansancio frente a la soledad y ofreciendo éxtasis, tierna, cálida y deliciosa compañía a través de las redes sociales y sus nuevas propuestas, lo que no son más que servicios sexuales, amor parece y plata sí es, tasados tras el respectivo encuentro.

Los celulares nos ofrecen incontables videos, uno tras otro, de mujeres en baile de tambor, meneando temblorosa y huracanadamente sus nalgas, cogiéndose a los hombres con sus movimientos, arriba, abajo y a los lados contra la ingle de sus parejas en bailes tropicales y de música de discoteca…

Ya ni prostitutas son, es una nueva generación de aspirantes a influencers, jineteras domando penes o las más ilusas o fantasiosas realizando sus egos y proyectando su existencia a través de un vídeo, compensando fracasos y frustraciones.

Las carajitas se ofrecen en concurridas calles, avenidas y alcabalas como precoces puticas pobres. Tres mujeres partieron desde el barrio Santa Eduviges, detrás de la plaza de toros de Valencia, viajaron a trabajar en Brasil; antes de partir, una regaló su hija recién nacida a una familia de Calabozo, otra dejó su niña bajo el cuidado de su tía prostituta. Eran tres primas, dos dijeron que iban a trabajar como putas. Otra dijo que trabajaría de manera diferente.

Llegaron a una isla frente a las playas de Boa Vista y en una lancha arribaron a las playas de la ciudad. Para dormir, alquilaron un cuartucho con sus literas de camastros en un hotel barato, de mala muerte, de cuchitriles separados por tabiques de cartón piedra y al anochecer se despidieron para trabajar, dos como prostitutas y la otra vendiendo galletas, caramelos y condones.

Al amanecer todas llegaban a dormir, las dos putas reían a carcajadas y hablaban de. sus   simulados amoríos, orgasmos y gozo sexual, de su asombro por el nivel de prostitución masculina, sodomitas, pederastas y pedófilos. “Yo nací para puta”, repetía una de ellas, riendo y gozosa frente a sus primas.  La vendedora ambulante las escuchaba y acompañaba con risotadas.

Para pasar roncha en otro país, prefirieron retornar a Venezuela con su oficio y un saco de pantaletas, sostenes, pantalones, vestidos, blusas y zapatos de plásticos comprados en Brasil, todo de baratillo.

Beatriz Rea tocó y empujó el ruidoso portillo de su rancho cercano al caño de frecuentes inundaciones en el barrio Santa Eduviges. Llovía y los goterones caían ruidosos tras golpear el techito de rotas láminas de zinc.  Días después su marido armó su morral y partió de viaje por la misma ruta de su mujer y madre de sus mocosos, hacia Boa Vista. De allá no regresó ni siquiera su cadáver, partido su cráneo de un leñazo por la espalda y perdido todo rastro de su identidad en la cartera  y el celular que se llevaron los ladrones.

Sobre un viejo colchón sin jergón, disputándose adormidos una sucia colcha, espantando mosquitos, rascándose la piel invadida por los piojitos, Beatriz Rea y sus tres niños, olvidaron apartar en su camastro el lugar del marido y padre  que ya no era ni siquiera  imagen, timbre   o llamada de celular…

Artículo editado por Red Angostura

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