Mauricio Mudarra Red Angostura, Cumaná, 10-10, 25
La creación del Premio Nobel de la Paz responde a los más altos requisitos que sus galardonados deben haber acumulado durante el año transcurrido. Se trata de una distinción de categoría mayor, otorgada a quienes cumplen con los prerrequisitos establecidos en áreas como Literatura, Física, Química, Medicina, y especialmente a quienes destacan por su labor en favor de la paz entre naciones envueltas en conflictos bélicos de tipo convencional.
Este galardón se entrega en los primeros días de octubre de cada año a personas que se distinguen —más o mejor— por su contribución a la fraternidad entre los pueblos, la abolición o reducción de los ejércitos armados, y la promoción de acuerdos de paz a escala global.
El premio en cuestión ha ido perdiendo credibilidad ética y trascendencia, especialmente a partir de las décadas posteriores a los años ochenta. En contraste, la entrega del galardón al escritor argentino Adolfo Pérez Esquivel —quien lideró una admirable lucha no violenta en defensa de la democracia y los derechos humanos frente a las crueles dictaduras latinoamericanas— representó uno de los últimos gestos de coherencia moral por parte del comité.
Hoy, el comité noruego encargado de otorgar el galardón está conformado por un quinteto vinculado a la derecha pusilánime que domina el parlamento noruego, un órgano de corte conservador que, desde la Segunda Guerra Mundial, mantiene estrechos lazos con los Estados Unidos. No debe causarnos sorpresa que las causas que naturalmente han sido bandera de las izquierdas —la lucha contra la guerra y la defensa de los derechos humanos— ahora reciben premios de manos de la derecha, de norte a sur y de este a oeste. Lo que antes fue una expresión ética de resistencia, hoy se convierte en herramienta de legitimación política, administrada por comités vinculados a intereses conservadores. La paz, despojada de su fibra testimonial, se convierte en un trofeo simbólico que puede adornar incluso el cuello de quienes han promovido la violencia.
Resulta vergonzoso, degradante y hasta espeluznante mencionar a quienes, en tiempos recientes, han deshonrado este reconocimiento. En particular, aquellos que han promovido y financiado guerras feroces, cargando sobre sus espaldas la muerte de millones de inocentes. Los presidentes de Estados Unidos, con escasas excepciones desde la fundación de ese país, encabezan esta lista. Desde Ronald Reagan, Clinton, Barack Obama, Biden y los dos mandatos de Trump, los muertos por hambre y conflicto se pierden de vista.
Netanyahu y Machado son hechuras de esa misma matriz: el capitalismo voraz. La Sayona aparece, de forma sorpresiva, con el degradado galardón colgado al cuello, donde terminará de derretirse, como manteca en paila caliente.