La expansión del nuevo coronavirus (Covid-19) en amplias zonas del planeta desde principios de este año ha derivado en una auténtica guerra ideológica por el relato y el modo de representación de la pandemia.
Este fenómeno va convirtiéndose en un punto de quiebre con el que es posible repensar los principios básicos de nuestra sociedad global, sus cambios geopolíticos recientes y su estructura histórica.
- El colapso acumulado
En sentido general, los impactos económicos y financieros que va dejando el coronavirus pueden analizarse como el capítulo continuado del colapso financiero del año 2008 que dinamitó el sistema económico mundial por completo y cambió la geopolítica internacional.
Algunas estimaciones de organismos internacionales cifran en 2 billones de dólares las pérdidas de ingresos a nivel global a raíz de la caída en la demanda de petróleo, la interrupción de la actividad comercial e industrial y el frenazo en los flujos del turismo internacional que ha precipitado esta pandemia.
En cuestión de unos pocos días, las bolsas de valores de las potencias capitalistas se han ido a pique, al mismo ritmo que las tasas de interés de los bancos centrales que dirigen la economía mundial, en un intento suicida por resolver por la vía de la financiarización un problema que tiene rasgos estructurales e históricos en la propia noción de cómo dirigir los asuntos económicos.
En poco tiempo ha retornado como signo de nuestra época la palabra recesión, evidenciando que el capitalismo globalizado no ha logrado estabilizar la crisis generada en 2008, momento en que las potencias internacionales rompen el consenso de Yalta que dio vida al orden internacional vigente (y tan vapuleado).
La derivación geopolítica de esta onda corta de colapso mundial es evidente: luego de perder su posición hegemónica al frente de la economía mundial en 2008, Estados Unidos desplegó guerras de cambio de régimen y de acumulación en Medio Oriente, con epicentro en Libia y Siria, a la par de una guerra de posiciones mediante golpes blandos en América Latina, la cual ha ido tomado su forma definitiva en un bombardeo de sanciones ilegales contra Venezuela y una guerra comercial global contra las potencias emergentes de Eurasia.
Esta lógica de expansión de dirimir con expediciones de saqueo y control monopólico los flujos energéticos y geopolíticos del sistema internacional, provocó que en la medida del tiempo se iniciara una Tercera Guerra Mundial en las periferias del sistema-mundo con una precisión geográfica brutal: derribar a Venezuela para controlar toda América Latina, a Siria e Irán para controlar todo Medio Oriente y a China para eliminar al competidor que puede reemplazar a Estados Unidos como rector económico del mundo.
Básicamente, el objetivo era detener el ascenso de China y de Rusia como potencias globales mediante guerras híbridas que obstruyeran su proyección geopolítica en zonas donde el arco de dominio del Imperio, o se había debilitado o donde los propios países periféricos como Venezuela, Bolivia, Brasil o Argentina, habían desafiado su modelo de dominación.
Ahora el nuevo coronavirus plantea un nuevo marco donde estas contradicciones se agudizarán, toda vez que China aplana la curva de contagio y se proyecta geopolíticamente como tesis central de un cambio en el orden mundial y Occidente pierde no sólo tracción económica, sino el atractivo del paradigma neoliberal que inventó y que no sirve para proteger a la humanidad de un estornudo.
En la trayectoria del catastrófico siglo XX, la simbiosis entre pandemias, guerras y crisis económicas globales constituyó el combustible de las expediciones imperialistas y de los cambios más profundos que ha vivido el sistema internacional.
Por ejemplo, la depresión económica de 1873 (en medio de la guerra franco-prusiana) creó las condiciones para la Primera Guerra Mundial que reventó a los imperios coloniales europeos, hecho que extendió sus efectos hasta el crack del 29 y más allá de la mitad de la centuria, en medio de una época marcada por la letal gripe española, las convulsiones geopolíticas, el fascismo y el definitivo ascenso de Estados Unidos como potencia mundial dominante luego de la derrota del nazismo a manos de la Unión Soviética.
En este hilo histórico yace una triangulación de fenómenos interconectados entre sí que conllevan un rasgo sísmico cada vez que se juntan. Por ejemplo, en 1974, la OPEP cerró el flujo de petróleo a los países que habían apoyado a Israel durante la guerra de Yom Kippur, induciendo una enorme crisis económica en Occidente que dio nacimiento al neoliberalismo hoy vigente.
En ese marco temporal que abarca desde la década de 1970 hasta hoy, la gripe de Hong Kong a finales de los 60, la aparición del sida o el brote de difteria en la Unión Soviética, o más recientemente el brote de ébola o la pandemia de la gripe AH1N1, así como la epidemia de cólera en Haití, dibujaron la ventana de oportunidad para que se expandiera el excepcionalismo estadounidense por un lado, y por otro, para que se impulsaran los capitalistas de la revolución tecnológica de las comunicaciones (Silicon Valley), aumentara el flujo de deuda en el mercado farmacéutico y se desplegara un nuevo proceso de acumulación que le daría forma definitiva a un precariado global, “empresario de sí mismo”, víctima de los vaivenes del mercado y de las manipulaciones financieras de los peces gordos del sistema.
Este modelo implota en 2008 y agudiza sus contradicciones con la actual crisis del coronavirus, pero ya venía debilitándose desde el lunes negro de 1987, seguida por la “crisis del tequila” en 1994 y la crisis asiática en 1997, hasta llegar a la eclosión de la burbuja puntocom en 2002.
Cada una de estas crisis ha fracturado el orden social y económico del mundo llevándonos a una espiral suicida de deuda, supresión del Estado, guerras de saqueo e inestabilidad geopolítica, trabajo precario y enormes ganancias a capitalistas financieros, quienes ahora ven en el coronavirus una vía rápida para traspasar el precio de este colapso acumulado a la mayor cantidad de personas posible con la mayor cantidad de caos que se pueda. Es el capitalismo en crisis, again.
- El fallo de una tesis civilizatoria
El pánico y el desabastecimiento se han apoderado de las principales ciudades europeas donde yace el principal foco de la pandemia. Acaparamiento de mascarillas, reventa de material médico, entre otras peripecias, han dibujado el paisaje social del estado de conciencia reinante en el mundo occidental (y más allá de él) desde la inducción forzada del neoliberalismo.
La histeria colectiva desatada ha ofrecido un registro de la psicología colectiva de nuestro tiempo, mostrándonos cómo se comporta una sociedad educada culturalmente bajo películas de zombis y apocalipsis, y políticamente en el individualismo extremo, la indefensión absoluta, el “sálvese quien pueda” y el dinero como medio de acceso a la supervivencia.
Políticamente, la tesis del neoliberalismo demuestra con mayor plenitud su fallida propuesta para conducir los asuntos humanos desde una lógica puramente mercantil, individualista y destructora de lazos humanos e ideas compartidas. Como principio básico para el funcionamiento de la sociedad, ha fallado al poner el dinero como centro de la vida social y la interconexión de todos los procesos culturales y productivos del mundo como premisa.
Los medios de comunicación se llenan de augurios de catástrofe económica y de una nueva recesión como si se tratara de una sociedad distópica que está al borde del colapso terminal, pero uno muy singular que se expresa en un sentimiento de soledad global absoluto atravesado por el desempleo, la falta de dinero y de mínimas condiciones sociales y económicas para que la crisis mundial no te parta el lomo.
El tono usado se acerca más a la sociopatía que de la preocupación genuina. Existe una alarma generalizada que pide que el coronavirus “se acabe ya” para salir nuevamente a trabajar por un sueldo miserable que mantenga sobre los rieles a una economía sobreendeudada, artificial, frágil y sin rumbo. La consecuencia global de esta noción de vida trae consigo un estado de orfandad e inseguridad de un sistema global conectado, demente y sin capacidad de asimilar cambios y tensiones.
Esta época que está decisivamente marcada por estos factores de mierda, donde cada persona es víctima de su propio destino como empresario de sí, ha revitalizado ideas que los ideólogos del austericidio y talibanes del mercado vendieron como anacrónicas porque amenazaban al mercado y la libertad del dinero.
En China principalmente, pero también en otros países asiáticos, las medidas de control y orden estatal de poblaciones afectadas, de la mano de un ambicioso sistema público de atención integral a los más vulnerables, ha abierto una competencia ideológica contra el pensamiento neoliberal que domina nuestro tiempo. Como punto de quiebre, ha expuesto que una economía dirigida a lo público como en los “países comunistas” atiende mejor a las sociedades intoxicadas de liberalismo en todas las esferas de su vida.
A modo de imagen, ha sido una gigantesca patada en el culo la premisa neoliberal de que todos estaremos bien gracias a nuestro individualismo. De contraparte, y con sus condiciones también singulares, China se ha transformado en el buque escuela de un conjunto de ideas y razonamientos que habían matado, siendo el Estado, la economía planificada y el valor de lo público por encima de lo privado (el keynesianismo), unas de sus principales víctimas.
Si no es un cambio de época se le parece bastante: en el marco de la batalla ideológica global entre distintas corrientes, van adquiriendo sentido común a escala internacional las medidas que priorizan el orden, las medidas que transmitan seguridad colectiva y otras opciones económicas que limiten la voracidad del mercado. El mundo comienza a aprender de China y recordar quizá los tiempos del keynesianismo.
No deja de ser elocuente la opinión de los talibanes del mercado confesando que una sociedad articulada bajo ese principio no funciona, colocando como ruta a seguir al gigante asiático que ya ha logrado frenar los contagios y se despliega frente al mundo, declarando una victoria sobre la guerra del coronavirus.
En tanto, la crisis del coronavirus puede remodelar no sólo el conflicto ideológico de nuestra era (populismo de distintas versiones versus globalismo), sino reducir internacionalmente la posición de Estados Unidos, contexto en el que China presiona en su nervio central: restarle atractivo ideológico de sus ideas fundamentales.
- Aprender de Maduro y el chavismo
El coronavirus ha llegado a Venezuela recientemente desde el continente europeo y Colombia. Ante esta realidad el gobierno de Nicolás Maduro ha implementado un conjunto de medidas de cuarentena en siete estados y ha suspendido las actividades laborales para limitar al máximo los contagios, empleando con tino la figura constitucional del estado de alarma, en medio de una situación marcada por un agresivo bloqueo económico e intentos de cambio de régimen.
Para este estado de conmoción, el chavismo ha puesto a prueba todo su acumulado organizativo que va desde los médicos comunitarios, hasta los consejos comunales, comunas y otras instancias de poder local, contribuyendo a un esfuerzo común junto a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB)para atacar al virus y evitar la propagación incontrolada del mismo.
La teoría del poder político que ha ido creando el chavismo en épocas de inestabilidad prolongada, le ha permitido prepararse con antelación y disponer de una infraestructura orgánica para atender a la población.
A nivel geopolítico, las relaciones históricas con China, Rusia o Cuba, posibilitan un esquema de alianzas que hace deslucir a un Bolsonaro, a un Duque o a un Guaidó, cada cual intentando mostrar a Estados Unidos como una fuente de apoyo y respaldo, aun cuando a Trump el coronavirus se le fue de las manos hace rato.
En este sentido, Maduro le da a la izquierda dogmática y provincialista del mundo una lección pedagógica: el programa de acción y las ideas políticas deben ser reflejo de la geopolítica como centro de disputa, no de un rosario de principios que se amarra a la retórica del libre mercado (de corte social) con tal de oponerse al “imperialismo chino”.
Otra lección va contra una izquierda que, educada bajo una lógica antipoder, no tiene un plan o un proyecto visible con el cual conducir estados en crisis una vez alcance posiciones importantes en el poder nacional, como viene ocurriendo últimamente en distintos puntos de la geografía mundial.
Pero quizá la lección más importante es el direccionamiento de las crisis hacia escenarios de organización política y social que eleven el sistema inmune del país frente a las agresiones cotidianas