Gabriel Jiménez y Norlam Ramos
A estas alturas y con la nueva crisis del Coronavirus, además de los recientes hechos geopolíticos, podemos decir de manera casi definitiva que la lucha por la legitimidad y el control político en Venezuela, impulsada desde el exterior, tiene un claro vencedor.
En este artículo tratamos de hacer una revisión retrospectiva desde el punto de vista de la estrategia comunicativa y política tanto del Gobierno Venezolano, representado por Nicolás Maduro, como del sector de la oposición asesorado por el gobierno de Estados Unidos y, representado por Juan Guaido. En este sentido, se enfrentaron los relatos de “cese de la usurpación”, por el lado de Guaido, y “gobierno legítimo”, desde el lado de Maduro.
La “guerra de relatos”
Empecemos por Guaido. Al principio desarrolló lo que en términos técnicos se puede catalogar como un “buen performance” en líneas generales; construyendo un relato que tiene como inicio el desconocimiento por parte de la Asamblea Nacional (presidida para entonces por su persona), de la elección presidencial celebrada en mayo del 2018, en la cual Nicolás Maduro Moros resultó reelecto para un nuevo período. A partir de este hecho, se construyó una retórica fuertemente apoyada por el Departamento de Estado norteamericano y difundida por medios de comunicación nacionales e internacionales, afirmando que la falta de legitimidad de ese proceso electoral suponía que no había gobierno constituido, y por ende Guaido, como presidente de la Asamblea Nacional, podría asumir una presidencia “transitoria”. De este supuesto se derivó la narrativa de “cese de la usurpación”.
Esa narrativa fue la base fundamental de toda la estrategia política y comunicacional subsecuente, siendo lo suficientemente bien empleada para convencer a un sector de la población venezolana de que ello era posible y estaba amparado por la Constitución. Dentro de ese marco discursivo, ejecutó la “experiencia ritual”, uno de los elementos claves de toda estrategia de comunicación política que consiste en dar entonación épica a la historia; muy bien empleado desde la perspectiva de un análisis técnico comunicacional. Para ello realizó una proclama pública, donde el diputado se juramentó a sí mismo como “presidente interino” ante los medios de comunicación y una multitud de simpatizantes.
Por último, se requería un clímax en su narrativa, que fue representado por el intento de ingresar ayuda humanitaria a Venezuela. Internacionalmente el ingreso de dicha ayuda demostraría quién tenía el control de la frontera, y por ende, el control del Estado.
Es importante señalar que los elementos contradictorios son fatales en la comunicación política. El empleo de fake news bien desarrolladas puede resultar en un devenir de la situación a favor, pero si los objetivos no se cumplen antes de que se revele la contradicción o la falsedad, termina siendo una estocada fatal autoinfligida. En este sentido, hubo tres puntos críticos para que llegase a esto:
- La afirmación de que la ayuda humanitaria había ingresado por la frontera, aun cuando no era cierto, y horas más tarde la información cambió drásticamente a “la ayuda humanitaria fue quemada en la frontera”; resultando en informaciones contradictorias con elementos probatorios de la manipulación impulsada.
- El reconocimiento de EEUU y sus aliados, de Guaido como presidente pero sin ninguna capacidad real. Narrativa que empezó con fuerza por el poder de chantaje norteamericano y sus alianzas geopolíticas, pero que al enfrentarse durante meses a la realidad en la cual Guaido no tenía ningún tipo de poder en el país, se fue desgastando.
- El sin número de veces que se anunciaba el «cese de la usurpación» que, más que concretarse, se pospuso eternamente.
Por estos elementos su desempeño comunicativo se fue “desinflando”, sonando repetitivo, con una retórica poco profunda y una acción que no acompañaba su discurso, lo cual devino en una pérdida de credibilidad dramática. Algunos estudios sugerían, en enero de 2019, que Guaido sería la figura individual más popular, siendo el PSUV la organización que lideraba en el ranking partidista u organizacional; pero así como despuntó al principio, fue bajando vertiginosamente hasta ubicarse en 10% para enero de 2020 según la encuestadora Meganálisis.
En cuanto a la acción de Maduro, su tendencia ha sido totalmente opuesta a la caída en picada de Guaido. En principio, su estrategia comunicacional se vio arropada por todo el movimiento mediático de la estrategia opositora, pero al estar claramente planteada se fue consolidando paulatinamente, acompañada por hechos que confirmaban su estrategia. Hoy vemos cómo la oposición terminó efectivamente anulada, debido a que el gobierno bolivariano desempeñó una acción de comunicación en crisis excepcional durante el momento cumbre de la confrontación de relatos, y ahora gestiona una estrategia de comunicación de riesgo sobresaliente ante la coyuntura del Coronavirus.
Resaltamos tres elementos acertados en la estrategia de Maduro, acompañado por los actores principales de la dirigencia chavista:
- Reafirmar control administrativo, representativo y militar del Estado. Lo cual puso en evidencia todas las contradicciones de la narrativa opositora.
- Resistir pacientemente para actuar dentro de marcos jurídicos. No cayó en provocaciones ni desespero para actuar contra la dirigencia opositora, a pesar de tener elementos para hacerlo (como el manejo de las cuentas de CITGO por parte de Guaido, otorgada por la Casa Blanca).
- Aprovechar los errores de Guaido que le quitaron apoyo dentro de sus propias filas, para negociar con el sector descontento de la oposición y quitarle el control de la Asamblea Nacional, la única plataforma de legitimidad que tenía. La evidente red de corrupción que generó el financiamiento norteamericano provocó fracturas irreconciliables, que al quedar en evidencia pública contribuyó a la caída en picada del mito “Guaido”.
Durante los momentos más álgidos de la confrontación discursiva, Maduro, al contrario de lo que podrían haber hecho otros líderes, optó por mantener un perfil activo como única alternativa, mostrando una imagen de firmeza. En un ejercicio discursivo en el que se sabe posesionado del poder, utilizó un tono combativo que apela a los ideales y a la rebeldía histórica de la sociedad venezolana, movilizando a las bases chavistas y enmarcando el mensaje hacia la confrontación antiimperialista en vez de a un conflicto interno, restándole así importancia a su “contrincante” al increpar directamente a la administración Trump. Además, la postura frente a periodistas, algunos hostiles hacia su figura, fue de dominio de la situación, seguridad y calma, que terminaron por construir el performance para consolidar su figura de estadista.
En conclusión, podemos afirmar entonces que el triunfo rotundo de Maduro fue una combinación de:
- Una estrategia clara, que en principio se vio arropada por el fuerte apoyo que recibió la narrativa contraria de parte de los medios de comunicación masivos (mass media) y las redes sociales, pero que de manera consistente fue desarrollando y mejorando hasta consolidarla con genialidad.
- Por otro lado, una narrativa pésima y muy vacía del contrario, construida desde la arrogancia norteamericana de pensar que el simple despliegue de su poder multidimensional (mediático, geopolítico, económico y militar), podría anular las contradicciones entre el relato y los hechos.
Maduro ha sabido llevar la delantera, y ya parece una derrota irrecuperable para el diputado opositor, puesto que el Gobierno estadounidense se ha distanciado de él y ha actuado directamente, con la solicitud de un “gobierno de transición” y elecciones sin Maduro ni Guaido, la oferta de 15 millones de dólares por la captura de Maduro y las últimas incursiones terroristas coordinadas por “asesores” estadounidenses. Hoy el diputado opositor ve erosionados: 1) la legitimidad ante el país, 2) el apoyo dentro de la oposición y 3) el respaldo irrestricto del gobierno de EE.UU. Todo esto mientras sigue sin encontrar el camino hacia una comunicación efectiva en la pugna política desde su autoproclamación.