“Sabido es cuánto tardan las naciones en reconocer los méritos de quienes combatieron en el bando de los derrotados. Sabido es que la historia la escriben los vencedores mientras conservan ese rango. Sabido es, sin embargo, que existe la eventualidad de una verdad que desdeña esos exclusivismos y tiende a la virtud y al valor e incluso a la autenticidad y la pasión que se ha puesto en el tablero de la vida”. (Ángel Rama, diario El Nacional, 1977).
Se cumplen el 25 de julio 44 años del asesinato de Jorge Rodríguez, dirigente emblemático del movimiento revolucionario. Fue un crimen salvaje que buscaba cortar la recuperación que comenzaban a experimentar las organizaciones populares. Ese día salió a flote la razón de la fuerza y se quiso enterrar las ideas de cambio social.
Venezuela venía de una dictadura como la de Pérez Jiménez y de la represión abierta y feroz de la década del 60, contra cualquier intento por alzar la voz, proclamar y defender derechos sociales y políticos.
Todavía el video permite observar el rictus hipócrita de Octavio Lepage, ministro de policía de Carlos Andrés Pérez, cuando nervioso mentía con descaro, diciendo que Jorge Rodríguez había fallecido de repente, cuando se encontraba detenido en los calabozos de la policía política, Disip. Nadie lo creyó.
En aquella década del 70, en Venezuela se había configurado un sistema bipartidista (AD y Copei) que garantizaba que la dominación capitalista viera pasar los días sin sobresaltos. De allí el zarpazo salvaje contra Jorge Rodríguez y contra otros luchadores sociales que sembraban organización, cultura contrahegemónica y vientos de revolución.
Una vez que se funda la Liga Socialista, en noviembre de 1973, Jorge Rodríguez vino varias veces a Maracaibo. No sabría decir cuántas veces, pero fueron varias. Una fue cuando abrimos la casa de la Liga, en Veritas, frente al Hospital de Niños. Hicimos un acto para abrir esa casa, el 12 de febrero de 1975. Luego vino otras veces, en su recorrido por el país.
Vino en otra ocasión a participar en un foro que se hizo en la Facultad de Ingeniería, de la Universidad del Zulia, para analizar y debatir sobre la nacionalización del petróleo. Allí estuvo junto a académicos y diputados. Estuvieron el diputado Abdón Vivas Terán y el profesor Gastón Parra Luzardo, entre otros. En junio de 1976, un mes antes de su asesinato vino y de aquí se fue por tierra a un acto en Boconó. Un mes después lo asesinaron.
Pasa el tiempo y queda la obra. Por eso sigue vive la hazaña de figuras como Jorge Rodríguez, Alí Primera, Fabricio Ojeda y tantos otros y otras que quisieron y supieron crear caminos de justicia, dignidad y derechos.
En esa obra pública coincidimos y nos reencontramos con Jorge Rodríguez y con quienes, a veces sin saberlo, crearon y lo dieron todo por construir otro mundo posible y buenos vivires; con quienes fundaron sindicatos o los recuperaron para la lucha obrera; centros de estudiantes y organizaciones populares. Crearon y promovieron periódicos y revistas, editaron libros propios y ajenos. Formaron talleres literarios, círculos de lectura, equipos políticos, clubes juveniles. Promovieron la creación de escuelas, servicios de salud y centros culturales, siempre pisando el territorio del movimiento popular y generando fuerzas materiales y espirituales contra la exclusión, la desigualdad y la represión.
En medio de los retos actuales, la obra de Jorge Rodríguez nos convoca, hoy como ayer, a levantar una sociedad distinta y mejor, que sea capaz de dar paso a otra manera de conocer, organizarse y vivir. Este tiempo actual de pandemia nos habla claro: socialismo o barbarie.