En un interesante debate en clases de postgrado, una de las estudiantes afirmaba que el presidente Chávez había exacerbado el «culto a Bolívar». Sin dudarlo, y frente a su cara de sorpresa, le respondí que se trataba de todo lo contrario: el discurso y acto de Hugo Chávez -y del chavismo como movimiento popular- permite, casi por primera vez en la narrativa histórica venezolana, superar el culto a Bolívar.
Un culto es, básicamente, una adoración religiosa o cuasi-religiosa basada en la admiración o veneración de una figura; se practica a través del recitamiento de su palabra y obra, así como el despliegue de un conjunto de manifestaciones físicas o simbólicas reproducibles. El culto está asociado a la tradicional idea de historia como «pasado», como aquello que debe ser recordado pero que carece de relación con el presente. El culto es un dispositivo «petrificador», encargado -entre otras cosas- de separar, desconectar y aislar los acontecimientos pretéritos de los actuales. De tal manera que el culto se asocia con una actitud pasiva y contemplativa, capaz de reducir la potencia política y vaciar de contenido los acontecimientos. El culto opera entonces como una clausura de sentidos -semánticos y sensoriales-, una especie de cierre que remite la explicación de cada hecho histórico al acontecimiento mismo. Finalmente, el culto, como hecho social, cumple la función de integración de los grupos que lo practican, se convierte en una certeza/creencia compartida e irrefutable, de ahí su matriz cuasi-religiosa.
Si la forma de operación del culto es la clausura, su contrario será obviamente la apertura. La palabra y acto encarnado por el chavismo produce una fisura en la narrativa histórica venezolana, al dotarla de una polisemia y polifonía que antes carecía. A través de su discurso, Chávez efectúa una operación paradigmáticamente opuesta a la del culto: concibe la historia como memoria, asumiendo la imposibilidad de desconexión entre los acontecimientos pasados, presentes y futuros. De esa forma, Chávez logra abrir los acontecimientos a nuevas interpretaciones, dotándolas de contenido y multiplicando su potencia política. La narrativa histórica se convierte en un campo de disputa no tanto sobre la descripción de los acontecimientos pasados sino sobre su relación con el presente y lo por-venir. El discurso de Chávez no se reduce a ofrecer una mirada distinta sobre la historia de Venezuela sino que ofrece una compresión radicalmente distinta de la historia, entendida como un suelo fértil para el futuro. No hay separación entre pasado/presente/futuro en el discurso de Chávez, pues la memoria es capaz de experimentarlas todas simultáneamente. En lugar de culto a Bolívar, Chávez ejercita una actualización de la historia de Venezuela y utiliza a Bolívar como figura bisagra-articuladora. Ahí donde el culto busca cortar esa conexión inter-temporal de la memoria, la «actualización» la estimula y la promueve. El culto es anestésico; la actualización es sensitiva.
Todo esfuerzo petrificador de la figura de Bolívar está asociado a las formas de comprensión de la historia dominantes antes de la emergencia del chavismo. Ello no descarta, sin embargo, la posibilidad de que ciertos chavismos operen bajo la misma lógica clausuradora, intentando fijar unívocamente ciertas interpretaciones. Independientemente de su procedencia, tal forma de concebir la historia resulta profundamente despolitizadora y, por tanto, conservadora del orden vigente.
Al comprender la historia como memoria, Chávez reconoce el sentir como catalizador de la potencia política, es decir, de la potencia conflictiva-disensual y transformadora: La historia se vive y se siente, no se describe y se contempla. Por tanto, con cada segundo que pasa, la historia se transforma a sí misma. No existe una «historia», como la historiografía tradicional y el culto a Bolívar insiste, sino que cada acontecimiento, al re-sonar con los anteriores y con los siguientes, la transforma. La historia concebida por Chávez no pretende hallar una «verdad» última entre tanto des-ocultamiento de la historiografía tradicional, sino que se enfoca en realizar un ejercicio de «superación», esto es, de transformación de lo actual a partir los acontecimientos pasados.
La narrativa sobre Bolívar, por tanto, difiere enormemente entre el llamado «culto» a Bolívar, característico de casi toda nuestra historia (petrificador de su obra) y el pensamiento crítico sobre Bolívar, característico de la etapa chavista (actualizador de su obra). Para la primera, Bolívar «ya fue» (pasado), para la segunda, Bolívar «es» (memoria). Son dos aproximaciones radicalmente distintas que, solo en apariencia, parecen tener una misma matriz de sentido.