Aquellos entre nosotros que proponemos el planteo de cuestiones éticas en el centro de los debates sobre la educación con frecuencia oímos decir que somos blandos y «políticos». Los neoliberales se consideran a sí mismos, y son considerados por muchísimos otros, como pragmáticos apolíticos. Uno de los resultados del nuevo pragmatismo del neoliberalismo está relacionado con el entrenamiento técnico científico de los educadores y niega una formación más abarcadora, porque esa clase de formación exige la comprensión crítica del papel que cada quien desempeña en el mundo. Ahora bien, las propuestas pragmáticas siempre provocan ruptura y desarticulación en el mundo donde se sitúa la especialización o área de estudio. La información y el conocimiento son entonces separados del contexto ético y social donde surge esta información o conocimiento.
Desarticulado de su mundo, uno pierde la posibilidad de desarrollar indicadores culturales que lo capaciten para entenderlo de modo tal de poder actuar sobre él y transformarlo. La posición pragmática neoliberal actúa agresivamente para provocar la ruptura entre los seres humanos y su mundo mientras aboga por la inverosímil articulación entre los seres humanos y el mercado. En otras palabras, el foco de la educación en el mundo neoliberal se transforma en cómo transformarse en un consumidor compulsivo, cómo transformarse en una máquina eficiente de conocimiento, sin proponer cuestiones éticas de ningún tipo.
Cuando se acepta el papel de ser una simple máquina de conocimiento según los límites que imponen las necesidades del mercado —que consideran a los alumnos como simples consumidores de conocimiento— se cae en la trampa, en la verdadera manipulación ideológica que niega la posibilidad de articular el mundo como un tema de la historia y no sólo como un objeto a ser consumido y descartado.
A menos que sean muy cuidadosos y muy reflexivos, los docentes pueden adoptar con mucha facilidad el papel de máquina de conocimiento. Es como sostuve en Pedagogía del oprimido: se transforman en docentes que actúan una «educación bancaria», haciendo depósitos en las mentes de sus alumnos y alumnas. Lo que mantiene a una persona, a un docente vivo como educador liberador es su claridad política para entender las manipulaciones ideológicas que desconfirman a los seres humanos en cuanto tales. La claridad política que nos diría que es incorrecto permitir que los seres humanos sean deshumanizados para que unos pocos puedan enriquecerse con la ganancia del mercado. Para poder desarrollar esta claridad política hay que estar motivado y sostenido por la fuerte convicción de la historia como posibilidad. Hay que creer que, si los hombres y las mujeres crearon ese mundo feo que estamos denunciando, los hombres y las mujeres pueden crear un mundo menos discriminatorio y más humano. Así, el docente que cayó en la trampa de la curricula mecanicista que requiere que se ofrezca cada vez más contenido sin instrucción básica necesita revertirse a su propia convicción, que determinará una postura ética frente a la curricula y la insertará dentro del correspondiente contexto. También debemos señalar que esta inserción no es un acto individual. Debe darse en una discusión con otros docentes que compartan la misma visión de la radicalización democrática y la sociedad humana.