Durante un seminario que realizó en la Universidad Internacional de la Comunicación (UICOM), Aleida Guevara, hija del Che, recordó una imagen de su padre que quedó con ella, antes de que este partiera nuevamente por otros fuegos de la guerra de guerrillas: su mano que acariciaba la cabecita del último nacido con una mirada llena de ternura. “Nunca nos sentimos abandonados – dijo Aleida – porque sabíamos que él luchaba por todos nosotros”.
Eran tiempos de revolución. Los años del Gran Siglo XX, en los que era normal arriesgar la vida ponendola al servicio de un ideal superior. Partiendo hacia el Congo y luego hacia Bolivia, luego de haber ocupado diversos cargos de gobierno, Ernesto Che Guevara deja el maletín del médico por el de los balazos por segunda vez.
En Bolivia, buscado por todas las fuerzas policiales del mundo, fue asesinado por los soldados a sueldo de la CIA el 9 de octubre de 1967. Y permanece grabado en la memoria por el «escándalo ético» de la renuncia al poder instituido, por el sacrificio sin compensación, por la tenacidad con el que persiguió sus ideales revolucionarios, hasta el final: dispuesto a ser inflexible, pero «sin perder la ternura». Valores que, sin embargo, son difíciles de morir. Incluso en estos tiempos de filisteísmo desenfrenado.
Sin embargo, ¿cómo se ha transmitido el mito del Che en los países capitalistas donde no solo la revolución sino también un cambio de gobierno basado en intereses populares parece fuera de alcance?
La historia es la historia de las luchas de clases y la forma en que se cuenta depende del equilibrio de poder, de la hegemonía ejercida por una clase sobre otra. La burguesía, cuando gana, se dedica por todos los medios a borrar la memoria histórica del proletariado, para conjurar el miedo sentido a cada victorias del movimiento obrero. Y así, del siglo de Lenin y de las revoluciones, nos ha transmitido una historia de conspiraciones, masacres y dictaduras.
La figura del Che, en el mundo occidental, se ha ido desencarnando progresivamente. Su mito varía, en percepción y en motivos, a lo largo de los años y en relación con el contexto. En Italia comienza inmediatamente después de su muerte, un año antes de el 1968, que inflamará las calles y las conciencias.
En la década de 1970 se suma a la de otros revolucionarios que luchan y mueren, como Newton de las Panteras Negras en Estados Unidos o Ho Chi Minh en Vietnam: para crear dos, tres, muchos Vietnam, dijo Guevara. El espíritu de sacrificio, la lucha por la toma del poder, eran entonces elementos comunes que también alimentaban a las guerrillas comunistas en Europa. También alimentaron el de las Brigadas Rojas en Italia y el movimiento del 77.
El ejemplo que venía del Che era claro: había renunciado al poder obtenido, al ejercicio del poder gerencial para extender la revolución en el mundo o, si se quiere, para educar a otras masas para que tomen el poder y lo hagan a través de una revolución, por lo tanto con las armas, en un contexto en el que las clases populares presionaban para transformar radicalmente las cosas.
Terminada esa fase, se inicia un proceso progresivo de anestesia y santificación del mito: de mediatización del aspecto quijotesco, desencarnado del jacobinismo. Y aquí encontramos al Che reducido a la Sábana Santa, en las camisetas de quienes, en los años de la desvinculación de la militancia, tal vez se vayan a México, pero llevar esa Sábana Santa significa que quizás no se sientan a gusto en este mundo.
Pero fue en los años 90 cuando se difundió la transformación del mito en una falsificación unidimensional: Guevara se convirtió en el emblema de la renuncia al poder, quizás para ser acompañado por Marcos, el heroe más telemático de todas. Los rasgos de su coherencia ética ya no se explican sobre la base de una motivación totalizadora que deriva de la fe en la necesidad histórica del comunismo y en la de la acción subjetiva.
El Che se convierte incluso en un ícono pacifista, en un kit afásico incluso para quienes escupen a cuatro mandíbulas esa ética del sacrificio que lo habí convertido en un espléndido fanático del stackanovismo consensual.
Mientras tanto, pasamos de lo militante a lo voluntario, a lo “activista” y, en la difusión de la «ongización» del mundo, la perspectiva del comunismo se desclasifica a la del mal menor a la «reducción de daños» como en el caso de los drogadictos. Incluso intentan jugar a Guevara contra Fidel Castro convirtiendo a uno en un Donquixote aturdido y al otro en un siniestro caudillo totalitario.
Más tarde, incluso ese Che desencarnado y domesticado se vuelve demasiado para los de izquierda que reclaman una actitud «razonable» por parte de los sectores populares y tratan de reconciliar hipócritamente dominantes y dominados. En la inversión general de sentido, el del Che se convierte en un mito inofensivo para todas las estaciones: bueno incluso para los centros sociales de derecha que, en Italia, intentan empoderarse del icono para revertirlo.
En América Latina, en cambio, el Che vive en la resistencia de Cuba y en sus ideales que se renuevan en Venezuela: en la lucha de los pueblos por una segunda independencia del colonialismo y por el socialismo, aunque buscado de formas distintas a las de Guevara. El Che vive como una bandera de redención y de dignidad. Vive en la construcción del hombre nuevo y de la mujer nueva.
El Che vive en las muchas preguntas abiertas dejadas por el comunismo del siglo XX, que el no había eludido. La crítica radical de la economía burguesa. La necesidad de enfrentar los múltiples ataques del imperialismo, ahora más sutiles pero feroces, y de actuar con destreza pero abiertamente.
Hoy el Che habría apoyado la revolución bolivariana en Venezuela, como lo hizo la Cuba de Fidel y como lo está haciendo la Cuba de Díaz-Canel. Por otro lado, antes de ir a Bolivia, había pensado en ir a Venezuela, donde estalló la primera lucha armada del continente tras el triunfo de la revolución cubana: no contra una dictadura, sino contra una «democracia disfrazada», la del pacto de Punto Fijo, apreciado por EE. UU. y Europa.
Que cierta izquierda italiana celebre el mito del Che y al mismo tiempo apoye a los golpistas venezolanos haría revolver al revolucionario argentino en su tumba.