América Latina nuevamente es espacio de estremecimiento, esta vez por el desbalance coyuntural que sufre la agenda de la derecha regional a la luz de los eventos que se están registrando en varios países de la región.
La recuperación de la institucionalidad democrática por vías electorales en Bolivia, tanto como el saldo del plebiscito para el cambio de Constitución en Chile, son los principales hitos que debemos reseñar de manera inapelable.
Pero hay mucho más por decir y suponer sobre estos eventos y otros tantos más, y también los factores que desencadenan.
Una breve panorámica regional
Bolivia. Es justo ahora el principal referente del reimpulso de las fuerzas de izquierda en la región. La contundente victoria de Luis Arce, con un 55% en las urnas, aniquiló las posibilidades de una nueva variante de tipo electoral en el marco del golpe de Estado en el país andino que se consumó desde noviembre de 2019.
Como es sabido, el rol del presidente depuesto Evo Morales fue crucial para reunificar las fuerzas sociales afiliadas al masismo y, en consecuencia, contra muchos pronósticos, la institucionalidad boliviana regresará a los caminos regulares.
Luego del hito boliviano, la prensa internacional reseñó, y fue confirmado luego por el presidente venezolano Nicolás Maduro, Evo Morales visitó Venezuela, lo que abre paso a nuevas posibilidades para la recomposición de las relaciones entre La Paz y Caracas y, en consecuencia, un nuevo reacomodo en la estructura de las relaciones regionales a la izquierda.
La Paz abre su paso al reencuentro con el ALBA-TCP, y Luis Arce ha dicho que retomará relaciones también con La Habana.
Chile. Esta nación sudamericana tiene el hito indiscutible de que, a expensas de un genuino estallido social en 2019, ha sido objeto de un impulso político, en lo concreto, para cambiar la Constitución heredada por el dictador Augusto Pinochet.
El 78% de los electores chilenos aprobó la redacción de una nueva Constitución sin la participación de representantes del Congreso, pues la redacción del texto quedará a manos de una convención constituyente que estará formada por 155 ciudadanos que serán elegidos en su totalidad por voto popular.
Chile pasa ahora a ser un referente, precisamente porque los eventos que desembocaron en este saldo político se desataron a expensas de una sólida cohesión social alrededor del estallido del año pasado. Sin una conducción única y clara y con un inicial horizonte político muy difuso, los chilenos han dado un nuevo ímpetu a las posibilidades de virar a la izquierda.
Chile fue, tal como Venezuela en su momento, un «país vitrina» al modelo hegemónico neoliberal. Lo cual indica que la disputa en ese país apenas comienza.
En este contexto se abren nuevas incertidumbres que demandarán una cohesión mucho más consistente, una hoja de ruta común y una estrategia en todos los plazos para las fuerzas de izquierda tradicionales en ese país, que sabemos son regularmente minoritarias en lo electoral y dispersas por divisiones.
Colombia. Este país tiene hoy en la palestra otro episodio de las sucesivas crisis y conmociones que lidia el gobierno uribista de Iván Duque.
El Paro Nacional de Colombia, un inédito movimiento de protesta que nació en 2019 y que ha propiciado un estado prolongado de revuelta social a fuego lento, ahora tiene un nuevo componente: la Minga Indígena, una experimentada fuerza política fogueada en las protestas indígenas y campesinas en la nación neogranadina.
Quizá la importancia de este movimiento hoy yace en el propio contexto. El gobierno de Duque, y en consecuencia el uribismo, lidian con un particular momento.
Este viene marcado por las sucesivas crisis políticas y escándalos que se han desatado contra el gobierno de Nariño. Las violaciones a los Acuerdos de Paz, el desmembramiento de la institucionalidad, los sólidos señalamientos de narcotráfico contra altos funcionarios y que emergen desde la propia institucionalidad colombiana, y los crímenes políticos que desgastan la imagen del gobierno, son piezas de esta trama.
Adicionalmente, la situación de desgaste del gobierno colombiano se ha acentuado, especialmente desde las causas penales abiertas contra Álvaro Uribe Vélez, quien tuvo que renunciar al Senado para eludir la justicia. Ahora, en condiciones de libertad, el país entero apunta a la Fiscalía colombiana, profundizando la espiral de crisis política.
La síntesis política a la que apunta Colombia parece a la de un viraje hasta ahora inexorable en la política en ese país. El escándalo de la «Ñeñe Política» ya dejó al descubierto que el uribismo no es mayoría electoral y que usurpan el poder por vía del narcofraude. De ahí que las posibilidades se incrementan para nuevos actores, entre ellos Gustavo Petro, el líder más sólido de la oposición colombiana y referente de la izquierda moderada regional.
Venezuela. El principal nudo crítico de la agenda estadounidense en el hemisferio occidental sigue en los titulares. Venezuela apuntala sus próximas elecciones parlamentarias pese a innumerables presiones. La política del Departamento de Estado de la Administración Trump ha logrado consumar un duro bloqueo económico y comercial contra el país, pero Caracas no ha caído.
Contra muchos pronósticos, el presidente Nicolás Maduro se sostiene y la «Operación Guaidó», o la agenda de colocar un gobierno paralelo superpuesto como mecanismo para habilitar el quiebre de las instituciones venezolanas, ha fracasado.
Las posibilidades que se ciernen sobre Venezuela yacen en su aguante estratégico de las presiones y el declarar inamovible e innegociable de su hoja de ruta política interna. Un signo indiscutible de solidez institucional donde el chavismo no pierde su posición en su centro de gravedad política.
El chavismo se perfila como ganador. Consiguiendo una mayoría electoral en el Parlamento, dará al traste con la fatídica agenda parlamentaria que inició en 2016 y que llevó al país a las profundidades del asedio y la injerencia externa.
Aunque Venezuela tendrá que lidiar el difícil proceso de reconocimiento de sus elecciones, y aunque el país tenga que lidiar con los espasmos y prolongaciones de las agendas extranjeras que pretenden inhabilitar a las instituciones venezolanas y el voto popular, el país verá nuevos reacomodos en su política interna.
Se consumará la práctica desaparición electoral de algunas fuerzas tradicionales de la oposición y una clase política entera quedará desplazada y trasladada al extranjero, fuera de sus espacios naturales.
En ese contexto Venezuela será un ejemplo claro de aguante y empuje en condiciones profundamente adversas, sosteniéndose como bastión más relevante de las revoluciones latinoamericanas en el presente.
Las tendencias que arrojan los movimientos en la región
Desde este punto es indispensable superar las desgastadas frases sobre un nuevo «ciclo progresista» regional. Sería exagerado reasentar esa afirmación. Asumamos primeramente que, en efecto, sí hay nuevos eventos claros de un viraje, que han tenido episodios específicos en lo electoral en México y Argentina en los últimos años, y que la tendencia se profundiza este 2020 con los saldos en Bolivia y Chile, con sus particularidades.
También, hay que referir que instancias, como el Grupo de Puebla, han relanzado nuevas formas de cohesión elemental entre varios factores de la izquierda latinoamericana, a expensas de los fervientes movimientos sociales en varios países de la región en 2019. Recordemos: Ecuador, Chile, Colombia, fueron hitos que han delineado un camino en el que algunas fuerzas sociales han intentado acoplarse.
Las particularidades de la izquierda regional parten también de sus tonalidades. Venezuela, Cuba y Nicaragua siguen siendo la triada más dura, referentes del antiimperialismo regional y, por ende, los blancos de ataque más severos. Sus posiciones como bastiones de resistencia también se han mantenido.
Lejos de las moderaciones que caracterizan a los gobiernos de Argentina y México, la triada principal de la ALBA-TCP es el punto exacto de choque y trauma en la disputa por el continente. De ahí que su persistencia se suma indefectiblemente al saldo político de la región de este año.
Otra tendencia que arrojan los actuales movimientos en la región es la reconfiguración de la UNASUR. Su relanzamiento ha sido propuesto por el presidente Maduro en varias oportunidades en su rol de Jefe de Estado, y en esta labor tiene hoy un rol activo Evo Morales, ahora líder simbólico de Bolivia y la región. Al mismo tiempo, Rafael Correa y Ernesto Samper han sido abiertos promotores de su restauración.
El saldo panorámico consiste entonces en una contención y desbalance de la sólida ofensiva de la agenda estadounidense en la región, que había avanzado flamantemente, casi indetenible, en los últimos años.
Finalmente, la recuperación de espacios políticos y la conquista de nuevos, para las fuerzas emergentes, tendrá inflexiones con los resultados en la política estadounidense en los próximos meses. Es indispensable mirar el cuadro regional conjuntamente al movimiento de fichas al otro lado del tablero.