Un día venía caminando, con mi papá, y miré un letrero que decía: Escuela de Música. No se me había ocurrido nunca que la música se estudiaba. Le pregunté a mi papá si pudiera inscribirme allí. Me dijo vamos a entrar, lo hicimos y me pusieron un violín en las manos. Eso me emocionó y allí me quedé. No salí casi en los siguientes tres años de esa casa. Era la Academia de Música del estado Lara. Ese día decidí mi suerte. Fue amor al brinco.
Nací en Barquisimeto. Aquella era una ciudad donde todos se trataban y la música estaba en todas partes. Así que desde pequeño tuve contacto con músicos. Mi padre era ebanista y a veces se le ocurría fabricar una guitarra, sin haber sido nunca un luthiers. Por mi casa pasaban algunos músicos de la ciudad. Conocí desde músicos populares, orquestas populares, cantores, el trío Curarí; conocí músicos que eran jóvenes pero muy conocidos como Alirio Díaz y Rodrigo Riera. Mi papá me llevó a sus casas.
Tuve maestros muy buenos. Uno fue Olaf Kinsis, violinista, que fue concertino luego de la Orquesta Sinfónica de Venezuela. Después vino a Venezuela Maurice Hasson, excelente violinista francés, contratado por la Academia de Música de Lara. Con él comencé. Después cuando Hasson fue contratado por la Universidad de los Andes (ULA), siendo rector Perucho Rincón Gutiérrez, esa universidad me dio una beca para estudiar allá violín y más adelante me envió a estudiar a Europa. Viví en París.
Regresé de Europa con la idea de trabajar por breve tiempo aquí, dos o tres años, y luego volver allá. Traía las vivencias de París y Roma. Inmediatamente recibí una oferta para trabajar en Orquesta Sinfónica de Maracaibo y en la Orquesta de Cámara de las Universidad del Zulia. Me vine y me quedé 50 años.
Cuando llegué la orquesta tenía varios años. Formaba parte del patrimonio cultural del Zulia. Había sido creada el 30 de septiembre de 1958. Hubo una reorganización que marcó una época en Venezuela, en el desarrollo de las orquestas sinfónicas. A los pocos días, en 1972, también llegó Eduardo Rahm, un joven músico que estaba radicado en Nueva York. Yo en ese momento era violinista y presidente de la Sociedad Orquesta Sinfónica de Maracaibo. Dijimos que había que profesionalizar y mejorar la orquesta.
Le pedimos a Eduardo que hiciera un proyecto para relanzar la orquesta, eso se concretó e hicimos una prueba para decidir la conformación de la agrupación. Hubo músicos que no pasaron, algunos eran aficionados. Se convocó a un concurso nacional y quedamos 17 o 18 músicos locales. Hicimos contacto con el Ministerio de Cultura de Polonia, porque sabíamos que con los sueldos que se nos había asignado podíamos traer músicos. A los pocos meses llegaron 33 músicos polacos -el violinista Wojciech Galazca Zajac y el flautista Jerzy Lukaszewsky, entre ellos-, dos franceses y un colombiano. Más tarde vinieron algunos rumanos, argentinos y uruguayos y 25 estadounidenses, que organizaron la sección de los metales. En los 80 la Orquesta Sinfónica de Maracaibo era la mejor de América Latina, sin duda. Hicimos una gira por Estados Unidos, con más de 30 conciertos.
Yo fui violinista y director asociado con Eduardo Rahm. Ayudaba en todo el ejercicio de la dirección, incluyendo la dirección de la orquesta.
Tuvimos una orquesta internacional muy reconocida pero estaba hecha sobre previsiones que no pudieron mantenerse por mucho tiempo. La crisis económica que comenzó en 1983 hizo que muchos músicos se regresaran. Pero a la vez que eso sucedía, se echaron las bases del movimiento juvenil que permitió que la orquesta no desapareciera. Aquí se quedaron varios: el uruguayo Oswaldo Nolé, un grupo de rumanos y otros que se quedaron a vivir aquí, y ahora son jubilados o fallecieron.
Como estudioso y amante de este arte puedo decir que la música es una sola. Culta es una palabra pretenciosa. Clásica no es toda la música esa que oímos que llamamos culta; lo clásico es una época. Hagamos una distinción: hay música popular hecha con pocos recursos y otra hecha con muchos recursos. Es como el lenguaje, hay novelas escritas con rigor, técnica y fuerza, y otras que se hacen como se puede. Hay música conocida y desconocida, música popular, música buena, música mala. Dentro de lo que llaman música clásica hay mucha que pasó y se quedó en el olvido. Eso quiere decir que no era trascendente. Lo clásico es lo que queda, lo que trasciende.
Venezuela, gracias a un largo proceso, es una potencia musical. Exporta música y músicos. Las mejores orquestas europeas y latinoamericanas están llenas en este momento de jóvenes músicos venezolanos que aquí no encuentran cabida laboral. Hay solistas como Alexis Cárdenas, violinista concertino de la Orquesta Nacional de Francia; directores como Gustavo Dudamel, la pianista Gabriela Montero. Son muchos los músicos venezolanos que están en la gran música del mundo, como se dice en un programa.
Este gran momento en la música venezolana es gracias a la creación del Sistema Nacional de Orquestas y Coros infantiles y juveniles. Eso comenzó con las orquestas experimentales y después las orquestas juveniles hasta crearse un verdadero sistema que abarca desde los más pequeños municipios de estados, como Lara y Falcón, de donde han salido los músicos para las orquestas de Caracas, como la Sinfónica Municipal de Caracas, la Sinfónica Simón Bolívar y la Orquesta Filarmónica Nacional de Venezuela. Ese movimiento se ha basado en la educación del músico para la orquesta, a partir de allí fue naciendo también la necesidad de educarlos para el mundo de los concertistas y solistas.
El Presidente Chávez creó la Misión Música para llegar a un millón de participantes. Apenas se está echando a andar. Si eso se materializa tendrá un impacto social. La idea es que los niños y niñas puedan ingresar en otro mundo, que no sea solo el mundo cotidiano que a veces es la droga, la deserción escolar y la exclusión.
Nunca desvinculé mi vida artística con mi desempeño intelectual y político. No solamente aprendí a leer música. En Europa me acerqué a los movimientos literarios, conocí a los artistas plásticos y las tendencias políticas. Eso me llevó a participar políticamente. A mi manera, fui militante siempre. Comencé en los 60 cuando el MIR se separó de AD, después del mitin de Maracaibo.
Después de la división del MIR colaboré con movimientos políticos y con la Liga Socialista, a través de mi hermana Olga, que militaba allí. Me sumé al trabajo en comunidades en San Francisco; en el barrio Corazón de Jesús. Allí se formaron grupos corales, musicales y de teatro. Después trabajando para el Conac me uní a la creación de comités culturales de los consejos comunales.
La música y el arte abren caminos diferentes. Se puede pasar del auditorio formal a un gran auditorio que es el pueblo organizándose. Cada ciudadano que haga música; cada artista está convocado a formar parte en la formación de conciencia en las comunidades.
Desde que me conozco soy músico y desde allí me veo, y me asumo, como un ciudadano que busca mejores horizontes colectivos.
Un comentario
Aunque un poco personalista en este artículo hay una síntesis importante del desarrollo cultural del país, una historia aún en deuda debido a su contenido profundamente popular – el importante desarrollo de la música venezolana no comienza con el sistema de orquestas.