Con motivo de la publicación de la biografía de Ernest Mandel de Jan Willem Stutje, publicada en francés por Syllepse, publicamos el texto de Michael Lowy de la edición inglesa de este libro: Ernest Mandel: A Rebel’s Dream Deferred (Verso, 2009)
Esta es la primera biografía meticulosa del que fue el principal dirigente y teórico de la Cuarta Internacional tras 1945 y, como escribe Tariq Ali en su prefacio, uno de los pensadores revolucionarios más creativos e independientes de nuestro tiempo.
El autor es un historiador holandés -la primera edición del libro se publicó en 2007 en Amberes en neerlandés- que ha nutrido su investigación no sólo con una extensa bibliografía, sino también con muchas entrevistas personales con antiguos amigos y camaradas y, sobre todo, con material de los archivos personales de Ernest Mandel. Se trata de una obra de gran calidad, que combina el rigor del historiador, una evidente simpatía por el personaje y una lúcida distancia crítica que evita cualquier deriva apologética.
En esta reseña seguiremos el orden de los capítulos del libro, que es en parte cronológico y en parte temático.
Nacido en Fráncfort del Meno en 1923, en el seno de una familia de judíos polacos -no creyentes- de cultura alemana que vivían en Amberes (Bélgica), el joven Ezra (más tarde Ernest) descubrió el socialismo leyendo, a los trece años… ¡Los Miserables de Víctor Hugo! En un testimonio posterior dijo: «Mis ideas políticas quedaron entonces definitivamente establecidas para el resto de mi vida». Hombre de izquierdas, Henri Mandel -el padre- se acercó a los círculos trotskistas alemanes que se habían refugiado en Bélgica tras los juicios de Moscú. En cuanto a Ezra, se unió al PSR (Partido Socialista Revolucionario), la sección belga de la Cuarta Internacional, en 1938, a la edad de 15 años. Sin dejarse intimidar por la guerra y la ocupación nazi de Bélgica, se unió a la resistencia; detenido por primera vez en enero de 1943, aprovechó un momento de despiste de sus carceleros para escapar. Colaborador habitual del periódico clandestino en lengua alemana Das Freie Wort (La palabra libre), que se dirigía a los soldados alemanes, escribió en septiembre de 1943: «Los criminales asesinos nazis están exterminando a cientos de miles de hombres, mujeres y niños inocentes y abandonados, considerando a estos polacos, rusos y judíos desnudos como infrahumanos (…) ¡La humanidad civilizada no puede tolerar esto! Cada uno de ustedes, soldados alemanes, es cómplice si no protesta contra estos crímenes y prefiere guardar silencio. Ninguno de ustedes puede esconderse tras argumentos como obedecemos órdenes o es el deber del soldado (…) Vuestro deber es detener la bestialidad nazi: ¡los perros rabiosos deben ser encadenados!”
Encarcelado por segunda vez en marzo de 1944, deportado a Alemania, transportado de un campo a otro, volvió a escaparse en julio de 1944, pero fue capturado poco después y no fue liberado hasta marzo de 1945 por el ejército estadounidense. El inveterado optimismo de Mandel -acompañado a veces de cierta ceguera- se refleja, según su testimonio posterior, en la actitud en el momento de la deportación: «¡Me alegraba ser deportado a Alemania, porque estaría en el centro de la revolución alemana!». Esta obstinada fe en la revolución alemana -heredada del marxismo clásico- no le abandonó hasta 1990…
En 1944-46 Ernest Mandel estaba convencido de la inminencia de la revolución europea: el capitalismo había llegado a su última fase, la de la agonía mortal, como tan bien había explicado Trotsky en 1938. Sólo poco a poco aceptó la realidad de que la ola revolucionaria se estaba desvaneciendo.
Siguiendo la orientación del entrismo sui generis adoptada por la Cuarta Internacional, se afilió al Partido Socialista Belga en 1951, manteniendo en secreto su identidad como dirigente trotskista (sus brillantes artículos en la prensa de la Internacional estaban firmados con el seudónimo E. Germain). En 1956, con el apoyo del sindicalista André Renard y del antiguo líder socialista Camille Huysmans, fundó el semanario La Gauche,; entre sus colaboradores se encontraban Pierre Naville, Maurice Nadeau, Ralph Miliband, Lelio Basso e Ignazio Silone. La revista tuvo una influencia real en la izquierda socialista y sindical de Bélgica, imponiendo el debate sobre las reformas estructurales anticapitalistas. La huelga general belga del invierno de 1960-61 -considerada por Cornelius Castoriadis como «el acontecimiento más importante del movimiento obrero después de la guerra»- fue analizada por E. Mandel como precursora de una futura radicalización de las luchas en Europa. La prohibición de La Gauche por el Partido Socialista en 1964 le obligó a abandonarla y a crear la Unión de la Izquierda Socialista, que tuvo poco éxito.
Paralelamente a su actividad belga, E. Germain se dedicó al trabajo teórico: su primer libro importante, Tratado de economía marxista (1962), fue un intento poco frecuente en aquella época de integrar la teoría económica con la historia. Participó activamente en las batallas internas de la Cuarta Internacional, apoyando -con cierta distancia crítica- las tesis de Michel Pablo: ante la «guerra que se avecina», había que volcarse («entrismo») en los partidos obreros de masas, comunistas o socialistas según el país. La tentativa de imponer a la sección francesa, de manera autoritaria, el ingreso en las filas del Partido Comunista Francés -ese paladín del estalinismo a ultranza- conducirá a la escisión en Francia, y posteriormente en toda la Internacional[01]. Discreto en sus comentarios, Stutje, el biógrafo, no puede ocultar su asombro: «¿Por qué ese excesivo centralismo? ¿Por qué la coacción?» En su opinión, Germain prefirió sacrificar su propia opinión para mantener la unidad con Pablo. No fue hasta 1963 cuando, tras un encuentro amistoso entre Mandel y James P. Cannon, el antiguo líder del SWP estadounidense, se restableció la unidad de la Internacional (al menos en parte). En el Congreso de la Reunificación (en 1963) Germain presentó la tesis sobre los tres sectores de la revolución mundial -la revolución proletaria en los países capitalistas avanzados, la revolución colonial, la revolución política en los países del Este- que rompía con el tercermundismo de Pablo, instalado en Argel desde 1962[02].
Esto no significa que Mandel no se interesara por el Tercer Mundo y, en particular, por América Latina. En 1964 fue invitado a Cuba, donde conoció al Che Guevara y escribió, apoyando al Che, una respuesta a las tesis de Charles Bettelheim en defensa de la planificación central contra los mecanismos de mercado y el predominio de la ley del valor. Un segundo encuentro con Guevara, a petición de éste, durante su visita a Argel en 1965, no pudo tener lugar. Cuando Mandel volvió a visitar Cuba en 1967, el Che ya había partido hacia Bolivia. Cuando se anunció su muerte, Mandel rindió homenaje a «un gran amigo, un camarada ejemplar, un militante heroico».
En mayo de 1968, Mandel estuvo en París y, la noche del 10 de mayo, participó en la construcción de las barricadas de la calle Gay Lussac, en el corazón del Barrio Latino, con su compañera Gisela Scholtz (una joven militante alemana del SDS con la que se había casado en 1966), con los compañeros franceses de la JCR (Alain Krivine, Daniel Bensaïd, Henri Weber, Pierre Rousset, Janette Habel) así como con un visitante latinoamericano: Roberto Santucho, principal dirigente del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores), sección argentina de la Cuarta Internacional.
Poco después, en 1969, el Noveno Congreso de la Cuarta Internacional decidió, por una resolución mayoritaria apoyada por E. Mandel, adoptar una estrategia de lucha armada en América Latina. Stutje se pregunta si, una vez más, E. Mandel no había sacrificado su opinión personal en aras de la unidad, esta vez con los jóvenes franceses de la Liga Comunista y los latinoamericanos, que estaban a favor del nuevo rumbo. Habiendo estado presente en este evento, no comparto el análisis del biógrafo; además, cita una declaración de Mandel -en respuesta a las denuncias de los académicos alemanes en 1972- cuya sinceridad difícilmente puede ser cuestionada: cuando los derechos democráticos elementales han sido abrogados, el derecho a la autodefensa armada es indiscutible[03].
Durante estos años, Ernest Mandel escribió dos de sus obras más importantes: La formación del pensamiento económico de Marx (1967) y El capitalismo tardío (1972). Este último es quizás su libro más influyente, a pesar de la ausencia, lamentada por muchos de sus amigos, de una visión sintética, más allá de los brillantes capítulos sobre diversos aspectos del capitalismo contemporáneo. Otros escritos importantes de este período son el debate sobre Trotsky con Nicholas Krassó en las páginas de la New Left Review -que hizo mucho para atraer a sus editores al marxismo revolucionario- y Las ondas largas del desarrollo capitalista, una interpretación marxista[04], de las prestigiosas conferencias pronunciadas dos años antes en la Universidad de Cambridge. La influencia de Ernest Mandel en la juventud rebelde estaba en su apogeo y se le prohibió la entrada en cinco países, entre ellos Francia, Estados Unidos y Alemania. El ministro del Interior alemán, el liberal Hans-Dietrich Genscher, explicó la prohibición de la siguiente manera: «El profesor Mandel no sólo apoya la doctrina de la revolución permanente en sus conferencias, sino que trabaja activamente por ella». Karola y Ernst Bloch -el famoso filósofo marxista alemán-, muy amigos de Ernest y Gisela, le escribieron entonces: «¡Debes ser realmente un gigante si te tienen tanto miedo! Eres el enemigo número uno de las clases dominantes». Hay que decir que la prohibición no le impidió entrar clandestinamente en Francia en varias ocasiones, como en 1971, cuando pronunció un memorable discurso ante 20.000 personas en una reunión de la Cuarta Internacional en el cementerio de Père Lachaise, en honor del centenario de la Comuna de París.
La muerte de su amigo Rudi Dutschke en 1979, y sobre todo la trágica muerte de su compañera Gisela en 1982, fueron duros golpes personales. Stutje no dudó en criticar la incapacidad de Ernest Mandel para comunicarse con Gisela y ayudarla a superar su crisis emocional. Un año después se casó con Anne Sprimont, treinta años más joven, cuya firmeza e independencia de espíritu le fueron de gran ayuda.
En aquella época, la mayoría de los dirigentes de la nueva generación de la Cuarta Internacional estaban convencidos de que el ciclo abierto por mayo del 68 había terminado, sobre todo después de las derrotas de la izquierda en Portugal y España, pero a Mandel le costaba aceptar esta nueva realidad: en el XI Congreso Mundial (1979) prometió que el próximo congreso tendría lugar en una Barcelona liberada…
Mandel siempre quiso ser historiador -fue Michel Pablo quien le convenció para que se dedicara a la economía política-, pero no fue hasta 1986 cuando, por fin, publicó su primera obra de historia: El significado de la Segunda Guerra Mundial . Es sin duda una obra innovadora e inteligente, pero no creo que, al contrario de lo que afirma Stutje, que tenga en cuenta la especificidad de la Solución Final. Sólo después de ser criticado sobre este punto, publicó en 1990 un importante ensayo -que incluirá en la edición alemana de su libro- sobre las «premisas materiales, sociales e ideológicas del genocidio nazi».
Las reformas de Gorbachov en la URSS dieron lugar a grandes esperanzas y expectativas de una inminente revolución política; no se tuvo en cuenta la posibilidad de una restauración del capitalismo. Le entusiasmaron aún más las grandes manifestaciones de noviembre de 1989 en Berlín Oriental que condujeron a la caída del Muro, de las que fue testigo directo. Creía que era el despertar de la revolución alemana, derrotada por el asesinato de Rosa Luxemburgo, y, en todo caso, «el mayor movimiento en Europa desde mayo de 1968, si no desde la revolución española». La decepción llegó después de 1990, con la reunificación alemana y el restablecimiento del capitalismo en el Este…
A pesar del desencanto, E. Mandel seguirá publicando algunos libros importantes: El Poder y el dinero, un análisis de los orígenes sociales de la burocracia, y Trotsky como alternativa, que reconocen la legitimidad de las críticas de Rosa Luxemburgo a los bolcheviques (en el capítulo de la democracia) y las derivas «sustitucionistas» de Trotsky en los «años oscuros» de 1920-21.
En sus últimos años, Mandel sustituyó el clásico dilema de socialismo o barbarie por el apocalíptico de socialismo o muerte; el capitalismo nos lleva, insistía, a la destrucción de la humanidad mediante la guerra nuclear o la destrucción ecológica. A diferencia de Stutje, no creo que se trate de un «mesianismo rabioso», sino de una lúcida apreciación de los peligros…
Stutje observa con razón que Mandel tendía a separar el cuerpo de la mente y llevaba un estilo de vida muy poco saludable: demasiada comida, nada de ejercicio. Después de un infarto en 1993, tuvo que reducir sus actividades; sin embargo, aceptó -en contra del consejo de sus amigos- participar en un debate en Nueva York en noviembre de 1994 con una secta trotskista, la Liga Espartaquista, que hacía de los ataques a la Cuarta Internacional su especialidad, y publicaría una larga y bien razonada respuesta a sus diatribas. Stutje cita una carta que le envié a Ernest en aquella época: «Esta oscura secta estadounidense sólo será recordada en el movimiento obrero gracias a tu polémica”. Su última aparición política fue en el XIV Congreso de la Internacional (junio de 1995). Poco después, en julio, murió de otro infarto. Su funeral, un acto militante al que asistió un gran número de personas de todo el mundo, tuvo lugar en septiembre en el Père-Lachaise.
En su conclusión, Stutje rinde homenaje a las excepcionales cualidades intelectuales y literarias de Ernest Mandel, y a su ilimitada confianza en la creatividad y la solidaridad humanas. Cita mis propios comentarios sobre su «optimismo antropológico», su confianza en la capacidad de los seres humanos para resistir la injusticia. Pero el biógrafo no ha tenido en cuenta, me parece, mi siguiente observación: el optimismo de la voluntad no siempre fue compensado, en su caso, por el pesimismo de la razón… [05]
En cualquier caso, podemos concluir con el autor de esta excelente obra que Mandel seguirá siendo un ejemplo para las generaciones futuras, por su obstinado rechazo del fatalismo y la resignación.