Por estos días de febrero, el paisaje venezolano se llena de humo. El monte coge candela dejando desolación en muchas partes. Árboles quemados, pasto y malezas se ven arrasadas por los incendios. En Perijá, solo bajizales, “ciènegos” y el monte fresco que rodea los ríos, se salvan de los troncos convertidos en tizne y carbón vegetal. Muchos potreros escapan de la candela por la efectividad de “guardarrayas” pero ni la Sierra se ve, de tanto humo concentrado en el Piedemonte.
Cualquier lugar de la Planicie de Maracaibo, desde la Cañada hasta Carrasquero coge candela. El Guasare Medio se incendia casi todo y en la Guajira el verano es tan fuerte que es poco lo que se quema por la vegetación mermada. Hacia la Costa Oriental, el panorama se vuelve desolador y solo el verdor se observa en las cuencas del Tamare, Machango y Misoa. Ni los “jabillos” se salvan camino a Los Puertos. Hacia Coro, las “urupaguas” y los “datos” sobreviven para calmarnos la sed. Miles de “curarires” escapan de la candela para empezar a “florear”.
Por toda la carretera hay candela: Hacia Carora, por el monte seco de Agua Viva y hasta Arapuey, “el monte cogió candela”. Arde el “hojarazquero” acumulado en las laderas montañosas de Los Andes, menos en la selva nublada. Hacia Los Llanos, “alcornoquios” y “tataos” se sancochan en la sabana, se vuelve el Apure un solo cajón de incendios hasta el borde del “padre río”. Los esteros llaneros casi arden, pero sobreviven como refugios de “piropiros”, “babillas” y palmas.
Los alrededores del Caroní no escapan del fuego y las mesas de Monagas no lo soportan como sí los morichales. El bosque xerófito de Oriente, desde Margarita hasta El Guapo es casi toda una costa de carbón. Se quema el Guaraira Repano y el valle caraqueño de llena de humo. En Aragua y Carabobo, la candela sube hasta las sabanas de montaña y los “charrascales” del bosque deciduo se prenden hasta María Lionza. Del otro lado, en Yaracal se salvan algunos potreros y todo Falcòn “echa humo”. Salen ilesos los “guayacanes”, “cujíes” y el “palo verde”. En la “cabeza del país” el viento del norte atiza las llamas, se pueden contar las piedras del Mitare y Pedregal y el Matìcora se vuelve un chorro asediado por la candela.
Casi todo este fuego nacional es provocado o causado por la imprudencia de tanto “candelero” o “pirómano” inconsciente que libera el carbono que las plantas atrapan durante años. De un golpe, la contaminación del aire es el primer efecto de esta brutalidad.
Así sueñan los enemigos de la Patria, convertir las ciudades y pueblos nuestros. Unirse a la candela del verano trayendo aquí expertos incendiarios del extranjero. No les basta que “el monte coja candela”, las ciudades con sus casas, escuelas, parques y personas deben “coger candela” también. No son “bobitos”, saben que así sería. Quizás confían en el “apagafuegos” que tenía Supermàn en la boca y que tantas veces vì cuando muchacho en los cines de La Villa.
El árbol de pan del pobre
Se le conoce con ese nombre desde la época en que los colonialistas europeos lo introdujeron en América para alimentar a sus esclavos, en un intento de reducir el costo que representaba darles de comer a quienes trabajaban confinados y sin salario alguno en sus haciendas.
Lo conocieron en las islas del Pacífico y Oceanía, donde los pueblos originarios lo cultivaban para alimentarse de su fruto redondo, enorme y carnoso. Este «árbol de pan» se da fácilmente en nuestras tierras cálidas, conservando sus grandes y brillantes hojas por mucho tiempo.
Conocí esta «fruta de pan» en la matera de mi primo Claudio Morales. Él me lo enseñó, mostrándome su grandeza y un tallo firme capaz de levantar está hermosa mata a casi 20 metros de altura. Allí estaba, a la orilla del corral, enseñando los frutos que se desprendían de sus pocas pero gruesas y elegantes ramas y que aprovechaban los cochinos. Esa vez, me quedé pensando en lo útil que sería este árbol para alimentarnos todos de él.
Lo he visto en otros lugares, en algunos parques, en las afueras de Maracaibo, por Santa María de Heras y en El Chivo. En Perijà no lo comen y muy poco en todo el país, perdiéndonos de su valor nutritivo, la facilidad de su reproducción por semilla y la belleza de su porte. Quizás, el nombre con el que se le conoce haya incidido en el desprecio que ha habido para cultivarlo.
¿Cuánto tiempo dedican a pensar los ricos, los burócratas, especuladores e insensatos comerciantes en las necesidades de alimentos que padecen los pobres de nuestro país, que seguimos siendo la mayoría? ¿Por qué no se sensibilizan ante la dificultad que tienen los pobres de adquirir las proteínas, minerales y carbohidratos que se requieren para vivir?.
Los esclavistas procuraron el cultivo del «Árbol de pan del pobre» para que los esclavos no se murieran. Los insensatos de hoy, nisiquiera eso piensan.
¡ORGULLOSAMENTE MONTUNO!