Ya lo dijimos, 1819 fue un año de victorias políticas y militares, para la causa republicana y el Libertador, Simón Bolívar. Febrero y diciembre, meses de victorias políticas. A orillas del río padre, Angostura fue testigo de la grandeza del Padre de la Patria, de su poder visionario y su condición de Estadista. En agosto brilló su estrategia militar en tierras de la Nueva Granada, que junto a Venezuela constituía en ese momento histórico, su sueño de Unión Americana, en una sola república, en Colombia, la Grande de Miranda.
Pero en la vida de un ser humano, sobre todo en una vida agitada y azarosa como la que vivió El Libertador en esa década de cruenta guerra, en el regocijo de éxitos políticos y militares, estuvieron siempre presentes hechos infaustos que golpearon el espíritu sensible de un alma tan generosa como la de Simón Bolívar. Al lado de las contrariedades que produjeron, algunas actuaciones de algunos jefes políticos y militares de ambas repúblicas recién unidas, laceró su alma la noticia de la muerte súbita y prematura de JOSÉ ANTONIO ANZOÁTEGUI, quién se había cubierto recientemente de gloria en Boyacá, y apenas el día anterior de su muerte (15 de noviembre de 1919) alcanzó la edad de 30 años. De él dijo Bolívar: “… es difícil reemplazar dignamente un jefe como Anzoátegui”
Agobiado Morillo por las noticias de las derrotas en Vargas y Boyacá, pidió con urgencia al rey Fernando VII, el reforzamiento del ejército realista que comandaba, considerado “el ejército más brillante que jamás se ha visto en estos países”. Efectivamente ordenó Fernando VII el alistamiento de un ejército, que superaba a cualquier otro enviado a ultramar: “20.200 hombres de infantería, 2800 de caballería y 1.370 de artillería con un parque abundante”.
Se produjeron en la metrópolis española, hechos determinados por circunstancias históricas no debidamente valorados por la mente absolutista y conservadora del rey de España. Sucedió, entonces, que el ejército destinado a “pacificar” a los “revoltosos de ultramar”, se transformó en el centro de una revuelta contra la monarquía y por la restitución de la Constitución de Cádiz. Las ideas liberales de los “constitucionalistas” se impusieron transitoriamente en España, y con ello quedó en los deseos el envío del poderoso ejército “pacificador”.
De los planes de invasión con el ejército alistado, ahora disuelto, las órdenes de Fernando VII al General Pablo Morillo, fueron las de solicitar un Armisticio y Tratado de Regularización de la Guerra. Los rebeldes del “bandido” Bolívar, menospreciado por las ínfulas colonialistas, se le reconocía ahora su condición de ejército regular y era llamado a negociar. Ya este solo hecho constituía una innegable Victoria Política. También lo fue el expreso reconocimiento, por parte del general Pablo Morillo, en las cartas previas cruzadas con el Libertador, el tratamiento dado a éste como Presidente y jefe del Ejército de la República de Colombia.
Trató Morillo en su condición de negociador por encargo del rey, de pretender que los patriotas republicanos accedieran a aceptar la Constitución de Cádiz, a lo cual con mucha firmeza respondió Bolívar: “ Resuelto el pueblo de Colombia hace más de diez años, a consagrar el último de sus miembros a la única causa digna del sacrificio de la paz, a la causa de la patria oprimida (…) me tomo la libertad de dirigir a Vuestra Excelencia la adjunta ley fundamental, que prescribe las bases únicas sobre las cuales puede tratar el gobierno de Colombia con el español”. (Se refería Bolívar a la carta constitucional de la Gran Colombia, expedida por el Congreso de Angostura y ratificada por él en la misma ciudad).
No sin pocas controversias y dificultades, donde incluso la negociación estuvo a punto de romperse, el Armisticio se firmó en Trujillo, la noche del 25 de noviembre de 1820 y el Tratado de Regularización de la Guerra, el siguiente día 26. El armisticio estaba pautado para 6 meses y era extensivo a toda Colombia, designando los límites y posiciones en dónde debían situarse ambos ejércitos.
Pero, ayer como hoy, no todos comprendían la necesidad del diálogo y las negociaciones. SIEMPRE HAY QUIENES VEN EL COMPLEJO TRANSCURRIR DE LA POLÍTICA Y LA GUERRA EN FORMA RECTILÍNEA Y EN BLANCO Y NEGRO. Las mentes estrechas han existido y existirán siempre.
Refiere Felipe Larrazábal en el Tomo II de su obra: “Simón Bolívar, Vida y Escritos del Libertador”: “Los jefes que obraban a largas distancias lo censuraron, diciendo que equivalía a la pérdida de diez batallas; en Guayana se recibió con disgusto, y muy pocos fueron los que llegaron a penetrar todas las ventajas que envolvía y que la experiencia vino a demostrar después”.
De esos detractores, diría Bolívar a Perú De Lacroix: “¡Qué tontos y qué malvados son todos ellos! Jamás al contrario, durante todo el curso de mi vida pública he desplegado más política, más ardid diplomático, que en aquella importante ocasión”