El desalentador resultado de las pasadas elecciones autonómicas madrileñas ha provocado, entre otros acontecimientos, la renuncia de Pablo Iglesias a la política pública activa. Algo que ya se veía venir, que el propio Iglesias parece haber acelerado, y que podría tener consecuencias negativas para España (aunque también podría suponer una oportunidad). Sin Iglesias no puede comprenderse lo ocurrido en la política española en los últimos tiempos. Ha sido uno de los pocos políticos de cierta envergadura que ha tenido este país en las últimas décadas. Por su inteligencia, por su coraje, por su elocuencia, por su astucia, por su claridad de ideas, por su firmeza, por su honestidad (por mucho que lo han intentado, no han logrado sentarle en el banquillo de un tribunal, aunque probablemente seguirán intentándolo, quieren machacarlo y que el resto de los potenciales “Pablo Iglesias” tomen nota, dar un escarmiento a quienes osen intentar lo mismo que él),…
No por casualidad se convirtió en el enemigo público número uno del actual régimen (de los partidos que lo soportan, de la mayoría de los medios de comunicación de masas,…). Nadie ha sufrido (al menos desde hace décadas) el acoso que ha sufrido el exlíder de Podemos. A todos los niveles: mediático, judicial, político, incluso físico a las puertas de su casa, hasta el punto de recibir amenazas de muerte. Es perfectamente comprensible que tras este acoso que ha sufrido, y tras la decepción sufrida por el incomprensible resultado de las elecciones del 4-M, haya decidido abandonar. Probablemente, casi nadie hubiese aguantado tanto. Es más, incluso uno se pregunta si el pueblo español realmente se merece tanto esfuerzo y sacrificio.
Porque lo verdaderamente sorpresivo y decepcionante de las elecciones que han aupado a la nueva reina del trumpismo español, Isabel Díaz Ayuso, no es que en las ciudades y en los barrios acomodados de Madrid haya ganado el PP, algo perfectamente comprensible (las clases altas saben de sobras quién les beneficia y quién no), sino que incluso lo haya hecho en ciudades y barrios populares, tradicionalmente de izquierdas, y con una participación muy importante (normalmente la alta participación ha beneficiado siempre a la izquierda, pero en este caso no). Esto demuestra el grado de alienación que sufre el pueblo español (Madrid no es España, pero tampoco Marte, como bien dijo Errejón), muy especialmente las clases populares. No parece muy inteligente votar a tus verdugos.
Es verdad que estas elecciones han sido muy especiales, en plena pandemia, pero es muy difícil encontrar una explicación lógica ante la tremenda contradicción de que mucha gente vote a quienes más les perjudican. A no ser que recurramos a esa cita de Albert Einstein (aunque algunos no la atribuyen a él, poco importa) de que “hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro.” Obviamente, como aseveró Marx, “los pensamientos de la clase dominante son también los pensamientos dominantes de cada época”. De hecho, gracias a ese dominio ideológico de la clase que domina económicamente la sociedad capitalista, ésta sobrevive, a pesar de sus (cada vez más) graves e irresolubles contradicciones.
Está claro que es necesaria una labor intensa y continua de concienciación de las clases populares. Hay que hablarle al pensionista que no llega a fin de mes, al desempleado, al trabajador que apenas cobra el salario mínimo (que, por cierto, subió gracias sobre todo a Iglesias), al que ve cómo su sueldo se estanca o retrocede, que vive con el temor constante a no poder ganarse el sustento,…, en términos muy claros y contundentes, diciéndoles la verdad, aunque duela. Decirles que si votan a los partidos que han demostrado en la práctica que les recortan continuamente en derechos laborales, en Sanidad, en Educación,…, tienen entonces lo que se merecen, que luego no se quejen. Porque aunque uno no lea la prensa alternativa, ni a Marx, aunque no lea prácticamente nada, aunque sólo se enchufe a la caja tonta para “informarse”,…, uno sabe perfectamente que su nivel de vida empeora año tras año, que las perspectivas de futuro son cada vez peores. ¿Quién no se ha enterado de los recortes en servicios sociales? ¿Quién no se ha enterado de la corrupción sistemática en el partido de Ayuso?,…
Si se quiere ejercer un castigo a la izquierda, si es que ha decepcionado (bien porque no se haya unido, bien porque no haya sido muy izquierda,…), no parece la mejor idea, precisamente, votar a quienes te van a perjudicar todavía más. Es increíble que el pueblo castigue a los mejores (o a los menos malos) y premie a los peores. Algo no funciona. Tal vez, el pueblo sea masoquista, tal vez haya que recordar aquello que dijo Robert Young de que “rechazamos creer todo aquello que afecte nuestra comodidad”. Porque ir contracorriente es incómodo, pensar (y en consecuencia actuar) de manera diferente a cómo hacen los demás es muchas veces agotador. Como afirmaba W. Lippman, “donde todos piensan igual, nadie piensa mucho”.
Comentó cierto conocido periodista que Pablo Iglesias ha envejecido (políticamente hablando) muy rápido. ¡Por supuesto! Envejece mucho más luchar contra el poder económico y todos sus tentáculos, que ponerse de su lado, o no hacer nada. Ha dicho también Carmena que Iglesias no estaba haciendo la política que la sociedad exigía. ¿Cuál es la exigencia de la sociedad, señora Carmena? ¿Hablar (y actuar) como Ayuso (que sí parece que ha “conectado” con la sociedad)? ¿Es que la dirigente del PP no ha recurrido a lemas vacíos de contenido como “Comunismo o Libertad”? ¿Ha hablado Ayuso de los problemas concretos de la gente común? ¿Ha sido moderado o radical su discurso? ¿Ha contribuido al buen rollo o a la crispación? Ayuso es el triunfo de la vieja política, de los discursos vacíos de contenido, de la demagogia, del populismo (esta vez sí), de lo superficial, de lo banal,… Parece que Carmena se ha preocupado más de dividir a la izquierda en Madrid y de criticar a quienes la auparon a la alcaldía (nadie la conocía cuando se presentó en las listas asociadas a Podemos) que de denunciar (o de luchar en contra de) la evidente deriva de la sociedad hacia la extrema derecha, hacia una nueva forma de fascismo. No la he visto denunciar públicamente las amenazas de muerte recibidas por el exvicepresidente del gobierno. Sólo reaparece ahora para criticarlo. Ella contribuyó notablemente a la pérdida de Madrid (de la ciudad), y a restar posibilidades a la Comunidad de dejar de ser gobernada por la derecha, gracias a su “cambio” que fue realmente muy poco cambio, gracias a sus diversas tonterías y extravagancias, gracias a su buen rollito con los supuestos enemigos (se ha preocupado mucho más de llevarse bien con la derecha que con el resto de la izquierda), gracias a contribuir a dividir a Podemos con una nueva formación personalista que, desgraciadamente, se parece cada vez más a los viejos partidos (no hay más que ver lo políticamente correctas que son algunas de sus portavoces y cómo reproducen los hábitos de la vieja política de no contestar a los periodistas cuando les preguntan algo muy concreto),… ¡Ojalá me equivoque y Más Madrid (o Más País a nivel estatal), que se ha convertido en la primera fuerza de la oposición en Madrid, no acabe siendo un PSOE bis!
Es perfectamente comprensible que Pablo Iglesias haya abandonado (de una manera muy digna y elegante, dicho sea de paso, algo inédito casi en nuestra clase política). Es verdad que muchos votantes nos podemos sentir desamparados (incluso en cierto modo traicionados). Yo creo que cuando se vota a un político éste debe permanecer (tanto para gobernar como para ejercer la oposición, si así le toca). Puede dimitir tal vez de los cargos de responsabilidad de su partido, pero debería permanecer en las instituciones donde ha sido elegido (por respeto a sus votantes). Sin embargo, hay que comprender también que nadie tiene por qué aguantar lo que ha soportado el exdirigente de Podemos. Ha sufrido, además del mayor acoso que se recuerda contra cualquier cargo público en este país por parte de sus enemigos oficiales (incluso le han criticado por dimitir, si no lo hubiera hecho seguro que también le hubieran criticado los mismos que lo han hecho por dimitir), traiciones en sus propias filas, probablemente lo que más le ha dolido. Cierta izquierda radical sigue siempre con su mismo discurso mega-revolucionario, predicando en el desierto, y le acusó de venderse al Sistema (¡qué fácil es mantenerse limpio sin saltar al Ruedo!). La izquierda más moderada, que sólo aspira a lavar un poco la cara al neoliberalismo, que sólo aspira a un capitalismo de rostro un poco más humano (¡como si ello fuese posible!), le acusó de radical (¡como si no lo fueran sus enemigos, que lo son cada vez más!). Lo que yo me pregunto es cómo ha aguantado tanto Pablo.
Evidentemente, todo esto puede desanimar a aquellos ciudadanos que aspiramos a una sociedad mejor, pero debemos seguir luchando, cada uno de acuerdo con sus posibilidades. Hay que recordar que en política (y en la vida en general) se aprende más de los fracasos que de las victorias, de las malas experiencias, que de las buenas. Tenemos casi todo en contra, menos nuestras ideas, que son de puro sentido común (y que realmente representan el interés general, potencialmente la mayoría está de nuestro lado), menos al propio Capitalismo, que recurrentemente pone en la agenda de la Historia la necesaria Revolución para superarlo, para alcanzar por fin una sociedad que verdaderamente pueda llamarse civilizada y sobrevivir a sí misma. Vendrán más crisis, cada vez más intensas (en verdad que el Capitalismo está en permanente crisis, en clara decadencia), más oportunidades (para las cuales habrá que seguir preparándose), aunque yo creo que aún no se ha cerrado la ventana de oportunidad que se abrió hace casi 10 años cuando miles de ciudadanos salieron a las calles reivindicando la democracia real. Si algo ha demostrado la Historia (reciente y no tan reciente) en numerosas ocasiones es que nunca nada es irreversible (ni el progreso ni la involución).
A Podemos le toca ahora repensarse a sí mismo, analizar sosegadamente lo ocurrido y aprender de los errores cometidos. No cabe duda de que se han cometido errores, es algo inevitable, pero los hay más graves que otros. Aunque también hay que saber reconocer los aciertos (para no producir nuevos errores, tal vez peores). Sin duda, lo que han hecho los enemigos era bastante previsible. También (por si fuera poco) la Suerte se ha puesto en contra, el primer gobierno progresista de coalición de las últimas décadas se ha encontrado con una pandemia inédita. Por otro lado, por supuesto, el nacionalismo ha jugado en contra. La amenaza secesionista de Catalunya ha hecho que muchos trabajadores reorienten su voto hacia la derecha, para “salvar la sacrosanta unidad nacional” (la Historia se repite, el nacionalismo usado una vez más para desviar la atención de lo verdaderamente importante, lo social). Cuando, precisamente, eso pone aún más en peligro dicha unidad. Muchos ciudadanos catalanes que no se identificaban con España, se van a identificar cada vez menos a medida que España vire cada vez más hacia la derecha neofranquista (si es que nadie lo impide).
Podemos (y debemos) hacer muchas elucubraciones sobre los errores cometidos por la izquierda que pretende transformar gradualmente la sociedad (ahora, no en un futuro lejano en el que no se sabe cómo el pueblo verá la luz y por fin se dará cuenta espontáneamente de que el problema es en verdad el Sistema, el Capitalismo). Pero, insisto, por muy alienadas que estén muchas personas, es muy difícil explicarse el misterio de por qué votan a sus verdugos si no recurrimos a aquella cita de Einstein. Creo que una fuerza política que pretenda transformar el Sistema debe tener en cuenta el grado de alienación, y voy a decirlo más claramente (yo no pretendo hablar para complacer a posibles votantes, voy a ser políticamente incorrecto), de estupidez al que ha llegado mucha gente. Quienes pretendan concienciar para convencer, obviamente, no deberán hablar en los términos en que lo estoy haciendo yo en este artículo (me estoy pegando el gustazo de decir lo que pienso sinceramente), pero sí tener en cuenta ese estado mental mayoritario.
Es evidente que la lucha contra el Sistema hay que hacerla entrando en él, y esto conlleva muchos riesgos. Éste ha sido uno de los grandes aciertos de Podemos y su exlíder. Por esto han ladrado tanto los perros lacayos del Sistema. Esta vez sí se han asustado de verdad. No les da miedo una izquierda radical que se manifiesta cada cierto tiempo en las calles con banderas tricolores o rojas con la hoz y el martillo, y que se mantiene marginal porque no tiene en cuenta el estado mental de la ciudadanía en general (sus prejuicios), una izquierda que espera que las masas vayan a ellas en vez de al revés (contradiciendo a Lenin, por cierto), pero sí cuando entran en las instituciones personas dispuestas a iniciar cambios (aunque tímidos y graduales). Iglesias era peligroso porque, entre otras cosas, ha dado con la estrategia que puede permitir iniciar una senda de cambios reales (a mejor para la mayoría). Esa estrategia hay que mantenerla en sus líneas generales, pero habrá que refinarla, obviamente.
El problema es que los liderazgos (por muy eficaces que puedan ser al principio) son también peligrosos, no sólo porque pueden traicionar a las bases (no es el caso de Pablo), sino porque también la carga de la lucha contra un Sistema poderoso es muy pesada y acaba pasando factura (como así ha ocurrido). No se puede prescindir de los liderazgos (al menos por ahora), pero tampoco se debe depender demasiado de ellos. Pues en una organización que depende demasiado de su líder, si éste cae, también puede caer ella. Con esto cuentan los enemigos, con descabezar a las organizaciones que osen hacer cosas prohibidas en estas “democracias” (que en verdad son dictaduras camufladas de la gran burguesía y sus aliados). Por esto creo que es imprescindible ir yendo hacia liderazgos cada vez más colectivos, distribuir dicha carga. Está claro que se necesitan portavoces elocuentes que den la cara en los debates, en los mítines, en los medios,…, pero esa labor hay que procurar distribuirla, en la medida de lo posible. También creo que hay que reactivar la calle. Un sujeto político que pretenda cambiar el Sistema debe recibir la presión y el aliento de la calle, para no perder el rumbo y para darle también más fuerza en su titánica lucha. No hay que perder la iniciativa, si dejas de tenerla, la tienen tus enemigos y contraatacan. En la actual sociedad clasista la lucha de clases sigue siendo el motor de la Historia, la Política es en verdad una guerra (sobre todo ideológica). Hay que luchar desde dentro del Sistema y desde fuera, ambas luchas deben realimentarse.
No olvidemos que de los errores se aprende y que con determinación podemos superarlos. Lo más importante siempre es la fuerza de voluntad, es tener claros los objetivos a corto, medio y largo plazo, y tener la suficiente inteligencia y flexibilidad para ir readaptando la estrategia en función de los resultados prácticos, para lo cual se necesita un espíritu de librepensamiento, científico, una metodología adecuada para analizar correctamente la realidad con el objetivo supremo de transformarla. Como muy acertadamente postulaba la gran revolucionaria alemana Rosa Luxemburgo, “la autocrítica más despiadada, cruel y que llegue al fondo de las cosas, es el aire y la luz vital del movimiento proletario”.
A mi modo de ver (pero puedo estar equivocado y mal informado), Podemos necesita reorganizarse, tender hacia más horizontalidad (pero sin excederse en esto, al menos por ahora), seguir organizándose de la manera más democrática posible, y también reactivar y dar mayor protagonismo a los círculos, quienes deben ejercer una labor continua de concienciación y movilización en los barrios, en los pueblos,…, sin esperar a las campañas electorales. Hay que tejer profundas redes sociales también con las organizaciones de activistas y trabajarlas día a día. Además de entrar en las instituciones, hay que permanecer y estar cada vez más cerca de las personas de a pie, en todas las luchas, tanto las de mayor escala como las de menor. No hay que depender sólo de los medios (de comunicación,…) del enemigo (aunque por supuesto hay que utilizarlos siempre que se pueda y esto es una cosa que ha hecho magistralmente Pablo Iglesias), que tan pronto pueden encumbrarnos como hundirnos (así de paso la “democracia” aparenta serlo más). Por supuesto, siempre recurriendo en los discursos a lo concreto, a explicar los programas propios y ajenos, a recordar los hechos (que siempre dicen más que las palabras), a informar de lo que hacen los demás partidos cuando ejercen el poder (o lo que hacen en los parlamentos) y lo que hace Podemos y sus aliados, a hablar con sencillez y al mismo tiempo con claridad y contundencia (como así hacía Iglesias)…
¡La lucha continúa! Pero se trata de que muchos se esfuercen un poco y no de que unos pocos se esfuercen mucho. La lucha contra el Sistema debe ser colectiva, cuanto más mejor. Colectivamente, sí se puede.