"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

Las cuatro cumbres de Biden

Rafael Poch

 

Las cuatro cumbres de Biden de la tercera semana de junio –el domingo 13 con el G-7, el lunes con la OTAN, el martes con la UE y el miércoles con Putin en Ginebra– han mostrado una mezcla de ansiedad e impotencia. ¿Ha funcionado su objetivo manifiesto de reclutar aliados para el “todos contra China”? La impresión es ambigua.

La semana anterior se habían izado en Washington las banderas de guerra. Por un lado, la directiva del secretario de Defensa, Lloyd Austin, declarando, una vez más, a China como primer foco de la atención militar de Estados Unidos. Y por otro, la aprobación en el Senado de la “China competitiveness bill”, que incluye tanto un paquete de 250.000 millones de dólares destinado a subsidios a empresas como sanciones para, entre otras cosas, repatriar a Estados Unidos la producción estratégica deslocalizada, especialmente la de semiconductores particularmente sensibles a la alta tecnología y sus aplicaciones militares.

Las cuatro cumbres europeas venían acompañadas de una fuerte presión propagandística, con todas las leyendas desplegadas al viento: la del virus de Wuhan (desechada por la OMS), los atropellos a los uigures magnificados en crímenes contra la humanidad (que no convencen ni a JeffreySachs), las telenovelas sobre democracia de Hong Kong  y Taiwán, y las “amenazas militares” de China. Repasen los diarios de los últimos quince días y reconocerán esa música por doquier.

Todo ese conjunto de medidas es “el reconocimiento más explícito de que la profunda desconfianza de Washington hacia Pekín no era un mero rasgo de la administración Trump, sino que refleja un consenso ampliamente compartido en el Congreso de que Estados Unidos debe trabajar urgentemente para superar a China o perderá su estatus como la nación más poderosa del mundo”, señalaba el South China Morning Post, el principal diario prooccidental de Hong Kong. Eso ya lo sabíamos, pero la novedad con Biden es la consciencia de que tal cruzada precisa de la movilización, política y militar, de los aliados, incluida cierta rebaja del tono en la agresividad hacia Rusia. Y toda la panoplia de medidas y declaraciones sugiere una gran ansiedad que está forzando la máquina al máximo. Pero, ¿alcanza?

El G-7 ya no da la talla

Empecemos por el domingo 13 de junio. El G-7 ya no da la talla como “gobierno mundial”. Todo el mundo sabe que lo que importa es el G-20 y no el G-7. Precisamente por eso se invitó a la cumbre a India, África del Sur (dos BRICS) y a Corea del Sur. Cuando el G-7 se creó en los setenta del siglo pasado, las economías que lo integraban pesaban alrededor del 70% del conjunto global. Hoy no llegan al 35% y es el Sur global quien representa ese 70%. A partir de ahí pretender ganarse a los aliados para la cruzada contra China exige que estos pierdan de vista la realidad.

Ese club venido a menos ha amagado con contramedidas a la estrategia china de proyección mundial y exportación de sobrecapacidad, la Belt & Road Initiative. Han bautizado la respuesta como Build Back Better World, una campaña de inversiones “transparentes y sostenibles” en países en desarrollo. Pero, ¿dónde está el dinero? Las economías occidentales están endeudadas y sus sectores privados no invertirán en nada que no arroje sustanciales beneficios. La simple realidad es que no hay capacidad para competir con los proyectos de infraestructuras integradoras de China. Todo huele un poco a improvisación desesperada ante la evidencia de que China ha salido mucho mejor librada de la pandemia –como ocurrió con la crisis de 2008– y de que su economía crece con mayor dinamismo. Pero si la economía no alcanza, echemos mano de lo militar.

El Atlántico se va al Pacífico

La cumbre de la OTAN del lunes 14 de junio ha expresado esa impotencia. Se han olvidado ya los tiempos en que el secretario general de la Alianza proclamaba que el bloque “no tiene la ambición política, ni la capacidad militar, ni el dinero para ser el gendarme del mundo”. “Nunca habrá una OTAN global en el papel de una especie de Naciones Unidas”. Eso fue en 2008, en vísperas de la cumbre de Bucarest. Entonces el secretario general era Jaap de Hoop Scheffer. Hoy el noruego Jens Stoltenberg dice que la OTAN siempre estuvo un poco “out of area”, por ejemplo, en Afganistán, así que puede perfectamente ocuparse no solo de asuntos noratlánticos, sino también “indo-pacíficos”. Los socios europeos han tosido.

“En mi atlas no figura que China esté en el espacio atlántico, pero puede que mi mapa esté equivocado”, ha dicho Macron. “No creo que nadie en esta mesa desee caer en una nueva guerra fría contra China”, ha señalado Boris Johnson. “No hay que exagerar (la amenaza que representa China), tenemos que encontrar el equilibrio correcto”, ha dicho Merkel. Han tosido, pero ninguno de ellos se ha plantado y ha sido capaz de decir no.

Los europeos juegan a considerar a China a la vez “socio, competidor y rival sistémico”, pero esa no es la posición de Washington, que piensa en términos de enfrentamiento directo, sin contemplaciones. Mientras Estados Unidos quiere repatriar empresas para cortarle a China los accesos a las altas tecnologías,  la Unión Europea no quiere volar los puentes con su principal socio comercial (desde 2020). Una encuesta de la Cámara de Comercio Europea en Pekín revela que el 60% de las empresas europeas establecidas en China quieren ampliar sus negocios este año y la tendencia va al alza. No hay un interés europeo en una escalada con China como la que pretende movilizar Estados Unidos. La Unión Europea puede tener “diferencias sistémicas” con China, pero sus relaciones económicas son estrechas y tiene una necesidad estratégica de cooperación con Pekín. Y, sin embargo, se callan.

Cinismo inaudito

No solo se callan, sino que suscriben un documento de la OTAN, redactado al dictado de Washington, en el que China, por primera vez, es mencionada, y nada menos que una docena de veces. La Alianza, que ha violado sistemáticamente el derecho internacional en la mayoría de sus intervenciones militares y cuyos miembros son la principal minoría bloqueadora en las votaciones de las Naciones Unidas, afirma que China presenta “desafíos sistémicos al orden internacional basado en normas”. Los responsables del mayor arsenal nuclear mundial reprochan a China la modernización del suyo y la “opacidad” de su gasto militar, casi seis veces inferior al de la OTAN. Quienes han destruido con sus guerras media docena de sociedades y Estados entre Afganistán y Libia, ocasionando varios millones de muertos, instan a China a “actuar responsablemente en el sistema internacional” y censuran el maltrato a sus minorías musulmanas. Un nivel de cinismo inaudito.

Los europeos han suscrito la leyenda del virus escapado de laboratorio en Wuhan, se comprometen con los “derechos humanos” en Hong Kong y con la “estabilidad” de Taiwán, prevén enviar barcos de guerra al Mar de China Meridional, suscriben la fantasmada del “Build Back Better World”… En resumen, suscriben una estrategia de Estados Unidos diseñada para complicar las relaciones europeas con su socio chino.

El portavoz de la misión china ante la UE ha respondido diciendo que “está más claro que el agua de quién son esas bases militares desplegadas por todo el mundo y a quién pertenecen los portaviones que se pasean exhibiendo músculo militar”. Su comunicado recuerda que los miembros de la OTAN tienen veinte veces más armas nucleares que China y les pregunta cuándo piensan sumarse al compromiso chino de no usar primero armas nucleares en cualquier lugar y circunstancia y cuándo se comprometerán sin condiciones a no usar ni  a amenazar con usar armas nucleares contra países o regiones que no disponen de ellas, como señala la doctrina de Pekín en la materia. Sin duda, la menos demencial de las potencias nucleares del mundo.

Suavizando a Putin

La guinda del pastel ha sido el encuentro con el presidente ruso en Ginebra. En vísperas de su encuentro con Putin, quien fuera caracterizado como “asesino” por Biden pasó a ser “brillante” y “digno adversario”. Eso tampoco alcanza para ser tomado en serio.

Si hubiera en Washington una verdadera estrategia en materia china, cortejar a Rusia para ganársela –es decir, reconocer sus intereses nacionales y de seguridad– sería el primer movimiento. Pero, ¿cómo hacerlo sin contribuir a la integración entre Rusia y el resto del continente europeo que siempre se ha intentado conjurar desde Washington? De momento, no se ha pasado de suavizar el insulto y restablecer embajadores.

La ambigüedad de la cruzada de Estados Unidos contra China solo es superada por la total inconsistencia de la Unión Europea como sujeto autónomo.

 

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