Cuando llegó a la presidencia se llamaba Alberto y con cuánta ilusión lo eligieron. ¡Y qué alivio! Alberto, el regreso de un gobierno nacional y popular, el regreso de los días bonitos y alegres de la década ganada, claro, en medio del campo minado que había dejado la oligarquía en su último, reciente y devastador paso por el gobierno argentino.
Alberto empezó debatiéndose entre una cautela justificable y unos resbalones alarmantes. En un inútil y estrambótico ejercicio de malabarismo político, Alberto se vendía, a lo interno, como un presidente tan lleno de ganas progresistas como de limitaciones heredadas del gobierno macrista. Un hombre que debía avanzar como quien camina sobre cascarones de huevos; pero a lo externo, se lanzó como el referente moral sudamericano, cabeza del nuevo polo de liderazgo regional, enlazando las riendas continentales entre sus recién llegadas manos, y las manos curtidas de paciencia política de Andrés Manuel López Obrador, quién, por cierto, se ha mantenido siempre lejos de todo tipo de aspavientos.
El referente regional ató imaginariamente el continente sin escalas. Las ideas bonitas estaban en Argentina y en México, todo lo demás era o diestro neoliberalismo o siniestras dictaduras malvadas, autoritarias, violadoras de derechos humanos frente a las cuales él se proponía como facilitador a favor de la democracia, la libertad, el progreso y esas cosas que los gringos dicen que faltan aquí.
Durante los días más duros del ataque continuado contra Venezuela, Alberto no sabía quedarse callado. Sus declaraciones ambiguas en referencia a nuestro gobierno llegaban siempre en momentos cruciales, justo cuando se agudizaba la agresión que llevamos años resistiendo. Cantando en el coro de los que llenan un expediente fabricado a la medida del agresor para justificar cualquier ataque contra nuestro pueblo, ahí estaba el amigo dando el Do mayor para luego decir que él no quiso decir lo que dijo, sino lo que no dijo.
“Que él no puede apoyarlos abiertamente. Que tiene que disimular. Que el chavismo aquí tiene muy mala propaganda. Que eso le traería problemas innecesarios en este panorama interno complicado…” –trataban de explicarme, casi en un ejercicio de autoengaño, queridos amigos de allá, buscando mantener la esperanza de no volver a la pesadilla macrista que acababan de sufrir en carne viva.
Que los pueblos no disimulan. Que los pueblos no quieren un líder que no sea capaz de defender la verdad con valentía. Que los pueblos son valientes y el pueblo argentino es un pueblo hermano que apretaba los labios de coraje cada vez que su presidente nos lanzaba al charco donde los gringos nos quieren embarrar.
A lo interno, lo que debía ser un gobierno popular, ha sido un gobierno progre, de esos que maquillan una gestión casi nula con dos o tres leyes mediáticas que ni de lejos rozan al sistema que oprime a sus pueblos. Entonces, Alberto fue Alberte y el Frente de Todos fue el Frente de Todes y en las villas, a la gente eso le importa un carajo.
Al pueblo argentino de importarle, le importaba, por ejemplo, la intervención de Vicentin, pero eso era más difícil porque, cuando Alberte intervino, los medios le dijeron chavista y eso sí es verdad que no lo iba a tolerar. ¡No señor! Y es que cualquier cosa que haga un presidente y su gobierno a favor de su pueblo será catalogada por el enemigo de chavista, (a mucha honra para nosotros los chavistas) y hará temblar a los tibios que creen que no despeinando al capital, éste lo va a dejar en paz.
Y es que si no te agarra el chingo, te agarra el sin nariz, y la oligarquía lo sabe. Que si intervienes, te atacan los ricos con todos sus medios. Que si te pones tibio y manso, pierdes el voto popular. Entonces no hay otra que pelear sin disimulos, de frente, con claridad y valentía. Sin buscar ser simpatiquito, ni buenito, ni cautelosito para no despertar al monstruo. Que ese monstruo no duerme y si titubeamos nos devora.
En fin, que en dos años se desvanecieron los votos de Alberte, que era los votos a un proyecto popular que quedó estacionado a favor de la nada. Eran unos votos con un mandato claro al que Alberte faltó de tanto liderazgo regional que nadie reconoció, de tanto cuidadito que no lo fueran a confundir con un chavista feo, de tanto progresismo prefabricado en el norte, de tanto apuntar fuera del perol.
Ojalá, por el bien de mi adorado pueblo argentino, haya margen para corregir tan grande error.